miércoles, 16 de abril de 2014

Valencia: viaje a los infiernos (Parte III)

No sabía cuánto llevaba en la habitación del hostal. El tiempo ya no tenía importancia para él, simplemente quería que pasara lo más rápidamente posible. No sabía ni siquiera qué hora era. Lo único que sabía es que no podía dormir. A pesar de que estaba cansado, era incapaz de conciliar el sueño, sólo sabía pensar en lo que había pasado aquella noche, en lo que había sentido y en cómo se sentía en aquel momento. Sólo era capaz de darle vueltas en la cabeza a una pregunta: por qué tenía que ser él así. Resignado como estaba a que amaneciera sabiendo que sus compañeros de habitación probablemente sólo llegarían a primera hora de la mañana cuando la noche se estuviera acabando. Sin embargo, para su sorpresa y a pesar de que todos estaban dispuestos a irse de fiesta a una discoteca después de botellón, resulta que aparecieron por la puerta de la habitación. Como no sabía qué hora era, no pudo averiguar cuánto tiempo había pasado desde que él se fuera del botellón. Intentó hacerse el dormido para que sus compañeros y amigos le dejaran en paz, pero decidió hacerse el despertado e interesarse por la razón que les había llevado a abandonar sus ganas de fiesta para volver a su habitación. Sentía curiosidad por saber por qué se habían rajado. De los amigos con los que compartía habitación sólo volvieron dos, el del gas del baño y al que consideraba su mejor amigo, la vuelta de este último se sorprendió mucho ya que parecía que era el que más ganas tenía de fiesta y de tontear con chicas, vamos era el más sobrado. Como ya se había despertado sus amigos decidieron llamar al otro grupo de compañeros, con los que a posteriori más tiempo pasaría y más relación tendría, para que se reunieran todos juntos en su habitación y estar un rato hablando.

Cada uno se acomodó en la cama que pudo, y asía estuvieron un tiempo indeterminado. La verdad es que aquello no lo había planeado, para él fue toda una sorpresa, algo completamente inesperado. Después de haber pasado los peores momentos de su vida en aquella habitación, solo, ahora únicamente unas horas después de eso, estaba aquella misma habitación con compañeros y amigos hablando un rato. Hay que decir que no todo el mundo estaba hablando, el amigo con quien compartía litera fue echarse en la misma, caer dormido, sin ni siquiera quitarse la ropa, y empezar a proferir tales ronquidos que en más de una ocasión mientras el resto estaba en la habitación tuvieron que chistarse para calmar a la fiera. Nadie le preguntó cómo es que se había vuelto tan pronto al hotel y además solo, tampoco él les hubiera contestado contándoles toda la verdad, en el fondo la única persona que le hubiera hecho ilusión que le preguntara no lo iba a hacer, no sólo aquella noche o en lo que restaba de viaje, sino en su vida. Cosas que tiene la amistad, que cuando uno la considera verdadera y quiere a un amigo, si éste no tiene ni idea de lo que es la verdadera amistad, el que sufre es el que sí lo sabe.

Con el paso del tiempo, sus compañeros y amigos se iban quedando dormidos. Los que no eran de su habitación se fueron marchando. Sólo se quedaron un rato más, y ya con las luces apagadas, el amigo a quien él más quería y otra compañera. Estuvieron un rato hablando entre ellos, a él casi que le ignoraron sobre todo su amigo, ella sí le preguntaba algo de vez en cuando, aunque si no hubiera sido así se hubiera terminado durmiendo porque por fin el sueño le estaba venciendo. Estuvieron bastante rato, al principio hablando bastante, luego a medida que el sueño también les iba venciendo a ellos las palabras eran cada vez menos y más distanciadas entre ellas. Al final, la compañera decidió irse a su habitación con sus amigos, que ya hacía bastante que se habían ido, dejando al otro solo. Él no estaba del todo dormido, estaba en una especie de duermevela en la que el tiempo no contaba para nada, y no se daba cuenta de que el tiempo pasaba y la noche seguía inalterada su transcurso y cada vez se acercaba pronto a su fin. De lo que sí se dio cuenta fue de cuando llegaron sus otros dos amigos y compañeros de habitación. Ya empezaba a haber algo de luz matinal, o eso pensaba él, bien podría ser simplemente el resplandor de la luz de los baños que entraba por la pequeña ventana de la habitación. Como no llevaban llave de la habitación y los que estaban dentro estaban dormidos, tuvieron que arreglárselas para saltar por la ventana intentando no hacer demasiado ruido. Sus intentos fueron en vano, porque algo perjudicados sí que iban, y saltar por la ventana y entrar en una habitación que está a oscuras no debe ser tarea fácil, y como además la ventana se encontraba a los pies de su cama, pues terminaron por medio despertarle (digo medio porque no se había terminado de dormir del todo). Estos dos últimos amigos que llegaron se echaron en sus respectivas literas y cayeron redondos, ni cinco minutos tardaron en dormirse. Él ya no dormiría en lo que quedaba de noche.

