Desde luego que
esta Semana Santa no es para nada igual a otras que haya vivido y por supuesto
la recordaré durante muchos años. Pero la vida es así y reparte cartas que no
te esperas y tienes que saber jugarlas lo mejor posible. Este año y por esas
vueltas tan duras que a veces da el destino esta Semana Santa tengo a mis
abuelos en casa viviendo conmigo y mis padres. Mi abuelo se rompió a finales de
marzo la cabeza del fémur, a la altura de la cadera, al salir de su casa, justo
en la puerta del portal, para ir a comprar. El disgusto inicial fue mayúsculo,
para él, para mi abuela que me llamó llorando diciendo que mi abuelo se había
caído, y para mi madre también que veía como su padre que era el principal
soporte de su madre, mi abuela, iba a estar una temporada fuera de juego.
En ese quiebro del
destino se empezó a fraguar cómo sería mi Semana Santa. A principios de año se
planteaba bastante bien, empezando porque se suponía que la semana de antes a
la Semana Santa tenía que hacer un viaje de estudios con la universidad. El
viaje de estudios podía ser de tres o cinco días, según eligiéramos un destino
u otro, dependiendo de la asignatura con la que lo fuéramos a hacer. Al final
ni tres, ni cinco días, ninguno. El viaje de tres días no salió porque los
profesores de la asignatura que lo organizaba no encontraron sitios que nos
garantizaran las visitas; el de cinco días no salió para adelante porque al
profesor responsable de la asignatura (un carcamal momificado y cabezón) no le
salió de sus santos huevos (de Pascua, he querido decir). Así que pues nada,
sólo me quedaba la ilusión, de la que los pobres vivimos, de que iba a tener
una semana más de vacaciones para hacer lo que me viniera en gana, y eran
varias cosas porque tenía unos planes pendientes por hacer que siempre había
ido posponiendo.
Pero entonces pasó
lo de mi abuelo. Mi viacrucis empezó, mío y de mis padres también que conste. A
mi abuelo le operaron tres días después de caerse, luego saldrán desde la
Comunidad de Madrid diciendo que tenemos la mejor sanidad del mundo, ya me
gustaría a mí encontrarme cara a cara con Ignacio González. Pasó unos primeros
cinco días bastante complicados después de la operación, al tener problemas de
corazón y con la tensión, y además ser diabético, pues todos los valores se
descontrolaron. Una vez pasó esa primera estación del Viacrucis, llegó la
siguiente. Me convertí en el chófer de mi familia. Todos los días después de
trabajar mi madre se iba directamente al hospital a ver a mi abuelo, mi abuela
también estaba allí siempre desde por la mañana, y yo luego me tenía que ir a
última hora de la tarde a recogerlas y llevar a mi abuela a su casa. Así de
lunes a domingo, salvo los días que mi padre podía sustituirme porque libraba o
los días que mi tío podía ir a por ellas. Todas las tardes sobre las ocho de la
tarde tenía que dejar todo lo que estuviera haciendo para vestirme y coger el
coche para ir al Hospital Gregorio Marañón. Los horarios de cenar en mi casa se
retrasaron casi una hora. Todos estábamos descolocados por esa situación, que
nadie queríamos estar viviendo.
A los pocos días
de estar mi abuelo en el hospital, fue mi primo el que ingresó en el mismo
sitio, una planta por encima que mi abuelo. Las desgracias no llegan nunca solas.
Otra estación más del Viacrucis. Mi primo ingreso de madrugada después de haber
recibido un golpe muy fuerte en el abdomen jugando al baloncesto. En un
principio no le dolió y pensó que simplemente era un golpe de los muchos que se
daba jugando. Fue tras cenar cuando le empezó a doler mucho un lado de la
tripa. Tenía fisurado el páncreas. Estuvo en la UVI un día, y luego en
observación en planta otros dos más sin poder moverse ni comer ni beber nada.
Este accidente de mi primo se lo ocultamos a mi abuelo de momento, bastante
tenía ya encima el pobre. Mis visitas al hospital ya no se ceñían
exclusivamente a ir a recoger a mi madre y mi abuela, y a subir a ver a mi
abuelo un poco; ahora también subía a ver a mi primo y a hacerle un poco de
compañía también.
Yo ya me estaba
empezando a oler que mi Semana Santa iba a quedar completamente frustrada. Y
así fue. Mi primo estuvo en el hospital 12 días. Mi abuelo salió el martes
pasado. Antes de que a mi abuelo le dieran el alta le trasladaron de hospital,
pasó del Gregorio Marañón, al IPR (Instituto Provincial de Rehabilitación). Ya
estaba mucho mejor, comía mucho más, aunque no le gustara mucho la verdad. En
el IPR le empezaron a hacer andar, para que fuera cogiendo movimiento la cadera
y él fuera ganando movilidad. El IPR es un pequeño hospital donde envían sobre
todo a personas mayores, ya que también es un hospital geriátrico, y el
ambiente en él era mucho más triste que en el Marañón. Si ya de por sí a mí los
hospitales me gustan lo que las babosas, el IPR me deprimía cada vez que iba.
Ese olor a desinfectante, a guantes de látex, a comida sosa e insípida, a
plástico, me ponía enfermo, no me gustaba nada tener que ir pero era mi
obligación. Era otra parada más de mi Viacrucis personal.
