lunes, 7 de abril de 2014

El manzano que anuncia la primavera

El manzano que hay delante de mi ventana ya ha florecido. Las flores, blancas cuando están abiertas pero de un rosa intenso cuando por las mañanas están cerradas aguardando que salga el sol para que sus rayos las rocen, anuncian la tan esperada llegada del calor, la entrada de verdad de la primavera. Un calor que en Madrid no da un suspiro, y cuando llega lo hace para quedarse. No hay apenas transición entre el frío y el calor. No nos da tiempo a prepararnos y siempre nos pilla a pie cambiado. El manzano de delante de mi ventana ya lo ha anunciado, ya no hay vuelta atrás ya se empieza a anunciar ese eterno verano que padecemos, o al menos eso es lo que yo siento, en Madrid.

Este fin de semana ya ha sido de esos en los que lo que menos apetece es quedarse encerrado en casa. La luz del sol se queda mucho más rato con nosotros iluminando nuestras vidas e insuflando calor a nuestros corazones, tan apagados durante el invierno, igualmente largo en Madrid y del que terminamos un poco hartos. Pero el viejo gruñón del invierno ya ha dicho adiós hasta su próxima venida, ya ni siquiera las frescas mañanas que todavía hemos de padecer los que salimos temprano para ir a clase o a trabajar nos intimidan. El frío mañanero no es más que un último intento del invierno de hacerse notar, ya sin ganas, sabiendo que por mucho fresco que quiera hacer el sol saldrá y aguantará más tiempo calentando. Es un frío al que apenas le quedan fuerzas para asustar y amedrentar a la gente. Es un frío que más que enfriar, lo que hace es terminar por despertar a la gente, la despeja.

Los días ya son más largos, hay más luz y ésta dura más. El sol pica como diría mi madre. Y es verdad el sol cuando se pone a mandar con dureza sus rayos sobre nosotros termina por picar. Un picor agradable en los primeros días de calor; un picor que indica que el verano, adelantado por la primavera, ha terminado por vencer el invierno. Un picor que en pleno verano, julio y agosto, ya no es agradable y se convierte en un picor que escuece y que quema, que convierte a los pálidos ingleses y alemanes que nos visitan en época estival en carabineros a la plancha, un picor que dura desde por la mañana hasta el último momento de luz del día, y que solo se puede aliviar con el frescor del agua, de mar o de las piscinas. Piscinas que ya empiezan a ponerse a punto para el inicio de la temporada de toalla y bañador, que preludian las vacaciones. Piscinas que sirven de alivio y consuelo a la gente que no puede irse a la orilla del mar y disfrutar de la dorada alfombra de arena y de la inmensa e infinita extensión de agua que es el mar.

Las flores del manzano también indican que los árboles que jalonan cientos de calles por Madrid empiezan a vestirse de nuevo para proteger a los moradores de la ciudad con su buscada y refrescante sombra. Los árboles, que ya a finales de septiembre empezaron a quitarse la ropa, a desvestirse como unos enamorados que se han dejado llevar por la pasión y la ansiedad de amor que desprenden sus cuerpos antes de entregarse el uno al otro y fundirse en un único cuerpo. Los pequeños brotes verdes que se empiezan a ver en las ramas de todos los árboles pronto se convertirán en un denso follaje de hojas que intentarán acaparar la máxima cantidad de rayos de sol posibles para vivir más, y ser más grandes. Esos brotes verdes que pronto se convertirán en la verdadera vestimenta del árbol, en las hojas que cubrirán la mayor parte del mismo y que proporcionarán una sombre donde cobijarse en los duros días de calor que sin duda vendrán.

Con el calor, y la luz del sol, los árboles vuelven a la vida dejando atrás un largo sueño del que a veces parece que no van a despertar. Los árboles con su vuelta a la vida traen consigo la ilusión del verano, de las tardes cálidas y verdes, tardes de paseo y esparcimiento, tardes de pasión, tardes de vida. El primer fin de semana de sol y calor, se convierte en una fiesta en la que se celebra la vida, sin darnos cuenta los seres humanos reaccionamos todos igual cuando llegan estos primeros días de calor. Como si fuéramos caracoles que tras una intensa tormenta deciden aventurarse entre los matorrales y los tallos de las plantas, las personas aprovechamos este primer día de calor estival para salir al mundo, para dar la bienvenida a la amable y joven primavera, para decir adiós y despedir por una larga temporada al viejo y gruñón invierno. Nuestros matorrales son los parques y nuestros tallos, las calles de nuestros pueblos y ciudades. Parques y calles que se llenan a rebosar de gente que estaba deseante y ansiosa de salir, de caminar, de jugar al aire libre, de abandonar sus casas para salir al mundo y vivir. Me puedo imaginar cómo estaría ayer el parque del Retiro de Madrid, lleno de familias, parejas, patinadores, niños juagando en los columpios, gente haciendo yoga o corriendo, chavales montando en bici. Los parques llenos de vida, de alegría y de ganas de vivir. Parejas desbordantes de pasión y deseo; el amor en esta ápoca del año se desata y no tiene límites, por todos lados se ven parejas de todas las edades rebosantes de amor y de pasión, cuyas manos se entrelazan, sus cuerpos se juntan y sus miradas desprenden ardor y deseo. La primavera tiene estas cosas. Los árboles vuelven a la vida, y a la vez que los nuevos brotes verdes tiñen de color las ramas y los parques, los corazones de las personas empiezan a latir un poco más rápido, como si la explosión de vida que crean los árboles se contagiara a las personas. Si además el corazón está enamorado sus latidos tienen una velocidad mayor, en ocasiones desbocada.

Con la llegada de este primer fin de semana de vida, de sol, de luz, las ciudades vuelven a latir al mismo ritmo que los corazones de sus habitantes. Los parques, las calles y plazas de la ciudad se llenan de gente; los bares y las terrazas completan sus aforos de gente que desea que pase la semana y que llegue el fin de semana para disfrutar de esa luz y ese sol que lo llenan todo; los bancos de los parques se quedan pequeños para acoger a toda la gente se quiere sentarse en ellos, sobre todo veteranos: abuelos vigilantes de sus nietos, grupos de viejos que esperan su turno para jugar a la petanca, grupos de personas mayores que hablan de la vida y comentan si este año va a hacer más o menos calor que el anterior o si el campo necesita más lluvia. Los bancos sirven de zona de descanso a los mayores pero también a los más pequeños que necesitan reponer fuerzas tomándose un helado. Con los primeros días de sol y calor, las bicicletas y patines que los Reyes Magos trajeron y que languidecían guardados en los trasteros de las casas ven por fin la luz al final del túnel, y sienten que son útiles y sirven para algo.

De todo esto son testigos los árboles de los parques, testigos mudos que observan y están siempre ahí, y cuya sombra sirve de guarida de descanso a miles de personas. Testigos mudos que año tras año ven evolucionar a las personas que se apoyan en sus troncos o que aprovechan la sobra de sus copas para sentarse en la fresca hierba. Árboles que ven crecer a muchas generaciones y que a todas da cobijo su sombra. La primavera revoluciona el mundo y no sólo son los árboles los que despiertan de su letargo, todos los seres vivos experimentamos este despertar, este desentumecimiento de nuestro cuerpo y sobre todo de nuestros corazones. Los perros están mucho más activos y corredores, los pájaros vuelven a las ramas de los árboles y cantan otra vez a la vida con alegría, las ardillas de Retiro empiezan a dejarse ver al pie de los árboles que habitan esperando que algún despistado se deje parte de un sándwich o unas nueces perdidas en el césped. Todo ser vivo vuelve a vivir.

La primavera entra oficialmente el 21 de marzo, pero no es hasta que llega el primer fin de semana de calorcito cuando de verdad se siente esta estación. Y el manzano de delante de mis ventanas casi nunca falla, sólo cuando éste ha florecido la primavera llega para quedarse entre nosotros, ni antes ni después, justo cuando sus capullos se abren y dan paso a las blancas flores que en su día se convertirán en dulces manzanas.


Caronte.

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