sábado, 14 de noviembre de 2015

El Vals del Emperador (XLIII)

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(Viene de la entrada anterior)

– No me pongo de ninguna manera Anna. Tú me has preguntado y pedido que te contara por qué duermo mal, y te estoy contando. Esta es la verdad.
>> Cuando me fui dando cuenta de todo esto fue cuando empecé a dormir mal. Por las tardes cuando llegaba a casa era como volver a una prisión después de un permiso. En la universidad era en cierto modo feliz, aunque nunca me sentí así la verdad. Al menos era libre y nada me recordaba mi pasado y la vida de mierda que había tenido. Pero no podía estar siempre fuera de casa. Pero era por la noche cuando me acostaba cuando reflexionaba sobre el día que había pasado y también me imaginaba cómo sería el día siguiente conociendo más a mis nuevos amigos, si es que por aquel entonces podía llamarlos ya amigos cuando apenas les acababa de conocer.
>> Me acostaba y no conseguía dormirme. Le daba vueltas a la cabeza a la vida que estaba empezando a vivir. Esa vida que tendría que haber empezado a vivir años atrás, pero que mis padres habían retrasado para protegerme de no sé qué, la verdad. Tumbado en la cama sólo era capaz de ver cómo había malgastado mis dieciséis, mis diecisiete y mis dieciocho años (que con el paso de los años se convirtieron también en mis diecinueve, mis veinte, mis veintiún años...). No era capaz de ver nada positivo en mi vida pasada y me abrumaba pensar en la que tenía por delante.
>> Junto con el insomnio empezaron también la ansiedad, las dudas y sobre todo los miedos a no ser capaz de reconducir la vida que había llevado hasta entonces.
– Tuvo que ser difícil. Pero también te digo que no creo que esto te haya pasado sólo a ti. En el fondo las dudas y los miedos que mencionas son algo normal en momentos de cambios muy importantes y radicales, y la universidad es un cambio muy importante en la vida de cualquier persona. – Volvió a decir Anna esta vez acompañando sus palabras de una caricia en la cara de él que la miró con los ojos algo vidriosos llenos de emoción.
– Supongo que al principio los nervios y la ilusión eran lo que me impedía dormir Anna. Pero llegó un momento en que las causas fueron otras. La ansiedad por ver cómo los amigos que iba haciendo en la universidad tenían fuera una vida con amigos o parejas, mientras que yo no, hacía que cuando me metía en la cama no pudiera dar vueltas más que a esa cuestión.
>> Poco a poco esa ansiedad fue creciendo Anna hasta llevarme a explotar en un viaje con la universidad ya no recuerdo muy bien adonde. Fue horrible darme cuenta como esa burbuja en la que mis padres me habían metido me había convertido en una persona totalmente fuera de la sociedad de mi edad. Aunque quizá no tenga mucho que ver, siempre me he llevado mejor y he estado más cómodo hablando con adultos que con gente de mi edad, no ahora sino cuando era un adolescente o durante los primeros años de juventud. En ese viaje de estudios me di cuenta de lo lejos que estaba de todas las personas que se suponían eran como yo.
– Pero, ¿por qué dices eso? – Preguntó Anna.
– Porque me veía raro. No sabía relacionarme en el mismo ambiente juvenil, de fiesta, de desmadre, con mis compañeros. Me sentía incómodo con ellos. No me gustaba nada la forma que tenían de divertirse y de disfrutar, bebiendo por la noche en medio de un parque lo menos iluminado posible, o pensando únicamente en ir a una discoteca a estar hasta que el cuerpo dijera basta y si fuera necesario dormir en un banco en una plaza o en medio de un jardín, hacerlo.
– Pero eso es normal. Si nunca habías hecho algo así lo lógico es que te chocara.
– ¿Y por qué no había hecho nunca algo así cuando el resto de las personas con las que fui en ese viaje de estudios, de orígenes y formas de ser muy variadas, sí lo hacían y con normalidad?
