Una vez llenados
los estómagos y mojados los pies en la malvarrosa, los pies de casi todos menos
los suyos, fueron hasta la Ciudad de las Artes y las Ciencias, esa gran obra de
Calatrava realizada únicamente para cumplir los deseos megalomaníacos de unos
políticos más que corruptos que pastan a sus anchas en esta región del país. El
Palacio de las Artes Reina Sofía (Ópera de Valencia), que se cae a trozos
debido a que tras haber gastado una ingente cantidad de dinero en su
construcción y esmerado diseño, luego se escatimó en el recubrimiento de la
fachada; L’Hemisferic, sala de proyecciones en IMAX que proyecta absurdas
películas y documentales para justificar su construcción; el Museo de las Ciencias
Príncipe Felipe, edificios gigantesco que se supone que es un museo interactivo
pero en el que apenas hay nada expuesto de verdadero interés; el Puente Assut de l'Or puente de diseño igual a
todos los que hace Calatrava que no se come la cabeza a la hora de diseñar; y
el Ágora, un megaedificio inútil donde los haya que alberga, como única
actividad al año un torneo de tenis de segunda categoría. Edificios todos ellos
que, aunque estéticamente tienen una fuerza muy importante, tienen el mismo uso
que un peine para calvos. El objetivo de la visita a la Ciudad de las Artes era
más bien acercarse hasta la entrada del Oceanográfico de Valencia para poder
contemplar las cubiertas con forma de superficies regladas, elementos de
geometría que en aquella época estaban dando en la Escuela. La explicación de
los profesores sobre estas cubiertas le resultó muy interesante y quizá fuera
de los pocos que la escucho, la mayor parte de sus compañeros estaban mucho más
impacientes por que terminara aquel rollo y empezar por fin a divertirse, lo
único que querían era que empezara la fiesta. Y fiesta era lo único que a él no
le apetecía hacer.
Una vez acabó la explicación de las cubiertas del Oceanográfico, se
dirigieron a la Ciudad de las Ciencias propiamente dicha. Allí tuvieron un poco
de tiempo libre para hacer lo que les viniera en gana. Hay quien entró en el
museo a verlo, otros se fueron fuera de la Ciudad de las Artes a investigar
dónde se podía ir de fiesta por la noche. Él y sus amigos, y otros compañeros,
decidieron simplemente darse una vuelta por el mismo recinto para hacer tiempo
hasta que los autocares les recogieran. Lo primero que hizo fue ir al servicio,
con las prisas de la comida, las visitas y las explicaciones, tenía la vejiga a
reventar. A los servicios entró acompañado por sus compañeros, uno de los
cuales sin pudor ni vergüenza alguna y con premeditación y alevosía, se tiró un
buen pedo en medio de los baños rodeado de gente, estudiantes más jóvenes que
ellos, sin que le importara lo más mínimo, convirtiendo los servicios en una
improvisada cámara de gas. De momento esto fue lo más gracioso que le pasó en
todo el viaje.
Tras salir de la cámara del gas, todos juntos (eran cinco, no muchos más)
se dieron una vuelta por la Ciudad de de las Artes y se tiraron unas cuantas
fotos de recuerdo. Él se llevó la cámara para poder tener algún recuerdo de lo
que pensaba iba a ser un viaje donde disfrutaría y se lo pasaría bien. Un viaje
donde iba a estar con sus amigos, en especial, por aquel entonces, con una persona
a la que tenía en mayor consideración que a los demás y consideraba más como un
hermano. Las fotos que tiró y les tiraron a todos juntos en un par de ocasiones
se convirtieron a la postre, con el tiempo, en dolorosos recuerdos. Dolorosos
porque con el tiempo se dio cuenta de que ese aprecio y cariño que sentía por
un amigo, que le hizo tratarle siempre mejor que al resto, y que pensaba que
era mutuo, resultó ser una falsa absoluta, no por parte de él sino por parte de
esa otra persona que siempre se comportó como un falso. Además, y también con
el tiempo, se dio cuenta de que al resto de amigos que fueron con él a aquel
viaje, y que también aparecen en muchas fotos del mismo, les trató mucho peor
de lo que en verdad merecían, algo que siempre le volvía a la cabeza y que
también le martirizaba y le dolía profundamente haber hecho.