Los pensamientos se sucedían uno detrás de otros, como las cofradías sevillanas posesionan por delante de la Catedral en Semana Santa. Pensamientos todos ellos malos, mediocres, algunos de ellos incluso algo confusos. Pensamientos que le hacían replantearse muchas cosas, su vida, su forma de ser, su relación con las personas, su amistad con las personas que estaban en aquella misma habitación durmiendo (y soltando ronquidos más propios de animales salvajes que de jóvenes de 20 años). Entre ronquidos y ruidos por los pasillos del hostal, se planteó su relación con quien hasta ese momento había considerado su mejor amigo y que en aquel viaje había demostrado, no sólo muy poca amistad hacia él sino también poco compañerismo por ni siquiera haberle preguntado en ningún momento cómo estaba. Se planteó también en aquel momento que todo lo que aquella noche, que seguro no iba a poder olvidar en mucho tiempo y que a la larga le condicionaría muchas cosas, había sentido y pasado no era más que culpa suya, de su forma de ser y de su incapacidad para divertirse entre gente de su edad haciendo lo que se supone normal para la misma. Las horas siguieron pasando, y la luz del amanecer iba venciendo poco a poco a la oscuridad de la noche donde él estaba tan incómodo y el resto de los que en ese momento dormían en el hostal tan a gusto. Cuando llegó el alba, ya estaba más que aburrido de estar en la cama. No había dormido más que una o dos horas, si es que llegaba. Total qué más daba, lo importante es que la noche ya había pasado, ya era el día de volver a Madrid e intentar olvidar aquello.

Ya se volvía a escuchar voces y ruidos en el hostal. La vida despertaba tras la noche. Cuando sus propios compañeros de habitación empezaron también a hacer los ruidos típicos que preludian el despertar, él se incorporó, y se sentó en el borde de su cama. Cuando el primero de ellos despertó del todo, le preguntó que qué tal la noche, si había descansado. Poco a poco el resto fue haciendo lo mismo, todos se fueron despertando. No eran más que las ocho de la mañana. Se vistió, se fue al baño a asearse y al volver a la habitación preguntó que quién iba a ir a desayunar. Hizo la maleta metiendo todas sus cosas en la misma y dejándola preparada para, tras haber desayunado, cogerla y salir para ir al punto de encuentro del autocar. Se bajó con uno de sus amigos, el que había dormido en la litera de arriba suya, y en primer lugar fueron a buscar un quiosco para comprar el periódico. Tras haberlo comprado se dirigieron a una cafetería que había justo debajo del hostal, donde decidieron desayunar. Dio la casualidad que en esa misma cafetería estaban los profesores que les habían acompañado en aquel viaje. Junto a su amigo y compañero de litera, también bajó el que consideraba era su mejor amigo, desayunaron los tres juntos. Apenas hablaban. Supuso que la resaca que pudieran tener, si es que tenían alguna, causaba dichos silencios. Desayunaron lo más deprisa que pudieron porque iban con la hora un poco pegada al culo, ya que tuvieron que esperar un rato más largo de la cuenta a su mejor amigo, que llevaba otro ritmo diferente. Como siempre vamos.

Una vez desayunaron, subieron a por las maletas y bajaron a recepción donde ya les estaban esperando los profesores que fichaban la salida con la gente del hostal. Les dijeron que fueran hacia la plaza donde les dejó el autocar el día anterior. Hacia allí se dirigieron. Estuvieron bastante rato esperando delante del Palacio de Justicia, todavía no estaba todos los compañeros. Él pensó que siempre tiene que haber gente sin educación alguna que se tiene que hacer sentir en cualquier situación y que no respetan ni a nada ni a nadie. Le dio asco ese tipo de gente con la que tenía que convivir y que eran sus compañeros de carrera. Se resignó.

Una vez estuvieron todos llegaron los autocares. Iban ya con algo de retraso, no sólo el mental de algunos, sino también con respecto al horario previsto. Desde Valencia debían dirigirse al Embalse de Tous, trágicamente famoso por haberse desbordado hacía ya unos años, causando decenas de muertos y un reguero de destrucción. En el autocar volvían a ir colocado en los mismos sitios que a la ida, su compañero de asiento era otra vez su mejor amigo, o eso pensaba él. Aunque en la práctica iba sentado con alguien, la verdad es que fue como si no hubiera nadie a su lado. Al que consideraba como su mejor amigo y quería como si fuera su hermano, le ignoró durante todo el viaje, no cruzaron prácticamente ninguna palabra, lo único ameno del viaje se lo proporcionaba la ventanilla, su amigos fue casi todo el tiempo girado hacia el pasillo, dándole la espalda y hablando con todo el que podía. Él se sentía como una mierda. La única persona que le preguntó algo durante el viaje al embalse fue su amigo el boy scout, que volvía a sentarse detrás de él. Al menos ése si era un amigo.

