martes, 10 de noviembre de 2015

El Vals del Emperador (XLII)

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(Viene de la entrada anterior)

– Parece que cada vez hace más frío. – Comentó Anna nada más salir al jardín.
– Muy probablemente termine nevando. Tiene el cielo cara de nieve. – Dijo él mirando hacia arriba y abrigándose un poco más levantándose el cuello del abrigo.
– ¿Y cómo es la cara de nieve? – Preguntó Anna sonriéndole divertida.
– ¿No lo sabes? – Dijo él sorprendido y sonriéndola de vuelta. – Cara de nieve es cuando el cielo está de un blanco mortecino; cuando las nubes no se ven grises sino más bien blancas, pálidas, y cuando además el frío que se siente penetra profundamente en el cuerpo y llega hasta los huesos haciendo que todo abrigo de piel sea poco para entrar en calor. Esa es la cara de nieve. – Terminó explicando él.
– ¿Y esa explicación tan metafísica de donde la has sacado? – Preguntó Anna haciéndose la graciosa con él.
– Es lo que decía mi madre cuando era pequeño, las pocas veces que en Madrid nevaba. – Dijo él volviendo a levantar la vista al cielo y dejando la sonrisa a un lado.

Anna se dio cuenta de que ese recuerdo le había hecho mella, que había encendido una parte de sus recuerdos que le hacía daño. No quiso decirle nada para que él solo se calmara y relegara esos pensamientos que le habían transportado a otros momentos de su vida, a su pasado más lejano y quizá más doloroso por evocar algún recuerdo bonito, feliz, que con el paso del tiempo y debido a acontecimientos posteriores se había transformado en doloroso. Anna simplemente se acercó a él, le cogió las manos y se las pasó por la cintura como ya había hecho otras veces y le besó en la mejilla porque sabía que si lo hacía en los labios no iba a recibir respuesta por su parte. Como no terminaba de reaccionar ella se decidió a decirle algo, a intentar mediante algún comentario sacarle de ese estado melancólico en que había entrado evocando algún recuerdo del pasado.

– ¿Qué te pasa? ¿En qué piensas? – Dijo ella.
– Nada. Lo siento. Me que quedado embobado mirando al cielo como esperando que empezara a nevar aquí mismo. – Dijo él todavía con un tono de voz como ido y ausente. – Venga vamos que el tiempo se echa encima y si quieres dar un paseo hasta el centro de Viena hay un largo camino por delante.

Se pusieron en marcha de nuevo camino de la verja de entrada que hacía unas horas habían cruzado en dirección contraria a la que ahora llevaban.

– Dime en qué estabas pensando antes mirando hacia el cielo. Y no me contestes que en nada porque no me lo voy a creer, así que ahórratelo. – Dijo ella caminando ya por la calle del Príncipe Eugenio.
– En nada. Tonterías mías.
– ¿Seguro? Pensé que había dicho algo malo que te había hecho recordar algo.
– No te preocupes. Simplemente me he acordado de mi madre cuando me decía lo de la cara de nieve del cielo. Sólo eso. Será que hace muchos años que no nieva en Madrid y viendo el cielo este que hay en Viena me ha entrado una especie de ilusión porque nieve. – Dijo él evitando contarle a Anna lo que en verdad se le había pasado por la cabeza.
– Creo que había algo más en esa mirada que has echado al cielo que simple deseo de que nieve. – Insistió Anna.
– No. Hazme caso.
– ¿Tampoco tiene nada que ver con tu insomnio nocturno? – Preguntó ella.

Al volver a ese tema él se calló unos instantes dejando que la pregunta de ella volara por los aires y el gélido frío del último día del año en Viena la congelara en el tiempo y el olvido. Pero él sabía que ella no iba a permitir que la pregunta quedara sin respuesta, que seguiría insistiendo hasta sacarle las verdaderas razones de su mal dormir, y también sabía que terminaría contándole la verdad.