Una vez de vuelta
en el autocar se dirigieron hacia el hostal en el que pasarían la noche, quien
la pasara bajo techo, porque hubo gente que no piso el hostal más que para dejar
la maleta por la noche y luego a recogerla por la mañana a la hora de irse. Él
nunca antes había estado en un hostal, y mucho menos había compartido
habitación con otras cinco personas, en cierto modo aquello le ilusionaba, era
una experiencia nueva que quería vivir. El hostal se situaba en una de las
calles más famosas de Valencia, la calle de la Paz, en un edificio antiguo de
los típicos de los centros de las ciudades, sin embargo estaba recién reformado
y la decoración, aunque bastante simple, era moderna y muy colorida, lo que le
daba un aire muy joven. Ante la imposibilidad de que el autocar parara para que
nos bajáramos todos en la misma puerta del hostal, éste paró en una plaza
cercana, al lado del Palacio de Justicia. Desde allí todo el grupo se dirigió
hasta el hostal caminando. Invadieron la Calle de la Paz, con sus maletas
rodando o a cuestas, y armando el jaleo típico de chavales llenos de ganas de
fiesta y de alcohol.
Una vez se instaló
en su habitación, que compartiría con sus cuatro amigos y otro compañero más
añadido por descarte para completar el aforo de la misma, decidieron ir a darse
una vuelta por los alrededores del hostal, no para conocer la ciudad sino para
encontrar un supermercado donde comprar las provisiones de alcohol que más
tarde se beberían realizando la más culta de todas las tradiciones juveniles
españolas, el botellón. La verdad es que a él no le apetecía nada aquello, ni
mucho menos vislumbrar que en unas horas tendría que estar participando en el
botellón aunque fuera bebiendo fanta o coca-cola, ya que alcohol no bebía y no
quería empezar a hacerlo en aquel viaje. Para él el alcohol y el botellón
siempre habían estado unido a personas con las que no quería tener nada que
ver, con las que no quería relacionarse, sin embargo al entrar en la
universidad y descubrir que quien más o quien menos todo el mundo había salido
de botellón y de fiesta a beber y emborracharse. Él nunca, y la sola idea de
que aquella noche tenía que hacerlo hacía que le entrara mucha ansiedad. Ansiedad
y miedo. Miedo a no saber qué hacer, ni cómo comportarse; miedo a sentirse
desplazado y marginado por el hecho de no beber alcohol; miedo a no encajar con
las personas con las que quería encajar. En definitiva tenía miedo de sentirse
un monstruo, un ser raro, alguien a quien tacharían de aburrido.
Relativamente
cerca del hostal había un Mercadona, allí fue donde compraron el alcohol y todo
lo demás. Si realmente hubiera sabido cómo se desarrollarían los
acontecimientos a partir de aquel momento, hubiera dedicado ese tiempo que
empleó en acompañar a sus compañeros a comprar el alcohol a darse una vuelta de
verdad por Valencia para descubrirla, ya que estaban en pleno centro de la
capital del Turia, y su hostal quedaba bastante cerca de la Catedral. Sin embargo
no lo hizo. Con el tiempo se arrepentiría de aquella decisión que tomó para no
sentirse sólo y no ir sólo a ver Valencia, decisión que creía permitía que los
demás vieran que era alguien normal que hacía cosas normales para su edad, aun
cuando lo que más le hubiera gustado hacer era darse una vuelta por la ciudad.
Una vez volvieron
al hostal con la mercancía etílica se empezaron a duchar y a cambiar de ropa,
se empezaron a preparar para salir de fiesta. El uso de las duchas se convirtió
en una verdadera odisea. Eran tantos los que se tenían que duchar, y casi todos
decidieron hacerlo a la misma hora, que las duchas no daban abasto. Él se tuvo
que duchar en los baños de la planta de arriba de su habitación, por lo que
tuvo que ir con la toalla atada a la cintura por los pasillos y la escalera
cruzándose con compañeros y compañeras que hacían lo mismo que él, buscar una
ducha libre para usar. Una vez se duchó bajó a su habitación para cambiarse de
ropa y ponerse lo que él consideraba era ropa para salir de fiesta. Como nunca
había salido de fiesta, nunca había ido de botellón y mucho menos a una
discoteca, la ropa que se puso podía haberle servido igual para ir a clase, al
cine o a casa de su abuela a comer. La mayoría de sus amigos y compañeros sí
tenían ropa más acorde con lo que iban a hacer, estaban más acostumbrados a ir
de fiesta y de botellón y por tanto tenían disfraces para ir a esos sitios.
