Es muy curioso como
poco a poco la cultura americana, que no tiene más de tres siglos de historia
se está introduciendo en la vida de países con milenos de historia ininterrumpida.
Y eso es algo que a mí personalmente me demuestra que la sociedad occidental, y
más en concreto la española, de la que voy a hablar por conocerla más y mejor y
por vivir imbuido en ella por ser ciudadano español y madrileño, o viceversa,
está cayendo en un analfabetismo y una ignorancia muy graves que si no se
corrigen y señalan de manera concisa y meridiana pueden llevar a la ruina de
dicha sociedad.
Este pasado fin de
semana, que por casualidades y curiosidades del calendario ha estado repartido
a partes iguales entre octubre, a quien perteneció el largo sábado, y noviembre
padre del siempre aguafiestas domingo, ha coincidido también como todos los
primeros de noviembre con la festividad de Todos los Santos. Pero desde hace ya
décadas esta festividad de larguísima tradición, no ya cristiana, sino muy
anterior, se ve eclipsada por otra fiesta, ésta mucho más mundana y
barriobajera como es Halloween. No pretendo con este artículo estigmatizar ninguna
de las dos fiestas, muy legítimas ambas en sus respectivos pueblos, ni acusar a
nadie de celebrar una e ignorar la otra, o de querer que una prime sobre su
homóloga. Simplemente, y desde mi más humilde punto de vista, pretendo dejar
clara mi opinión al respecto de importar fiestas de países muy atrasados en lo
relativo a tradiciones ancestrales cuando en nuestras propias sociedades y
pueblos se pueden encontrar fiestas y celebraciones tan válidas como cualquier
otra foránea.
Hace muchos años,
antes de que yo naciera Halloween no era más que una cosa exótica celebrada en
países muy lejanos, EE.UU. y similares, de habla extraña, el inglés, que salía
en los noticiarios como también salen por semana santa las procesiones
flagelantes que se hacen en Filipinas, o cada vez que los musulmanes celebran
dando vueltas alrededor de una caja negra en la época de la peregrinación a la
Meca. Tradiciones ambas que no se nos ocurre importar a nuestro querido y amado
país para disfrutarlas aquí. Sin embargo Halloween poco a poco se fue
conformando como una celebración que dejó a un lado su parte esotérica y
mística, su parte más tradicional, la de la noche de brujas, para ser simplemente
una burda excusa para hacer una fiesta entre el verano y la Navidad, épocas
ambas en las que la ya larga tradición fiestera de esta mundana sociedad no se
corta a la hora de hacer macro fiestas y celebrar hasta la pérdida de
conciencia una rutina anual y vital que se repetirá hasta el fin de la
eternidad.
Este rápido
crecimiento en fama de Halloween ha venido acompañado de una grandísima
publicidad, casi gratuita, que tanto el cine, sobre todo el de Hollywood, como
la literatura, como la prensa han hecho de una fiesta que en el mundo
anglosajón moviliza a toda la sociedad. Bueno, Hollywood ha hecho su trabajo,
pero no todo el mérito es de esa industria inmensa milmillonaria, también la
continua y creciente americanización y si se me permite, analfabetización de la
sociedad occidental no anglosajona. Es aquí donde radica todo el problema que
yo veo y que realmente me preocupa: que hayamos abrazado y adoptado Halloween como
fiesta propia que no se puede saltar y que queda marcada en el calendario,
sobre todo de los jóvenes, faltos de imaginación para divertirse sin copiar y
sin criterio para juzgar, desde que el Reloj de la Puerta del Sol, o en su caso
del ayuntamiento del pueblo de turno marca el inicio de cada año nuevo.
Entiendo que
Halloween resulte atractiva: los americanos siempre han sabido vender sus
productos a las personas que los han querido comprar. Y no siempre ha sido algo
malo. No todo lo que viene del mundo anglosajón es criticable. Los más
importantes avances científicos, tecnológicos y económicos han llegado desde
esa cultura, no tanto la anglosajona europea, sino la americana. Pero en
España, país caracterizado desde sus orígenes milenarios por abrazar siempre
las culturas y tradiciones extranjeras más provechosas para su desarrollo
intelectual y social, no hemos querido por ejemplo adoptar de la cultura
anglosajona el gusto por el trabajo bien hecho, productivo y enriquecedor, o
por el placer de primar el esfuerzo individual frente al enchufismo
incompetente, o por avanzar socialmente mediante la investigación y el
desarrollo en múltiples ámbitos y campos en lugar de mediante la asunción y
aprovechamiento del trabajo ajeno; sino aquellas otras tradiciones, más
mundanas e inútiles, que permiten desconectar, desfasar y festejar por todo lo
alto sin pensar y sin otro límite que el coma etílico.