– ¿Vas a contestar o a ignorarme como si fuera una loca que te asalta por la calle pidiéndote dinero para comer un bocadillo? – Dijo ella exagerando el tono de voz y mostrando un aire de enfado que en realidad no sentía.
– Supongo que todo tiene que ver Anna. – Empezó a decir él viendo que ella insistía y que seguiría haciéndolo hasta el final de los tiempos. – Hay muchas cosas que afectan y que han hecho que durante muchos años tenga problemas para conciliar el sueño.
– Te escucho. – Dijo Anna cogiéndole del brazo y comenzando a bajar por la calle del Príncipe Eugenio hacia el centro de Viena. – Espero que no empiece a llover y tengamos que coger un taxi. Vamos.
– Mi insomnio no es de ahora. Hace muchos años que me cuesta dormir por la noche. Es más quizá ahora sea ya más algo a lo que me he acostumbrado que un problema real. A veces cuando se repite una cosa durante mucho tiempo se toma por costumbre y por tradición, aunque no se desee en el fondo, y esa cosa pasa a acompañarnos durante el resto de nuestra vida. Ahora el insomnio es eso. – Siguió diciendo él sintiéndose un poco más confiado y dejándose llevar por las palabras.
– ¿Pero antes no era así no? – Preguntó Anna.
– No. Empecé a dormir mal cuando entré en la universidad. Todo era nuevo para mí: la carrera, el mundo universitario, los horarios, las rutinas, pero sobre todo la gente. Mi vida empezaba a cambiar, a moverse mucho más rápido de lo que podía manejar. Siempre he sido una persona a la que le ha gustado manejar su vida hasta el más mínimo detalle, sin dejar nada a la improvisación, y más en aquella época en la que me había cerrado hacia el mundo exterior para protegerme de muchas cosas.
>> Pero tenía que abrirme. No tenía otra alternativa. Empezaba una nueva etapa de mi vida, la universitaria, que suponía muchos cambios. Fue entonces cuando empecé a dormir mal.
– Eso es normal. Yo también cuando empecé la universidad dormía mal. Entre los nervios de los primeros meses de universidad, los cambios de rutina como tú has dicho y los nuevos amigos que estaba haciendo, cuando llegaba la noche y pensaba en todo el día que había vivido y en el día siguiente mi cabeza sólo era capaz de planear cosas y me dormía a las tantas, llena de dudas. – Interrumpió ella, intentando que con su propia anécdota personal él se soltara un poco más y hablara con más tranquilidad y confianza.
– Ya. Yo también empecé así. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que los nervios y ese mundo nuevo que vivía no eran los únicos causantes de mi mal dormir. Porque de hecho no dormía mal porque mi cabeza planeara con ilusión nuevos planes y nuevas rutinas. Mi cabeza daba vueltas al pasado, a la vida que había llevado y que, con todo lo nuevo que estaba descubriendo y la gente que estaba conociendo, se estaba viniendo abajo.
>> Entrar en la universidad supuso para mí una especia de apertura de ojos. Fue como si me quitaran una venda que hubiera tenido sobre mis ojos durante muchos años y que me había impedido ver la realidad tal y como era. Aunque más que venda, creo que lo que tuve delante de mis ojos fue un filtro que falseaba la realidad para hacerla coincidir con mis propias ideas, y con lo que mis padres querían de mí. La universidad me quitó ese filtro. No poco a poco, como hubiera sido quizá más deseable, sino de golpe.
>> De repente me di cuenta de que la vida que había llevado en mi barrio, durante mi adolescencia y hasta mi mayoría de edad, había estado falseada. Durante muchos años solo viví para el colegio y el instituto después. Sólo importaba sacar buenas notas en las asignaturas para proveerme de un buen futuro y poder elegir la carrera que quisiera. Para ese fin mis padres me inculcaron el valor del trabajo y el estudio, menospreciando muchas veces a quienes no tenían esas prioridades e iban mal en los estudios. Muchas veces oía a mis padres comentar como tal o cual amigo mío, o vecino, prefería jugar en un equipo de fútbol a sacar buenas notas en tono burlón, como si yo fuera el que era perfecto y llevaba el buen camino para mi futuro y esos otros amigos míos estaban echando a perder sus vidas. Eso me molestaba mucho.
– Normal. – Dijo Anna.