– Porque pasa así y punto.
– No. Porque mis padres siempre me habían hecho ver esa forma de divertirse como algo malo, mediocre e indigno. Ellos tuvieron la culpa de todo.
– No puedes decir eso y en el fondo lo sabes. No me parece bien que eches la culpa a tus padres de manera exclusiva por aquello que tú hacías y por cómo te sentías tú.
– ¿No fueron ellos los que me educaron Anna? – Dijo él elevando un poco el tono de su voz, mostrando rabia y rencor, pero también cierta indignación por la actitud que Anna estaba tomando.
– Sí. Pero nuestra vida solo nos pertenece a nosotros y somos nosotros de manera individual los que decidimos cómo vivirla. – Contestó Anna de manera firme pero sin mostrar enfado con él por estar usándola como espejo para dirigirse a sus fantasmas del pasado.
– A veces vivimos la vida que nos encaminan a vivir y no nos damos cuenta de ellos hasta que es demasiado tarde. – Apuntó él volviéndose a calmar y a bajar el tono de voz.
– Tú decidiste cambiarla, ¿no? – Dijo Anna intentando buscar algo positivo para decirle.
– Sí. Pero ese cambio todavía tardó mucho en llegar. Esos primeros años de universidad fueron bastante duros a nivel anímico y personal. Me comparaba constantemente con las personas que tenía a mi alrededor y a las que empezaba a considerar mis amigos, aunque luego pasara lo que pasó. De hecho pasé un par de años yendo al psicólogo por problemas depresivos. Años en los que tampoco pude disfrutar del todo de mi juventud y de la universidad. Todo se iba sumando en mi cabeza. Cada vez dormía peor y menos horas. Había días que iba a la universidad tras haber dormido apenas un par de horas. Pero lo más gracioso, si es que tenía algo gracioso esa situación, es que a pesar de dormir tan mal no lo notaba por las mañana. Tenía unas ojeras de caballo, pero no estaba muerto de cansancio.
>> Los últimos cursos de la carrera fueron algo mejores. Ya no era un adolescente joven, sino un joven a secas, y la maduración acelerada que mi carrera genera también ayudó a que poco a poco fuera asumiendo que nada podía hacer por cambiar el pasado. Me di cuenta de que es el presente sobre lo que podemos actuar y con muchas dificultades, y que si quería que el futuro no fuera como mi pasado debía cambiar en el presente. Pero eso tarde en conseguirse y menos sin apoyos.
– Tenías a tus padres, a tus amigos de la universidad... – Dijo Anna, pero no pudo terminar la frase porque él soltó una especie de risa seca, sarcástica e irónica.
– Amigos supongo que no tuve nunca. Apenas unos espejismos de amigos fue lo que tuve y vi. Nada más. Y mis padres... Bueno, en aquellos últimos años de universidad mi relación con ellos empezaba ya a ser bastante fría. Hubo discusiones constantes; nos echamos en cara mutuamente muchas cosas; había más silencios que otra cosa. No mis padres tampoco contaron como apoyo. Quizá en aquel entonces hubiera necesitado el apoyo de mi pareja, de mi novia si la hubiera tenido. Pero claro si hubiera tenido pareja quizá todo esto no hubiera pasado y no dormiría tan mal. – Terminó diciendo él, callando tras esto último esperando que Anna dijera algo, si es que tenía algo que decir.
– Si hubieras tenido pareja no estaría aquí contigo. – Dijo Anna para intentar levantarle el ánimo.
– No, claro. Pero a lo mejor estaría con ella. – Añadió él sin mirarla, de manera muy fría y distante, como si estuviera hablando solo.
– No sería lo mismo. No creo que tu novia estuviera todo el día dándote por saco para que la contaras cosas de ese pasado tan perturbador. – Volvió a insistir ella para que él se girara y la viera sonreír tímidamente.
– En eso sí que te tengo que dar la razón. – Dijo por fin él volviendo a mirarla a los ojos, algo que había hecho en pocas ocasiones desde que empezó a contar esta parte de su pasado, y esbozando una muy tibia sonrisa, suficiente para que Anna se diera por satisfecha.
