Hoy Madrid, se he
levantado gris, amagando lluvia, presagio de la tristeza que ha supuesto para
gran parte de la sociedad la pérdida del primer presidente democrático tras la
dictadura franquista, aquel que comandó la Transición española. Ayer domingo falleció
Adolfo Suárez González, Duque de Suárez, caballero de la insigne Orden del
Toisón de Oro, primer presidente elegido democráticamente en España desde la II
República, en una verdadera democracia. Dejando a un lado los títulos y honores
que a posteriori se le concedieron, ayer se nos fue una de las grandes figuras
de la vida pública y política española, un hombre que supo dejar a un lado sus
ideas, sin renunciar a ellas, para anteponer a sus intereses los de la
ciudadanía de un país que anhelada libertad, una libertad que durante casi
cuarenta años había estado secuestrada por una dictadura militar.
Tengo 22 años,
nací el mismo año en que Suárez decidió dejar la vida política después de su
enésimo fracaso electoral en 1991. No puedo hablar con verdadero conocimiento
del personaje de Suárez, como estos días han hablado políticos de todo signo
político e ideologías, o como los periodistas que le conocieron e
intercambiaron palabras con él por los pasillos del Congreso de los Diputados.
Voy a hablar simplemente como un joven al que le gusta la política, aunque esté
desencantado con ella, y que ha querido saber quién fue esa persona que tanto
se nombraba en las clases de Historia del colegio y del instituto. Por lo tanto
todo lo que diga lo haré con la mayor humildad de la que soy capaz, teniendo en
cuenta que nunca podré hablar de un personaje tan grande como Suárez con el
conocimiento que se merece.
Todos aquellos que
nacimos después de que en España se dejara atrás una dictadura de cuarenta años,
y que tras una Transición se consiguieran poner las bases de un país lleno de
libertades, creo que no sabemos valorar cuán de importante fue Adolfo Suárez.
La figura de Suárez, no siempre fue tan respetada y alabada como parece haber
sido estos últimos días. Desde que el pasado viernes su hijo Adolfo Suárez
Illana, anunciara que a su padre le quedaban poco más de 48 horas de vida, gran
parte de la sociedad española (entre la que me encuentro) ha estado pendiente
del estado del ex−Presidente recordando su figura y su obra, y valorando la
importancia que tuvo en que España se convirtiera en una democracia, imperfecta
como todas, pero en una democracia al fin y al cabo. También es cierto que ha
habido una parte importante de españoles a los que el estado de salud del
Presidente Suárez les ha dado igual porque lo único que querían era ver el
partido de fútbol Madrid-Barça (allá cada persona con sus prioridades). En
estos días todo el mundo que conoció al Presidente le ha alabado, incluso
aquellos que propiciaron su caída y los que en su día le llamaron traidor y le
dejaron solo cuando cayó. Muestra de la miserable condición del ser humano que
sólo es capaz de alabar a alguien cuando ya no está entre nosotros y no puede
agradecer esas alabanzas.
La Transición no
fue tarea de una sola persona, es cierto, pero Suárez fue la pieza clave que
con el inestimable y constante apoyo de SM el Rey, llevó a cabo el desmontaje
del Régimen Franquista desde dentro del propio régimen, sin violencia, usando
las propias leyes franquistas, sin prisa pero sin pausa. Suárez supo ver que
solo desde dentro y con diálogo y mucha mano izquierda se podía acabar con una
dictadura que ya estaba siendo demasiado larga. Sólo mediante el consenso,
hablando con todos, y todos implicaba legalizar al PCE, hecho que tuvo lugar
tras largas y secretas conversaciones entre Suárez y Carrillo, otra de las
piezas clave de la Transición, un sábado santo cuando los cuarteles estaban
vacíos de mandos militares que pudieran aguar el acontecimiento. Pasito a
pasito, Suárez consiguió tumbar un régimen que parecía anquilosado en la
sociedad y del que los españoles no se iban a librar nunca, pero lo
consiguieron gracias en gran parte al Presidente Suárez. A Suárez y obviamente
al Rey Don Juan Carlos, sin él tampoco se hubiera pasado de una dictadura a la
democracia imperfecta como todas que hoy disfrutamos. No soy un experto en la
Transición, sólo se lo que di en clase en el colegio y el instituto, y lo poco
que he leído por mi cuenta siempre teniendo en cuenta que en España tenemos un
defecto congénito y es que nunca conseguiremos contar la Historia tal y como
fue, siempre se contará desde uno u otro bando según convenga; debido a esto
muy probable que diga alguna que otra barbaridad, pero lo que sí sé es que sin
Suárez, el Rey, Carrillo y otras personas más algo más desconocidas (cardenal
Tarancón por ejemplo) no podríamos estar disfrutando de las libertades que a
día de hoy damos por vitalicias, pero que costaron mucho conseguir.
