viernes, 11 de diciembre de 2015

El Vals del Emperador (LX)

**************************************************************************

(Viene de la entrada anterior.)

Nada más salir él de la habitación del Sacher, Anna notó que algo raro pasada. No terminó por despertarse al instante, él ya se había cuidado bastante como para no hacer un ruido demasiado grande al cerrar la puerta. Sin embargo ella no duró mucho tiempo más dormida en la cama. Abrió los ojos con una pesadez extrema, como en esas mañanas de domingo de invierno en las que uno no tiene fuerzas para nada pero que por las obligaciones más rutinarias de la vida uno tiene que despertarse y levantarse de la cama. Miró a su alrededor todavía con los ojos entornados y no dándose cuenta realmente de mucho. Veía la habitación entre penumbras, a oscuras. Apenas un leve resplandor anaranjado se filtraba por entre las cortinas de seda de las ventanas. No notó que hubiera nadie en la habitación y eso la extrañó. Al notarse sola, algo que podría ser una sensación ilusoria según pensó ella, hizo que terminara por desperezarse del todo y abrir bien los ojos. Pero siguió sin ver a nadie.

Anna se incorporó en la cama y llamó por su nombre a su acompañante. Nadie respondió. “Quizá está en la ducha”, pensó ella, pero rápidamente se dio cuenta de que ni salía luz del baño ni se oía la ducha funcionar. Se levantó de la cama y se dio una vuelta por toda la habitación intentando descubrir algo que sabía que no iba a encontrar: él no estaba. Se sentó en uno de los sillones de la habitación y reparó que encima del escritorio había un papel escrito. Volvió a levantarse, se acercó a la mesa y cogió el papel con el membrete del hotel. Leyó la nota que él la había dejado y se dio cuenta de que algo iba mal. No entendía que teniendo una cena de fin de año en apenas un par de horas y luego una fiestas, actos ambos para los que los dos tenían que prepararse, se hubiera marchado “a dar una vuelta” como ponía en la nota. El “te quiero” lo leyó casi de pasada, molesta por el contenido de la nota y porque el silencio y la actitud que él había mantenido en el fondo durante todo el viaje la tenían totalmente desconcertada.

Sin saber muy bien qué hacer porque para mayor inri él no se había llevado el teléfono móvil, decidió resignarse y esperar a que volviera. Anna sabía que lo que él hiciera tampoco la tenía que preocupar demasiado. Sabía de sus cambios de humor y que él todavía tenía una herida muy grande en su alma, en sus recuerdos, que no había cicatrizado del todo y que ese viaje él lo había planeado como bálsamo curador de esa herida. Pero él se había encontrado con la realidad y ese viaje no estaba sirviendo para curar esa herida sino que la había abierto más y la había puesto en carne viva haciéndole recordar cosas que le causaban mucho dolor; cosas que a ella ni se le pasaba por la cabeza qué podrían ser.

Iba a empezar a preparase para la fiesta metiéndose en el baño para ducharse cuando empezó a sonar el teléfono de la habitación. Al descolgar escuchó al otro lado del auricular la voz de Rocío, la recepcionista del hotel. Anna preguntó que si pasaba algo grave ya que su compañero de habitación no estaba. Rocío dijo que no que el señor había salido hacía una media hora del hotel y que todavía no había vuelto. Entonces Rocío explicó a Anna la razón de la llamada, y era que había un hombre en recepción que había preguntado por el señor y en qué habitación se alojaba.