– Todavía hay una cosa a la que no me has respondido, o que no me has contado, y son los motivos por los que anoche no pudiste dormir. – Volvió a hablar Anna. – No creo que la razón sea la misma que cuando estabas en la universidad.
– No, claro. No tiene nada que ver. Una vez acabada la universidad sí es cierto que empecé a dormir algo mejor, sobre todo cuando me fui de casa y empecé a trabajar en mi primer empleo. Pero supongo que fue algo anecdótico ya que llegaba a mi piso muerto del cansancio. Es lo que tenía ese primer trabajo que tuve, que me explotaban en una oficina de proyectos de ingeniería, redactando, revisando y corrigiendo documentos con prisas, tensiones y nervios.
>> Pero esa tranquilidad relativa a la hora de dormir duró poco: justo hasta que me acostumbré al horario de trabajo y a las nuevas condiciones. Una vez mi cabeza asumió mi nueva situación volvió la ansiedad y el miedo a la soledad. A pesar de que viviendo sin mis padres estaba a gusto, ya que con ellos no soportaba estar en mi casa, sí notaba una soledad infinita. Cuando volvía a mi casa después del trabajo solo había silencio. Nadie me esperaba, mientras que mis compañeros de trabajo tenían a sus padres, sus parejas o sus hijos.
– Tú si hubieras querido también podrías haber tenido a tus padres. ¿Por qué te fuiste de casa tan pronto? – Quiso saber Anna.
– Esa pregunta tiene una respuesta muy larga y no es el momento de contestarla. – Dijo él de manera muy cortante.
– Perdona, no quería molestarte. – Reconoció Anna, a pesar de que con su pregunta había dado con otro recodo oscuro de los recuerdos de él.
– No te preocupes, no tienen importancia. Tienes razón que sí podría haber contado con mis padres en aquella época, pero no fue el caso. Volvía a dormir mal por las noches, pensando únicamente en cómo poder cambiar. Sólo me venían a la cabeza imágenes del pasado, errores cometidos que me pesaban como si hubieran sido cometidos el día anterior, o incluso unas horas antes. Me martirizaba por muchas cosas y me culpaba por estar sólo. Pero también pensaba en el futuro y en cómo podía ser si todo seguía igual; o en cómo sería si cambiaba; o en cómo me gustaría que fuera.
– Tuviste que hacerte mucho daño. – Comentó Anna mostrando ternura en su voz.
– Agradable no fue, sinceramente. – Reconoció él mirándola de nuevo con los ojos vidriosos. – No era capaz de pensar en nada que no fuera el pasado o el futuro, en mi vida, en mis errores, en la gente a la que había querido, en los amigos a los que sentía como hermano y que terminaron por desaparecer. Así pasaban mis noches, día tras día. Hasta que decidí cambiar de manera radical, transformarme en otra persona. Una persona que en el fondo tampoco me gustaba ser, pero que parecía que era lo único que podía encajar en un mundo mediocre y furtivo, donde los sentimientos profundos valen lo mismo que un puñado de arena: nada.
>> Y entonces aunque fingía estar mejor a nivel personal, aunque la soledad empezó a disiparse con diversas chicas de temporada a las que no quería ni amaba, pero que me servían para no sentirme tan solo. Sé que en el fondo esto era jugar con ellas. Pero también he de decir en mi defensa que ellas tampoco me amaban. Eran seres como yo pero en mujer. Muchas incluso eran peores que yo porque lo único que buscaban era sexo para aliviar algún calentón una noche en una discoteca o en un bar. Esta actitud me servía para por lo menos camuflar la soledad. Pero todo era una farsa, y el insomnio tal como parecía irse, volvía inmediatamente cuando me daba cuenta de lo que estaba haciendo. Yo mismo me cree una nueva burbuja.

Caronte.

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