Costó mucho
conseguir las libertades de que ahora disponemos. A algunos sectores de la
sociedad (económicos, civiles y militares) los cambios que el presidente Suárez
estaba llevando a cabo, y sobre todo el ritmo tan vertiginoso con que se estaba
desmontando todo el régimen anterior, no gustaron mucho. Tanto es así que el 23
de febrero de 1981, un grupo de Guardias Civiles, muchos de ellos engañados,
asaltaron el Congreso con el teniente coronel Antonio Tejero al mando dando un
Golpe de Estado, que por unas horas llevó a los corazones de los más ancianos
tiempos casi olvidados, tiempos de miedo y de no saber qué podía pasar. Sin
embargo Tejero no fue más que un mero teleñeco, una marioneta, de los grandes
gerifaltes que estaban detrás del Golpe, Armada y Milans del Bosch entre otros.
Estos militares estaban escocidos porque estaban perdiendo el poder que durante
cuarenta años habían ostentado, generando miedo a la población. Pero apareció
Suárez, un civil “de provincias”, y Gutiérrez Mellado, un militar, uno de los
suyos, que se pusieron manos a la obra para desmontar el franquismo y
encerrando a los militares en los cuarteles que es donde tienen que estar. Esto
no gustó a la jerarquía militar, o a una parte de ella, y ocurrió el Golpe de
Estado. Las balas volaron sobre las cabezas de los diputados del Congreso, y se
estrellaron sobre el techo del hemiciclo haciendo saltar partes de la escayola
del mismo que cayeron sobre las espaldas de los diputados que, como es lógico,
estaban en el suelo hechos un ovillo y rezando, implorando que esa pesadilla
que estaba viviendo acabara rápido. Sin embargo Suárez, no se tiró al suelo, ni
él, ni Gutiérrez Mellado, ni Carrillo. Carrillo porque había vivido una guerra
y un largo exilio vigilando siempre sus espaldas; Guitiérrez Mellado por ser un
militar superior a Tejero se levantó e intentó ponerle bajo su mando; y Suárez
porque era el presidente de todos, ese político “de provincias” que no iba a
permitir que el trabajo que tanta soledad le reportó se fuera por el sumidero
de las cloacas de los cuarteles por cuatro nostálgicos descerebrados, y si
tenía que sacrificar su vida,, que nadie dude que lo habría hecho. Aquella
tarde/noche del 23 de febrero de 1981, cuando se tenía que estar votando la investidura
de Calvo-Sotelo como nuevo presidente tras la dimisión de Suárez, éste pasó a
formar parte de la leyenda y la historia de España. Aquella noche Suárez pasó
de ser simplemente el primer presidente de la democracia a ser El Presidente.
A parte del Golpe
de Estado frustrado, el Presidente Suárez fue maltratado por el destino y la
vida. Tuvo que soportar una larga y muy dura enfermedad como es el Alzheimer,
que hizo que los últimos diez años de su vida los pasara encerrado en su casa
familiar en Madrid, acompañado de sus seres queridos que le cuidaban y le daban
todo el cariño que España, o mejor dicho las instituciones españolas y los
políticos siempre le negaron. Quizá la enfermedad también le evitó ver una
España que veía como cada vez tenía políticos y líderes más ineptos, que casi
tiraban por la borda todo el trabajo llevado a cabo en aquellos años tan duros
y complicados como fueron los de la Transición. Suárez fue ante todo un hombre
de estado, un hombre que puso por delante las libertades de las personas que la
permanencia en el poder de una serie de estructuras que se habían enquistado en
la sociedad y que era necesario desmontar. Suárez tuvo que vivir cómo su mujer
y luego su hija padecieron una larga y cruel enfermedad llamada cáncer que,
tras diez años de penosa lucha contra ella, terminó llevándose a ambas. A su
mujer Suárez todavía la pudo llorar, pudo sentir su marcha, sin embargo a su
hija ya no. El Alzheimer ya estaba haciendo estragos en el Presidente y cuando
su hijo mayor le dijo Mariam, hija mayor del Presidente Suárez, éste preguntó: “¿Quién
es Mariam?”. ¿Alguien puede imaginar algo más duro?
A parte del dolor
generado por la enfermedad y las muertes de su mujer e hija, Suárez tuvo que
vivir muchos años viendo cómo la Democracia que él trajo a este país, bueno
mejor dicho sus instituciones y los políticos que vivían de ella, le ignoraba.
