El aire quema. No
es broma. Y tampoco estoy en el infierno, o a bordo de la barca de Caronte
atravesando la Laguna Estigia camino del Hades donde el dios del Inframundo me
espera para el castigo eterno. Sólo estoy de vuelta en Madrid. Pero el Madrid
de este verano es el Infierno en la tierra. Desde el pasado mes de junio, más
concretamente desde la semana del día 26, lo recuerdo porque fue ese día cuando
se celebró la cena de graduación de mi Escuela en la que con el disfraz de
persona respetable que llevaba no paraba de sudar y pasarlo mal del calor que
hacía. Solo era junio y aquello simplemente parecía una simple ola de calor
temprana de esas que suelen atizar Madrid durante los meses de verano. Julio no
fue mucho mejor y durante todo el mes prácticamente hemos sufrido una ola de
calor que más que ola era un tsunami de proporciones bíblicas. No hubo quien
aguantara en la capital.
Buscando algo de
frescor y alivio mis padres se fueron al sur, en concreto a Huelva a la Playa
de Isla Canela durante unos diez días, dejándome en casa solo, algo que me
apetecía desde hace mucho tiempo. Sin embargo en parte porque me apetecía
también y en parte por presión de mis padres yo también me fui unos días a
Praga. Esos días que pasé en la capital de la República Checa coincidieron con
los últimos que mis padres pasaban en la playa. Apenas estuve cuatro días,
completos para visitar la ciudad dos, y del alivio del calor que iba buscando
al centro de Europa no tuve noticia alguna tampoco. También hizo mucho calor,
quizá más agobiante que en Madrid por la presencia del río Moldova, un río de
verdad, inmenso en su caudal y amplitud, que abraza a la ciudad de Praga y que
cobra especial importancia por la presencia sobre sus aguas del célebre y
fotografiado Puente de Carlos. Por suerte sólo me hizo sol dos de los cuatro
días, y no los centrales de mi visita a la ciudad. Sin embargo pese a que los
dos días completos que estuve en Praga estuvieron mayormente nublados el calor
no fue mucho menor, y el bochorno sustituyó al fuego abrasador.
De vuelta a Madrid
volvió el calor seco, ese que se pega a la piel, la quema, o la enrojece según
la persona. Yo soy de los que no se ponen muy morenos por mucho que pasen al
sol, sino más bien que cojo una tonalidad rojo carabinero en la piel, tipo
guiri inglés borracho en las playas de Denia o Salou. Menos mal que una vez
volví a reencontrarme con mis padres a mi vuelta de Praga nos fuimos al País
Vasco, de donde acabo de volver. Este viaje ya ha sido otro cantar. Tenía
muchas ganas de ir al País Vasco, conocer sus ciudades, pueblos, playas y
gastronomía, sin embargo me ha pillado en una época en la que a nivel personal
no lo estoy pasando demasiado bien, aunque intente disimularlo tanto delante de
mis padres, para no darles ya más preocupaciones ni para cargarles con más
culpas, como delante de mis amigos a los que casi siempre les digo que estoy
bien cuando me preguntan, cuando quizá no lo estoy tanto.
No es que lo haya
pasado mal en el País Vasco, o las Vascongadas, como me gusta llamar a esta
zona de España en privado aunque este nombre ya no se use y recuerde más bien a
momentos históricos de este país en el que la incultura, el miedo, la censura y
la oscuridad intelectual se cernían sobre los hombros de la sociedad. He
disfrutado, el problema es que no a mi manera, no cómo a mí me hubiera gustado
disfrutar de verdad: con amigos, pero especialmente con pareja. Pero vuelvo a
lo de siempre, a lamentarme por algo que no tiene solución a corto plazo ni
mucho menos de manera inmediata. Me tengo que aguantar con mi situación
personal y solo depende de mí cambiarla. Pero esto no me impide haber estado en
Praga y haberme sentido por momentos, aunque pocos y contados, bastante solo y
quizá algo raro por viajar sin compañía; ni tampoco haber estado por el País
Vasco fijándome en la cantidad de parejas de mi edad y quizá más jóvenes
también que visitaban los mismos lugares que yo visitaba con mis padres. Nadie
me puede impedir sentir envidia de esas personas que puede hacer esos viajes
acompañados por personas a las que quieren y con las que están a gusto. Yo
quiero y estoy a gusto con mis padres pero con 24 años ni quiero ni me siento
ya cómodo viajando con ellos.
