La tarde estaba
fría, como corresponde a un 22 de febrero, pero no tanto como para que
caminando a buen ritmo la bufanda terminara sobrando. El Paseo de Recoletos,
uno de los bulevares más bonitos que tiene Madrid, estaba como siempre lleno de
paseantes que intentan despejar sus mentes dándose una vuelta acompañados, o
como en mi caso solos. El gran bulevar asimétrico que es este Paseo me condujo
desde la boca de metro de Banco de España hasta la verja de uno de los
edificios más imponentes que hay en Madrid, como es la Biblioteca Nacional.
Santuario de la cultura, de la palabra, del conocimiento, durante más de
trescientos años. Este edificio siempre ha ejercido una especial atracción conmigo,
no sabría describir el porqué pero cada vez que paso por delante de su fachada
mis pasos se ralentizan como influidos por un campo magnético que hace que mi
alma quisiera traspasar sus muros y zambullirse en el mar de cultura que hay en
su interior.
La Biblioteca
Nacional de España, desde que fuera fundada en 1711 por el rey Felipe V (el
primer Borbón), ha sido un gran faro para la cultura y el saber en este país.
Desde hace ya más de trescientos años ha ido atesorando y guardando tras sus
muros cantidades ingentes de material bibliográfico y cultural. A día de hoy la
Biblioteca Nacional se sigue quedando en depósito con un ejemplar de todas y
cada una de las obras que se publican en España. Pero a pesar de que se nombre
pueda llevarnos a pensar que sólo se guardan libros, como en cualquier otra
biblioteca que podamos conocer, esto no es del todo cierto. Si es cierto que el
mayor tesoro de la BN es su enorme colección de libros de todos los siglos,
desde incunables a las primeras ediciones de “Manolito Gafotas”, pasando por
ediciones exclusivas de las grandes obras de la literatura española y
universal. Sin embargo, el tesoro de la BN no se basa exclusivamente en los
libros, aquí también se guardan mapas, documentos sonoros, grabados,
fotografías, publicaciones periódicas (revistas y periódicos), estampas,
carteles y vídeos en todos los formatos antiguos y modernos.
La sede actual de
esta centenaria institución es un impresionante edificio neoclásico de finales
del siglo XIX, de la época de la reina Isabel II. A pesar de las enormes
dimensiones del edificio, la Biblioteca Nacional ocupa dos tercios del mismo,
quedando el tercio restante como sede del Museo Arqueológico Nacional
(actualmente en obras). La parte ocupada por la BN da al Paseo de Recoletos.
Una de las razones por las que siempre me he sentido atraído por este edificio
y su contenido ha sido su magnífica fachada y su regia escalinata salpicada por
dos estatuas de grandes pensadores de este país como Alfonso X el Sabio y San
Isidoro. Ambos parecen querer guardar los tesoros de la biblioteca y con su
rostro enfadado y de pocos amigos advierten a los visitantes que ese no es un
lugar de broma, que la cultura y el saber son dos pilares fundamentales en la
vida de todo ser humano y que hay que cuidarlos como oro en paño. Tanto San
Isidoro como Alfonso X el Sabio se enfrentan en una estática batalla con Cristóbal
Colón que les mira desde lo alto de su columna en el centro de la plaza que
lleva su nombre.
Como buen edificio
neoclásico que es, la BN este quiere asemejarse a un templo griego y esto es lo
que parece en su cuerpo central justo encima de las tres puertas de entrada que
hay al final de la escalinata: un magnifico templo griego, sede de la
sabiduría. Estoy seguro que mucha gente pasa por delante de la verja que rodea
este majestuoso edificio sin sentir nada por ello, ignorando todo lo que guarda
y que solo unos pocos afortunados pueden contemplar y admirar. Esta es otra de
las razones por las que este edificio me atrae tanto, por todo lo que guarda y
que el común de los mortales nunca podremos ni tocar ni ver, a menos que se
haga alguna exposición de los tesoros de la BN. Envidio sobremanera a aquellos
que tienen el enorme privilegio de poder sostener en sus propias manos
cualquiera de los incunables que guarda la biblioteca, o alguno de los grabados
de Goya, o alguno de los dos códices de Leonardo da Vinci que se encontraron en
1964 entre los fondos de la misma.
Supongo que esta atracción
tan tonta que siento por este bello edificio y lo que éste significa es difícil
de comprender, también es para mí difícil de explicar. Como he dicho, siempre
que paso por delante de la BN reduzco mi paso para poder sentir como San
Isidoro o el Rey Sabio parecen llamarme y animarme a entrar y descubrir todos
los tesoros que este cofre guarda. Espero que la BN sigua siendo un gran foco
cultural en un Madrid que poco a poco se está convirtiendo en una ciudad
apática y sin alma; una ciudad que va perdiendo todo aquello que un día la
llevó a ser un referente cultural donde podían convivir en un mismo espacio la
cultura punk con Valle-Inclán, el heavy metal con Goya o Velázquez, lo clásico
con lo moderno, sin que se molestaran entre sí y compartiendo unos con otros su
visión de la cultura, enriqueciéndose mutuamente. Sin embargo cada vez Madrid
se va muriendo un poquito más, y lugares como la BN van entrando en una especie
de sueño en piedra del que será muy difícil despertarles sin terminan
sucumbiendo a los designios del olvido.
No permitamos que
estas grandes sedes del saber y de la cultura se conviertan en sarcófagos de
piedra, bonitos y lustrosos por fuera para que los turistas puedan hacer fotos,
pero muertos por dentro, convertidos en salas mortuorias llenas de polvo, donde
el eco de los pasos solitarios se propague de sala en sala hasta que el
silencio se lo coma. Yo quiero una ciudad de Madrid con edificios vivos, y no
mausoleos donde languidecen los ancianos recordando viejos tiempos y contando
historias a un auditorio vacío. La Biblioteca Nacional es, como otros muchos
grandes edificios de Madrid, un lujo y como tal deberíamos de ser capaces entre
todos de cuidarla y darla vida para que no caiga en la oscuridad de los
edificios olvidados.
Caronte.
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