jueves, 27 de febrero de 2014

Oportunidad perdida

Quizá él se apuntó a la academia por aprender, o mejor dicho refrescar el francés que dio en el colegio y que ya estaba languideciendo en algún rincón de su saturado cerebro. Pero también en posible que se apuntara a la academia por necesidad: porque el francés es uno de los dos idiomas obligatorios que exigen en la oposición para ingresar en la Carrera Diplomática. Sin embargo, y secretamente, él sabía que aparte de por estas razones había una más poderosa todavía y es que lo que realmente buscaba apuntándose a la academia de francés era conocer gente nueva y diferente para así poder ampliar el grupo de personas en el que se movía. Pero aún más en secreto guardaba para sí una razón más, bueno más que razón era una esperanza que él tenía, que era el conocer alguna chica y a lo mejor empezar alguna relación con ella.

La academia de francés a la que se apuntó se encuentra en la Plaza de Santo Domingo, en Madrid. Plaza que antaño y por la sinrazón constructiva que en ciertos años, no muy lejanos por cierto, regía a los gobernantes y ciudadanos de la ciudad, estaba ocupada por una inmensa estructura de hormigón que servía de parking a trabajadores y habitantes de la zona. Por suerte en las últimas reformas de la ciudad aquel parking pasó a la historia. Él no eligió la academia por el sitio, la verdad, ya que ésta está al ladito de la Gran Vía, calle que suele evitar siempre que sale a dar una vuelta solo por Madrid, ya que en ella solo es capaz de ver a chavales de su edad, y más jóvenes también, acompañados por sus parejas, y esto a le hace sentir y pensar que de los 22 años que lleva vividos ha tirado por la borda y malgastado la mejor parte de ellos. Ver a estas parejas cada vez que sale a dar una vuelta por el centro para airearse e intentar no pensar en sus problemas lo único que le trae a la mente son malos pensamientos y presagios de que se va a quedar solo, y que nunca conocerá a esa chica que le llegue a hacer perder el sentido. Como he dicho si hubiera sido por la localización él no hubiera elegido esta academia. Sin embargo sí la eligió, y esto es algo de lo que no se arrepiente, aunque en los últimos tiempos está empezando a cambiar de parecer.

Si él no hubiera escogido esta academia, no hubiera conocido a las personas con las que a día de hoy comparte las tardes de los lunes y miércoles, y le sirven de vía de escape de una cárcel sin rejas ni imposición de permanencia como es la universidad. Si él no hubiera escogido esta academia no la hubiera conocido a ella.

Como todo primer día en un sitio nuevo donde tiene que conocer gente, él estaba nervioso, ya que nunca se ha sentido cómodo conociendo y relacionándose con gente nueva, quizá por falta de práctica y algo de timidez inicial también. Como persona precavida que es y a la que no le gusta llegar tarde a clase, y menos si es el primer día, él se presentó en la academia quince minutos antes de la hora, para evitar sustos con el metro y, además para saber qué clase le había tocado. Una vez ubicado y realizada una primera inspección de toda la academia se sentó en la zona de cafetería a esperar a que llegara la hora. A medida que se acercaban las seis de la tarde, hora de comienzo de la clase, se iba poniendo más nervioso y más esfuerzos tenía que hacer para controlar esos nervios. Hasta que llegó el profesor. Un hombre, joven, alto, muy francés en definitiva. Una vez que él vio que el profesor iba a ser un hombre, parte de sus nervios se calmaron, y no es que tuviera nada contra las profesoras, todo lo contrario teniendo en cuenta que en la universidad todos son hombres, nada de eso, él prefería un hombre porque se sentía algo menos tímido y seguro de sí mismo. En el fondo, le hubiera dado igual si hubiera sido una mujer quien le hubiera dado clase.