Poco a poco mi
abuelo fue mejorando, cada vez caminaba más ayudado con un andador, tenía mejor
humor y mejor aspecto físico. El tiempo seguía pasando y un día precedía al
siguiente y éste al siguiente, y así continuamente. Se pasó la semana extra de
vacaciones que me había encontrado. Menudo papelón para mi familia si me
hubiera ido de viaje con la universidad viendo el panorama que se nos había
montado. Entre mi tío, mi padre y yo mismo nos turnábamos para llevar a mi
abuela por la mañana al hospital, y para ir a recogerla a ella y a mi madre por
la tarde. Eso fueron mis días. Estaba ya bastante harto de tener que coger el
coche diariamente y pagar parquímetro a la Sr. Botella. Está mal que lo diga
pero estaba muy cansado de esa situación, no podía más. Para que estos días se me
pasaran algo más rápidos, y para cambiar un poco la rutina hospitalaria que me
había encontrado de golpe, decidí ir al cine los domingos después de comer y
eso es lo que he hecho las últimas tres semanas. Nunca antes había ido tres
semanas seguidas al cine.
La siguiente
estación del Viacrucis es ya en mi casa. Mi abuela no quería venirse a mi casa
tras darle el alta a mi abuelo, ella decía que podía apañárselas ella en su
casa. Y un cuerno puede ella que casi ni ve, y más teniendo en cuenta que era
mi abuelo el que la ayudaba más que nadie. Pero mi abuela es muy, muy cabezona
y testaruda. Nos dio un martes de película, a mi madre, a mi tío, a mi padre y
a mí. El lunes por la noche quedamos en que se iban a venir a mi casa unos días
hasta que mi abuela cogiera más soltura y movilidad. Por la mañana mi padre y
yo nos dedicamos a preparar la habitación de invitados montando dos camas, y a
quitar las alfombras para que mi abuelo pudiera caminar con el andador. Cuando
ya teníamos todo hecho nos llamó mi madre diciendo que mi tío la había dicho
que mi abuela decía ahora que no venían a mi casa, que no, que no, que no. Mi
padre no dábamos crédito. A las dos horas, vuelve a llamar mi madre diciendo
que mi tío había convenció a mi abuela para venirse, que al final sí que
venían. Yo no entendía absolutamente nada. Que raros pueden llegar a ser las
personas mayores. Menuda estación de Viacrucis viví el martes, ni la vía
dolorosa de Jerusalén (bueno quizá aquí me he pasado un poco).
Mi abuelo llegó el
martes por la tarde. Estaba yo solo en casa. Mis padres estaban trabajando. Me
tuve que encargar de todo. Era lo que tocaba sí, era lo que tenía que hacer
porque son mis abuelos, porque me han criado de pequeño, era mi deber sí y qué,
yo ya estaba cansado de todo. Mi abuela dándole vueltas a todo otra vez, que si
tenían que haberse ido a su casa, que vaya cosas que pasa en la vida, que por
qué ha tenido que venir esto con lo bien que estaban, que vaya faena se habían
buscado, que cuánto trastorno nos estaban creando. Y erre que erre, dándole al
coco. Pero yo no podía quejarme, era mi deber y todavía lo es porque mis
abuelos se van a quedar todavía bastantes días aquí con nosotros, porque mi
abuelo no está para irse a su casa con mi abuela sólo. Mi abuelo no está para
irse a su casa, no se vale por sí mismo todavía. De momento seremos cinco a
comer todos los días en mi casa. El problema vendrá la semana que viene cuando
yo vuelva a la universidad y se tengan que quedar solos más tiempo.
La verdad es que
jamás pensé que sería capaz de desear volver a la Escuela antes de tiempo en
vacaciones, pero es que este Viacrucis se me está haciendo demasiado largo ya.
Está mal que me queje porque lo que tengo que hacer ahora es cumplir como mis
obligaciones y ayudar a cuidar de mis abuelos como ellos me cuidaron de
pequeño. Lo sé, y lo hago sin rechistar. Pero ya se me está haciendo muy largo
este periodo. Es un constante ir y venir a hacer cosas, el estar pendiente de
mis abuelos, todo. No me quejo, pero lo siento y lo pienso, y me siento mal por
ello, pero no puedo evitarlo. No tengo tiempo para nada, estoy descuidando las
cosas de la universidad, un trabajo que tengo que hacer con un amigo lo he
descuidado últimamente, no estoy haciendo nada de provecho, ni siquiera me
estoy afeitando (me estoy empezando a parecer misteriosamente a Jesucristo,
salvo por el pelo largo, y eso en estas fechas no es bueno). Tampoco estoy
cumpliendo los planes que me había puesto antes de que este Viacrucis pasara,
pero es lo que tienen estas cosas y el destino, que arrasan con cualquier plan
prefijado. Pero ya he dejado dicho en mi casa que estos cuatro días de fiesta
que vienen yo voy a hacer mis planes, por mucho que moleste, tengo 23 años
recién cumplidos, y vale que no tuve celebración alguna por ello con mi familia
(que bastante me afectó aunque no lo pareciera) pero no voy a pasarme más días
de enfermero, chófer y asistente, por mal que suene es así. Sé que soy egoísta,
pero no más que cualquiera con quien me cruce por la calle, y me gustaría
celebrar mis 23 años y que estoy de vacaciones aunque sea yo solo, porque no me
queda otra.
Espero que a este
Viacrucis le queden ya pocas estaciones de verdad, porque no sé si podré
aguantar muchas más. No me gusta sentirme así y me siento muy mal por verme tan
egoísta, espero que algún día me pueda perdonar a mí mismo por siquiera pensar
estas cosas.
Caronte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario