miércoles, 9 de abril de 2014

Valencia: viaje a los infiernos (Parte I)

El viaje a Valencia con la universidad no lo podrá olvidar en toda su vida. Nada de lo que pasó en aquel viaje de estudios podrá borrarlo de su mente, y mucho menos de su corazón. El viaje comenzó un jueves 14 de abril de 2010, aniversario de la proclamación de la II República española, fecha que recordará hasta el final de sus días. Este viaje le cambió para siempre, no de manera inmediata pero sí de manera definitiva. La persona que fue el viaje no fue la misma que volvió. Muchas cosas ocurrieron en apenas día y medio que duró aquel viaje, suficientes para cambiarle radicalmente la vida, para iniciar una transformación personal que le cambiaría radicalmente, para hacerle ver la realidad de en qué mundo vivía y la vida irreal que hasta aquel viaje llevaba. Valencia marcó un antes y un después en su personalidad, y a día de hoy todavía se dejan oír sus ecos. Lo que se prometía como un viaje con amigos, se convirtió en una pesadilla personal que le metió en un hoyo profundo, un pozo con paredes verticales y lisas del que sólo pudo salir con ayuda de su familia y sus verdaderos amigos pasados unos años.

La mañana de la salida hacia tierras valencianas amaneció, como correspondo a un mes de abril en Madrid, fresca, lo suficiente para que no se pudiera ir en manga corta por la calle sin más. Este hecho le daba igual porque tenía pensado ir hasta la Escuela en su coche, heredado de su abuelo, pero suyo al fin y al cabo. Al salir tan temprano, antes de las ocho de la mañana, era un absurdo ir en el metro, no solo por la hora sino también para evitar retrasos inesperados. Además el equipaje que llevaba aunque sólo fuera a pasar una noche fuera de casa, le hizo tener que llevar una maleta, y en coche se lleva mucho mejor. El coche se quedaría aparcado en el parking de la escuela hasta que su padre ese mismo día fuera a por él, para que no pasara un día entero allí abandonado. Al ser tan temprano, las calles de Madrid estaban casi desiertas, y digo casi porque ya se empezaba a notar la afluencia de coches que en sólo una hora colapsarían las principales arterias de la capital. Llegó rápidamente a la Escuela, donde ya había compañeros suyos esperando a que llegara el resto y salir rumbo a Valencia. Entre los compañeros que ya estaban allí se encontraban sus amigos, con los que mejor se llevaba y con los que, salvo sorpresas, pasaría la mayor parte del viaje. Pronto llegó también el que sería su compañero de asiento en el autocar, que además era la persona a la que más apreciaba y al que consideraba su mejor amigo (siempre decía que le quería como un hermano).

Los nervios con los que se había levantado aquella mañana cada vez iban a más. Los mismos nervios que apenas le habían dejado dormir por la noche. Estaba nervioso porque era el primer viaje que iba a hacer con compañeros y amigos desde el viaje de fin de curso de 4º de la ESO, cuando tenía 16 años. En aquella ocasión se lo pasó bastante bien para lo que pensaba que supondría aquel viaje de fin de curso, también es verdad que los amigos con los que compartió viaje en aquella ocasión eran mucho más parecidos a él, en cuanto a gustos y forma de ser, que con los que empezaba viaje ahora. Ahora todo era distinto, empezando por él mismo, que tras entrar en la universidad descubrió un mundo que él mismo se había negado durante muchos años. Un mundo más allá de simplemente estudiar para sacar buenas notas y labrarse un buen futuro que es lo que había hecho hasta entonces, animado por sus padres. Un futuro en el que estaba al mismo nivel académico, o incluso inferior, de personas que habían vivido, disfrutado de la adolescencia que ya empezaba a acabarse (en el fondo él sabía que ya se había acabado). El darse cuenta de ello le empezó a sumir en una especie de melancolía, una especie de tristeza por haber, si no desperdiciado por completo, sí malgastado su adolescencia centrándose en los estudios y en el instituto y no aprovechando esos años. Años que con el tiempo comprendería que no iban a volver nunca, y que lo que no hubiera vivido con quince o dieciséis años, no lo viviría con veinte o veintiuno, por mucho que sus padres siempre le dijeran que en la vida hay tiempo para todo. Cuántas veces recordaría esa frase después de aquel viaje, y cuántas veces se respondería que si hay tiempo para todo en la vida, por qué él no había tenido tiempo más que para estudiar y sacar buenas notas, para ser el mejor en su colegio y en su instituto, por qué él no había tenido tiempo de salir de fiesta con los amigos que lo hacían; por qué no había tenido novia, o un rollo con una chica, por qué nunca había estado con una chica o nunca había besado a ninguna, por qué él no había probado nunca el alcohol y nunca había ido de botellón que es lo que la mayoría de la gente que conocía sí que habían hecho. Preguntas que en aquel momento y durante mucho tiempo no encontraron respuesta y le martirizaron hasta puntos inimaginables para cualquier persona.

