domingo, 13 de abril de 2014

Valencia: viaje a los infiernos (Parte II)

Una vez llenados los estómagos y mojados los pies en la malvarrosa, los pies de casi todos menos los suyos, fueron hasta la Ciudad de las Artes y las Ciencias, esa gran obra de Calatrava realizada únicamente para cumplir los deseos megalomaníacos de unos políticos más que corruptos que pastan a sus anchas en esta región del país. El Palacio de las Artes Reina Sofía (Ópera de Valencia), que se cae a trozos debido a que tras haber gastado una ingente cantidad de dinero en su construcción y esmerado diseño, luego se escatimó en el recubrimiento de la fachada; L’Hemisferic, sala de proyecciones en IMAX que proyecta absurdas películas y documentales para justificar su construcción; el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, edificios gigantesco que se supone que es un museo interactivo pero en el que apenas hay nada expuesto de verdadero interés; el Puente Assut de l'Or puente de diseño igual a todos los que hace Calatrava que no se come la cabeza a la hora de diseñar; y el Ágora, un megaedificio inútil donde los haya que alberga, como única actividad al año un torneo de tenis de segunda categoría. Edificios todos ellos que, aunque estéticamente tienen una fuerza muy importante, tienen el mismo uso que un peine para calvos. El objetivo de la visita a la Ciudad de las Artes era más bien acercarse hasta la entrada del Oceanográfico de Valencia para poder contemplar las cubiertas con forma de superficies regladas, elementos de geometría que en aquella época estaban dando en la Escuela. La explicación de los profesores sobre estas cubiertas le resultó muy interesante y quizá fuera de los pocos que la escucho, la mayor parte de sus compañeros estaban mucho más impacientes por que terminara aquel rollo y empezar por fin a divertirse, lo único que querían era que empezara la fiesta. Y fiesta era lo único que a él no le apetecía hacer.

Una vez acabó la explicación de las cubiertas del Oceanográfico, se dirigieron a la Ciudad de las Ciencias propiamente dicha. Allí tuvieron un poco de tiempo libre para hacer lo que les viniera en gana. Hay quien entró en el museo a verlo, otros se fueron fuera de la Ciudad de las Artes a investigar dónde se podía ir de fiesta por la noche. Él y sus amigos, y otros compañeros, decidieron simplemente darse una vuelta por el mismo recinto para hacer tiempo hasta que los autocares les recogieran. Lo primero que hizo fue ir al servicio, con las prisas de la comida, las visitas y las explicaciones, tenía la vejiga a reventar. A los servicios entró acompañado por sus compañeros, uno de los cuales sin pudor ni vergüenza alguna y con premeditación y alevosía, se tiró un buen pedo en medio de los baños rodeado de gente, estudiantes más jóvenes que ellos, sin que le importara lo más mínimo, convirtiendo los servicios en una improvisada cámara de gas. De momento esto fue lo más gracioso que le pasó en todo el viaje.

Tras salir de la cámara del gas, todos juntos (eran cinco, no muchos más) se dieron una vuelta por la Ciudad de de las Artes y se tiraron unas cuantas fotos de recuerdo. Él se llevó la cámara para poder tener algún recuerdo de lo que pensaba iba a ser un viaje donde disfrutaría y se lo pasaría bien. Un viaje donde iba a estar con sus amigos, en especial, por aquel entonces, con una persona a la que tenía en mayor consideración que a los demás y consideraba más como un hermano. Las fotos que tiró y les tiraron a todos juntos en un par de ocasiones se convirtieron a la postre, con el tiempo, en dolorosos recuerdos. Dolorosos porque con el tiempo se dio cuenta de que ese aprecio y cariño que sentía por un amigo, que le hizo tratarle siempre mejor que al resto, y que pensaba que era mutuo, resultó ser una falsa absoluta, no por parte de él sino por parte de esa otra persona que siempre se comportó como un falso. Además, y también con el tiempo, se dio cuenta de que al resto de amigos que fueron con él a aquel viaje, y que también aparecen en muchas fotos del mismo, les trató mucho peor de lo que en verdad merecían, algo que siempre le volvía a la cabeza y que también le martirizaba y le dolía profundamente haber hecho.

Una vez de vuelta en el autocar se dirigieron hacia el hostal en el que pasarían la noche, quien la pasara bajo techo, porque hubo gente que no piso el hostal más que para dejar la maleta por la noche y luego a recogerla por la mañana a la hora de irse. Él nunca antes había estado en un hostal, y mucho menos había compartido habitación con otras cinco personas, en cierto modo aquello le ilusionaba, era una experiencia nueva que quería vivir. El hostal se situaba en una de las calles más famosas de Valencia, la calle de la Paz, en un edificio antiguo de los típicos de los centros de las ciudades, sin embargo estaba recién reformado y la decoración, aunque bastante simple, era moderna y muy colorida, lo que le daba un aire muy joven. Ante la imposibilidad de que el autocar parara para que nos bajáramos todos en la misma puerta del hostal, éste paró en una plaza cercana, al lado del Palacio de Justicia. Desde allí todo el grupo se dirigió hasta el hostal caminando. Invadieron la Calle de la Paz, con sus maletas rodando o a cuestas, y armando el jaleo típico de chavales llenos de ganas de fiesta y de alcohol.

Una vez se instaló en su habitación, que compartiría con sus cuatro amigos y otro compañero más añadido por descarte para completar el aforo de la misma, decidieron ir a darse una vuelta por los alrededores del hostal, no para conocer la ciudad sino para encontrar un supermercado donde comprar las provisiones de alcohol que más tarde se beberían realizando la más culta de todas las tradiciones juveniles españolas, el botellón. La verdad es que a él no le apetecía nada aquello, ni mucho menos vislumbrar que en unas horas tendría que estar participando en el botellón aunque fuera bebiendo fanta o coca-cola, ya que alcohol no bebía y no quería empezar a hacerlo en aquel viaje. Para él el alcohol y el botellón siempre habían estado unido a personas con las que no quería tener nada que ver, con las que no quería relacionarse, sin embargo al entrar en la universidad y descubrir que quien más o quien menos todo el mundo había salido de botellón y de fiesta a beber y emborracharse. Él nunca, y la sola idea de que aquella noche tenía que hacerlo hacía que le entrara mucha ansiedad. Ansiedad y miedo. Miedo a no saber qué hacer, ni cómo comportarse; miedo a sentirse desplazado y marginado por el hecho de no beber alcohol; miedo a no encajar con las personas con las que quería encajar. En definitiva tenía miedo de sentirse un monstruo, un ser raro, alguien a quien tacharían de aburrido.

Relativamente cerca del hostal había un Mercadona, allí fue donde compraron el alcohol y todo lo demás. Si realmente hubiera sabido cómo se desarrollarían los acontecimientos a partir de aquel momento, hubiera dedicado ese tiempo que empleó en acompañar a sus compañeros a comprar el alcohol a darse una vuelta de verdad por Valencia para descubrirla, ya que estaban en pleno centro de la capital del Turia, y su hostal quedaba bastante cerca de la Catedral. Sin embargo no lo hizo. Con el tiempo se arrepentiría de aquella decisión que tomó para no sentirse sólo y no ir sólo a ver Valencia, decisión que creía permitía que los demás vieran que era alguien normal que hacía cosas normales para su edad, aun cuando lo que más le hubiera gustado hacer era darse una vuelta por la ciudad.

Una vez volvieron al hostal con la mercancía etílica se empezaron a duchar y a cambiar de ropa, se empezaron a preparar para salir de fiesta. El uso de las duchas se convirtió en una verdadera odisea. Eran tantos los que se tenían que duchar, y casi todos decidieron hacerlo a la misma hora, que las duchas no daban abasto. Él se tuvo que duchar en los baños de la planta de arriba de su habitación, por lo que tuvo que ir con la toalla atada a la cintura por los pasillos y la escalera cruzándose con compañeros y compañeras que hacían lo mismo que él, buscar una ducha libre para usar. Una vez se duchó bajó a su habitación para cambiarse de ropa y ponerse lo que él consideraba era ropa para salir de fiesta. Como nunca había salido de fiesta, nunca había ido de botellón y mucho menos a una discoteca, la ropa que se puso podía haberle servido igual para ir a clase, al cine o a casa de su abuela a comer. La mayoría de sus amigos y compañeros sí tenían ropa más acorde con lo que iban a hacer, estaban más acostumbrados a ir de fiesta y de botellón y por tanto tenían disfraces para ir a esos sitios.

