lunes, 2 de noviembre de 2015

Halloween como excusa

Es muy curioso como poco a poco la cultura americana, que no tiene más de tres siglos de historia se está introduciendo en la vida de países con milenos de historia ininterrumpida. Y eso es algo que a mí personalmente me demuestra que la sociedad occidental, y más en concreto la española, de la que voy a hablar por conocerla más y mejor y por vivir imbuido en ella por ser ciudadano español y madrileño, o viceversa, está cayendo en un analfabetismo y una ignorancia muy graves que si no se corrigen y señalan de manera concisa y meridiana pueden llevar a la ruina de dicha sociedad.

Este pasado fin de semana, que por casualidades y curiosidades del calendario ha estado repartido a partes iguales entre octubre, a quien perteneció el largo sábado, y noviembre padre del siempre aguafiestas domingo, ha coincidido también como todos los primeros de noviembre con la festividad de Todos los Santos. Pero desde hace ya décadas esta festividad de larguísima tradición, no ya cristiana, sino muy anterior, se ve eclipsada por otra fiesta, ésta mucho más mundana y barriobajera como es Halloween. No pretendo con este artículo estigmatizar ninguna de las dos fiestas, muy legítimas ambas en sus respectivos pueblos, ni acusar a nadie de celebrar una e ignorar la otra, o de querer que una prime sobre su homóloga. Simplemente, y desde mi más humilde punto de vista, pretendo dejar clara mi opinión al respecto de importar fiestas de países muy atrasados en lo relativo a tradiciones ancestrales cuando en nuestras propias sociedades y pueblos se pueden encontrar fiestas y celebraciones tan válidas como cualquier otra foránea.

Hace muchos años, antes de que yo naciera Halloween no era más que una cosa exótica celebrada en países muy lejanos, EE.UU. y similares, de habla extraña, el inglés, que salía en los noticiarios como también salen por semana santa las procesiones flagelantes que se hacen en Filipinas, o cada vez que los musulmanes celebran dando vueltas alrededor de una caja negra en la época de la peregrinación a la Meca. Tradiciones ambas que no se nos ocurre importar a nuestro querido y amado país para disfrutarlas aquí. Sin embargo Halloween poco a poco se fue conformando como una celebración que dejó a un lado su parte esotérica y mística, su parte más tradicional, la de la noche de brujas, para ser simplemente una burda excusa para hacer una fiesta entre el verano y la Navidad, épocas ambas en las que la ya larga tradición fiestera de esta mundana sociedad no se corta a la hora de hacer macro fiestas y celebrar hasta la pérdida de conciencia una rutina anual y vital que se repetirá hasta el fin de la eternidad.

Este rápido crecimiento en fama de Halloween ha venido acompañado de una grandísima publicidad, casi gratuita, que tanto el cine, sobre todo el de Hollywood, como la literatura, como la prensa han hecho de una fiesta que en el mundo anglosajón moviliza a toda la sociedad. Bueno, Hollywood ha hecho su trabajo, pero no todo el mérito es de esa industria inmensa milmillonaria, también la continua y creciente americanización y si se me permite, analfabetización de la sociedad occidental no anglosajona. Es aquí donde radica todo el problema que yo veo y que realmente me preocupa: que hayamos abrazado y adoptado Halloween como fiesta propia que no se puede saltar y que queda marcada en el calendario, sobre todo de los jóvenes, faltos de imaginación para divertirse sin copiar y sin criterio para juzgar, desde que el Reloj de la Puerta del Sol, o en su caso del ayuntamiento del pueblo de turno marca el inicio de cada año nuevo.

Entiendo que Halloween resulte atractiva: los americanos siempre han sabido vender sus productos a las personas que los han querido comprar. Y no siempre ha sido algo malo. No todo lo que viene del mundo anglosajón es criticable. Los más importantes avances científicos, tecnológicos y económicos han llegado desde esa cultura, no tanto la anglosajona europea, sino la americana. Pero en España, país caracterizado desde sus orígenes milenarios por abrazar siempre las culturas y tradiciones extranjeras más provechosas para su desarrollo intelectual y social, no hemos querido por ejemplo adoptar de la cultura anglosajona el gusto por el trabajo bien hecho, productivo y enriquecedor, o por el placer de primar el esfuerzo individual frente al enchufismo incompetente, o por avanzar socialmente mediante la investigación y el desarrollo en múltiples ámbitos y campos en lugar de mediante la asunción y aprovechamiento del trabajo ajeno; sino aquellas otras tradiciones, más mundanas e inútiles, que permiten desconectar, desfasar y festejar por todo lo alto sin pensar y sin otro límite que el coma etílico.