Necesito mi
espacio. Necesito tener mi propia vida separada ya de la de mis padres.
Necesito sentirme independiente aunque ello implique muchas cosas y
responsabilidades. Estando solo mientras mis padres estaban en la playa estaba
cómodo, tranquilo y a gusto, sin echar mucho de menos a mis padres. Puede
parecer egoísta por mi parte, incluso cruel y duro, pero creo que es algo
normal. En la vida de toda persona llega siempre un momento en el que hay que
dejar atrás la vida que se ha tenido con la familia de sangre, para empezar a
crear una vida propia. Creo que yo necesito eso. Pero mis padres no terminan de
darse cuenta de esto y siempre están organizando cosas para hacer los tres. Yo
no me niego, a ellos les hace ilusión y quizá si soy sincero les puedo hacer
daño y eso no es algo que quiera hacer. Pero cada vez lo noto más
acentuadamente, cada vez veo cómo no disfruto como disfrutaba con mis padres.
Creo que esto también es dañino, tanto para mí, como para ellos porque puede
terminar por distanciarme mucho más de ellos el día en que me vaya de casa.
Supongo que este
viaje al País Vasco será el último que haga con mis padres. No creo que aguante
otro más. Y creo que será lo mejor para todos. El problema será decírselo. Ya
encontraré una manera. Hasta entonces me queda pasar lo que queda de verano en
el infierno de Madrid, aguantando el calor sofocante, el sol inclemente y
abrasador y las noches tropicales que impiden dormir con normalidad y que hacen
que por las mañanas uno se levante ya sudando sin haber hecho absolutamente
nada. No lo quiero casi ni pensar, pero me espera un mes de agosto que no se lo
deseo a nadie. Entre la presión constante, aunque absurda por otro lado, de
encontrar trabajo en una profesión que durante seis años de carrera no me ha
llenado, ni ilusionado, ni siquiera gustado, se suman las ganas de hacer cosas
interesantes y la imposibilidad de hacerlas porque no tengo con quien, y en
este caso ya no hablo solo de no tener pareja.
Como ya he dicho
ya estoy de vuelta en Madrid, o mejor dicho en el Infierno, de nuevo. Con lo
bien que se estaba en las Vascongadas donde de los seis días que hemos pasado
allí, solo ha hecho calor de verdad el primero y el último. No sabéis lo
agradable que es estar a veinte grados como mucho, con el cielo nublado, con
alguna que otra llovizna, pasando más fresco que calor y buscando los
interiores de los bares porque en la calle uno se puede terminar quedando frío.
Un gustazo ha sido huir del calor y encontrar ese frescor, esa lluvia que
llevaba meses sin encontrar por Madrid. Ha sido como volver a marzo, o quizá
febrero. Pero el retorno a Madrid me ha devuelto a la realidad, al fuego del
asfalto, a la ausencia de nubles, pero también de cielos claros, caniculados
como se quedan en Madrid los días en los que no se baja de los veinticinco
grados y se pueden alcanzar los cuarenta a la sombra con facilidad. Volver a mi
casa, a mi prisión, ha sido un palo duro. Reencontrarme con la pura realidad de
mi celda de libertad, mi habitación, donde paso horas, muchas de las cuales
viendo pasar el tiempo sin nada que hacer, intentando llenar las horas muertas
de estos largos días de verano, pensando hacer cosas pero dándome de bruces con
la realidad de no poder hacerlas con nadie.