Llegaron con retraso al embalse, pero no tanto como el que se esperaba, los conductores cumplieron bien con su trabajo, él pensó que eran los únicos que hacían bien las cosas. Los seres que bajaron de las autocares no eran estudiantes, ni siquiera seres humanos, eran puros zombies, todos ellos con gafas de sol, no por el sol sino porque como los vampiros, detestaban la luz, consecuencias de una noche loca de fiesta, alcohol, poco sueño y vete tú a saber qué más cosas. Las gafas ocultaban los caretos de borrachos que algunos y algunas todavía tenían de la noche. Como buenos jóvenes que eran eso les daba igual, se lo habían pasado bien, eso que se habían llevado pa’l cuerpo. Como una manada de elefantes ancianos, mover a aquel grupo de zombies costaba muchísimo esfuerzo, y más para ver una presa que a algunos les importaba lo mismo que la reproducción de la mosca azul del Amazonas. Pero era lo que tocaba. Él era de los pocos que no estaban tan perjudicados y seguro que fue de los pocos que se enteraron de alguna explicación. La presa le pareció impresionante, sus galerías, sus taludes aguas abajo, su galería de turbinas y bombas, su canal de desagüe. Todo. Los zombies seguían a su ritmo.

Una vez visto el embalse de Tous, ya habían cumplido con la misión de aquel viaje, ya no tenían más destinos que Madrid. Aunque antes de llegar a la capital, y empezar las vacaciones de Semana Santa, tenían que parar aún a comer. El destino elegido para llenar los buches era La Gineta, un pequeño pueblo de la provincia de Albacete, que uno de los profesores que iban con ellos en aquel viaje ya conocía y decía que se comía bastante bien, y de comer aquel profesor debía de saber ya que tenía buena barriga, se le veía bien sano y regordete. Todavía tardarían unas dos horas en llegar a La Gineta. Por el camino fueron dejando ya a algunos compañeros que les venía mejor quedarse por algún pueblo, donde les recogerían sus familiares, que llegar a Madrid. Como iban con retraso debido a sus educados y considerados compañeros que por la mañana llegaron tarde a la cita acordada con los autocares, comieron cerca de las cuatro de la tarde. En los autocares se escuchaban las protestas de sus compañeros, como si de tambores de guerra se trataran, muchos de ellos no habían desayunado porque habían estado de parranda toda la noche y no les dio tiempo (pero ahora bien que se quejaban, ajo y agua chavales, pensó él). Casi se montó un motín a bordo del autocar. Pasaban pueblos y pueblos, y el autocar seguía sin parar. El hambre se estaba empezando a notar. Menos mal que por fin llegaron a La Gineta.

El restaurante era un buffet libre. No estaba mal de precio, aunque tampoco iban a ponerse exquisitos ahora con el hambre que llevaban. No todo el mundo decidió comer en el buffet, hubo algunas personas, entre ellas dos amigos suyos, que decidieron comerse simplemente un buen bocadillo de lo que fuera. Él si decidió comer dentro del restaurante de buffet. Se sentó en una mesa larga junto a sus amigos y otros compañeros y los profesores. Comió bastante bien, tenía hambre. A su lado se sentó su amigo, con quien había compartido litera, que fue el único que se comió una cabecita de cordero. Siempre había demostrado tener gustos algo extraños a la hora de comer, y si no extraños, sí que le gustaban cosas que al resto de los mortales no. Durante la comida apenas habló con mucha gente, el hambre abre los estómagos y las bocas pero no para decir nada sino para engullir. Con el único que habló algo fue con el de la cabeza de cordero, parecía que era el único que le importaba como amigo. Una vez acabaron de comer, salieron fuera del restaurante donde estaban sus otros dos amigos terminándose de comer el bocadillo. Uno de ellos, el boy scout, se quedaba en aquel pueblo donde le recogería su familia para irse de camino a Úbeda donde pasaría la Semana Santa y saldría en procesión en una hermandad. Se marchaba la única persona que había hablado con él durante el viaje en autocar, a pesar de que no iba sentado con él, pero su compañero de asiento, demostrando una gran amistad y generosidad hacia él, le había ignorado durante todo el camino, incluso dándole la espalda, y eso que en un autocar es difícil girarse.