Para mí a día de Halloween no es más que una excusa barata, no fundamentada en ningún argumento cultural de enriquecimiento de nuestra propia cultura, para el desfase, para la fiesta desmedida de los jóvenes. Parece que hablo de jóvenes como haría Iker Jiménez con los extraterrestres; pero es que nunca me he sentido representado en cada edad con eso que se llamaba juventud, con la que me correspondería en cada época de mi vida. Nunca me he sentido parte de esa juventud que solo ha querido siempre disfrutar de todo, irse de fiesta, o mejor dicho de fiestón y que como mejor manera de divertirse ideó el concept de macro botellón: celebración en la que el alcohol en cantidades industriales, la música a todo trapo y la falta de pudor a la hora de entablar relaciones sociales, si puede ser sexo de por medio mejor, primaban ante todo. ¡Y eso era divertirse! Todavía hoy recuerdo la imagen desoladora que me producía ver Ciudad Universitaria después de los grandes botellones que se celebraban durante el curso escolar, convertida en una verdadera pocilga en la que esos “jóvenes”, el futuro de nuestra sociedad, nuestros futuros líderes, gobernantes y científicos, se convertían en los cerdos más sucios.

Es esta juventud la que ha hecho de Halloween la excusa perfecta para tener una fiesta madre que celebrar entre el final del verano y la llegada de las fiestas de Navidad, con esas cenas de amigos o empresas regadas como siempre y valga la redundancia con bastante alcohol en todas sus formas, y los cotillones de Año Nuevo celebrados en grandes naves industriales en mitad de polígonos a las afueras de la ciudad. Esto es Halloween a día de hoy: una mera excusa para todo; una noche, o un par de días según el españolito medio considere que ha tenido suficiente o no, en la que todo está permitido. Hasta aquí todo lo dicho podría serme rebatido diciendo que soy un amargado de la vida, alguien que no se sabe divertir (acepto esto último con honor y orgullo si divertirse es beber hasta perder el conocimiento y no reconocerse a uno mimo mirándose al espejo de un bar o discoteca oscura y estruendosa). Pero hay más.

En Halloween hay quien se disfraza físicamente, esa es la gracia de esta fiesta (como lo es en carnaval, lo que pasa es que como el carnaval sí es algo de nuestra tierra y propio de nuestra tradición y no viene desde el otro lado del océano no mola tanto). Esta gente todavía tiene un pase. Yo tampoco entiendo la gracia que tiene embadurnase la cara, las manos u otras partes del cuerpo con pinturas y potingues varios simplemente para dar miedo, cuando muchos lo que dan es risa y otros incluso pena y lástima. Pero esto es otro cantar. Halloween parece haberse convertido en los últimos años en una excusa para hacer gamberradas, sobre todo los adolescentes, que quieren ser considerados jóvenes pero que todavía no llegan a ese estado de maduración necesario (aunque hay jóvenes e incluso adultos que por edad ya no son adolescentes, ni tienen ese pavo inclemente, pero que tienen un intelecto y una manera de comportarse propia de chavales impúberes e inmaduros).