El calor en Madrid
impide salir a la calle antes de las ocho de la tarde. La ciudad guarda el
calor como si fuera un preciado tesoro encontrado por unos piratas en una isla
desierta en medio del Mar Caribe tras unas jornadas de búsqueda infernal
azotados por inclemente temporales a bordo de barcos de madera a punto de irse
a pique. Madrid arde en verano y este año más. Hares ha decidido situar su
trono en la capital de España, en la Villa y Corte de Madrid y parece que le ha
gustado porque no se va. Ni en la sombra uno está a gusto. Nada refresca los
cuerpos, ni los espíritus de los habitantes de la ciudad. Los turistas deben
aguantar ya que no les queda más remedio que salir de sus hoteles para conocer
la ciudad o lo que quede de ella tras las olas de calor. Pero a pesar del calor
Madrid sigue ofreciendo su mejor cara, aunque pueda estar llena de sudor,
cansado y agotada por el aire que es fuego que a veces corre por algunas
calles.
Pero como he dicho
a Madrid hay pocas cosas que la venzan en ningún campo y el calor no iba a ser
una de ellas. En verano aunque Madrid se vacía de madrileños que intentamos
huir del calor infernal y del sol abrasador para buscar el frescor del norte en
algunos casos o las costas españolas en cualquier punto cardinal del país en
otros, siguen quedando cosas que hacer en la ciudad. Muchas son las
exposiciones en los museos, visitas guiadas, excursiones, lugares por descubrir,
cafés en los que tomarse algo, jardines en los que intentar huir durante unas
horas de las calles, los edificios y los coches, y miles de actividades
culturales más en muchos lugares repartidos por todo el centro de la capital. Hay
quien nunca aceptará esto, y dirá que Madrid es una ciudad de tercera división,
sin nada que hacer, horrorosa y que da asco, otros dirán que en cuanto puedan
se irán lejos de esta ciudad y este país que tanto les ha dado aunque por
orgullo o analfabetismo intelectual no lo quieran admitir. Es una pena que haya
gente así, pero es mejor que cumplan lo que prometen y se vayan pronto de la
ciudad para que no molesten a los que sí la amamos. Yo la amo, primero porque
es mi ciudad natal y segundo porque he viajado creo que algo por ahí fuera y
nada me reconforta tanto como volver a mi casa, a mi ciudad después de haber
pasado unos días lejos de ella.
Hace calor, pero
eso es algo que los madrileños sabemos que debemos soportar en verano. Hay
quien puede y tiene casa en la sierra, después de haber robado algo supongo, y
otros en el sur de la comunidad, en las vegas de los ríos sureños donde el
calor es quizá más apremiante, aunque no tan angustioso. Yo no. Me quedo en
Madrid, ahora ya sí que supongo que todo lo que resta de verano. Intentaré
buscar trabajo como he dicho antes, aunque no creo que lo haga con ahínco hasta
septiembre. No tengo la ansiedad de otros, ni las agonías de otros, por
conseguir un trabajo, aunque en el fondo me gustaría empezar a trabajar cuanto
antes para poder tener esa vida propia que tanto ansío. No tengo más remedio
que aguantar este calor como sea y pienso disfrutar Madrid también como sea.
Solo o acompañado, aunque preveo que será más lo primero que lo segundo, pero
saldré de mi celda de libertad, de mi prisión sin vigilancia y me aventuraré a
vivir Madrid bajo el sol de justicia del verano y atravesando las masas de aire
abrasador que se abatirán sobre la ciudad.
Estoy dispuesto a
no morirme de aburrimiento en mi casa sin absolutamente nada que hacer, cansado
de leer, cansado de escribir, cansado de simplemente ver pasar el tiempo y de
hacer siempre las mismas cosas desde por la mañana hasta por la tarde. Estoy
harto de la rutina, de la monotonía de mi vida, aunque temo caer en otra
monotonía aunque esta vez sea solo: la de salir por Madrid a dar una vuelta, a
sentarme en una terraza de un café o de un bar pedir algo para beber y sentirme
observado por la gente que pase o que esté en ese local acompañada pensando qué
hará un chaval joven solo en una terraza. Si pudiera contestaría a esos
pensamientos inventados que si estoy solo no es porque quiera sino porque no
tengo más opción de momento, y que no es que me guste pero tengo que asumirlo
tal y como es ya que prefiero morirme de calor por las calles de Madrid que de
aburrimiento en mi casa, aunque para ello no cuente más que conmigo mismo la
mayoría de las veces.
Planes hay muchos
en Madrid solo falta ver cuales decido cumplir y llevar a cabo solo. