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(Viene de la entrada anterior)
– No me pongo de ninguna manera Anna. Tú me has preguntado y pedido que
te contara por qué duermo mal, y te estoy contando. Esta es la verdad.
>> Cuando me fui dando cuenta de todo esto fue cuando empecé a
dormir mal. Por las tardes cuando llegaba a casa era como volver a una prisión
después de un permiso. En la universidad era en cierto modo feliz, aunque nunca
me sentí así la verdad. Al menos era libre y nada me recordaba mi pasado y la
vida de mierda que había tenido. Pero no podía estar siempre fuera de casa.
Pero era por la noche cuando me acostaba cuando reflexionaba sobre el día que
había pasado y también me imaginaba cómo sería el día siguiente conociendo más
a mis nuevos amigos, si es que por aquel entonces podía llamarlos ya amigos
cuando apenas les acababa de conocer.
>> Me acostaba y no conseguía dormirme. Le daba vueltas a la cabeza
a la vida que estaba empezando a vivir. Esa vida que tendría que haber empezado
a vivir años atrás, pero que mis padres habían retrasado para protegerme de no
sé qué, la verdad. Tumbado en la cama sólo era capaz de ver cómo había
malgastado mis dieciséis, mis diecisiete y mis dieciocho años (que con el paso
de los años se convirtieron también en mis diecinueve, mis veinte, mis veintiún
años...). No era capaz de ver nada positivo en mi vida pasada y me abrumaba
pensar en la que tenía por delante.
>> Junto con el insomnio empezaron también la ansiedad, las dudas y
sobre todo los miedos a no ser capaz de reconducir la vida que había llevado
hasta entonces.
– Tuvo que ser difícil. Pero también te digo que no creo que esto te haya
pasado sólo a ti. En el fondo las dudas y los miedos que mencionas son algo
normal en momentos de cambios muy importantes y radicales, y la universidad es
un cambio muy importante en la vida de cualquier persona. – Volvió a decir Anna
esta vez acompañando sus palabras de una caricia en la cara de él que la miró
con los ojos algo vidriosos llenos de emoción.
– Supongo que al principio los nervios y la ilusión eran lo que me
impedía dormir Anna. Pero llegó un momento en que las causas fueron otras. La
ansiedad por ver cómo los amigos que iba haciendo en la universidad tenían
fuera una vida con amigos o parejas, mientras que yo no, hacía que cuando me
metía en la cama no pudiera dar vueltas más que a esa cuestión.
>> Poco a poco esa ansiedad fue creciendo Anna hasta llevarme a
explotar en un viaje con la universidad ya no recuerdo muy bien adonde. Fue
horrible darme cuenta como esa burbuja en la que mis padres me habían metido me
había convertido en una persona totalmente fuera de la sociedad de mi edad.
Aunque quizá no tenga mucho que ver, siempre me he llevado mejor y he estado
más cómodo hablando con adultos que con gente de mi edad, no ahora sino cuando
era un adolescente o durante los primeros años de juventud. En ese viaje de
estudios me di cuenta de lo lejos que estaba de todas las personas que se
suponían eran como yo.
– Pero, ¿por qué dices eso? – Preguntó Anna.
– Porque me veía raro. No sabía relacionarme en el mismo ambiente
juvenil, de fiesta, de desmadre, con mis compañeros. Me sentía incómodo con
ellos. No me gustaba nada la forma que tenían de divertirse y de disfrutar,
bebiendo por la noche en medio de un parque lo menos iluminado posible, o
pensando únicamente en ir a una discoteca a estar hasta que el cuerpo dijera
basta y si fuera necesario dormir en un banco en una plaza o en medio de un
jardín, hacerlo.
– Pero eso es normal. Si nunca habías hecho algo así lo lógico es que te
chocara.
– ¿Y por qué no había hecho nunca algo así cuando el resto de las
personas con las que fui en ese viaje de estudios, de orígenes y formas de ser
muy variadas, sí lo hacían y con normalidad?
– Porque pasa así y punto.
– No. Porque mis padres siempre me habían hecho ver esa forma de
divertirse como algo malo, mediocre e indigno. Ellos tuvieron la culpa de todo.
– No puedes decir eso y en el fondo lo sabes. No me parece bien que eches
la culpa a tus padres de manera exclusiva por aquello que tú hacías y por cómo
te sentías tú.
– ¿No fueron ellos los que me educaron Anna? – Dijo él elevando un poco
el tono de su voz, mostrando rabia y rencor, pero también cierta indignación
por la actitud que Anna estaba tomando.
– Sí. Pero nuestra vida solo nos pertenece a nosotros y somos nosotros de
manera individual los que decidimos cómo vivirla. – Contestó Anna de manera
firme pero sin mostrar enfado con él por estar usándola como espejo para dirigirse
a sus fantasmas del pasado.
– A veces vivimos la vida que nos encaminan a vivir y no nos damos cuenta
de ellos hasta que es demasiado tarde. – Apuntó él volviéndose a calmar y a
bajar el tono de voz.
– Tú decidiste cambiarla, ¿no? – Dijo Anna intentando buscar algo
positivo para decirle.
– Sí. Pero ese cambio todavía tardó mucho en llegar. Esos primeros años
de universidad fueron bastante duros a nivel anímico y personal. Me comparaba
constantemente con las personas que tenía a mi alrededor y a las que empezaba a
considerar mis amigos, aunque luego pasara lo que pasó. De hecho pasé un par de
años yendo al psicólogo por problemas depresivos. Años en los que tampoco pude
disfrutar del todo de mi juventud y de la universidad. Todo se iba sumando en
mi cabeza. Cada vez dormía peor y menos horas. Había días que iba a la
universidad tras haber dormido apenas un par de horas. Pero lo más gracioso, si
es que tenía algo gracioso esa situación, es que a pesar de dormir tan mal no
lo notaba por las mañana. Tenía unas ojeras de caballo, pero no estaba muerto
de cansancio.
>> Los últimos cursos de la carrera fueron algo mejores. Ya no era
un adolescente joven, sino un joven a secas, y la maduración acelerada que mi
carrera genera también ayudó a que poco a poco fuera asumiendo que nada podía
hacer por cambiar el pasado. Me di cuenta de que es el presente sobre lo que
podemos actuar y con muchas dificultades, y que si quería que el futuro no
fuera como mi pasado debía cambiar en el presente. Pero eso tarde en conseguirse
y menos sin apoyos.
– Tenías a tus padres, a tus amigos de la universidad... – Dijo Anna,
pero no pudo terminar la frase porque él soltó una especie de risa seca,
sarcástica e irónica.
– Amigos supongo que no tuve nunca. Apenas unos espejismos de amigos fue
lo que tuve y vi. Nada más. Y mis padres... Bueno, en aquellos últimos años de
universidad mi relación con ellos empezaba ya a ser bastante fría. Hubo
discusiones constantes; nos echamos en cara mutuamente muchas cosas; había más
silencios que otra cosa. No mis padres tampoco contaron como apoyo. Quizá en
aquel entonces hubiera necesitado el apoyo de mi pareja, de mi novia si la
hubiera tenido. Pero claro si hubiera tenido pareja quizá todo esto no hubiera
pasado y no dormiría tan mal. – Terminó diciendo él, callando tras esto último
esperando que Anna dijera algo, si es que tenía algo que decir.
– Si hubieras tenido pareja no estaría aquí contigo. – Dijo Anna para
intentar levantarle el ánimo.
– No, claro. Pero a lo mejor estaría con ella. – Añadió él sin mirarla,
de manera muy fría y distante, como si estuviera hablando solo.
– No sería lo mismo. No creo que tu novia estuviera todo el día dándote
por saco para que la contaras cosas de ese pasado tan perturbador. – Volvió a
insistir ella para que él se girara y la viera sonreír tímidamente.
– En eso sí que te tengo que dar la razón. – Dijo por fin él volviendo a
mirarla a los ojos, algo que había hecho en pocas ocasiones desde que empezó a
contar esta parte de su pasado, y esbozando una muy tibia sonrisa, suficiente
para que Anna se diera por satisfecha.
– Todavía hay una cosa a la que no me has respondido, o que no me has
contado, y son los motivos por los que anoche no pudiste dormir. – Volvió a
hablar Anna. – No creo que la razón sea la misma que cuando estabas en la
universidad.
– No, claro. No tiene nada que ver. Una vez acabada la universidad sí es
cierto que empecé a dormir algo mejor, sobre todo cuando me fui de casa y
empecé a trabajar en mi primer empleo. Pero supongo que fue algo anecdótico ya
que llegaba a mi piso muerto del cansancio. Es lo que tenía ese primer trabajo
que tuve, que me explotaban en una oficina de proyectos de ingeniería,
redactando, revisando y corrigiendo documentos con prisas, tensiones y nervios.
>> Pero esa tranquilidad relativa a la hora de dormir duró poco:
justo hasta que me acostumbré al horario de trabajo y a las nuevas condiciones.
Una vez mi cabeza asumió mi nueva situación volvió la ansiedad y el miedo a la
soledad. A pesar de que viviendo sin mis padres estaba a gusto, ya que con
ellos no soportaba estar en mi casa, sí notaba una soledad infinita. Cuando
volvía a mi casa después del trabajo solo había silencio. Nadie me esperaba,
mientras que mis compañeros de trabajo tenían a sus padres, sus parejas o sus
hijos.
– Tú si hubieras querido también podrías haber tenido a tus padres. ¿Por
qué te fuiste de casa tan pronto? – Quiso saber Anna.
– Esa pregunta tiene una respuesta muy larga y no es el momento de
contestarla. – Dijo él de manera muy cortante.
– Perdona, no quería molestarte. – Reconoció Anna, a pesar de que con su
pregunta había dado con otro recodo oscuro de los recuerdos de él.
– No te preocupes, no tienen importancia. Tienes razón que sí podría
haber contado con mis padres en aquella época, pero no fue el caso. Volvía a
dormir mal por las noches, pensando únicamente en cómo poder cambiar. Sólo me
venían a la cabeza imágenes del pasado, errores cometidos que me pesaban como
si hubieran sido cometidos el día anterior, o incluso unas horas antes. Me
martirizaba por muchas cosas y me culpaba por estar sólo. Pero también pensaba
en el futuro y en cómo podía ser si todo seguía igual; o en cómo sería si
cambiaba; o en cómo me gustaría que fuera.
– Tuviste que hacerte mucho daño. – Comentó Anna mostrando ternura en su
voz.
– Agradable no fue, sinceramente. – Reconoció él mirándola de nuevo con
los ojos vidriosos. – No era capaz de pensar en nada que no fuera el pasado o
el futuro, en mi vida, en mis errores, en la gente a la que había querido, en
los amigos a los que sentía como hermano y que terminaron por desaparecer. Así
pasaban mis noches, día tras día. Hasta que decidí cambiar de manera radical,
transformarme en otra persona. Una persona que en el fondo tampoco me gustaba
ser, pero que parecía que era lo único que podía encajar en un mundo mediocre y
furtivo, donde los sentimientos profundos valen lo mismo que un puñado de
arena: nada.
>> Y entonces aunque fingía estar mejor a nivel personal, aunque la
soledad empezó a disiparse con diversas chicas de temporada a las que no quería
ni amaba, pero que me servían para no sentirme tan solo. Sé que en el fondo
esto era jugar con ellas. Pero también he de decir en mi defensa que ellas
tampoco me amaban. Eran seres como yo pero en mujer. Muchas incluso eran peores
que yo porque lo único que buscaban era sexo para aliviar algún calentón una
noche en una discoteca o en un bar. Esta actitud me servía para por lo menos
camuflar la soledad. Pero todo era una farsa, y el insomnio tal como parecía
irse, volvía inmediatamente cuando me daba cuenta de lo que estaba haciendo. Yo
mismo me cree una nueva burbuja.
Caronte.
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