miércoles, 1 de abril de 2015

¿Quiénes somos?

Una de las preguntas que los seres humanos nos hemos hecho a lo largo de toda nuestra existencia, desde que el primer homínido empezó a razonar y a intentar buscar respuestas al mundo y a los fenómenos que le rodeaban, y que por norma general siempre quedaba sin respuesta, no por no haber indagado lo suficiente en busca de la solución a la misma sino por no haberla encontrado después de toda una vida vivida alrededor de esa cuestión, es la de ¿quiénes somos? Puede resultar sencillo encontrar la solución a esta pregunta compuesta por un enunciado aparentemente simple, sólo está formada por dos palabras (al menos en español). Pero lo que entraña la pregunta pocas veces ha silo iluminado por la sabiduría individual de cada persona que alguna vez se la haya planteado y haya decido encontrar la respuesta a la misma.

El ser humano desde sus primeros inicios: desde que dejó de preocuparse simplemente por sobrevivir en el mundo, por buscar alimento para su sustento diario y el de su familia, o por satisfacer sus necesidades más básicas, irracionales y primarias, se ha hecho siempre esta pregunta. Según las épocas en las que la humanidad se encontrara, el hombre ha estado más cerca de encontrar una respuesta, pero casi nunca se ha llegado a alcanzar la respuesta total y verdadera a dicha cuestión. No quiero atreverme a decir que nadie haya encontrado la respuesta a esta pregunta, porque muy probablemente sí que haya habido seres humanos, hombres y mujeres, a lo largo de los siglos y los milenios que consiguieran encontrar una respuesta a ese misterio ancestral al menos a nivel personal.

La filosofía desde su nacimiento también ha intentado siempre buscar una respuesta general para cada época a esa pregunta. Pero por muy intensos que hayan sido los esfuerzos, por muchos que hayan sido los filósofos de cada corriente y rama de la propia filosofía a lo largo de los siglos, desde que naciera en la Grecia clásica, no en ese intento de vieja gloria en que se ha convertido la Grecia actual oprimida y sometida al yugo esclavizador del capitalismo más voraz y hambriento de dinero obtenido de cualquier manera y sin mirar qué consecuencias tienen los métodos que se emplean para conseguir ese enriquecimiento que tanto anhelan los defensores a ultranza de ese sistema que se ha visto fallido al menos en su concepción actual, no se ha logrado nunca obtener una respuesta precisa a la gran pregunta que nos lleva golpeando es espíritu siglos.

Sin embargo hace ya mucho tiempo que el hombre no busca esa respuesta, porque ni siquiera se hace la pregunta. Se ha simplificado la cuestión. Y todo porque se ha desprestigiado a la filosofía. Se ha dejado de lado una ciencia, una materia, que yo al menos juzgo fundamental para el correcto desarrollo de los seres humanos, de su personalidad, su humanidad, su ética y su moral. Ya no se piensa igual, ya no nos importa saber quiénes somos. El hombre moderno decidió no pensar y casi siempre a la pregunta de “¿quién soy?” se responde con un nombre y unos apellidos. Con eso le basta. También es posible que haya gente que añada una profesión, o un cargo, o incluso lo que gana, el coche que tiene o dónde vive. Pero ninguna de estas respuestas sirve. Son meros placebos que el ser humano inventó y consideró suficientes para no comerse la cabeza; son excusas, muchas de ellas materialistas, que por desgracia nos creemos. Las decimos automáticamente y nos las creemos, que es peor. Llevamos muchas décadas, siglos me atrevería a decir, con contadas excepciones muy raras eso sí, asumiendo que somos lo que hacemos, que somos nuestros nombres, nuestros coches, nuestras profesiones. ¿De verdad que nadie se pregunta nada más?

Ahora a la pregunta de ¿quién eres?, el interpelado responderá dando su primero nombre “Pues soy Fulanito de Tal y Cual”, al que acompañará muy probablemente su profesión, ya sea ingeniero, periodista, camarero, filósofo se atreverá a decir quien haya estudiado esa carrera sin saber que por tener colgado en una pared de una casa un papel firmado por un señor que se supone el Jefe del Estado y que asegura que ha estudiado tal carrera no le convierte en lo que esa carrera supone, o quizá médico o piloto de avión. Muy probablemente a la pregunta también se responda con la edad, con el estado civil (uno de los múltiples que ahora pueden darse y que en el fondo no son más que dos, o con alguien o solo), con el lugar donde esté viviendo el preguntado, quizá también el lugar en que nació si no coincide con el anterior. Los más presuntuosos, que también son los más necios, también añadirán datos mucho más irrelevantes y todavía más lejanos a la respuesta verdadera a la pregunta. ¿Pero es esta la respuesta a la pregunta? Mi opinión es clara: no. Por supuesto que no es esta la respuesta. Esta respuesta de Fulanito es válida para el “¿cómo te llamas?”, el “¿en qué trabajas?”, o el “¿de dónde eres?”, pero poco más. Estas respuestas vagas, vacías de contenido y superficiales nada tienen que ver con quiénes somos de verdad.