– Pero no solo se me quitó el filtro con respecto a los estudios. También estaba el ámbito más personal y mi relación con otras personas, con otros chicos y chicas. No es la primera vez que te digo que tardé mucho tiempo en perder la virginidad, pero es así. Nunca tuve ninguna novia, ni rollete, ni lío con ninguna chica. Nunca besé a nadie con dieciséis o diecisiete años, ni siquiera con dieciocho o diecinueve. Nunca tuve ninguna experiencia sexual con ninguna chica hasta muchos años después y en circunstancias que no fueron las que soñé en algún momento. Pero claro cómo iba a tener ninguna relación de ningún tipo con ninguna chica si mis padres me decían que eso no era importante, que lo que realmente merecía la pena era estudiar para tener un buen futuro y que ya habría tiempo para todo lo demás en la vida.
>> La universidad me desvirgó en cierto sentido. No en el sexual por supuesto, porque tampoco en mi época universitaria me acosté con ninguna chica. Sino en el de la vida real. A medida que conocía gente en clase en la ciudad universitaria, en la facultad o en el barrio de la universidad, me fui dando cuenta de que había vivido una farsa. Que mis padres habían creado una vida para mí, describiéndome un mundo que en realidad no existía. Pero eso estaba a punto de acabarse. La universidad acabó con ese mundo abriéndome por fin los ojos.
– No sean tan duro con tus padres. No creo que ellos quisieran hacerte daño con ello. Todos los padres quieres proteger a sus hijos y más si no tienen más que uno. – Dijo Anna intentando suavizar el tono de rencor que en los últimos minutos había tomado la voz de él.
– Una cosa es proteger, y otra muy distinta engañar y arruinar la vida solo por intentar que tu hijo sea como los demás. Mira Anna cuando entré en la universidad me di cuenta de que estaba entre iguales a nivel formativo. Es más estaba dentro del montó, no era de los mejores ni de lejos, más bien algo mediocre. De nada había servido todo ese esfuerzo de mis padres por hacerme el mejor estudiante porque no lo era cuando llegué a mi carrera y conocí a mis compañeros. Pero no había vuelta atrás.
>> De esto me fui dando cuenta muy lentamente. Fui comprobando como las personas que más se parecían a mí en lo académico, sin embargo sí tenían vidas personas con amigos e incluso pareja. Fui conociendo gente como yo pero que al mismo tiempo estaban a años luz de cómo era yo. Conocí gente de barrios humildes, procedentes de familias trabajadoras como la mía, que estaban en el mismo lugar que yo, pero con una diferencia: tenían vidas más allá del mundo de la universidad y lo que supuso un golpe mucho más duro para mí: que también habían tenido vida más allá del instituto.
>> Fue entones cuando empecé a dormir mal Anna. Al darme cuenta de que había tirado mi vida por la ventana y desperdiciado mi adolescencia estudiando para ser el mejor dentro de los mediocres, dejando a un lado mi desarrollo personal, incluida la posibilidad de haber tenido pareja, o rollete, o novia, o como se llamara entonces y de tener un mundo aparte de la universidad.
– Todos cometemos errores en nuestra vida. Es algo normal. Y sinceramente no creo que eso de lo que te diste cuenta fuera de lo peor. En la universidad uno se da cuenta de muchas cosas y cambia su opinión sobre muchos asuntos. – Dijo ella para intentar sosegar las aguas.
– Yo no cambié de opinión Anna. Yo no tenía opinión. Siempre hice lo que mis padres me decían que debía hacer, lo que ellos pensaban era lo mejor.
– Los errores los cometemos a nivel personal. No puedes culpar a tus padres de una serie de decisiones que se fueron sucediendo y que el tiempo quizá demostró que no eran acertadas del todo.
– ¿No puedo culpar a mis padres? ¿Quién si no me inculcó constantemente que los resultados académicos eran lo más importante en la vida? ¿Quién me dijo que las chicas podían esperar? ¿Quién me decía constantemente que salir por la noche de fiesta, o de marcha, era para gente sin futuro y chavales que no valían nada?
– No te pongas así por favor. – Dijo Anna viendo cómo él se estaba poniendo muy nervioso y tenso. Ella pensó que quizá no debería haberle preguntado nada ni haberle instado a mantener esa conversación.

Caronte.

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