lunes, 10 de marzo de 2014

Truenos

Aquel día de marzo comenzó como cualquier otro día normal del año, sin embargo no sería un día cualquiera. Como todas la mañana en aquella época mi madre me despertó para ir al colegio, por aquel entonces tenía 12 años y me costaba mucho levantarme por las mañanas. Una vez levantado fui al baño a asearme para luego desayunar y marcharme a coger el autobús para ir al colegio. Una vez salí del baño con la cara lavada, y vestido, listo para desayunar, mi madre me dijo algo que estaba todo fuera de contexto – está tronando, ¿no lo has oído? –, yo la dije que no, que cómo iba a estar tronando si no estaba nublado, que habría sido algún camión que hubiera pasado por un bache y hubiera hecho mucho ruido. ¿Quién nos diría que esos truenos que oyó mi madre eran el preludio del día más trágico y triste de la historia reciente de España?


Así empezó para mí el día 11 de marzo de 2004. Eran apenas las 7:30 de la mañana cuando sonaron esos truenos. Truenos que no supimos que iban a ser las bombas que explotaron en los trenes de Santa Eugenia. La estación de cercanías de Santa Eugenia, está bastante cerca de mi casa, en línea recta, aunque físicamente esté la carretera de Valencia de por medio. No sería hasta avanzada la mañana cuando nos enteraríamos qué habían sido esos truenos que mi madre escuchó y que yo achaqué a un camión. La primera noticia que yo tuve sobre lo que había pasado ese día fue en clase, a segunda hora de la mañana, cuando el profesor nos dijo que había habido un accidente de trenes en Atocha y Santa Eugenia. En principio era eso un accidente de trenes. Nadie quería aventurarse a decir nada más, ni siquiera a pronunciar la palabra atentado. Eso se dejaría par más tarde.

Por aquel entonces yo me quedaba a comer en el colegio, y por tanto estaba completamente incomunicado con el mundo, como todos mis compañeros del colegio que también se quedaban a comer. Además no tenía móvil y por tanto tampoco pude llamar a mi madre para ver si sabía qué es lo que había pasado con esos trenes; todavía la sociedad estaba libre de la dictadura de las nuevas tecnologías.

A las tres de la tarde, cuando se entraba de vuelta al colegio para las dos últimas horas de clase, fue cuando ya me enteré de verdad de lo que estaba pasando en Madrid, vamos en España entera. Un atentado, eso era lo que habían sido esos truenos que mi madre había escuchado por la mañana cuando me estaba levantando. Todavía no se había dado la autoría, o no se atrevían a darla, teniendo en cuenta que había elecciones generales en tres días (el 14 de marzo). Fue mi profesor de Tecnología de entonces Don Ángel, uno de los mejores profesores que nunca he tenido y tendré, y al que más cariño he tenido siempre, con quien tenía buena relación el que me dijo qué es lo que había pasado. Fueron cuatro los trenes atacados esa mañana del 11 de marzo, en plena hora punta de entrada a trabajar y estudiar para la mayoría de las personas que viven en Madrid; uno en la estación de Atocha, otro en la calle Téllez, y otros dos más en las estaciones de cercanías de Santa Eugenia y El Pozo del Tío Raimundo.

Sin embargo no fue hasta por la tarde cuando me di cuenta de la magnitud de lo que había pasado aquella mañana de marzo, aquella mañana en la que el terror y la muerte se adueñó de Madrid, de España, de Europa. La autoría de los atentado que en un primer momento en gobierno de Aznar intentó atribuir a ETA, se vio pronto superada por la bestialidad de los atentado, y no es que ETA fuera incapaz de realizar barbaridades (no hay que olvidar Hipercor, o el atentado de la Plaza de la República Argentina) sino porque estaba claro que las pautas del atentado no se parecían en nada a la manera de atentar de la banda terrorista vasca. El gobierno de entonces intentó engañar a los españoles, en un momento en que deberían haber mostrado más dignidad que nunca. Recuerdo que aquella tarde y aquella noche se me hicieron muy largas. Recuerdo mucho silencio en la gente, caras de circunstancia, caras tristes en todo el mundo aunque la tragedia no les tocara. La mayor crueldad de aquellos atentados, que los yihadistas justificaron como castigo a España por su apoyo a los EEUU en la Guerra de Irak de 2003, está en que las 192 víctimas mortales eran personas de todas las edades que estaba empezando un nuevo día y que iban con más o menos ilusión a estudiar, a trabajar, a ver a alguien. Era gente inocente que nada tenía que ver con que un miserable lameculos como José María Aznar decidiera él solito meterse a apoyar al Presidente Bush, para poder alimentar su ego. Los 192 muertos y casi 1900 heridos, siempre estarán en la memoria colectiva de los ciudadanos españoles, y pesarán en la conciencia de aquellas personas responsables de tan cruel crimen.