Tuvo que ver cómo nadie le agradeció públicamente lo que había hecho por
España. Durante muchos años fue un apestado, nadie quería ni verle: los de su
bando por considerarle un traidor, y los del bando opuesto por no comulgar con
sus ideas. Sólo pasados muchos años, le llegaron los honores, entre ellos el
Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1996. Sólo cuando la enfermedad
que padecía se hizo cada vez más patente, fue cuando los políticos que otrora
le pusieron verde, le dejaron sólo dándole la espalda y haciéndole caer, los
que se pusieron a alabarle aguardándose en que Suárez no podía contestarles
porque no sabía ya siquiera quién era él mismo.
A pesar de que los
honores institucionales le llegaron, tarde pero le llegaron, fue la sociedad la
que nunca olvidó quién fue y qué hizo, y siempre se lo hizo saber. Estos
últimos días, desde que se hijo anunciara que al Presidente le quedaban poco
más de 48 horas de vida, ha sido la sociedad la que más muestras de afecto ha
mostrado. Durante la capilla ardiente que se estableció en el Congreso de los
Diputados una gran multitud de personas anónimas mostraron sus respetos a este
Grande de España, y a su familia, guardando colas kilométricas que a mí cuando
la vi in situ hizo que se me pusieran
los pelos de punta y un nudo de emoción en la garganta. La sociedad ha sentido
mucho la pérdida de este gran político. Las banderas a media asta, que hasta el
ambulatorio del barrio más pequeño de Madrid ha puesto en su fachada, muestran
simbólicamente el estado de ánimo de una sociedad que tanto ha sentido su
pérdida.
La muerte de
Suárez además ha conseguido un par de cosas buenas, en tiempo en que no abundan.
A su muerte el Presidente Suárez ha sido capaz de reunir a todos los políticos,
sea cual sea su ideología y signo político, sin broncas ni acusaciones; ha
conseguido que los tres ex presidentes vivos de la democracia estén juntos y no
revueltos, charlando incluso como amigos (aunque intuyo que esto sólo fue
teatro). Sin embargo, y como suele pasar en este país donde nos cuesta mucho
reconocer el éxito ajeno e intentamos desprestigiarlo de cualquier manera incluso
rastreramente, también ha salido a la luz la miseria política que por suerte (o
por desgracia) el Presidente Suárez se ahorró ver en sus últimos años. Los
políticos que hoy día nos gobiernas han dejado ver su poca altura de miras, su
cinismo y su ruindad, y para ejemplo tres casos de lo que estoy diciendo: la
Alcaldesa de Madrid ha decidido nombrar (a título póstumo lógicamente) Hijo Predilecto
a Suárez, ¿es que no se le pudo dar este reconocimiento cuando todavía su
enfermedad no le había hecho olvidarse de quién era?; el Gobierno le ha
otorgado el Collar de la Real y Distinguida Orde de Carlos III, ¿tampoco
se pudo hacer antes?; el Ayuntamiento de San Sebastián, gobernado por Bildu
(partido pro-asesinos y filoetarra), ha decidido no poner la bandera a media
asta, ¿no se acuerdan que sin Suárez ellos no gobernarían la ciudad?; el
Presidente de la Generalidad de Cataluña, en la capilla ardiente de Suárez,
realizó unas declaraciones sobre su particular cortina de humo (independencia
de la Comunidad Autónoma Catalana), ¿alguien le ha enseñado a este señor educación?
Todos estos ejemplos muestran el nivel político que a día de hoy hay en España.
Deprimente.
Sólo me queda
Señor Presidente, agradecerle todo lo que hizo por España. Sin su entrega,
trabajo constante y dedicación, tesón y su inquebrantable voluntad de diálogo,
la Transición no hubiera sido posible, al menos sin violencia, y por tanto hoy
en día no podríamos estar disfrutando de la democracia que tenemos, y que
algunos se empeñan en querer cambiar para acomodarla a sus ideas. Nunca los
españoles le estaremos lo suficientemente agradecidos por todo lo que hizo y
por los años que dedicó a trabajar por la libertad y la democracia. Espero,
Presidente Suárez que en el futuro haya gente que le tenga por ideal político,
me da igual la ideología, y que la clase política vaya mejorando siguiendo su
ejemplo, aunque me parece que esto es pedirle peras al olmo.
Me gustaría despedirme de usted sr. presidente con unos versos que usted citó el día en que tenía que ser confirmado como presidente del gobierno:
Está el hoy abierto al mañana
mañana al infinito
Hombres de España:
Ni el pasado ha muerto
Ni está el mañana ni el ayer escrito.
Adiós y gracias
Presidente Suárez.
Caronte.
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