Mientras se estaba
vistiendo, se daba cuenta que ya había llegado el momento, que la hora de irse
de botellón y de fiesta estaba más cerca. Empezó a darle vueltas en la cabeza a
todo eso y empezó a ponerse cada vez más nervioso, no sabía qué hacer. Empezó a
sentir dificultad para respirar, necesitaba aire, la ansiedad empezaba a ser
cada vez mayor, sentía una presión cada vez mayor en el pecho, necesitaba
soltarla por algún lado. Empezó a respirar de manera más irregular. Sus amigos,
lo notaron, se interesaron por qué le pasaba, pero él no podía contestar, no se
salían las palabras, lo único que quería era llorar. Uno de sus amigos, el boy
scout, vio que necesitaba espacio, aire, y sobre todo tiempo; los otros dos
amigos que también estaban allí, los que habían ido en el otro autocar también
se dieron cuenta rápidamente de la situación, los tres que estaban allí le
intentaron ayudar a que se calmara, pero él necesitaba tiempo para relajarse.
Los tres vieron que necesitaba estar sólo y le dejaron en la habitación
diciéndole que se calmara, y que si necesitaba algo que les avisara, que
estarían en la buhardilla del hostal, donde había una sala de estar común con
mesa de billar, esperándole y que si no subía bajarían ellos a por él. Eso eran
buenos amigos, y no el otro a quien consideraba su mejor amigo. A quien
consideraba su mejor amigo llevaba ya bastante rato en la buhardilla, no tenía
tiempo que perder, tenía que meter ficha y tontear con cualquier chica que se
le pusiera por delante, aun teniendo novia como tenía, pero claro Madrid está a
más de 300 km de Valencia, mucha distancia y además, si lo hacía en Madrid,
cómo no lo iba a hacer en aquel viaje. Ese fue el primer momento en que él
pensó que su mejor amigo, a quien quería como un hermano, le había fallado; ni
siquiera se preguntó por qué había tardado tanto en subir a la buhardilla, ni
siquiera al día siguiente le preguntaría qué le pasaba. Nada. Le ignoró. Se
vive mejor sin preocuparse por nadie, sólo de uno mismo, como esa persona
siempre ha hecho y siempre hará, es lo que tiene la gente de corazón miserable.
Cuando consiguió
calmarse un poco decidió subir a la buhardilla, donde todo el mundo estaba
divirtiéndose, jugando al billar, empezando ya a tomarse las primeras copas.
Allí arriba se sentía totalmente desubicado, estaba como perdido, no sabía
dónde estaba, todo le parecía irreal. Encontró a sus amigos charlando y
divirtiéndose con otros compañeros, cuando le vieron le preguntaron si ya
estaba mejor, él les dijo que sí. En verdad no estaba mucho mejor, simplemente
más calmado. Cogió un vaso y se tomó un poco de Sprite, por beber algo, por
aparentar ser como los demás, por no parecer un bicho raro. Para hacer tiempo,
y que éste se pasara lo más rápidamente posible se puso a hablar con uno de sus
amigos, el de la cámara de gas en los baños de la Ciudad de las Artes. A la
postre apenas recordaría nada de aquella conversación, ni de cómo era la
buhardilla, ni la gente que había, ni cómo era la mesa de billar donde estaba
jugando aquel en quien un día confió y consideró su mejor amigo. Tras pasar un
buen rato en la buhardilla, decidieron marcharse de la misma porque, para no
molestar a la gente normal que estaba en el hostal, cerraba. Decidieron irse a
los Jardines de Turia, un enorme parque lineal que ocupa lo que en su día fue
el antiguo cauce del río. Habían quedado con el resto del grupo del viaje bajo
uno de los puentes del antigua cauce del río, en concreto el Puente del Real,
sin embargo no sabía cómo llegar hasta él. No es que se perdieran pero dieron
una vuelta importante, ya que dicho puente no estaba tan alejado del hostal
como pensaban.
Bajo el Puente del
Real vivió las peores sensaciones que había pasado en su vida desde hacía mucho
tiempo. Sintió que estaba en un mundo irreal. No sabía sinceramente qué estaba
haciendo. En el camino hasta el puente iba como un zombie, llevaba un rumbo
fijo pero iba porque el resto de la gente le arrastraba. No hablaba con nadie,
o al menos eso es lo que él recuerda; si habló con alguien su mente no lo grabó.