Durante la noche de brujas mucha gente sufre mutaciones mentales importantes y no solo se disfrazan físicamente sino que también su propia personalidad sufre cambios. O quizá no sufre ningún cambio y simplemente como todo el mundo va disfrazado esa gente aprovecha para mostrarse tal y como es: gente ignorante, analfabeta e inmadura. Mi padre es conductor de autobús de la EMT y la noche de Halloween le tocó trabajar. Al día siguiente por la mañana nos contó a mi madre y a mí cómo unos chavales, excusados en la tradición de Halloween, en la fiesta y en qué todo está permitido en una noche así, se “divirtieron” tirando huevos contra el autobús que conducía. ¡Qué magnífica forma de divertirse! ¿Puede haber mejor forma de pasarlo bien que destrozando un bien público como es un autobús? Probablemente sí, quemándolo por ejemplo, pero quizá por falta de mechero o de combustible con el que rociar el autobús cual kale borroka (nótese que en ambos casos coincide el disfraz: la Kale Borroka para evitar ser reconocida se tapa la cara; mientras que los jóvenes disfrutadores de Halloween se la pintan para pasar inadvertidos) no se atrevieran más que con los huevos. Pero como es Halloween todo vale. Lo que vengo diciendo, esta fiesta anglosajona se ha convertido en una mera excusa para mostrar cuan ignorantes somos.

Pensando fríamente yo me pregunto si toda esta gente que participa de la pantomima anglosajona, sobre todo americana, adoptando como propia y asumiendo Halloween como una fiesta de larguísima tradición hispánica también sería capaz de asumir otras cosas. Sinceramente no creo que ningún español se cambiara por un americano. ¿Cuántos de los que tienen pareja se cambiarían por una persona que no la tiene? ¿Cuántos de los que tienen un trabajo bien pagado se cambiarían por alguien que está en el paro desde hace varios años? Creo que poca gente contestaría afirmativamente a estas preguntas. Pues no entiendo que con Halloween, teniendo tradiciones en España mucho más antiguas, misteriosas y místicas, pase esto que acabo de comentar. España es un país, como el resto de Europa, con una tradición milenaria, con fiestas y celebraciones antiquísimas sobre todo en la noche de difuntos. Nada tenemos que envidiar a los americanos y sus calabazas sonrientes, su truco o trato, o sus disfraces de esqueletos, brujas y muertos vivientes.

Creo que es lamentable lo que está pasando en nuestra sociedad. Y todo por la fiesta sin medida, sin parar y sin conciencia de lo que se hace. Me parece lamentable que durante la noche de Halloween los niños y niñas de diez, once o nueve años vayan de casa en casa por las urbanizaciones llamando a los diferentes pisos disfrazados de brujas, vampiros o muertos exigiendo caramelos, dinero o golosinas, cuando jamás he visto algo semejante en Navidad pidiendo en aguinaldo. No entiendo esa ignorancia supina por las tradiciones propias; ese desprecio desgarrador por lo nuestro; esa alabanza sin criterio por lo extranjero. ¿Qué nos pasa? Lo voy a decir claramente: nos estamos convirtiendo en ignorantes consumidores de aquello que nos venden por la televisión; en iletrados e ilustres analfabetos culturales. Se prefiere vaciar una calabaza en Halloween antes que celebrar la festividad de Todos los Santos comiendo buñuelos de viento o huesitos de santo, verdaderos manjares del cielo, pecado celestial que si algún día descubren los americanos a los que tanto nos gusta copiar (siempre interesadamente) nos copiarán a su vez dejándonos con cara de gilipollas (bueno a alguno no les cambiará la cara, la llevan así de serie).

Pero esto no es más que mi opinión. La opinión de alguien que siempre ha vivido las celebraciones de Halloween, pero que nunca lo ha celebrado propiamente dicho, no ya por propia voluntad, sino por tampoco tener con quien celebrarlo. Si lo hubiera celebrado con amigos o pareja todos los años quizá no pensaría así. No se me enfade nadie el leer esta humilde opinión, porque en el fondo no es más que eso una opinión. Tampoco con este artículo pretendo poner en valor la fiesta de Todos los Santos, otra celebración que considero absurda e hipócrita y que lo único bueno que tiene son los buñuelos de viento que devoro de todos los sabores: crema pastelera, nata, trufa, café, turrón, chocolate, dulce de leche, etc.; dulces que hacen la delicia de cualquier adicto a la pastelería. Tampoco he pretendido decir que Halloween es deplorable y las fiestas españolas semejantes son las mejores. Nada más lejos de la realidad. Sólo he pretendido poner un poco de luz en una fiesta de naturaleza oscura, que hemos abrazado como a una amante fiel, pero que no es nuestra, ni lo será nunca por mucho que queramos; sino que simplemente servirá de excusa para otras cosas.

Caronte.

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