domingo, 20 de abril de 2014

Domingo por la tarde

Es domingo por la tarde, penúltimo día de vacaciones de Semana Santa y no tengo absolutamente nada que hacer. No se ya qué puedo hacer para que la tarde se pase lo más rápidamente posible. He leído, he visto la televisión, he estudiado. Estoy aburrido. Me siento como encerrado en una prisión con todos los lujos que me puedo permitir, pero prisión al fin y al cabo. Siento que me ahogo en mi habitación. Me he puesto a escribir pensando que así se me pasarán más rápidos los minutos, pero no estoy seguro de que vaya a ser así.

Veo desde mi ventana el patio de la urbanización donde vivo. El jardín de delante de mi ventana está en su plenitud, con los verdes intensos que le da la primavera; verdes de diferentes tonalidades, los más oscuros para las hojas veteranas, las que ya son viejas, y más claros y vivos para las hojas que han salido este año, para las benjaminas. Los niños juegan al balón. Corren. Disfrutan de una tarde espléndida en la que brilla un sol fantástico. Corre algo de viento fresco, algo que se agradece después de unas semanas de calor insoportable que había traído un mes de abril que se había disfrazado de mes de junio. El cielo está azul y hay nubes que parecen algodón. Veo a los niños y a las niñas jugar y recuerdo cuando yo también lo hacía, hace ya muchos años. Recuerdo cómo no quería que este último domingo de vacaciones acabara porque no me apetecía volver a clase. Recuerdo que me lo pasaba bien con mis vecinos, con los que pasaba toda la tarde jugando al fútbol o a liebre cuando era más pequeño, o a las cartas en la mesa de ajedrez cuando siendo ya algo más mayor. En aquellos días no me aburría. Hoy sí. Hoy lo único que quiero es que las vacaciones acaben ya, tener una obligación fija que hacer, para que los días se me pasen más rápido, porque eso de que el tiempo pasa más deprisa en vacaciones es mentira, o al menos para mí; pasará deprisa para los que tengan planes que hacer un domingo por la tarde, para los que tengan novia o puedan quedar con alguien.

El aburrimiento es tal que ya se me han acabado todas las actividades que pueda hacer. He leído bastante, pero ya me he terminado por cansar, no porque el libro sea poco interesante sino porque leer no es lo que más me apetece hacer un domingo por la tarde. He visto también un poco la televisión, pero es todavía más deprimente que cualquier otra cosa. No hay nada interesante en ningún canal de televisión, ninguna película, ningún programa interesante. Nada. Me he cansado de estar en el sofá tumbado. Me he puesto con el ordenador para intentar aliviar mi aburrimiento, pero yo no soy de esas personas que pueden estar delante del ordenador jugando o mirando chorradas o vídeos idiotas sin más, nunca lo he hecho. Me he cansado rápido. Una opción habría sido ponerme a jugar con la Play Station, pero es que casi nunca lo he hecho, tampoco he sido nunca de esos viciados que se podían tirar horas jugando al Fifa, al Gran Theft Auto o al Call of Duty, juegos a los que no he jugado en mi vida, nunca me han gustado. Un bicho raro lo sé. El aburrimiento ha ido creciendo a medida que cambiaba de actividad.

Al final he decidido ponerme a escribir, a expresar lo que siento, a relajarme. Porque escribir consigue lo que otras actividades no pueden hacer que es hacer que el tiempo pase más deprisa. Estoy escribiendo casi sin pensar en lo que estoy poniendo, simplemente es mi alma la que está hablando a través de mis manos que pulsan tecla tras tecla en el ordenador para conformar palabras. No sé si tendrá sentido lo que escribo. Sí sé que es la única manera que tengo de no aburrirme.

La tarde sigue pasando. El aburrimiento ha mutado en necesidad de salir, y a la vez en certeza de que no lo voy a hacer porque hoy no me apetece salir sólo. Y hoy da la casualidad que no podría salir si no es sólo. No me apetece porque lo que más querría hacer sería quedar con mi novia si la tuviera, pero como no la tengo me tengo que aguantar. Ya llegará el momento en que los fines de semana cambien, y ese aburrimiento que hoy siento, pase a ser alegría por poder salir con mi chica, en cansancio por estar toda la tarde fuera con ella, y en ansiedad por volver a quedar con ella otro día. Hoy sólo es aburrimiento, es ansiedad. Mi habitación se queda pequeña, me falta espacio, aire. Siento una gran presión en el pecho, presión que sólo escribiendo parece que se reduce. Presión que me dice que salga, que me olvide de que tendría que salir sólo. Pero no puedo dejar de pensar que no quiero salir hoy solo. Me gustaría haberme ido a dar una vuelta por Madrid a descubrir nuevos rincones por esta magnífica ciudad. Me gustaría haberme ido y perderme por los barrios de Lavapiés o por Malasaña, que desde que los descubrí me han fascinado. Pero me han faltado ganas, no he sido capaz de animarme a salir. Y no he sido capaz porque no quería verme sólo dando una vuelta por esos barrios de Madrid, muy posiblemente cruzándome con parejas de mi edad que sí han podido hacer lo que a mí me hubiera gustado, quedar con sus parejas. No me he animado porque todavía me siento raro saliendo sólo, aunque últimamente le he hecho en más de una vez. No me he ido sólo porque no sé cómo iba a sentirme, qué sensaciones se me iban a quedar en el cuerpo tras volver a mi casa.

He preferido escribir. Escribir porque es la mejor manera que hay para leer la vida, como me recuerda un regalo que me hizo una amiga estas navidades y que tengo siempre delante cuando me pongo delante de una hoja en blanco preparada para llenarse con palabras. Palabras que lo son todo en mi vida, palabras sin las cuales los seres humanos no podríamos expresarnos como lo hacemos, aunque siempre habría una manera para hacerlo. Sólo a través de palabras soy a veces capaz de expresar mis propios sentimientos. Sólo las palabras me hacen compañía esta tarde. Palabras que desde el jueves están algo más tristes y huérfanas tras la muerte de Gabriel García Márquez, muerte que me causó una gran impresión y que me dejó en el cuerpo una especie de mezcla entre tristeza y melancolía, que me es muy complicada de explicar. He preferido escribir para que la tarde avanzara más deprisa, y parece que lo he conseguido. Sin embargo por mucho que las palabras me puedan acompañar, no me quitan esa presión del pecho y esa permanente sensación de soledad y aburrimiento, esa ilusión de tener pareja para poder al menos hablar con ella y que con palabras, en este caso habladas, la tarde fuera menos aburrida y el domingo se me pasara más rápido. Sólo tengo la palabra escrita y de momento con ella me tiene que bastar. Pero eso no es así. No me basta con ella, me consuela, sí, pero a veces, y hoy es una de ellas, no es suficiente.

La luz de la tarde va siendo cada vez más tenue, se va apagando poco a poco. El sol ya se marcha por el horizonte, o eso al menos intuyo. En mi casa, de fondo, oigo hablar a mi madre con mi abuela, a mi abuelo pasear despacito agarrado al andador, el sonido de la televisión. Por la ventana los chavales siguen jugando al fútbol, apurando sus últimas horas de vacaciones, disfrutando todo lo que pueden; veo a mis vecinos, con los que un día yo también apuraba los últimos días de vacaciones disfrutando jugando a las cartas o simplemente charlando, salir, muy probablemente habrán quedado, tienen con quien hacerlo. Yo mientras tanto escribo, intento aprender a escribir, tecleo palabras en el ordenador intentando que éstas sean lo más coherentes posibles. No siempre es posible. Es domingo por la tarde.


Caronte.

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