El viaje de prácticas que comenzaban aquella mañana les llevaría, antes de llegar a la ciudad de Valencia, al Embalse de Contreras, en la provincia de Valencia. Si el horario se cumplía tendrían que llegar a comer a Valencia capital y posteriormente ir al albergue que tenían reservado, y ya pasar la noche lo más aceptablemente que pudieran. Como eran muchos los que iban a ese viaje se dispusieron dos autocares. Las tres clases de segundo se repartieron en ambos autocares, en el que le tocó a él iba prácticamente toda su clase. En el autocar se sentó con el que por aquel entonces consideraba su mejor amigo, y detrás de ellos otro de sus amigos que entre otras muchas cosas era boy scout. En el otro autocar les tocó ir a las otras dos personas con las que mejor se llevaba y que con el tiempo se convertirían en sus mejores amigos y dos grandes apoyos para él.

El primer tramo del viaje, hasta que realizaron la primera parada para desayunar fue bastante tranquilo. Los nervios de primera hora de la mañana se habían calmado un poco, o eso parecía, ya que a medida que se iban acercando a Valencia, a medida que el día avanzaba y se iba acercando la tan temida noche los nervios le volvieron a crecer y a tenerle con algo de ansiedad. Durante esta primera etapa del viaje su tan querido amigo y compañero de autocar poco más que le ignoró, fue casi todo el rato girado hacia el pasillo del autocar, dándole la espalda más pendiente del resto del autobús intentando fichar alguna chica con la que tontear y con la que ponerse hablar, o simplemente hablando con gente con la que no había cruzado palabra en todo el año. Cada vez que él intentaba hablar algo con su compañero éste le decía que estaba cansado y que prefería dormir un poco. Con la parada que hicieron para desayunar, pudo al fin poder hablar con amigos que de verdad le valoraban. Pasaron a tomarse algo a una cafetería de un área de servicio, allí uno de sus amigos se compró un ejemplar de la constitución republicana que daban con un periódico, no hay que olvidad que era 14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República. Durante el tiempo que estuvieron en la cafetería intercambiaron impresiones y anécdotas de aquella primera parte del viaje. Esta parada le sirvió para relajarse un poco, olvidar la primera parte del viaje en autobús donde se había sentido más que ignorado por su amigo y compañero de asiento, y coger fuerzas y ánimos para el resto del viaje.

La siguiente parada fue ya su primer destino en aquel viaje de prácticas, el Embalse de Contreras. Esta primera visita supuso para él la primera vez en su vida que estaba tan cerca de una presa, estaba bastante emocionado. En esta segunda etapa de viaje en autocar su compañero de asiento sí le habló algo más, se comportó como lo hubiera hecho un verdadero compañero y amigo, él supuso a posteriori que lo hizo por que el resto de la gente le ignoró un poco, y a falta de pan, buenas son tortas. La visita por las instalaciones de la presa se alargó algo más de lo previsto debido a la enorme parsimonia que llevaban todos, mucho más interesados en llegar a Valencia y ver el mar y pensando más en la fiesta de por la noche que en lo que los gerentes de la presa les estaban diciendo. Les enseñaron la sala de turbinas y el funcionamiento de la misma, así como las deficiencias de la propia presa que no se podía llenar del todo por problemas de impermeabilidad. También presenciaron una demostración del funcionamiento de los desagües de fondo. La verdad es que todo esto a él le daba un poco igual, intentaba poner atención a las explicaciones pero la verdad es que su mente estaba más puesta en lo que pasaría a partir de la tarde, cuando los profesores que les acompañaban les dejaran solos a su aire, y sobre todo en la noche y lo que él creía que pasaría, botellón, fiesta, discoteca, todo lo que él temía, todo lo que él no quería que llegase por no saber cómo iba a reaccionar. Poco lo quedaba para saber cómo reaccionaría, aunque para lo que pasó aquella noche hubiera sido mejor quedarse en el Embalse de Contreras escuchando explicaciones por parte de desconocidos sobre cómo funciona un embalse o por qué son necesarios.

