martes, 22 de diciembre de 2015

El Vals del Emperador (LXII)

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(Viene de la entrada anterio.)

Se hizo el silencio entre ambos, mientras los dos se encerraban en sus pensamientos momentáneamente para reordenarlos quizá, o simplemente para asimilar todo lo que se habían dicho hasta el momento.

– Es el último día del año y esto parece un funeral. ¿Qué habéis estado haciendo en Viena desde que llegasteis? ¿Habrás enseñado la ciudad a Anna, no? – Rompió Alberto el silencio.
– Sí. Ayer por la tarde estuvimos dando una vuelta por el Ring y por el barrio judío. Esta mañana hemos ido a Belvedere y luego hemos comido por el Stadpark. – Contestó sin muchas ganas él.
– No está mal. Pero vamos, si vengo yo a pasar unos días en fin de año con mi chica a Viena visito lo justo. Me pasaría todo el día con ella en el hotel dándole al tema. – Replicó Alberto sonriendo como si lo que acababa de decir fuera algo normal.
– Ya. Propio de ti.
– ¿No me estarás llamando degenerado? – Preguntó sarcásticamente Alberto.
– ¿Yo? – Respondió haciéndose el indignado él. – Cómo es posible que me creas capaz de acusarte de semejante calumnia. – Insistió irónicamente.
– Por ser capaz lo eres. De eso y mucho más. – Termino de decir riendo.
– Por cierto, ¿cómo te va en el Cuerpo Diplomático? – Quiso saber él demostrando verdadero interés.
– Pues la verdad es que bastante bien. Ya tengo categoría de secretario de segunda y mis jefes aquí en Viena, incluyendo al embajador, son bastante amables y velan porque los nuevos como yo vayamos aprendiendo poco a poco y ascendiendo en el escalafón. – Dijo Alberto complacido porque él le preguntara por su trabajo.
– ¡Cómo los toreros! – Exclamó él exagerando ficticiamente su sorpresa.
– Exactamente. Dentro de poco podré torear ya en plazas de primera categoría de verdad. – Dijo Alberto siguiendo con el símil torero.
– ¿Viena no es de primera categoría? – Preguntó de nuevo él ahora sí sorprendido.
– En teoría sí. Es decir es un destino clase A, pero es de segunda línea. Es un destino al que básicamente se manda a un embajador que lleva ya muchos años de servicio a que se termine por retirar aquí.
– Pues menudo retiro dorado. – Dijo él arqueando las cejas y mirando a su alrededor como si así abarcara lo que es Viena en sí.
– Ya. Por eso es un destino clase A, por ser Viena. Pero trabajo, lo que se dice trabajo diplomático no hay mucho. Lo único que hacemos en la embajada es tener constancia de los españoles que residen y trabajan en Austria y de los turistas que de vez en cuando tienen algún problema, menos siempre.
– Entonces estarás cómodo, ¿no? – Preguntó de nuevo él.
– Sí, claro. Lo que pasa es que me gustaría ir destinado a una legación diplomática algo más difícil en el más amplio significado de la palabra.
– Ya, claro. Vamos que cambiabas Viena por Teherán, ¿no? – Dijo él sorprendido por la respuesta anterior de su ex compañero.
– Pues aunque no te lo creas, porque no te lo vas a creer, sí. En lugares como Teherán se aprende mucho más y se ganan muchos más galones. Pero no creas que me estoy quejando por estar en Viena. De hecho estoy mucho mejor que en mi anterior destino.
– ¿Era Lituania no?
– No. Estuve destinado tres años en Riga.
– ¿Estonia?
– Qué patada a la geografía mundial acabas de dar. ¡Madre mía!
– ¿Qué pasa?
– ¿Riga de qué país es capital?
– Por la pregunta deduzco que no es de Estonia, ¿verdad?
– ¡Que hábil!
– Pues entonces será la capital de Letonia.