Mientras se estaba vistiendo, se daba cuenta que ya había llegado el momento, que la hora de irse de botellón y de fiesta estaba más cerca. Empezó a darle vueltas en la cabeza a todo eso y empezó a ponerse cada vez más nervioso, no sabía qué hacer. Empezó a sentir dificultad para respirar, necesitaba aire, la ansiedad empezaba a ser cada vez mayor, sentía una presión cada vez mayor en el pecho, necesitaba soltarla por algún lado. Empezó a respirar de manera más irregular. Sus amigos, lo notaron, se interesaron por qué le pasaba, pero él no podía contestar, no se salían las palabras, lo único que quería era llorar. Uno de sus amigos, el boy scout, vio que necesitaba espacio, aire, y sobre todo tiempo; los otros dos amigos que también estaban allí, los que habían ido en el otro autocar también se dieron cuenta rápidamente de la situación, los tres que estaban allí le intentaron ayudar a que se calmara, pero él necesitaba tiempo para relajarse. Los tres vieron que necesitaba estar sólo y le dejaron en la habitación diciéndole que se calmara, y que si necesitaba algo que les avisara, que estarían en la buhardilla del hostal, donde había una sala de estar común con mesa de billar, esperándole y que si no subía bajarían ellos a por él. Eso eran buenos amigos, y no el otro a quien consideraba su mejor amigo. A quien consideraba su mejor amigo llevaba ya bastante rato en la buhardilla, no tenía tiempo que perder, tenía que meter ficha y tontear con cualquier chica que se le pusiera por delante, aun teniendo novia como tenía, pero claro Madrid está a más de 300 km de Valencia, mucha distancia y además, si lo hacía en Madrid, cómo no lo iba a hacer en aquel viaje. Ese fue el primer momento en que él pensó que su mejor amigo, a quien quería como un hermano, le había fallado; ni siquiera se preguntó por qué había tardado tanto en subir a la buhardilla, ni siquiera al día siguiente le preguntaría qué le pasaba. Nada. Le ignoró. Se vive mejor sin preocuparse por nadie, sólo de uno mismo, como esa persona siempre ha hecho y siempre hará, es lo que tiene la gente de corazón miserable.

Cuando consiguió calmarse un poco decidió subir a la buhardilla, donde todo el mundo estaba divirtiéndose, jugando al billar, empezando ya a tomarse las primeras copas. Allí arriba se sentía totalmente desubicado, estaba como perdido, no sabía dónde estaba, todo le parecía irreal. Encontró a sus amigos charlando y divirtiéndose con otros compañeros, cuando le vieron le preguntaron si ya estaba mejor, él les dijo que sí. En verdad no estaba mucho mejor, simplemente más calmado. Cogió un vaso y se tomó un poco de Sprite, por beber algo, por aparentar ser como los demás, por no parecer un bicho raro. Para hacer tiempo, y que éste se pasara lo más rápidamente posible se puso a hablar con uno de sus amigos, el de la cámara de gas en los baños de la Ciudad de las Artes. A la postre apenas recordaría nada de aquella conversación, ni de cómo era la buhardilla, ni la gente que había, ni cómo era la mesa de billar donde estaba jugando aquel en quien un día confió y consideró su mejor amigo. Tras pasar un buen rato en la buhardilla, decidieron marcharse de la misma porque, para no molestar a la gente normal que estaba en el hostal, cerraba. Decidieron irse a los Jardines de Turia, un enorme parque lineal que ocupa lo que en su día fue el antiguo cauce del río. Habían quedado con el resto del grupo del viaje bajo uno de los puentes del antigua cauce del río, en concreto el Puente del Real, sin embargo no sabía cómo llegar hasta él. No es que se perdieran pero dieron una vuelta importante, ya que dicho puente no estaba tan alejado del hostal como pensaban.