– Como mandan las normas del hotel lo primero que he hecho ha sido llamarla. – Explicó Rocío a Anna por teléfono.
– ¿Quién es? – Quiso saber Anna quien ya se olía quién podría ser.
– No me ha dado el nombre. Viene vestido con una gabardina larga, de esas que usaban los mafiosos o mejor dicho los hombres de negocios turbios. Dice que es amigo del señor. – Dijo Rocío.
– Pues ahora mismo no está en la habitación, eso ya lo sabes Rocío. – Replicó Anna.
– Ya. Por eso la estoy llamando.
– Pero no me trates de usted por favor, que no soy tan mayor mujer. – Pidió Anna.
– No podemos hacer eso discúlpeme. ¿Qué le digo al hombre este? – Añadió Rocío.
– Que suba. Pero avísale de que no va a encontrar a quien está buscando. – Respondió Anna sabiendo que quizá así ese hombre misterioso que no había querido dar su nombre, pero que ella casi podía imaginar, no subiría.
– De acuerdo.
– Gracias por avisar Rocío.
– De nada. Era mi obligación. – Concluyó Rocío y colgó interrumpiendo la comunicación con la habitación de Ann.

No pasaron ni cinco minutos cuando alguien llamó a la puerta de la habitación. Anna sabía quién era. Se acercó a la puerta y abrió sin ni siquiera preguntar para cerciorarse de que al menos era una voz masculina la que respondía desde el otro lado. Antes de abrir la puerta y descubrir el rostro del hombre misterioso y saber si el nombre que daba coincidía con el que ella ya tenía en la cabeza, se miró en el espejo del recibidor de la habitación, se retocó el pelo que estaba algo alborotado después de haber estado un rato durmiendo, se ajustó la bata que se había puesto al quedarse un poco destemplada y por fin se decidió a abrir.

Al abrir la puerta, Anna se dio de bruces con un hombre alto, más que ella y quizá algo más alto que su acompañante en ese viaje también. Durante unos segundos que muy probablemente a ambos se les hicieron eternos, se observaron mutuamente, quizá Anna lo hizo de manera más disimulada. Para su sorpresa Anna no descubrió a un hombre ajado por la edad o más bien por el trabajo que, si ese hombre era quien ella pensaba, le haría recaer sobre sus hombros bastantes responsabilidades. Ella se fijó en su rostro. Un rostro amable, fino, sin barba, ni bigote; todo lo contrario, un rostro afeitado, lustroso, ni moreno ni pálido y sin cicatrices. Los ojos eran marrones y mostraban también sorpresa al verla a ella abriendo la puerta de la habitación y descubriendo por primera vez sus rasgos, quizá alguna vez imaginados. También ella se fijó en su indumentaria, iba vestido muy formal, como si acabara de terminar algún encargo importante en su trabajo, no iba de ejecutivo pero tampoco de empleado autónomo, como la recepcionista le había dicho el hombre desconocido llevaba como abrigo una gabardina color crema pálida que le llegaba por debajo de la rodillas, demasiado poco elegante para el gusto de Anna. Sin embargo debajo de esa gabardina ya anacrónica aparecía un traje que parecía sacado de una novela de John Le Carré o Graham Greene, a juego además con un chaleco abotonado. Sin embargo no llevaba corbata, o no la llevaba puesta, pese a que la camisa blanca que llevaba estaba preparada para ella.

El hombre desconocido por su parte miró a Anna durante aquellos segundos de silencio y reconocimiento como si mirara una estatua en algún museo. Intentó no parecer demasiado descarado mirándola pero su belleza le impidió mostrarse frío y distante y desde el primer vistazo se dio cuenta de que esa mujer que tenía delante, pese a que muy probablemente la sacaría casi diez años era mucho más madura de lo que cualquier mujer de su edad sería. Al darse cuenta de que iba en bata, aunque debajo llevara una especie de camisa de raso, probablemente usada para dormir cómoda, se sintió un poco incómodo, como un intruso que llega en un momento poco adecuado e interrumpe algún ritual sagrado y secreto. Para evitar ponerse rojo decidió presentarse y así evitar que el silencio siguiera prolongándose en el tiempo.