– Estás hecho un fiera en geografía, ¿eh? – Terminó diciendo Alberto después de esta demostración desastrosa de conocimientos geográficos por parte de su antiguo compañero de universidad.
– Las repúblicas bálticas siempre se me han dado muy mal. Nunca acertaba con sus capitales. Las he mezclado toda mi vida. – Reconoció él a regañadientes y un poco avergonzado. – Pero quien les mandaría independizarse de la madre patria Rusia. – Añadió irónicamente para matizar su error en geografía.
– Seguro. – Replicó Alberto para picarle un poco. Tras lo cual bebió otro poco del café irlandés que tenía delante y que olía como si de un whisky solo se tratara.
– ¿Por qué estás mejor aquí que en Riga? – Preguntó él de nuevo.
– Pues porque allí el embajador era un mamarracho de campeonato. Un imbécil integral. De esas personas de las que piensas “cómo es posible que puedas seguir viviendo si eres un inútil”. Era un negado, además de maleducado y sinvergüenza. Pero claro no es de extrañar ya que no era diplomático. Fue uno de esos nombramientos que nuestro muy noble y leal gobierno se comprometió a no hacer pero que a la primera de cambio y pensando que en Riga no se iba a notar, hicieron. – Respondió Alberto sin pelos en la lengua.
– Si te escucharan en el cuerpo diplomático...
– Pues estarías más que de acuerdo conmigo. No se puede nombrar como embajador a un político necio y miserable que lo único que quiere es tener un retro dorado después de haber estado en España cobrando por la cara y sin pegar un palo al agua. Si por lo menos se hubiera comportado con humildad reconociendo que él no era diplomático de carrera sino simplemente una designación política, en lugar de creerse el rey del mambo y tratar a todos los empleados de la embajada como si fuéramos sus sirvientes.
– ¿Y no se puede quejar uno? – Preguntó él de manera un poco incrédula.
– Cuando se trata de un nombramiento político y no diplomático es mejor callar, a no ser que se haga una queja conjunta por parte de todos los trabajadores de le embajada. Pero no se hizo. Cosa que también entiendo. Lo único bueno es que sólo fue nombrado a dedo, es decir sin mérito alguno, el embajador. El resto de los trabajadores de la legación diplomática eran funcionarios de carrera, algunos brillantes que vacilaban al embajador como querían, dejándole en varias ocasiones bastante mal, incluso en público. Fue duro el trato y los tres años allí, pero también hubo momentos de risas y de pensar “te lo tienes bien merecido pedazo de cabrón”. – Dijo Alberto desahogándose.
– ¿Y qué paso al final con ese “embajador”? – Dijo él haciendo el gesto de entrecomillado con sus manos al pronunciar la palabra embajador.
– Está en la cárcel por conducir borracho a más de doscientos kilómetros por hora y matar a una persona que conducía otro coche con el que se chocó en un accidente. – Contestó Alberto con total normalidad sonriendo ampliamente, como si la respuesta que acababa de dar le satisficiera enormemente.
– ¡Joder! – Exclamó él totalmente sorprendido por ese final tan drástico.
– Cada uno al final acaba donde se merece por los actos que comete. Nadie se va impune de esta vida, créeme. – Sentenció Alberto volviendo a tomar su taza de café y dando otro largo sorbo.
– No estoy totalmente seguro de eso. – Dijo a su vez él pero de manera mucho menos segura y contundente que Alberto, pensando quizá en algunos actos que él había cometido, y otros que había sufrido y que se habían saldado sin consecuencias para aquellas personas que los habían cometido.

Silencio otra vez. Como si fuera el telón de un teatro que cae después de cada uno de los actos de una obra dramática para marcar una tensión que se puede palpar y para preparar el público, en vilo por el qué pasará a continuación, para el desenlace de la obra en el que los actores demostrarán su valía y pasión interpretativa.

– Alberto, ¿te puedo hacer una pregunta? – Volvió a romper el hielo él.
– Sí claro. Salvo si se trata de saber cuáles son mis preferencias sexuales o si quiero hacer un trío contigo y con Anna, a lo que te respondería que no porque no me atraes lo más mínimo. – Dijo Alberto volviendo a mostrar un sentido del humor muy particular.
– Pierde cuidado, no era eso. – Contestó él sonriendo. – Solo quiero saber si sigues teniendo contacto con la gente de la universidad.
– Sí. – Fue escueto Alberto contestando.
– ¿Guardas amigos de la facultad? – Volvió a preguntar él cambiando ligeramente la pregunta de antes para hacerla algo más personal y darla más sentido.
– De la revista sobre todo. – Contestó de nuevo Alberto algo serio sabiendo por dónde podrían ir los tiros.
– Erais un grupo muy agradable. Fue un error meterme en la revista de la facultad tan tarde, durante mi último año. Si lo hubiera hecho no estaría en esta situación. – Dijo él en un tono oscuro, lastimero casi, muy melancólico.
– ¿En qué situación? – Dijo Alberto sin saber muy bien a qué se refería exactamente.
– Alberto, por suerte o por desgracia, eres la única persona que guardo de aquella época de mi vida y no siempre te he tratado bien.
– ¿A qué vienen eso ahora? Hace apenas unos años que nos hemos vuelto a ver. No me has tratado ni bien ni mal, simplemente por circunstancias personales de cada uno seguimos caminos diferentes. Yo en la revista de la facultad llevaba mucho más tiempo que tú, solo coincidimos un año. Me caíste bien y supongo que yo a ti también, aunque esto lo pongo más en duda. No es broma. Pero teníamos círculos de amigos diferentes.
– Ya. Lo que pasa es que ahora yo no tengo amigo alguno y al único que veo de aquella época es a ti. Tú has sabido mantener tu círculo de amigos de aquella época y yo los he perdido. – Siguió él usando ese tono nostálgico.
– Una amistad no es cosa de una sola persona. – Le dijo Alberto con seriedad viendo como su antiguo compañero de universidad se hundía en sus recuerdos.
– No eres el primero que me lo dice. – Confesó él.
– ¿Anna también te ha dicho lo mismo? – Adivinó Alberto.
– Sí. – Corroboró él.
– Chica lista, no sé qué hace contigo. – Bromeó Alberto sonriendo irónicamente.
– Yo tampoco. – Añadió él serio.
– Estaba bromeando hombre. Disfruta el momento y lo que estás viviendo en Viena. – Dijo Alberto al mismo tiempo que le daba un golpe en el hombro para animarlo un poco y sacarlo de ese ensimismamiento melancólico en el que se hallaba.
– Pienso mucho en aquella época. Cuando estaba en la revista. Me lo pasaba bien en aquellas reuniones apresuradas sin orden ni concierto en la que cada uno llegaba a una hora y se iba a otra. – Siguió diciendo él como si los comentarios que intercalaba Alberto no le afectaran a la argumentación.
– Sí. Era un descontrol total y absoluto. Todavía no me explico cómo sacábamos adelante la revista. – Corroboró Alberto.
– Estoy completamente de acuerdo. Ese descontrol me gustaba. Ir de vez en cuando al cuartucho de la asociación para ver cómo iba la revista me daba la vida. Y más en ese último curso de la carrera en el que los que se suponían mis amigos pasaban de absolutamente todo, y lo  único que llenaba sus miserables vidas, lo de miserable lo añado ahora, era el proyecto final de carrera.
– Ya.
– Debería haberme dado cuenta de qué amigos tenía entonces. Vosotros erais mucho más agradables y compartíais más conmigo que ellos. No sabes lo que me arrepiento de haber perdido el contacto con vosotros, intencionadamente porque os consideraba una especie de secta. – Dijo él hablando ahora en un tono más sincero que nostálgico.
– Hombre es que lo éramos. Hacíamos rituales satánicos los viernes por la tarde en los laboratorios de la facultad y alguna que otra orgía iniciática también caía, estas regadas con buena sangría reserva del ‘93. – Comentó Alberto de manera muy irónica y sarcástica interrumpiéndole.