De aquel fatídico día recuerdo también el testimonio de mi tío Antonio. Aquella mañana mi tío tenía que ir a trabajar por el sur de Madrid a un centro comercial que estaban construyendo, ya que es electricista, y tenía que coger la carretera de Valencia para llegar. Un par de días después de los atentados, con motivo del cumpleaños de mi madre, mis tíos vinieron a mi casa a tomar algo para celebrarlo y fue entonces cuando nos contó lo que él vivió. Nos dijo que al pasar con el coche por la A-3 a la altura de Santa Eugenia, muy cerca de nuestro barrio (ya que mis tíos viven a dos bloques de mi casa), vio uno de los trenes atacados con el techo de uno de los vagones totalmente levantado por efecto de la onda expansiva de la explosión. Como otros muchos conductores que pasaban por ahí, paró el coche para comprobar lo que sus ojos le decían que estaba pasando pero que su mente no podía asimilar. Aquel día también se suponía que tenían que ingresar a mi abuela en el Hospital 12 de Octubre para operarla de la rodilla, pero suspendieron la operación porque los hospitales de Madrid se saturaron y colapsaron, se llenaros de heridos y muertos, de personas con ataques de ansiedad, de familiares preguntando por sus seres queridos. Aquel día 11 de marzo no fue un día cualquiera para nadie, y creo que nadie lo podrá olvidad mientras viva.

Los días que siguieron a ese triste día, fueron días de pena, de pesar y de tristeza. Fueron días de luto y lloros por los que el odio se llevó por delante; fueron días muy duros para los familiares de las víctimas, muertos y heridos, pero también para todos los españoles. En aquellos días todos los madrileños se hermanaros y sintieron el mismo dolor que todas las familias y seres queridos de las víctimas. Todos los españoles se sintieron un poco madrileños e hicieron suyo el dolor y la tristeza que sentía la capital.

La tarde del día 12 de marzo Madrid fue un gran clamor contra el terrorismo, y en apoyo a todas las víctimas y sus familiares. Medio Madrid salió a la calle a manifestarse bajo un cielo totalmente cubierto, nunca tuvo más sentido la expresión que dice que el cielo no llueve sino llora, porque aquella tarde el cielo de Madrid se unió al sentimiento que llenaba los corazones de todos los españoles de bien. Aquella manifestación reunió a más de dos millones de personas por las calles de Madrid, por el Paseo del Prado, calle Alcalá, Glorieta de Atocha, en Sol; había gente por todas las calles aledañas a las grandes avenidas. No cabía ni un alma más. Aquella manifestación traspasó fronteras, vinieron a dar su apoyo el primer ministro italiano, el francés, el portugués y el presidente de la comisión europea; el Príncipe de Asturias también participó lo que supuso que por primera vez en la historia un miembro de la familia real se manifestara junto a toda la gente. Sin embargo, y como gritaba la gente, en esa manifestación no estaban todos, faltaban 200. Aquella tarde no sólo Madrid salió a la calle para recordar a las víctimas, todas las ciudades de España se solidarizaron con los madrileños, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao… Las muestras de dolor no solo vinieron de dentro de las fronteras españolas, también del resto del mundo, en especial de Europa, algunos países europeos decretaron luto nacional por estos atentados; incluso la guardia real inglesa, en su tradicional cambio de guardia, tocó el himno nacional español como muestra de respeto.

Ese mismo día 12 de marzo al mediodía se convocaron en toda España cinco minutos de silencio. Como era viernes tenía clase, pero cuando llegó el mediodía todo el colegio salió a la calle a las puertas del colegio para guardar los cinco minutos de silencio. Recordando esto ahora mismo se me está haciendo un nudo en la garganta y se me ponen los pelos de punta. La gente que pasaba por la calle haciendo su vida cuando nos veía se paraba y guardaba también silencio, incluso varios coches y autobuses de la EMT que pasaron por delante del colegio pararon para unirse al silencio. Había gente desde los balcones, desde muchos de los cuales colgaban sabanas blancas con un crespón negro en señal de luto. Recuerdo vivamente el silencio que se hizo en plena calle, un silencio raro, triste, conmovedor. Nadie miraba al frente: el cielo o el suelo eran los destinatarios de la mayoría de las miradas de los presentes, miradas perdidas, miradas que buscaban a los que ya no estaban.

Aquellos truenos que mi madre escuchó y siempre recordará, supusieron el mayor golpe contra la sociedad española desde la Guerra Civil. Aquellos truenos se grabaron en muchos corazones y perdurarán en la memoria de millones de personas. No deberíamos olvidad jamás a aquellos que ese día se nos fueron y a sus familias, para quienes el 11 de marzo es una fecha que preferirían eliminar del calendario para no recordar el dolor y la tristeza que sintieron en 2004. Han pasado ya 10 años de aquel maldito día, en el que Madrid, y España, quedaron heridos para siempre. Podría haber hablado aquí también de la panda de políticos miserables que en aquellos días gobernaban España y que intentaron mentir a toda la sociedad española, pero no se merecen siquiera eso; suficiente es que sobre sus conciencias pesen 192 muertos, casi 1900 heridos, y los miles de familiares de los mismos.

Así como nunca olvidaré el 11 de septiembre de 2001, el 11 de marzo de 2004 jamás podré borrarlo de mis recuerdos. La tristeza que en aquellos días sentí, aun sin conocer a nadie que fuera en los trenes, es muy difícil de contar, sólo sé que si el 11-S me marcó muchísimo y recuerdo perfectamente todo ese día, el 11-M fue aún más doloroso porque era mi ciudad, Madrid, la que estaba sufriendo un dolor semejante, dolor que también se contagió a mi corazón y que hace que cada vez que pienso en esos días se me forme un nudo en la garganta que tengo que controlar para no echarme a llorar. Aquel día fue el peor que ha vivido Madrid, y siempre lo tendremos que recordar, aunque los políticos intente usarlo para sacar algún beneficio electoral, lo que demuestra la poca altura de miras y moral que tienen.

Hoy, como todos los 11 de marzo es el día de recordar a los que aquel día triste, que parecía normal, nos dejaron. Por todos ellos.


Caronte.

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