Ya había mucha hambre y eso se notaba en los ánimos cuando el autocar llegó a Valencia. La entrada a la ciudad tenía un tráfico horroroso como corresponde a una gran ciudad un jueves a la hora de comer. El destino era la playa de la Malvarrosa, donde hay multitud de chiringuitos para comer. Cuando los autocares pararon y todo el mundo hubo bajado de los mismos, los profesores les citaron en el mismo punto pero dos horas después dándoles tiempo para que eligieran donde comer. Él y sus amigos se recorrieron todo el paseo de la Malvarrosa hasta encontrar un chiringuito que les hizo precio por comerse una paella y una ensalada de primero. La paella tardó una eternidad en salir, lo que hizo que se pusieran algo nerviosos porque veían que la hora se les echaba encima y no iban a llegar al punto de encuentro con los autobuses. La comida se desarrolló en muy buen ambiente, aparte de su grupo de amigos, se les unieron varias personas más, sobre todo del otro autocar. Durante la espera de la paella él estuvo bastante relajado, y se olvidó casi por completo de la ansiedad que le entraba con sólo pensar en la noche, hasta se tomó una cerveza con limón, un buen vaso por cierto. Una vez se acabaron la paella se encaminaron a toda prisa hacia los autocares, ya iban algo tarde, pero mientras iban hacia allí fue viendo como todo el mundo iba tarde, ya que el margen que les habían dado para comer era bastante escaso. Debido a su mente tan cuadriculada y estricta, no quería llegar excesivamente tarde, y además que el resto lo hiciera no le eximía a él de llegar lo antes posible, más que nada por los conductores de los autocares que eran los únicos que estaban trabajando y no de viaje de placer y que no se habían movido de allí, ni siquiera para comer. La verdad es que este hecho le molestaba bastante, parecía que el único que sabía que estaba en un viaje de prácticas era él, mientras que los demás parecía que estaban en un viaje de fin de curso del colegio (el comportamiento de algunos hacía pensar más en adolescentes destetados que en estudiantes de universidad).

Con posterioridad  al viaje comprendió que su mente cuadriculada, y más responsable de lo que debería para su edad, le hizo no disfrutar tanto como podría haberlo hecho de aquel día en la Malvarrosa. Si no hubiera acatado sus normas de conducta, si se las hubiera saltado aunque eso hubiera implicado fallarse a sí mismo aquel día hubiera corrido junto con sus amigos hasta la orilla del mar cruzándose toda la playa para simplemente mojarse los pies en el agua del Mediterráneo. Corrieron como si escaparan de la mismísima muerte perdiendo alguno hasta la gorra y alguna zapatilla, lógicamente llegaron más tarde que él a los autocares, lo que le molestó mucho, en ese momento él dijo que era por los conductores que se habían tirado las dos horas de la comida en los autocares mientras los demás habían ido a comer a los chiringuitos; sin embargo él mismo sabía que no estaba cabreado por los conductores, aunque tuviera razón por ello, sino más bien porque él no había salido a correr con ellos hasta la orilla de mar y eso le daba mucha envidia. ¡Qué mala es la envidia, el peor sentimiento de todos los que puede experimentar el ser humano, que termina por destruir a uno mismo!

Por mucha envidia que pudiera sentir, era mayor la rabia que sentía hacia él mismo por ser así, por no disfrutar de la vida y de su juventud; juventud que algún día pasaría y no volvería. Sólo con el tiempo se echaría en cara todo aquello, el no haber corrido hasta la playa, el no haber llegado un poco más tarde a los autocares, el simple hecho de ser tan cuadriculado y cumplir siempre con las normas que se supone tenía que cumplir, el no hacer nunca nada que se saliera del guión. Durante mucho tiempo se echó en cara el ser cómo era, y se adió a sí mismo por esa misma razón. Sin embargo el viaje no había hecho más que empezar, todavía faltaba toda la noche y el día siguiente. El infierno que viviría aquella noche en Valencia a penas se vislumbraba todavía.

Continuará…


Caronte.

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