Para mí a día de
Halloween no es más que una excusa barata, no fundamentada en ningún argumento
cultural de enriquecimiento de nuestra propia cultura, para el desfase, para la
fiesta desmedida de los jóvenes. Parece que hablo de jóvenes como haría Iker
Jiménez con los extraterrestres; pero es que nunca me he sentido representado
en cada edad con eso que se llamaba juventud, con la que me correspondería en
cada época de mi vida. Nunca me he sentido parte de esa juventud que solo ha
querido siempre disfrutar de todo, irse de fiesta, o mejor dicho de fiestón y
que como mejor manera de divertirse ideó el concept de macro botellón:
celebración en la que el alcohol en cantidades industriales, la música a todo
trapo y la falta de pudor a la hora de entablar relaciones sociales, si puede
ser sexo de por medio mejor, primaban ante todo. ¡Y eso era divertirse! Todavía
hoy recuerdo la imagen desoladora que me producía ver Ciudad Universitaria
después de los grandes botellones que se celebraban durante el curso escolar,
convertida en una verdadera pocilga en la que esos “jóvenes”, el futuro de
nuestra sociedad, nuestros futuros líderes, gobernantes y científicos, se
convertían en los cerdos más sucios.
Es esta juventud
la que ha hecho de Halloween la excusa perfecta para tener una fiesta madre que
celebrar entre el final del verano y la llegada de las fiestas de Navidad, con
esas cenas de amigos o empresas regadas como siempre y valga la redundancia con
bastante alcohol en todas sus formas, y los cotillones de Año Nuevo celebrados
en grandes naves industriales en mitad de polígonos a las afueras de la ciudad.
Esto es Halloween a día de hoy: una mera excusa para todo; una noche, o un par
de días según el españolito medio considere que ha tenido suficiente o no, en
la que todo está permitido. Hasta aquí todo lo dicho podría serme rebatido diciendo
que soy un amargado de la vida, alguien que no se sabe divertir (acepto esto
último con honor y orgullo si divertirse es beber hasta perder el conocimiento
y no reconocerse a uno mimo mirándose al espejo de un bar o discoteca oscura y
estruendosa). Pero hay más.
En Halloween hay
quien se disfraza físicamente, esa es la gracia de esta fiesta (como lo es en
carnaval, lo que pasa es que como el carnaval sí es algo de nuestra tierra y
propio de nuestra tradición y no viene desde el otro lado del océano no mola
tanto). Esta gente todavía tiene un pase. Yo tampoco entiendo la gracia que
tiene embadurnase la cara, las manos u otras partes del cuerpo con pinturas y
potingues varios simplemente para dar miedo, cuando muchos lo que dan es risa y
otros incluso pena y lástima. Pero esto es otro cantar. Halloween parece
haberse convertido en los últimos años en una excusa para hacer gamberradas,
sobre todo los adolescentes, que quieren ser considerados jóvenes pero que
todavía no llegan a ese estado de maduración necesario (aunque hay jóvenes e
incluso adultos que por edad ya no son adolescentes, ni tienen ese pavo
inclemente, pero que tienen un intelecto y una manera de comportarse propia de
chavales impúberes e inmaduros).
Durante la noche
de brujas mucha gente sufre mutaciones mentales importantes y no solo se
disfrazan físicamente sino que también su propia personalidad sufre cambios. O
quizá no sufre ningún cambio y simplemente como todo el mundo va disfrazado esa
gente aprovecha para mostrarse tal y como es: gente ignorante, analfabeta e
inmadura. Mi padre es conductor de autobús de la EMT y la noche de Halloween le
tocó trabajar. Al día siguiente por la mañana nos contó a mi madre y a mí cómo
unos chavales, excusados en la tradición de Halloween, en la fiesta y en qué
todo está permitido en una noche así, se “divirtieron” tirando huevos contra el
autobús que conducía. ¡Qué magnífica forma de divertirse! ¿Puede haber mejor
forma de pasarlo bien que destrozando un bien público como es un autobús?
Probablemente sí, quemándolo por ejemplo, pero quizá por falta de mechero o de
combustible con el que rociar el autobús cual kale borroka (nótese que en ambos
casos coincide el disfraz: la Kale Borroka para evitar ser reconocida se tapa
la cara; mientras que los jóvenes disfrutadores de Halloween se la pintan para
pasar inadvertidos) no se atrevieran más que con los huevos. Pero como es
Halloween todo vale. Lo que vengo diciendo, esta fiesta anglosajona se ha convertido
en una mera excusa para mostrar cuan ignorantes somos.
Pensando fríamente
yo me pregunto si toda esta gente que participa de la pantomima anglosajona,
sobre todo americana, adoptando como propia y asumiendo Halloween como una
fiesta de larguísima tradición hispánica también sería capaz de asumir otras
cosas. Sinceramente no creo que ningún español se cambiara por un americano.
¿Cuántos de los que tienen pareja se cambiarían por una persona que no la tiene?
¿Cuántos de los que tienen un trabajo bien pagado se cambiarían por alguien que
está en el paro desde hace varios años? Creo que poca gente contestaría afirmativamente
a estas preguntas. Pues no entiendo que con Halloween, teniendo tradiciones en
España mucho más antiguas, misteriosas y místicas, pase esto que acabo de
comentar. España es un país, como el resto de Europa, con una tradición
milenaria, con fiestas y celebraciones antiquísimas sobre todo en la noche de
difuntos. Nada tenemos que envidiar a los americanos y sus calabazas sonrientes,
su truco o trato, o sus disfraces de esqueletos, brujas y muertos vivientes.
Creo que es
lamentable lo que está pasando en nuestra sociedad. Y todo por la fiesta sin
medida, sin parar y sin conciencia de lo que se hace. Me parece lamentable que
durante la noche de Halloween los niños y niñas de diez, once o nueve años
vayan de casa en casa por las urbanizaciones llamando a los diferentes pisos disfrazados
de brujas, vampiros o muertos exigiendo caramelos, dinero o golosinas, cuando
jamás he visto algo semejante en Navidad pidiendo en aguinaldo. No entiendo esa
ignorancia supina por las tradiciones propias; ese desprecio desgarrador por lo
nuestro; esa alabanza sin criterio por lo extranjero. ¿Qué nos pasa? Lo voy a
decir claramente: nos estamos convirtiendo en ignorantes consumidores de
aquello que nos venden por la televisión; en iletrados e ilustres analfabetos
culturales. Se prefiere vaciar una calabaza en Halloween antes que celebrar la
festividad de Todos los Santos comiendo buñuelos de viento o huesitos de santo,
verdaderos manjares del cielo, pecado celestial que si algún día descubren los
americanos a los que tanto nos gusta copiar (siempre interesadamente) nos
copiarán a su vez dejándonos con cara de gilipollas (bueno a alguno no les
cambiará la cara, la llevan así de serie).
Pero esto no es
más que mi opinión. La opinión de alguien que siempre ha vivido las
celebraciones de Halloween, pero que nunca lo ha celebrado propiamente dicho,
no ya por propia voluntad, sino por tampoco tener con quien celebrarlo. Si lo
hubiera celebrado con amigos o pareja todos los años quizá no pensaría así. No
se me enfade nadie el leer esta humilde opinión, porque en el fondo no es más
que eso una opinión. Tampoco con este artículo pretendo poner en valor la
fiesta de Todos los Santos, otra celebración que considero absurda e hipócrita
y que lo único bueno que tiene son los buñuelos de viento que devoro de todos
los sabores: crema pastelera, nata, trufa, café, turrón, chocolate, dulce de
leche, etc.; dulces que hacen la delicia de cualquier adicto a la pastelería.
Tampoco he pretendido decir que Halloween es deplorable y las fiestas españolas
semejantes son las mejores. Nada más lejos de la realidad. Sólo he pretendido poner
un poco de luz en una fiesta de naturaleza oscura, que hemos abrazado como a
una amante fiel, pero que no es nuestra, ni lo será nunca por mucho que
queramos; sino que simplemente servirá de excusa para otras cosas.
Caronte.
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