Bajo el Puente del Real vivió las peores sensaciones que había pasado en su vida desde hacía mucho tiempo. Sintió que estaba en un mundo irreal. No sabía sinceramente qué estaba haciendo. En el camino hasta el puente iba como un zombie, llevaba un rumbo fijo pero iba porque el resto de la gente le arrastraba. No hablaba con nadie, o al menos eso es lo que él recuerda; si habló con alguien su mente no lo grabó. La ansiedad había vuelto a intensificarse. La gente con la que iba hasta el puente parecía disfrutar de aquello, estaba entusiasmada de ir a beber, a emborracharse, a lo que ellos consideraban ir de fiesta, pero a él lo único que le apetecía es que llegara ya el día siguiente, la luz del sol que anuncia un nuevo día para que aquel viaje que habían empezado bien, con ilusión, acabara de una vez para poder salir de aquel infierno que estaba viviendo. Cuando llegaron hasta el puente, ya estaban allí mucho de sus compañeros, casi nadie se fijó en él ni le dijo nada, era invisible o eso pensaba él. Todos estaban ya bebiendo, hasta uno de los profesores que les acompañaron en aquel viaje, con un cubata o lo que fuera en la mano, hablando con sus alumnos, alternando con ellos. Una cosa que sí recuerda fue que en un momento determinado pasó una patrulla de la policía local de Valencia por donde estaban haciendo botellón, pero no les dijo nada, en España se permite todo este tipo de cosas y se ven como normal. Para él aquello no era normal, se sentía muy incómodo, no se estaba divirtiendo. No entendía como a la gente podía gustarse hacer aquello, emborracharse por el mero hecho de hacerlo, el transformarse en otra persona diferente por el alcohol, el tener que ir a mear, o a vomitar según se terciara, como mendigos debajo del puente que se convirtió en una baño unisex improvisado, ensuciar el parque sin que a nadie le importara. Él no podía considerar eso normal, estaba fuera de sus normas personales.

Intentaba estar normal pero no le salía. Intentaba bromear, hablar con los demás, pero la gente pasaba de él. Si no hubiera estado allí nadie lo hubiera notado. A medida que pasaba el tiempo la ansiedad aumentaba, la presión en el pecho volvía a ser tan intensa como lo había sido en la habitación del hostal. Necesitaba aire aun estando en un parque al aire libre. Necesitaba irse de allí. Se sentía como un animal enjaulado. No estaba cómodo allí y si seguía mucho tiempo así probablemente terminaría reventando por algún lado. Por eso decidió marcharse. Dos de sus amigos, los únicos que parecía que se daban cuenta de cómo estaba e intentaban animarle a estar un rato más allí y ayudarle en lo que pudieran, le acompañaron fuera del parque para que se marchara al hostal e intentara descansar y tranquilizarse para el día siguiente estar lo mejor posible. Aquellos dos amigos fueron los únicos que se enteraron que se marchó. El resto de sus amigos y compañeros de clase se quedaron bebiendo un rato más para luego irse a alguna discoteca o a cualquier otro sitio para continuar con su fiesta. En aquel momento pensó que era un mierda absoluto, que no merecía estar allí en aquel viaje, que no merecía nada. Se sintió sólo; se sintió como un bicho raro, como un monstruo de veinte años que era incapaz de encajar con nadie. Pensó que no debería haber ido aquel viaje, seguro que había compañeros que se quedaron sin ir y que lo hubieran disfrutado mucho más. En ese momento se hubiera cambiado por cualquiera de ellos.

De vuelta en el hostal, ya en la habitación se derrumbó. Le salió toda la ansiedad que llevaba dentro. Lloró como llevaba años sin hacer. Sólo. Sentado en la cama. Queriendo irse de allí y no volver nunca más a aquella ciudad. Echándose la culpa de aquella situación que sólo se había producido porque era un mierda, alguien que no encajaba con nadie, que no sabía comportarse como un chaval de veinte años que no sabía divertirse como todos los demás. Lo único que quería era que se acabara aquella noche, que llegara el momento de volver a Madrid. Quería que todo se acabara ya. Se desvistió y se puso el pijama. Se echó en la cama e intentó dormirse, aunque no lo consiguió, muchas cosas tenía en la cabeza y la ansiedad todavía no se había eliminado del todo. Quería dormirse para que lo que quedaba de noche pasara rápido pero no lo conseguía. Además la noche todavía no se había acabado. Todavía quedaban algunas sorpresas.

Continuará…


Caronte.

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