– Hola. Perdone que la moleste. Supongo que la habrán avisado de recepción de que subía. Soy... – No pudo terminar la frase porque fue Anna la que sin saber muy bien por qué la terminó por él añadiendo su nombre y dejándole totalmente anonadado.
– Alberto, ¿verdad? Yo soy Anna.
– Sí. Eh... ¿Cómo lo sabe? – Preguntó él tras unos segundos de vacilación en los que se cara mostró tal sorpresa que Anna se vio en la obligación de darle una explicación.
– Me ha hablado de usted. – Dijo Anna sin pronunciar el nombre de su acompañante y compañero de habitación, suponiendo que Alberto sabría a quien se estaba refiriendo.
– ¡Ah! – Pareció aliviarse un poco Alberto.
– Siento haberle desconcertado. Pase si quiere. – Dijo muy amablemente Anna.
– No quiero quitarla mucho tiempo. – Dijo Alberto a medida que pasaba a la habitación justo al lado de Anna, tan cerca que pudo oler su perfume.
– No se preocupe. Por cierto, creo que tratarnos de usted está fuera de lugar. Así que si no te importa creo que es mejor tratarnos de tú. – Dijo Anna sonriendo a su invitado.
– Mejor. La verdad es que me incomoda tratar de usted a gente joven. – Dijo Alberto un poco incomodado por entrar en la habitación sin notar la presencia de su amigo y también aliviado por dejar de usar un tono tan formal.
– Si vienes buscando a tu compañero de universidad, siento decirte que no está. – Comentó Anna.
– ¿No? – Preguntó Alberto desconcertado.
– No. Yo me acabo de despertar de una pequeña siesta y me he encontrado la habitación vacía. No sé donde estará. Ha dejado una nota. – Dijo esto mientras se acercaba al escritorio de la habitación para mostrarle a Alberto la nota.
– Que explícito. – Comentó irónicamente Alberto tras leer la nota.
– Sí. La locuacidad de tu amigo es legendaria. – Siguió ella con el tono sarcástico.
– Pues entonces me voy a marchar. Venía simplemente a saludarle y a invitaros a tomar algo en mi casa mañana por la tarde.
– ¿No te ha llamado él?
– Recientemente no. Hablamos la última vez hace unos meses cuando le dije que le había conseguido entradas para el concierto de año nuevo y la fiesta de esta noche en el Sacher.
– Qué poca consideración, de verdad. Mira que se lo he dicho muchas veces. – Comentó Anna.
– No pasa nada. Él siempre ha sido parco en palabras, y más de este tipo. – Dijo Alberto mostrando un tono más que conciliador y quitando importancia al asunto.
– Sí pasa, sí. En cuanto a la invitación de ir a tomar algo a tu casa mañana está aceptada sin discusión. En cuanto vuelva se lo digo.
– Ya hablaré yo con él si no. – Dijo Alberto algo intimidado por la actitud tan decidida de ella.
– Si el que tendría que hablar contigo es él. Me ha hablado bastante desde que llegamos a Viena. Te tiene mucho aprecio y cariño aunque no lo quiera reconocer.
– Nos llevábamos bien en la universidad, aunque no estuviéramos en los mismos círculos de amistades. Luego perdimos un poco el contacto hasta que nos reencontramos en una feria del libro en algún país de Europa que ahora mismo no recuerdo muy bien. – Dijo Alberto repitiendo una historia que Anna conocía ya en parte.
– Sí. Eso me ha dicho él. Por cierto tú sabes qué le pasa, o qué le pasó en el pasado a nivel personal.
– No, ¿por qué? – Quiso saber Alberto.
– Pues porque desde que llegamos a Viena está como ausente no es el mismo que en Madrid. Te preguntaba porque le conoces desde hace más tiempo. – Respondió Anna.
– No la verdad es que no tengo ni idea. Cada vez que le he visto desde que nos reencontramos no hemos hablado demasiado del pasado de cada uno. – Replicó Alberto.
– Ojalá él hubiera estado aquí. Me hubiera gustado verle la cara viendo que aparecías por la puerta. – Dijo Anna entre divertida por imaginarse la cara de él e irónica.
– A mí también me hubiera gustado verle. – Dijo Alberto cayendo después en un silencio un poco incómodo. – Creo que me voy a ir, te tendrás que ir preparando para la cena de fin de año y la fiesta de después. – Añadió Alberto con la intención de despedirse.
– Sí. Me voy a tener que ir preparando a pesar de que este no haya vuelto todavía. Luego pretenderá que no me enfade. – Dijo Anna de una manera que Alberto no pudo saber si era en serio o en broma.
– Me parece muy extraño que se haya ido, o haya salido a dar una vuelta sabiendo el ajetreo de noche que os esperaba. – Dijo Alberto.
– Él sabrá. Me molesta que no se haya llevado ni el móvil y que no haya dejado por lo menos el nombre del lugar al que habrá ido a tomarse algo. Porque por cómo está la noche, que parece que se va a poner a nevar, pasear seguro que no está paseando. – Dijo Anna dirigiéndose delante de Alberto hacia la puerta.
– De hecho se ha puesto a nevar. – Dijo Alberto señalando ya casi desde la puerta de la habitación hacia la ventana.
– Mejor me lo pones. – Replicó Anna mirando hacia las ventanas con un brillo de ilusión y sorpresa en los ojos por la noticia que Alberto le había comunicado.
– ¿De verdad que no comentó nada así de pasada, sin darse cuenta, ningún lugar al que le hubiera gustado ir? A lo mejor aprovechando que te habías quedado dormida, y viendo que quizá todavía tenía una hora para hacer algo antes de prepararse para la cena ha decidido ir a algún lugar. – Divagó un poco Alberto.
– Pues no sé. No creo. – Empezó a decir Anna pensando. – Bueno, puede que comentara de ir a tomar un café antes de volver a la habitación, pero yo estaba muy cansada y le dije que prefería volver directamente.
– A lo mejor se ha ido a tomar ese café a alguna cafetería que conociera y le gustara. – Comentó Alberto.
– Pues mira ahora que lo dices a lo mejor tienes razón. Pero yo no conozco ninguna cafetería como para ir a buscarle o para pedir en recepción que llamen por si está él allí. – Dijo Anna intentado parecer molesta, pero sin conseguirlo según notó Alberto.
– Si es así, habrá ido a algún café con solera. Para esas cosas es muy tradicional o muy snob como se quiera mirar. – Comentó él mientras abría ya la puerta de la habitación.
– Pues espero que esa cafetería tenga un buen reloj en la pared para que se dé cuenta de qué hora es y vaya volviendo ya. – Dijo Anna sonriéndole y franqueándole el paso.
– Espero. Bueno ha sido un placer conocerte, aunque haya sido de esta forma tan poco formal. – Dicho esto Alberto le tendió la mano a Anna, se la tomó y se la llevó a los labios para besársela.
– Nunca me habían besado la mano. – Dijo Anna sonriendo y algo colorada por la vergüenza que ese gesto un tanto anacrónico la producía.
– Yo tampoco suelo hacerlo mucho salvo cuando el protocolo diplomático lo exige. Pero tenía ganas. Espero que nos podamos ver más. – Dijo Alberto colocándose la gabardina y metiéndose una mano en el bolsillo.
– Mañana nos veremos. Ya te llamará él ya sea por propia voluntad o bajo amenaza por mi parte. – Volvió Anna a usar ese tono irónico tan característico.
– Cierto, ya se me olvidada. Mañana nos veremos entonces supongo. Buenas noches y que paséis una buena salida y entrada de año. – Dijo para concluir Alberto que ya se había puesto en marcha por el pasillo del Sacher dirigiéndose hacia los ascensores de la planta.

Caronte.

*************************************************************************

No hay comentarios:

Publicar un comentario