Aquel día de marzo
comenzó como cualquier otro día normal del año, sin embargo no sería un día
cualquiera. Como todas la mañana en aquella época mi madre me despertó para ir
al colegio, por aquel entonces tenía 12 años y me costaba mucho levantarme por
las mañanas. Una vez levantado fui al baño a asearme para luego desayunar y
marcharme a coger el autobús para ir al colegio. Una vez salí del baño con la
cara lavada, y vestido, listo para desayunar, mi madre me dijo algo que estaba
todo fuera de contexto – está tronando, ¿no lo has oído? –, yo la dije que no,
que cómo iba a estar tronando si no estaba nublado, que habría sido algún
camión que hubiera pasado por un bache y hubiera hecho mucho ruido. ¿Quién nos
diría que esos truenos que oyó mi madre eran el preludio del día más trágico y
triste de la historia reciente de España?
Así empezó para mí
el día 11 de marzo de 2004. Eran apenas las 7:30 de la mañana cuando sonaron
esos truenos. Truenos que no supimos que iban a ser las bombas que explotaron
en los trenes de Santa Eugenia. La estación de cercanías de Santa Eugenia, está
bastante cerca de mi casa, en línea recta, aunque físicamente esté la carretera
de Valencia de por medio. No sería hasta avanzada la mañana cuando nos
enteraríamos qué habían sido esos truenos que mi madre escuchó y que yo achaqué
a un camión. La primera noticia que yo tuve sobre lo que había pasado ese día
fue en clase, a segunda hora de la mañana, cuando el profesor nos dijo que
había habido un accidente de trenes en Atocha y Santa Eugenia. En principio era
eso un accidente de trenes. Nadie quería aventurarse a decir nada más, ni
siquiera a pronunciar la palabra atentado. Eso se dejaría par más tarde.
Por aquel entonces
yo me quedaba a comer en el colegio, y por tanto estaba completamente
incomunicado con el mundo, como todos mis compañeros del colegio que también se
quedaban a comer. Además no tenía móvil y por tanto tampoco pude llamar a mi
madre para ver si sabía qué es lo que había pasado con esos trenes; todavía la
sociedad estaba libre de la dictadura de las nuevas tecnologías.
A las tres de la
tarde, cuando se entraba de vuelta al colegio para las dos últimas horas de
clase, fue cuando ya me enteré de verdad de lo que estaba pasando en Madrid,
vamos en España entera. Un atentado, eso era lo que habían sido esos truenos
que mi madre había escuchado por la mañana cuando me estaba levantando. Todavía
no se había dado la autoría, o no se atrevían a darla, teniendo en cuenta que
había elecciones generales en tres días (el 14 de marzo). Fue mi profesor de
Tecnología de entonces Don Ángel, uno de los mejores profesores que nunca he
tenido y tendré, y al que más cariño he tenido siempre, con quien tenía buena
relación el que me dijo qué es lo que había pasado. Fueron cuatro los trenes
atacados esa mañana del 11 de marzo, en plena hora punta de entrada a trabajar
y estudiar para la mayoría de las personas que viven en Madrid; uno en la
estación de Atocha, otro en la calle Téllez, y otros dos más en las estaciones
de cercanías de Santa Eugenia y El Pozo del Tío Raimundo.
Sin embargo no fue
hasta por la tarde cuando me di cuenta de la magnitud de lo que había pasado
aquella mañana de marzo, aquella mañana en la que el terror y la muerte se
adueñó de Madrid, de España, de Europa. La autoría de los atentado que en un
primer momento en gobierno de Aznar intentó atribuir a ETA, se vio pronto
superada por la bestialidad de los atentado, y no es que ETA fuera incapaz de
realizar barbaridades (no hay que olvidar Hipercor, o el atentado de la Plaza
de la República Argentina) sino porque estaba claro que las pautas del atentado
no se parecían en nada a la manera de atentar de la banda terrorista vasca. El
gobierno de entonces intentó engañar a los españoles, en un momento en que
deberían haber mostrado más dignidad que nunca. Recuerdo que aquella tarde y
aquella noche se me hicieron muy largas. Recuerdo mucho silencio en la gente,
caras de circunstancia, caras tristes en todo el mundo aunque la tragedia no
les tocara. La mayor crueldad de aquellos atentados, que los yihadistas
justificaron como castigo a España por su apoyo a los EEUU en la Guerra de Irak
de 2003, está en que las 192 víctimas mortales eran personas de todas las
edades que estaba empezando un nuevo día y que iban con más o menos ilusión a
estudiar, a trabajar, a ver a alguien. Era gente inocente que nada tenía que
ver con que un miserable lameculos como José María Aznar decidiera él solito
meterse a apoyar al Presidente Bush, para poder alimentar su ego. Los 192
muertos y casi 1900 heridos, siempre estarán en la memoria colectiva de los
ciudadanos españoles, y pesarán en la conciencia de aquellas personas
responsables de tan cruel crimen.
De aquel fatídico
día recuerdo también el testimonio de mi tío Antonio. Aquella mañana mi tío
tenía que ir a trabajar por el sur de Madrid a un centro comercial que estaban
construyendo, ya que es electricista, y tenía que coger la carretera de
Valencia para llegar. Un par de días después de los atentados, con motivo del
cumpleaños de mi madre, mis tíos vinieron a mi casa a tomar algo para
celebrarlo y fue entonces cuando nos contó lo que él vivió. Nos dijo que al
pasar con el coche por la A-3 a la altura de Santa Eugenia, muy cerca de
nuestro barrio (ya que mis tíos viven a dos bloques de mi casa), vio uno de los
trenes atacados con el techo de uno de los vagones totalmente levantado por
efecto de la onda expansiva de la explosión. Como otros muchos conductores que
pasaban por ahí, paró el coche para comprobar lo que sus ojos le decían que estaba
pasando pero que su mente no podía asimilar. Aquel día también se suponía que
tenían que ingresar a mi abuela en el Hospital 12 de Octubre para operarla de
la rodilla, pero suspendieron la operación porque los hospitales de Madrid se
saturaron y colapsaron, se llenaros de heridos y muertos, de personas con
ataques de ansiedad, de familiares preguntando por sus seres queridos. Aquel
día 11 de marzo no fue un día cualquiera para nadie, y creo que nadie lo podrá
olvidad mientras viva.