Es probable que hacerme yo esta pregunta no me lleve más que a comerme la cabeza y a obsesionarme con encontrar una respuesta correcta a la pregunta de ¿quién soy?, pero es que es una respuesta que necesito, no ya ahora mismo, cuando se supone que estoy en proceso todavía de generar un ser un “yo mismo” que todavía no es más que un proyecto, pero sí en mi vida. No soy una persona que se conforme con el día de mañana decir que soy ingeniero de caminos, porque en el fondo eso sólo lo dirá, como he dicho antes, un papel timbrado con la firma del Rey, el Rector de mi Universidad y el Director de mi Escuela, en el que pondrá que soy titulado en Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos, y nada más. Con eso no me bastará poder decir que soy alguien, o para poder decir quién soy. Es más no quiero que me baste con eso. No quiero ser Menganito de Tal, Ingeniero de...No soy eso, ni quiero serlo, no ya porque no me guste, o no quiera formar parte de un mundo que estoy viendo está totalmente corrompido por dentro y que es casi una secta en la que lo que pasa dentro se queda dentro sin posibilidad de intentar cambiar nada porque no eres de los elegidos (es decir, traduciendo, no llevas un apellido noble). No es eso. No quiero responder a la pregunta de quién soy con mi profesión por muy bueno que haya sido en ella o por muchos hitos que haya levantado, o muchas barreras que haya tirado por tierra.

Pero en el fondo siempre, en todas las edades se puede uno preguntar quién es, y en cada una de nuestras épocas vitales deberíamos ser capaces de dar una respuesta, si no para el presente, al menos para el pasado. Hay a quien no le importará esta pregunta, que ni se la habrá hecho siquiera y que si alguno se la hace la ignore con desdén y mirando con extrañeza a la persona que la haya formulado. Yo si me he hecho la pregunta a mí mismo, no ya del quién seré, ya que a esa pregunta nadie puede tener respuestas en el presente, sino la de quién soy, y sobre todo la de quién he sido. Puede resultar absurdo que con la edad que tengo, que apenas soy un joven inexperto en la vida, comparado con mis padres y sobre todo con mis abuelos que van camino de los 82 años, me haga estas preguntas cuando quizá lo más normal es que me preguntara qué voy a hacer una vez acabe la universidad, o qué planes tengo para el fin de semana, o qué quiero hacer este verano próximo, o a dónde podría invitar a mi novia a cenar por mi cumpleaños (esta última pregunta es un suponer totalmente absurdo ya que no tengo novia, una mera generalidad), y demás preguntar más adecuadas, y también más inocuas – salvo quizá la primera –, para la edad que tengo. Pero creo que es un error dejar para más tarde la pregunta de quién soy, porque en la sociedad actual, al ritmo que va la vida, no creo que tengamos tiempo de hacernos esa pregunta e intentar buscar una respuesta que nos tranquilice y nos haga sentirnos realizados con la vida que hemos llevado y con lo que hemos conseguido ser.

Como he dicho yo sí me he hecho las preguntar de quién he sido y quién soy. Y el resultado ha sido desgarrador. No he encontrado respuesta. No sé quién soy a día de hoy, y lo peor es que no sé muy bien quién he sido. A veces me pregunto si yo soy el estudiante de caminos que el día de mañana se supone que será todo un señor ingeniero de caminos, que podrá proyectar un puente, una carretera, una línea de alta velocidad de ferrocarril, o gestionar el servicio de transportes de una ciudad, o ser gerente de tráfico en alguna comunidad autónoma. No sé si soy eso, o simplemente soy alguien que está perdido en un mar de dudas inmenso en el que nade en la dirección que nade parece que no avanza, más bien todo lo contrario, que me sigo alejando de aquello que realmente podría llegar a ser y que quizá nunca seré porque a día de hoy no lo soy, o simplemente porque no le he sido nunca.

Tampoco sé ya si he sido ese estudiante modelo en el colegio y en el instituto al que todos los profesores querías, admiraban y animaban a seguir así, porque así llegaría a ser todo aquello que me propusiera, o al menos eso es lo que me decían. Quiero pensar que aquellas palabras que pronunciaban venían desde el corazón, con sinceridad y honestidad, e iban encaminadas a animarme y a darme fuerza para la carrera de fondo que se supone iba a escoger al entrar en la universidad, en un carrera de seis años. Quiero pensar que aquello que me decían tanto a mí como a mis padres en todas las reuniones de padres que había en el colegio y el instituto y a las que iban siempre o mi madre o mi padre, de que podía llegar a ser aquello que quisiera todavía se puede cumplir. Pero la cuestión es que si eso de “todo lo que quisiera ser” incluía también lo de ser feliz, porque tengo mis dudas. Me inclino a pensar que en esas frases de ánimo y apoyo a seguir por el camino del buen estudiante, de sacar buenas notas y del portarse bien en clase en todas las circunstancias, sólo iba impreso el hecho de conseguir un papel firmado por el Rey en el que pusiera que soy tal cosa, y que eso conllevaría mi felicidad. Sin embargo ahora estoy más que seguro que cuando obtenga ese papel, que una vez acabe por fin mi carrera de seis años, una vez abandone la Escuela donde he vivido casi recluido – de manera metafórica – durante seis años de mi vida preocupándome más de lo debido y necesario por ella, creo que no seré nada de lo que ponga en ese papel. Y tampoco seré aquello que quiero ser. En unos meses esas palabras de mis profesores del colegio y el instituto habrán fallado sus cálculos y deseos, todas sus buenas intenciones se habrán esfumado.

Pero si no he sido ese buen estudiante que tenía todo lo mejor por delante, un futuro lleno de éxitos y logros personales que me hubieran podido llevar a ser lo que quisiera, ¿quién he sido? Quizá fui en su día ese joven que se planteaba entrar en la universidad con ilusión, la ilusión que da empezar algo nuevo, salir de tu barrio de toda la vida en el que llevas dieciocho años para ver mundo, aunque no se salga de Madrid. Ese joven que tan claras tenía las cosas, que quería ser ingeniero de caminos, canales y puertos, una profesión de nombre rimbombante que se tardaba más en pronunciar que en entender. Ese joven que a pesar de que sabía que tenía también buena madera para las letras, y al que no le hubiera importado meterse a estudiar Periodismo, Historia, Derecho o Filología, terminó por decidirse por la única carrera de números, o tecnológica que le llamaba la atención. Quizá fui ese joven ilusionado y con ganas de ser un buen ingeniero para ganar bastante dinero y poder vivir en el futuro algo más desahogado de lo que lo hacían sus padres. Pero cada vez que lo pienso, y me acuerdo de aquellos años en los que tan claras tenía las cosas, más claro veo que tampoco fui nunca ese joven, más adolescente que otra cosa.

Sí es posible que fuera ese chaval que queriendo no defraudar a sus padres siempre quiso sacar buenas notas y que así éstos pudieran presumir de hijo. Pero ahora también sé que aquello tampoco hizo que fuera nadie, que nadie sea ahora y muy probablemente que en el futuro nadie sea. ¿Importan algo las notas que se saquen en matemáticas en el colegio, o las matrículas de honor en filosofía y lengua del instituto? ¿De qué me sirve haber sido ese estudiante al que sus profesores de historia, filosofía y lengua le decían que redactaba como ningún otro, y que podría hacer buena carrera de juez por ejemplo? De nada, porque se supone que ahora voy a ser ingeniero de caminos, qué proeza de la naturaleza. No quiero quitar mérito a lo que se supone que a día de hoy he logrado, ni a lo que se supone que soy. Hay que tener en cuenta que me estoy sacando la carrera al día, cuando se suponía que la mía es una carrera de un desgaste muy gordo y que un porcentaje muy pequeño de los que la comienzan logran sacarla en seis años. Luego por esto entonces la respuesta a la pregunta “¿quién soy?” la podría responder mecánicamente con esto que acabo de escribir. Podría quedarme ahí y decir bueno, en el fondo soy, o voy a ser dentro de nada, quien quise ser cuando me metí en mi Escuela en septiembre de 2009.

No. Nada de esto es así. Cómo he dicho no tengo claro quién he sido. Y no sé decir quién soy ahora. Es posible que sea ese joven que estando a punto de terminar la carrera se plantee el futuro con optimismo viendo que la situación económica mundial se endereza, y que en España parece que se vuelve a despertar del largo letargo impuesto por la crisis, mirando posible salidas profesionales en los diferentes sectores en los que se supone que el papel que firmará el Rey me permitirá trabajar. Pero no soy ese. Puede que sea, y aún no lo sepa, alguien que debería dedicarse a escribir en serio y dejar de publicar en un blog que apenas leen un puñado de personas, la mayoría amigos y probablemente casi como obligación, y que no va a ninguna parte. Quién puede saber si por no saber si soy esa persona me estoy condenando a no serla, o a no intentar serla. Pero es que la incertidumbre, el miedo, la cobardía, el vértigo hacia aquello que no se tiene claro y que no se asienta sobre firmes fundamentos son muy grandes. Voy a conseguir ser Ingeniero de Caminos porque en el fondo se me daban bien las matemáticas, porque siempre se me ha dado bien estudiar, porque con poco esfuerzo siempre he conseguido obtener resultados al menos mediocres, pero suficientes para obtener un papel timbrado con las firmas ilegibles de una serie de caballeros que dan fe de que tengo tal o cual capacitación. Quizá nunca seré ese escritor en serio por aquello que no soy ahora y por lo que no fui. Pero eso sólo lo sabe el tiempo y quizá ni tan siquiera él que en el fondo no existe salvo cuando ya está muerto.

Hubo un tiempo también en el que parecía creer saber quién podría llegar a ser. Hubo un tiempo en el que el joven que se supone un día fui quería con todas sus fuerzas ser diplomático, servir a su país fuera de sus fronteras, defenderlo y cuidar y prestar ayuda y consejo a todos los españoles que por múltiples razones tuvieron que marcharse fuera del país que les vio nacer. Puede que todavía haya algo de ese joven que quería ser embajador dentro de lo que ahora soy, si es que soy algo, pero poco a poco noto que tampoco seré esa persona. No todo lo que estoy diciendo lo hago con melancolía, triste o deprimido por no saber quién soy ni quién seré. Lo más probable es que no tenga que ser diplomático, ni ingeniero, ni escritor, ni nada por el estilo. Puede que aquello que un día seré no lo sepa aún, y puede también que nunca llegue a encontrar la respuesta a la pregunta sobre ¿quién soy?, no porque no exista la respuesta, sino por ser yo mismo incapaz de dar con ella. Muchas veces las respuestas y soluciones a las preguntas, a los dilemas y a los problemas que consideramos cruciales, trascendentales o muy graves están delante de nosotros y no las vemos, o son lo más simple que podamos imaginar y por esa misma razón terminemos por descartarlas.

Pero tampoco creo que intentar descubrir ya quién soy, o quién seré, valga de mucho. Cambiaría todo lo que logre en mi vida por saber quien he sido el día de mi muerte. Muchos pasarán por el mundo sin saber quiénes son. Pero lo peor no es eso, sino que no les importará haber vivido sin saberlo. No es una pregunta fácil de responder, ni tan siquiera inmediata. Toda una vida suelen invertir aquellas personas que realmente terminan por saber quiénes son y quiénes han sido siempre. Hay también por el contrario necios y pobres de espíritu que dicen saber quiénes son sin albergar ninguna duda al respecta, y riéndose de aquellas personas que no lo saben o que se repitan constantemente la pregunta. Pero realmente estas personas no lo saben, ni nunca lo van a poder saber porque les falta la capacidad suficiente para darse cuenta de que el mundo el mucho más complejo de lo que parece. Bueno realmente el mundo en su conjunto es lo más sencillo que existe en cuanto a que es un planeta y por tanto se rige por las leyes de la naturaleza. Pero el mundo en la individualidad de sus miles de millones de habitantes es lo más complejo que se puede llegar a imaginar. Quien lo simplifique en este sentido se equivoca.

También podría yo simplificar todo y decir que soy un joven que está a las puertas de su cumpleaños, que una tarde de abril se ha puesto a escribir una reflexión de las muchas que se pasan por la cabeza cuando está sólo en su casa sin la posibilidad de hacer nada, porque lo que le apetecería hacer no puede hacerlo ya que sería con su pareja que no tiene. Soy un escritor aficionado que si bien puede hacer alguna vez algo decente en el blog, la mayor parte del tiempo escribe tonterías sin sentido que a nadie le importan y que serán pasto del mayor agente destructor de la tierra como es el olvido. Soy ese estudiante de Ingeniería de Caminos que no quiere serlo y que no sabe qué hará una vez acabe la universidad y se libere de esa losa que se llama rutina diaria de estudiante. Soy ese joven que un día se planteó no entrar en su Escuela y que podría entonces haber sido otro. Soy ese joven que piensa que su mundo no está donde su título supuestamente le encaminará, sino más bien dando clase, aunque no de matemáticas o física que no le llenas, sino más bien de historia. Soy ese joven que vive en un barrio de las afueras de Madrid y que ve como el día acaba mientras termina estas líneas viendo por su ventana pasar a otros jóvenes como él, vecinos suyos que pueden o no saber quiénes son pero que probablemente no les importe todavía mucho descubrirlo.

Caronte.

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