La ansiedad había vuelto a intensificarse. La gente con la que iba hasta el
puente parecía disfrutar de aquello, estaba entusiasmada de ir a beber, a emborracharse,
a lo que ellos consideraban ir de fiesta,
pero a él lo único que le apetecía es que llegara ya el día siguiente, la luz
del sol que anuncia un nuevo día para que aquel viaje que habían empezado bien,
con ilusión, acabara de una vez para poder salir de aquel infierno que estaba
viviendo. Cuando llegaron hasta el puente, ya estaban allí mucho de sus
compañeros, casi nadie se fijó en él ni le dijo nada, era invisible o eso
pensaba él. Todos estaban ya bebiendo, hasta uno de los profesores que les
acompañaron en aquel viaje, con un cubata o lo que fuera en la mano, hablando
con sus alumnos, alternando con ellos. Una cosa que sí recuerda fue que en un
momento determinado pasó una patrulla de la policía local de Valencia por donde
estaban haciendo botellón, pero no les dijo nada, en España se permite todo
este tipo de cosas y se ven como normal. Para él aquello no era normal, se
sentía muy incómodo, no se estaba divirtiendo. No entendía como a la gente
podía gustarse hacer aquello, emborracharse por el mero hecho de hacerlo, el transformarse
en otra persona diferente por el alcohol, el tener que ir a mear, o a vomitar según
se terciara, como mendigos debajo del puente que se convirtió en una baño
unisex improvisado, ensuciar el parque sin que a nadie le importara. Él no
podía considerar eso normal, estaba fuera de sus normas personales.
Intentaba estar
normal pero no le salía. Intentaba bromear, hablar con los demás, pero la gente
pasaba de él. Si no hubiera estado allí nadie lo hubiera notado. A medida que
pasaba el tiempo la ansiedad aumentaba, la presión en el pecho volvía a ser tan
intensa como lo había sido en la habitación del hostal. Necesitaba aire aun
estando en un parque al aire libre. Necesitaba irse de allí. Se sentía como un
animal enjaulado. No estaba cómodo allí y si seguía mucho tiempo así
probablemente terminaría reventando por algún lado. Por eso decidió marcharse.
Dos de sus amigos, los únicos que parecía que se daban cuenta de cómo estaba e
intentaban animarle a estar un rato más allí y ayudarle en lo que pudieran, le
acompañaron fuera del parque para que se marchara al hostal e intentara
descansar y tranquilizarse para el día siguiente estar lo mejor posible.
Aquellos dos amigos fueron los únicos que se enteraron que se marchó. El resto
de sus amigos y compañeros de clase se quedaron bebiendo un rato más para luego
irse a alguna discoteca o a cualquier otro sitio para continuar con su fiesta.
En aquel momento pensó que era un mierda absoluto, que no merecía estar allí en
aquel viaje, que no merecía nada. Se sintió sólo; se sintió como un bicho raro,
como un monstruo de veinte años que era incapaz de encajar con nadie. Pensó que
no debería haber ido aquel viaje, seguro que había compañeros que se quedaron
sin ir y que lo hubieran disfrutado mucho más. En ese momento se hubiera
cambiado por cualquiera de ellos.
De vuelta en el
hostal, ya en la habitación se derrumbó. Le salió toda la ansiedad que llevaba
dentro. Lloró como llevaba años sin hacer. Sólo. Sentado en la cama. Queriendo
irse de allí y no volver nunca más a aquella ciudad. Echándose la culpa de
aquella situación que sólo se había producido porque era un mierda, alguien que
no encajaba con nadie, que no sabía comportarse como un chaval de veinte años
que no sabía divertirse como todos los demás. Lo único que quería era que se
acabara aquella noche, que llegara el momento de volver a Madrid. Quería que
todo se acabara ya. Se desvistió y se puso el pijama. Se echó en la cama e
intentó dormirse, aunque no lo consiguió, muchas cosas tenía en la cabeza y la
ansiedad todavía no se había eliminado del todo. Quería dormirse para que lo
que quedaba de noche pasara rápido pero no lo conseguía. Además la noche
todavía no se había acabado. Todavía quedaban algunas sorpresas.
Continuará…
Caronte.
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