– No. Estoy hablando en serio Alberto. Si no me metí antes en la asociación de la revista es porque consideraba que esas asociaciones de estudiantes eran una especie de perversión a las que iban solo los estudiantes vagos. – Volvió él al asunto del que estaba hablando.
– Vagos y maleantes, no lo olvides. – Apostilló Alberto.
– Sí podría haberlo dicho así. Pero es la verdad. Pero nada de eso era así. Todo lo contrario, creo que vosotros erais los únicos que disfrutabais de la universidad y vuestro paso por ella. Mis amigos lo único que hacían era estudiar, matarse a hacer el proyecto, o trabajos, o a adelantar temario, cosa absurda donde la haya, y la vida social la dejaban para cuando tenían un momento. Eran unos necios. Ahora lo veo claro. – Parecía que iba a decir algo más, sin embargo calló y se quedó mirando a Albert.
– No puedes estar siempre pensando en ese pasado porque dejas de vivir el presente. A lo largo de la vida, uno comente sobre todo errores. Los aciertos son mínimos y de ellos nunca nos damos cuenta ni los valoramos. – Argumentó Alberto al ver que él no iba a añadir nada más.
– Si me pongo a pensar creo que no he acertado nunca con ninguna decisión.
– ¿Tampoco trabajando donde trabajas? – Preguntó incisivamente Alberto.
– Eso no tiene nada que ver Alberto. – Se excusó él.
– ¿A no? ¿Entonces por qué no trabajas de lo que estudiaste? ¿No trabajas en algo que te gusta más?
– Sí pero en el fondo no fue una decisión propia tomada por mí de manera independiente. Los hechos hicieron que la tomara.
– Ni tú sabes lo que quieres decir. No justifiques tus malas decisiones y las hagas únicas usando argumentos tan imbéciles. Si a día de hoy trabajas como editor en una de las editoriales independientes, no de esas comerciales que pretender vender libros más que sacar a la luz calidad, más importantes de España es porque tú decidiste dejar de trabajar de aquello para lo que te formaste. ¿O me equivoco?
– No, pero...
– No pero qué. – Dijo Alberto en un tono firme y elevado, que podría haber sido escuchado por cualquier parroquiano que hubiera habido en el Café Central, pero por ser ya las horas y la fecha que eran nadie más que los camareros oyeron. Él no respondió lo que Alberto aprovechó para seguir diciendo: – No te das cuenta de que trabajas en algo que tú has decidido trabajar y en lo que estás mucho más a gusto y feliz. Tú tomaste esa decisión acertada. Que no la quieras ver es otro problema.
– Si lo veo. – Dijo él como si fuera un niño reprendido por su madre.
– Los cojones, y perdón por la expresión. – Apuntó Alberto inmediatamente.
– Solo digo que a nivel personal todas las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida me han llevado a la soledad, a no tener ningún amigo, a no haber tenido nunca pareja, a vivir solo, a salir solo y a estar solo. – Intentó excusarse y explicarse él.
– Las decisiones que afectan a los sentimientos hacia otras personas son las más difíciles de tomar y son en las que más se falla. Tú y toda la humanidad. No te comas la cabeza. No merece la pena. Además me tienes a mí. Solo del todo no estás.
– Nunca te he tratado como te merecías. – Volvió a decir él como si estuviera a punto de ser conducido a la cruz para ser crucificado en la plaza pública.
– No importa el pasado sino lo que queda por venir. Se pueden remediar las cosas si es que crees que hay algo que remediar. Por mi parte no hay nada que arreglar. De hecho estoy aquí tomándome un café contigo después de haber intentado encontrarte en tu hotel y no estar.
– Tendría que haber sido yo el que tendría que haberte llamado para quedar en Viena para agradecerte todo lo que has hecho. – Volvió a decir él.
– No voy a ser condescendiente contigo. Tienes razón. Deberías haberme llamado. Pero eso ya da igual. Me apetecía verte, a ti y a tu acompañante, y he hecho lo posible, moviendo mis hilos para hacerlo. El resto da igual. – Explicó Alberto hablando claro y directamente, sin dar rodeos y sin mostrase molesto o enfadado.
– A ti te da igual. A mí no. – Replicó él de nuevo.
– Pues deberías empezar a asumir que tu opinión es tuya y que lo que otros opinen también es válido. 

Caronte.

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