Quizá él se apuntó a la academia por aprender,
o mejor dicho refrescar el francés que dio en el colegio y que ya estaba
languideciendo en algún rincón de su saturado cerebro. Pero también en posible
que se apuntara a la academia por necesidad: porque el francés es uno de los
dos idiomas obligatorios que exigen en la oposición para ingresar en la Carrera
Diplomática. Sin embargo, y secretamente, él
sabía que aparte de por estas razones había una más poderosa todavía y es que
lo que realmente buscaba apuntándose a la academia de francés era conocer gente
nueva y diferente para así poder ampliar el grupo de personas en el que se
movía. Pero aún más en secreto guardaba para sí una razón más, bueno más que
razón era una esperanza que él tenía,
que era el conocer alguna chica y a lo mejor empezar alguna relación con ella.
La academia de
francés a la que se apuntó se encuentra en la Plaza de Santo Domingo, en
Madrid. Plaza que antaño y por la sinrazón constructiva que en ciertos años, no
muy lejanos por cierto, regía a los gobernantes y ciudadanos de la ciudad,
estaba ocupada por una inmensa estructura de hormigón que servía de parking a
trabajadores y habitantes de la zona. Por suerte en las últimas reformas de la
ciudad aquel parking pasó a la historia. Él
no eligió la academia por el sitio, la verdad, ya que ésta está al ladito de la
Gran Vía, calle que suele evitar siempre que sale a dar una vuelta solo por
Madrid, ya que en ella solo es capaz de ver a chavales de su edad, y más
jóvenes también, acompañados por sus parejas, y esto a le hace sentir y pensar
que de los 22 años que lleva vividos ha tirado por la borda y malgastado la
mejor parte de ellos. Ver a estas parejas cada vez que sale a dar una vuelta
por el centro para airearse e intentar no pensar en sus problemas lo único que
le trae a la mente son malos pensamientos y presagios de que se va a quedar
solo, y que nunca conocerá a esa chica que le llegue a hacer perder el sentido.
Como he dicho si hubiera sido por la localización él no hubiera elegido esta academia. Sin embargo sí la eligió, y
esto es algo de lo que no se arrepiente, aunque en los últimos tiempos está
empezando a cambiar de parecer.
Si él no hubiera escogido esta academia, no
hubiera conocido a las personas con las que a día de hoy comparte las tardes de
los lunes y miércoles, y le sirven de vía de escape de una cárcel sin rejas ni
imposición de permanencia como es la universidad. Si él no hubiera escogido esta academia no la hubiera conocido a ella.
Como todo primer
día en un sitio nuevo donde tiene que conocer gente, él estaba nervioso, ya que nunca se ha sentido cómodo conociendo y
relacionándose con gente nueva, quizá por falta de práctica y algo de timidez
inicial también. Como persona precavida que es y a la que no le gusta llegar
tarde a clase, y menos si es el primer día, él
se presentó en la academia quince minutos antes de la hora, para evitar sustos
con el metro y, además para saber qué clase le había tocado. Una vez ubicado y
realizada una primera inspección de toda la academia se sentó en la zona de
cafetería a esperar a que llegara la hora. A medida que se acercaban las seis
de la tarde, hora de comienzo de la clase, se iba poniendo más nervioso y más
esfuerzos tenía que hacer para controlar esos nervios. Hasta que llegó el
profesor. Un hombre, joven, alto, muy francés en definitiva. Una vez que él vio
que el profesor iba a ser un hombre, parte de sus nervios se calmaron, y no es
que tuviera nada contra las profesoras, todo lo contrario teniendo en cuenta
que en la universidad todos son hombres, nada de eso, él prefería un hombre
porque se sentía algo menos tímido y seguro de sí mismo. En el fondo, le
hubiera dado igual si hubiera sido una mujer quien le hubiera dado clase.
Una vez todos los
que estaban esperando al profesor se hubieron sentado en el aula, que, por
cierto, parecía una pecera ya que tenía un enorme ventanal que daba a los
pasillos de la academia y a través del cual todo el mundo podía verles a todos.