Una vez todos los que estaban esperando al profesor se hubieron sentado en el aula, que, por cierto, parecía una pecera ya que tenía un enorme ventanal que daba a los pasillos de la academia y a través del cual todo el mundo podía verles a todos. Como digo, una vez estuvieron todos sentados y el profesor iba a comenzar a presentarse, llegó ella. Ella, con sus botas, sus vaqueros ajustados y una blusa. Ella con esa piel morena, y ese pelo castaño suelto, como a él le gustaba en las chicas. Ella, sonriendo, como casi siempre llegaba a la academia. Desde el primer momento que él la vio algo cambió en el aire que respiraba, lo notaba más ligero, más fácil de respirar; algo cambió también en su interior, nunca había sentido una atracción tan fuerte por una chica hasta entonces, le habían atraído otras chicas que había conocido, sí, pero no tanto como ella.

Durante el descanso que el profesor propuso que hicieran para que las dos horas de clase no se pasaran tan pesadas, todos salieron fuera de clase, a la puerta de la calle. Este ritual se repetiría todos los días, y gracias a ello fue conociendo y relacionándose con el resto de sus compañeros, hay que decir que la mayor parte de ellos eran bastante más mayores que él, salvo tres de ellos. Entre los compañeros de su edad estaba ella, cosa que él ya se imaginaba, lo que no pensaba es que fuera dos años más joven y que estudiaba biología. Los otros compañeros de su edad, más o menos, eran un chaval que estudiaba ingeniería industrial, dos años menor que él, y una chica que acabada de empezar la universidad. Los descansos de mitad de clase, rápidamente se convirtieron en una oportunidad para ir cogiendo soltura con sus compañeros y relacionarse con ella, preguntándola por la carrera, y por otras nimiedades, simplemente para poder oír su voz y que ella le mirara, para poder sumergirse en esos grandes ojos castaños, esos ojos que le enamoraron rápidamente.

Poco a poco, los días iban pasando y las semanas se sucedían a una gran velocidad, debido a que él solo quería que llegaran los lunes y los miércoles para ir a la academia y poder verla; para que ella le sonriera, para que bromeara con él, para sentarse al lado suyo y poder lanzarla secretas y furtivas miradas. Las clases en la academia eran divertidas, el grupo de gente en el que el azar le había puesto, aunque de muy diversas edades y profesiones o estudios, le resultaba cómodo, le gustaba. Gracias a este grupo de personas él cada día se sentía mejor, se olvidaba de sus problemas, las semanas se pasaban más rápidamente. Él sabía que esto no solo se debía al grupo de clase, no, había una razón mucho más fuerte para que su humor hubiera cambiado tanto y se sintiera tan bien: ella. Los días que ella no iba a clase se pasaban más lentos y eran menos divertidos que los días que ella sí iba. Lo que él más deseaba de las clases de francés era poder verla sonreír, contemplar su sonrisa, sus ojos, su cuerpo. Ese cuerpo perfecto, cuerpo que él deseaba tanto como un preso desea la libertad. Sin embargo, en el fondo, él sabía que su timidez le iba a impedir conseguir ese cuerpo; la timidez y el miedo a mostrar sus sentimientos y ser rechazado, el miedo a ir más allá y pedirla quedar un día después de clase para tomar algo por la Gran Vía.

Sería mentira decir, que lo único que a él le atraía de ella era su cuerpo. No. Iba mucho más allá que una simple atracción física. Cada vez que la iba conociendo un poco más él se daba cuenta que ella había sido muy diferente a él, y que sus gustos no coincidían en muchas cosas con los suyos; pero eso también le atraía de ella porque él había llegado a la conclusión que sus propios gustos no eran normales y eran esos gustos, que él mismo consideraba raros, los que habían hecho que estuviera solo y que no tuviera mucha confianza en sigo mismo. En muchos sentidos y aspectos ella era muy diferente a él: era mucho más habladora, menos tímida, más divertida, más activa y sobre todo le gustaba más salir que a él. Todas estas diferencias la convertían en una chica muy atractiva para él; la convertían en una chica que le podía llegar a cambiar y hacerle más “normal”. Sin embargo hubo un hecho que hizo que todo cambiara.

Continuará….


Caronte.

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