Los días que siguieron
a ese triste día, fueron días de pena, de pesar y de tristeza. Fueron días de
luto y lloros por los que el odio se llevó por delante; fueron días muy duros
para los familiares de las víctimas, muertos y heridos, pero también para todos
los españoles. En aquellos días todos los madrileños se hermanaros y sintieron
el mismo dolor que todas las familias y seres queridos de las víctimas. Todos
los españoles se sintieron un poco madrileños e hicieron suyo el dolor y la
tristeza que sentía la capital.
La tarde del día
12 de marzo Madrid fue un gran clamor contra el terrorismo, y en apoyo a todas
las víctimas y sus familiares. Medio Madrid salió a la calle a manifestarse
bajo un cielo totalmente cubierto, nunca tuvo más sentido la expresión que dice
que el cielo no llueve sino llora, porque aquella tarde el cielo de Madrid se
unió al sentimiento que llenaba los corazones de todos los españoles de bien.
Aquella manifestación reunió a más de dos millones de personas por las calles
de Madrid, por el Paseo del Prado, calle Alcalá, Glorieta de Atocha, en Sol;
había gente por todas las calles aledañas a las grandes avenidas. No cabía ni
un alma más. Aquella manifestación traspasó fronteras, vinieron a dar su apoyo
el primer ministro italiano, el francés, el portugués y el presidente de la
comisión europea; el Príncipe de Asturias también participó lo que supuso que
por primera vez en la historia un miembro de la familia real se manifestara
junto a toda la gente. Sin embargo, y como gritaba la gente, en esa manifestación
no estaban todos, faltaban 200. Aquella tarde no sólo Madrid salió a la calle
para recordar a las víctimas, todas las ciudades de España se solidarizaron con
los madrileños, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao… Las muestras de dolor no
solo vinieron de dentro de las fronteras españolas, también del resto del
mundo, en especial de Europa, algunos países europeos decretaron luto nacional
por estos atentados; incluso la guardia real inglesa, en su tradicional cambio
de guardia, tocó el himno nacional español como muestra de respeto.
Ese mismo día 12
de marzo al mediodía se convocaron en toda España cinco minutos de silencio.
Como era viernes tenía clase, pero cuando llegó el mediodía todo el colegio
salió a la calle a las puertas del colegio para guardar los cinco minutos de
silencio. Recordando esto ahora mismo se me está haciendo un nudo en la
garganta y se me ponen los pelos de punta. La gente que pasaba por la calle
haciendo su vida cuando nos veía se paraba y guardaba también silencio, incluso
varios coches y autobuses de la EMT que pasaron por delante del colegio pararon
para unirse al silencio. Había gente desde los balcones, desde muchos de los
cuales colgaban sabanas blancas con un crespón negro en señal de luto. Recuerdo
vivamente el silencio que se hizo en plena calle, un silencio raro, triste,
conmovedor. Nadie miraba al frente: el cielo o el suelo eran los destinatarios
de la mayoría de las miradas de los presentes, miradas perdidas, miradas que
buscaban a los que ya no estaban.
Aquellos truenos
que mi madre escuchó y siempre recordará, supusieron el mayor golpe contra la
sociedad española desde la Guerra Civil. Aquellos truenos se grabaron en muchos
corazones y perdurarán en la memoria de millones de personas. No deberíamos
olvidad jamás a aquellos que ese día se nos fueron y a sus familias, para
quienes el 11 de marzo es una fecha que preferirían eliminar del calendario
para no recordar el dolor y la tristeza que sintieron en 2004. Han pasado ya 10
años de aquel maldito día, en el que Madrid, y España, quedaron heridos para
siempre. Podría haber hablado aquí también de la panda de políticos miserables
que en aquellos días gobernaban España y que intentaron mentir a toda la
sociedad española, pero no se merecen siquiera eso; suficiente es que sobre sus
conciencias pesen 192 muertos, casi 1900 heridos, y los miles de familiares de
los mismos.
Así como nunca
olvidaré el 11 de septiembre de 2001, el 11 de marzo de 2004 jamás podré
borrarlo de mis recuerdos. La tristeza que en aquellos días sentí, aun sin
conocer a nadie que fuera en los trenes, es muy difícil de contar, sólo sé que
si el 11-S me marcó muchísimo y recuerdo perfectamente todo ese día, el 11-M
fue aún más doloroso porque era mi ciudad, Madrid, la que estaba sufriendo un
dolor semejante, dolor que también se contagió a mi corazón y que hace que cada
vez que pienso en esos días se me forme un nudo en la garganta que tengo que
controlar para no echarme a llorar. Aquel día fue el peor que ha vivido Madrid,
y siempre lo tendremos que recordar, aunque los políticos intente usarlo para
sacar algún beneficio electoral, lo que demuestra la poca altura de miras y
moral que tienen.
Hoy, como todos
los 11 de marzo es el día de recordar a los que aquel día triste, que parecía
normal, nos dejaron. Por todos ellos.
Caronte.
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