Como digo, una vez estuvieron todos sentados y el profesor iba a comenzar a
presentarse, llegó ella. Ella, con sus botas, sus vaqueros
ajustados y una blusa. Ella con esa
piel morena, y ese pelo castaño suelto, como a él le gustaba en las chicas. Ella,
sonriendo, como casi siempre llegaba a la academia. Desde el primer momento que
él la vio algo cambió en el aire que
respiraba, lo notaba más ligero, más fácil de respirar; algo cambió también en
su interior, nunca había sentido una atracción tan fuerte por una chica hasta
entonces, le habían atraído otras chicas que había conocido, sí, pero no tanto
como ella.
Durante el
descanso que el profesor propuso que hicieran para que las dos horas de clase
no se pasaran tan pesadas, todos salieron fuera de clase, a la puerta de la
calle. Este ritual se repetiría todos los días, y gracias a ello fue conociendo
y relacionándose con el resto de sus compañeros, hay que decir que la mayor
parte de ellos eran bastante más mayores que él, salvo tres de ellos. Entre los compañeros de su edad estaba ella, cosa que él ya se imaginaba, lo
que no pensaba es que fuera dos años más joven y que estudiaba biología. Los
otros compañeros de su edad, más o menos, eran un chaval que estudiaba
ingeniería industrial, dos años menor que él,
y una chica que acabada de empezar la universidad. Los descansos de mitad de
clase, rápidamente se convirtieron en una oportunidad para ir cogiendo soltura
con sus compañeros y relacionarse con ella,
preguntándola por la carrera, y por otras nimiedades, simplemente para poder
oír su voz y que ella le mirara, para
poder sumergirse en esos grandes ojos castaños, esos ojos que le enamoraron
rápidamente.
Poco a poco, los
días iban pasando y las semanas se sucedían a una gran velocidad, debido a que él solo quería que llegaran los lunes y
los miércoles para ir a la academia y poder verla; para que ella le sonriera, para que bromeara con él, para sentarse al lado suyo y poder
lanzarla secretas y furtivas miradas. Las clases en la academia eran
divertidas, el grupo de gente en el que el azar le había puesto, aunque de muy
diversas edades y profesiones o estudios, le resultaba cómodo, le gustaba.
Gracias a este grupo de personas él
cada día se sentía mejor, se olvidaba de sus problemas, las semanas se pasaban
más rápidamente. Él sabía que esto no
solo se debía al grupo de clase, no, había una razón mucho más fuerte para que
su humor hubiera cambiado tanto y se sintiera tan bien: ella. Los días que ella
no iba a clase se pasaban más lentos y eran menos divertidos que los días que
ella sí iba. Lo que él más deseaba de
las clases de francés era poder verla sonreír, contemplar su sonrisa, sus ojos,
su cuerpo. Ese cuerpo perfecto, cuerpo que él
deseaba tanto como un preso desea la libertad. Sin embargo, en el fondo, él sabía que su timidez le iba a impedir
conseguir ese cuerpo; la timidez y el miedo a mostrar sus sentimientos y ser
rechazado, el miedo a ir más allá y pedirla quedar un día después de clase para
tomar algo por la Gran Vía.
Sería mentira
decir, que lo único que a él le
atraía de ella era su cuerpo. No. Iba
mucho más allá que una simple atracción física. Cada vez que la iba conociendo
un poco más él se daba cuenta que ella había sido muy diferente a él, y que sus
gustos no coincidían en muchas cosas con los suyos; pero eso también le atraía
de ella porque él había llegado a la conclusión que sus propios gustos no eran
normales y eran esos gustos, que él mismo consideraba raros, los que habían hecho
que estuviera solo y que no tuviera mucha confianza en sigo mismo. En muchos
sentidos y aspectos ella era muy
diferente a él: era mucho más
habladora, menos tímida, más divertida, más activa y sobre todo le gustaba más
salir que a él. Todas estas diferencias
la convertían en una chica muy atractiva para él; la convertían en una chica
que le podía llegar a cambiar y hacerle más “normal”. Sin embargo hubo un hecho
que hizo que todo cambiara.
Continuará….
Caronte.
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