jueves, 17 de abril de 2014

Mi Viacrucis de Semana Santa

Desde luego que esta Semana Santa no es para nada igual a otras que haya vivido y por supuesto la recordaré durante muchos años. Pero la vida es así y reparte cartas que no te esperas y tienes que saber jugarlas lo mejor posible. Este año y por esas vueltas tan duras que a veces da el destino esta Semana Santa tengo a mis abuelos en casa viviendo conmigo y mis padres. Mi abuelo se rompió a finales de marzo la cabeza del fémur, a la altura de la cadera, al salir de su casa, justo en la puerta del portal, para ir a comprar. El disgusto inicial fue mayúsculo, para él, para mi abuela que me llamó llorando diciendo que mi abuelo se había caído, y para mi madre también que veía como su padre que era el principal soporte de su madre, mi abuela, iba a estar una temporada fuera de juego.

En ese quiebro del destino se empezó a fraguar cómo sería mi Semana Santa. A principios de año se planteaba bastante bien, empezando porque se suponía que la semana de antes a la Semana Santa tenía que hacer un viaje de estudios con la universidad. El viaje de estudios podía ser de tres o cinco días, según eligiéramos un destino u otro, dependiendo de la asignatura con la que lo fuéramos a hacer. Al final ni tres, ni cinco días, ninguno. El viaje de tres días no salió porque los profesores de la asignatura que lo organizaba no encontraron sitios que nos garantizaran las visitas; el de cinco días no salió para adelante porque al profesor responsable de la asignatura (un carcamal momificado y cabezón) no le salió de sus santos huevos (de Pascua, he querido decir). Así que pues nada, sólo me quedaba la ilusión, de la que los pobres vivimos, de que iba a tener una semana más de vacaciones para hacer lo que me viniera en gana, y eran varias cosas porque tenía unos planes pendientes por hacer que siempre había ido posponiendo.

Pero entonces pasó lo de mi abuelo. Mi viacrucis empezó, mío y de mis padres también que conste. A mi abuelo le operaron tres días después de caerse, luego saldrán desde la Comunidad de Madrid diciendo que tenemos la mejor sanidad del mundo, ya me gustaría a mí encontrarme cara a cara con Ignacio González. Pasó unos primeros cinco días bastante complicados después de la operación, al tener problemas de corazón y con la tensión, y además ser diabético, pues todos los valores se descontrolaron. Una vez pasó esa primera estación del Viacrucis, llegó la siguiente. Me convertí en el chófer de mi familia. Todos los días después de trabajar mi madre se iba directamente al hospital a ver a mi abuelo, mi abuela también estaba allí siempre desde por la mañana, y yo luego me tenía que ir a última hora de la tarde a recogerlas y llevar a mi abuela a su casa. Así de lunes a domingo, salvo los días que mi padre podía sustituirme porque libraba o los días que mi tío podía ir a por ellas. Todas las tardes sobre las ocho de la tarde tenía que dejar todo lo que estuviera haciendo para vestirme y coger el coche para ir al Hospital Gregorio Marañón. Los horarios de cenar en mi casa se retrasaron casi una hora. Todos estábamos descolocados por esa situación, que nadie queríamos estar viviendo.

A los pocos días de estar mi abuelo en el hospital, fue mi primo el que ingresó en el mismo sitio, una planta por encima que mi abuelo. Las desgracias no llegan nunca solas. Otra estación más del Viacrucis. Mi primo ingreso de madrugada después de haber recibido un golpe muy fuerte en el abdomen jugando al baloncesto. En un principio no le dolió y pensó que simplemente era un golpe de los muchos que se daba jugando. Fue tras cenar cuando le empezó a doler mucho un lado de la tripa. Tenía fisurado el páncreas. Estuvo en la UVI un día, y luego en observación en planta otros dos más sin poder moverse ni comer ni beber nada. Este accidente de mi primo se lo ocultamos a mi abuelo de momento, bastante tenía ya encima el pobre. Mis visitas al hospital ya no se ceñían exclusivamente a ir a recoger a mi madre y mi abuela, y a subir a ver a mi abuelo un poco; ahora también subía a ver a mi primo y a hacerle un poco de compañía también.

Yo ya me estaba empezando a oler que mi Semana Santa iba a quedar completamente frustrada. Y así fue. Mi primo estuvo en el hospital 12 días. Mi abuelo salió el martes pasado. Antes de que a mi abuelo le dieran el alta le trasladaron de hospital, pasó del Gregorio Marañón, al IPR (Instituto Provincial de Rehabilitación). Ya estaba mucho mejor, comía mucho más, aunque no le gustara mucho la verdad. En el IPR le empezaron a hacer andar, para que fuera cogiendo movimiento la cadera y él fuera ganando movilidad. El IPR es un pequeño hospital donde envían sobre todo a personas mayores, ya que también es un hospital geriátrico, y el ambiente en él era mucho más triste que en el Marañón. Si ya de por sí a mí los hospitales me gustan lo que las babosas, el IPR me deprimía cada vez que iba. Ese olor a desinfectante, a guantes de látex, a comida sosa e insípida, a plástico, me ponía enfermo, no me gustaba nada tener que ir pero era mi obligación. Era otra parada más de mi Viacrucis personal.