Una vez de vuelta al autocar emprendieron su última etapa del viaje de regreso, la que les llevaría ya de vuelta a Madrid. Ya no tenían que parar para nada, salvo las paradas obligadas de los conductores. Como por muy acompañado que fuera en el asiento de al lado por quien en aquel momento él consideraba todavía su mejor amigos, se puso los cascos y empezó a escuchar música de su MP3. Pero no duró mucho porque se le agotó la batería en seguida. En ese momento, sin música y sin nadie que le hablara o quisiera hablar con él se echó en el asiento y casi sin querer terminó por quedarse dormido. Hacía muchos años que no se echaba la siesta, pero entre el cansancio, el aburrimiento y las ganas que tenía de desconectar de todo y de todos, terminó por dejarse llevar por el sueño. Lo último que recordaba antes de dormirse es que acabaña de entrar en la provincia de Cuenca, nada más despertarse entraron en la de Madrid. Ya estaba casi de vuelta en casa. Ese terreno ya lo conocía, muchas veces había recorrido la carretera de Valencia por esa zona ya que para llegar a su pueblo hay que ir por allí. Lo único que quería ya era llegar lo antes posible. El sol ya estaba muy bajo. Molestaba mucho a la vista. La luz dorada brillaba y rebotaba contra el asfalto dificultando la visión. Tuvo que ponerse gafas de sol ya que al ir en las primeras filas del autocar también a él le molestaba la luz. Antes de llegar a Madrid, pararon en una gasolinera para que el autocar también recibiera su alimento, en este caso en forma de gasolina. Estuvieron un buen rato repostando, el autocar tenía mucha sed. Tras acabar se volvieron a poner en camino.

Ya los dos autocares que iban en aquella expedición iban por libre. En el que él iba, por haber parado a repostar, se quedó el último. A él eso le daba igual, necesitaba ya llegar a casa, olvidarse de todo lo que ese viaje había representado, dejar de ver a todas las personas que le recordaban lo mierda que él era al verse tan diferente a ellas, tan raro como un monstruo. Necesitaba volver a su mundo, donde estaba seguro, donde controlaba todo, donde no se sentía incómodo y hacía lo que él quería sin sentirse diferente a nadie. También sabía que eso no era bueno, y que tras lo que había vivido en aquel viaje debía cambiar muchas cosas, debía cambiar él mismo. También sabía que necesitaba ayuda, que la ansiedad que sintió tanto antes como después de ir al botellón la noche anterior, ansiedad que casi le había impedido respirar y le había generado una presión muy importante en el pecho, no era normal y que algo le estaba pasando en su cabeza. Sabía que tenía que pedir ayuda.

La última anécdota que recordaría de aquel viaje fue llegando ya a Madrid por la A3, pasado Rivas Vaciamadrid. Nunca había vivido en persona un problema relacionado con la conducción de un coche hasta ese momento. Un coche se atravesó casi todo la calzada para coger una salida, iba bastante pasado y el autocar, como tiene que ir por la derecha, tuvo que pegar un frenazo bastante importante, tanto es así que el coche que se atravesó para coger dicha salida obligó al conductor del autocar a dar un volantazo y meterse también por esa salida para evitar males mayores. El autocar acabó casi en el arcén de la salida, parado, con el conductor completamente cabreado acordándose en toda la familia del conductor, aunque en su familia se acordaron también todos los ocupantes del autocar. La verdad es que para él este amago de accidente fue lo más interesante de todo el viaje de regreso desde que comieron en La Gineta.

Ya estaban en Madrid. Los túneles de la M30 les condujeron hasta el parking de la Escuela de Caminos, donde ya les estarían esperando todas las familias con los coches para irse cada uno a sus respectivas casas. Llegaron los últimos, no sólo por el incidente en la A3 sino porque antes tuvieron que parar a echar combustible. De la hora no se acuerda. Ni falta que hacía, ya estaba en Madrid, en casa, lo demás no importaba. El infierno de Valencia había pasado. O al menos eso pensaba él sin saber que en aquel momento, una vez se hubo despedido de sus amigos y demás compañeros (de todos menos del que consideraba su mejor amigo que cogió las maletas rápidamente y se fue donde le esperaban sus padres sin despedirse casi de nadie, o al menos de él no se despidió, otro golpe más en la línea de flotación de su amistad), empezaba una nueva etapa de su vida que hubiera preferido no comenzar, que le llevaría a lo largo de un largo túnel del que apenas se veía entonces el final. Valencia supuso caer en un pozo muy hondo y con las paredes lisas. Un pozo del que le costaría bastante tiempo salir y del que sólo saldría con mucha ayuda.

PD: me gustaría dedicar estos tres artículos a tres personas en especial que han hecho posible que ahora mismo las cosas estén tranquilas. Esas tres personas son JC.R.M, M.O.A. y Á.G.S. Gracias de todo corazón.

FIN.


Caronte.

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