viernes, 21 de febrero de 2014

Todos los viernes

Los viernes son los últimos días de la semana laboral o lectiva. Los viernes suelen ser los días que todo el mundo quiere que lleguen, y para los que, desde el lunes, todos hacen planes. Para mí los viernes son días en los que tengo sentimientos muy encontrados, opuestos: por un lado los odio porque lo único que me traen son dos días por delante en los que, por norma general, no suelo tener nada que hacer, mientras que por otro son una vía de escape de la universidad, bueno en verdad de la Escuela.

En cierto modo, los viernes me sirven de liberación, ya que hasta el lunes no tengo que volver a la universidad, a la Escuela, y por tanto no tengo esa ansiedad que muchos días me termina saturando. El estar alejado de la Escuela me supone estar alejado de un ambiente en el que no quiero estar, en el que no estoy cómo, y al que no quiero en el fondo pertenecer. No quiero convertirme en aquello que parece que la Escuela quiere que seamos: élite sin contacto con la realidad, élite a la que le dará igual todo y que solo se preocupará por su propio pellejo y que si para salvar ese pellejo tiene que pisar la cabeza a alguien lo hará sin dudarlo. Esta élite es la que la mayor parte de la gente parece querer ser; por suerte he podido encontrar un oasis de personas que no son así, aunque son pocas la verdad, y son estas personas con las que me quedaría para toda la vida y gracias a las cuales puedo soportar mejor este ambiente tan bueno.

Pero no es simplemente en ambiente general de la Escuela del que sin dudarlo dos veces ni pensarlo escaparía con los ojos cerrados, si es que tuviera el valor suficiente (que no lo tengo). No. Hay otro ambiente del que los viernes me despido hasta el lunes siguiente. Este ambiente es raro, tenso, falso; un ambiente en el que, como si estuviera representando una obra de Lope de Vega, tengo que intentar controlar todo lo que en el fondo me gustaría decir y hacer porque si lo dijera y lo hiciese es posible que el equilibrio logrado, y en cierta manera forzado en los últimos años, cayera por tierra. Un asunto que hace especialmente tenso y agobiante este ambiente para mí es un tema personal que tengo con una persona que un día consideré mi amigo, pero que resultó ser un falso, un persona con múltiples caras que usaba según le conviniera para conseguir algo; una persona en la que intenté apoyar en un momento difícil y en la que no encontré soporte y que por tanto me hizo mucho daño. Lo peor de esta persona es que sigue estando en el mismo grupo que yo y ver la falsedad que demuestra con todo el mundo me resulta irritante; hay ocasiones en las que me gustaría decirle a la cara lo falso e hipócrita que es, pero prefiero no perder las formas y aguantarme callado. A veces esto último es complicado de hacer, pero bueno. Por esto los viernes son esa válvula de escape que me permite reducir la tensión y la presión que se va generando en mi interior durante toda la semana y que si no existieran no dudo de que ya hubiera explotado hace tiempo, llenando todo de vísceras muy difíciles de limpiar.

Pero si por un lado los viernes me sirven de vía de escape y de desconexión de la Escuela, también significan tener tiempo libre. Aunque es cierto que la carrera que estudio (Ingeniería de Caminos) no deja mucho tiempo libre debido a la enorme carga de estudio que tenemos, desde el viernes por la tarde hasta el domingo hay muchas horas, y a mí esas horas se me hacen eternas. Es muy duro que con 22 años el peor día de la semana para mi sea el viernes, cuando todo la gente de mi edad lo único que desea es que lleguen los viernes, ya sea porque llegue el fin de semana, porque tienen planes con sus parejas o porque salgan con sus amigos a tomar algo. Para mí que lleguen los viernes significa no tener casi nunca planes. Pocos son los fines de semana al año en los que tengo algún plan que hacer, ya sea porque vaya al cine con algún amigo de la universidad (en realidad son dos las personas con las que voy alguna vez al cine, cosa que les agradezco enormemente), siempre que pueda, o porque quede con los únicos amigos que tengo en Madrid. Pero para mí aun es peor que llegue el viernes y no poder hacer ningún plan típico de parejas, salir a dar una vuelta, ir al cine a ver cualquier chorrada que echen, salir a cenar, etc. No puedo hacer esto porque no tengo pareja; esta situación, en la que tanta gente está, me lleva afectando mucho tiempo, y hace que no desee que lleguen los viernes porque esto implica soledad, pasar el fin de semana en mi casa muerto de la risa, ¿o era del asco?; esto implica que si quiero salir a dar una vuelta tengo que hacerlo solo porque no quiero molestar, ni ser un pesado con los únicos amigos que tengo, que también tienen su vida.

Por todo esto los viernes son días raros, grises, son días que quiero, y a la vez no quiero, que lleguen, ya que casi todos los viernes significan para mí abandonar una cárcel semanal, para meterme en otra de fin de semana. Cárceles ambas más mentales que físicas, lo sé, pero de las que en muchas ocasiones soy incapaz de escapar. Al menos sé que de todos los fines de semana que tiene el año hay un puñado que gracias a mis amigos son menos duros y siento menos la soledad. Creo que nunca seré capaz de pagar a mis amigos de verdad que, aunque sea por una tarde, me liberen de mi cárcel, ya sea porque quede para ir al cine, a tomar un bocata de calamares a la Plaza Mayor y un chocolate con churros a San Ginés, a tomar algo en Alcalá de Henares, o a pasar el día en Toledo.

Que se acabe ya el viernes, que el sábado pase pronto para que llegue el domingo y que éste de paso al lunes lo más rápido posible, para aunque tenga que volver a la Escuela, y tener que ver el careto de alguna persona a la que me gustaría no volver a ver el pelo, al menos esté con los pocos amigos que tengo y podamos bromear entre nosotros, para que así la cárcel sea un poco menos cárcel.


Caronte.

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