Poco a poco mi abuelo fue mejorando, cada vez caminaba más ayudado con un andador, tenía mejor humor y mejor aspecto físico. El tiempo seguía pasando y un día precedía al siguiente y éste al siguiente, y así continuamente. Se pasó la semana extra de vacaciones que me había encontrado. Menudo papelón para mi familia si me hubiera ido de viaje con la universidad viendo el panorama que se nos había montado. Entre mi tío, mi padre y yo mismo nos turnábamos para llevar a mi abuela por la mañana al hospital, y para ir a recogerla a ella y a mi madre por la tarde. Eso fueron mis días. Estaba ya bastante harto de tener que coger el coche diariamente y pagar parquímetro a la Sr. Botella. Está mal que lo diga pero estaba muy cansado de esa situación, no podía más. Para que estos días se me pasaran algo más rápidos, y para cambiar un poco la rutina hospitalaria que me había encontrado de golpe, decidí ir al cine los domingos después de comer y eso es lo que he hecho las últimas tres semanas. Nunca antes había ido tres semanas seguidas al cine.

La siguiente estación del Viacrucis es ya en mi casa. Mi abuela no quería venirse a mi casa tras darle el alta a mi abuelo, ella decía que podía apañárselas ella en su casa. Y un cuerno puede ella que casi ni ve, y más teniendo en cuenta que era mi abuelo el que la ayudaba más que nadie. Pero mi abuela es muy, muy cabezona y testaruda. Nos dio un martes de película, a mi madre, a mi tío, a mi padre y a mí. El lunes por la noche quedamos en que se iban a venir a mi casa unos días hasta que mi abuela cogiera más soltura y movilidad. Por la mañana mi padre y yo nos dedicamos a preparar la habitación de invitados montando dos camas, y a quitar las alfombras para que mi abuelo pudiera caminar con el andador. Cuando ya teníamos todo hecho nos llamó mi madre diciendo que mi tío la había dicho que mi abuela decía ahora que no venían a mi casa, que no, que no, que no. Mi padre no dábamos crédito. A las dos horas, vuelve a llamar mi madre diciendo que mi tío había convenció a mi abuela para venirse, que al final sí que venían. Yo no entendía absolutamente nada. Que raros pueden llegar a ser las personas mayores. Menuda estación de Viacrucis viví el martes, ni la vía dolorosa de Jerusalén (bueno quizá aquí me he pasado un poco).

Mi abuelo llegó el martes por la tarde. Estaba yo solo en casa. Mis padres estaban trabajando. Me tuve que encargar de todo. Era lo que tocaba sí, era lo que tenía que hacer porque son mis abuelos, porque me han criado de pequeño, era mi deber sí y qué, yo ya estaba cansado de todo. Mi abuela dándole vueltas a todo otra vez, que si tenían que haberse ido a su casa, que vaya cosas que pasa en la vida, que por qué ha tenido que venir esto con lo bien que estaban, que vaya faena se habían buscado, que cuánto trastorno nos estaban creando. Y erre que erre, dándole al coco. Pero yo no podía quejarme, era mi deber y todavía lo es porque mis abuelos se van a quedar todavía bastantes días aquí con nosotros, porque mi abuelo no está para irse a su casa con mi abuela sólo. Mi abuelo no está para irse a su casa, no se vale por sí mismo todavía. De momento seremos cinco a comer todos los días en mi casa. El problema vendrá la semana que viene cuando yo vuelva a la universidad y se tengan que quedar solos más tiempo.

La verdad es que jamás pensé que sería capaz de desear volver a la Escuela antes de tiempo en vacaciones, pero es que este Viacrucis se me está haciendo demasiado largo ya. Está mal que me queje porque lo que tengo que hacer ahora es cumplir como mis obligaciones y ayudar a cuidar de mis abuelos como ellos me cuidaron de pequeño. Lo sé, y lo hago sin rechistar. Pero ya se me está haciendo muy largo este periodo. Es un constante ir y venir a hacer cosas, el estar pendiente de mis abuelos, todo. No me quejo, pero lo siento y lo pienso, y me siento mal por ello, pero no puedo evitarlo. No tengo tiempo para nada, estoy descuidando las cosas de la universidad, un trabajo que tengo que hacer con un amigo lo he descuidado últimamente, no estoy haciendo nada de provecho, ni siquiera me estoy afeitando (me estoy empezando a parecer misteriosamente a Jesucristo, salvo por el pelo largo, y eso en estas fechas no es bueno). Tampoco estoy cumpliendo los planes que me había puesto antes de que este Viacrucis pasara, pero es lo que tienen estas cosas y el destino, que arrasan con cualquier plan prefijado. Pero ya he dejado dicho en mi casa que estos cuatro días de fiesta que vienen yo voy a hacer mis planes, por mucho que moleste, tengo 23 años recién cumplidos, y vale que no tuve celebración alguna por ello con mi familia (que bastante me afectó aunque no lo pareciera) pero no voy a pasarme más días de enfermero, chófer y asistente, por mal que suene es así. Sé que soy egoísta, pero no más que cualquiera con quien me cruce por la calle, y me gustaría celebrar mis 23 años y que estoy de vacaciones aunque sea yo solo, porque no me queda otra.

Espero que a este Viacrucis le queden ya pocas estaciones de verdad, porque no sé si podré aguantar muchas más. No me gusta sentirme así y me siento muy mal por verme tan egoísta, espero que algún día me pueda perdonar a mí mismo por siquiera pensar estas cosas.


Caronte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario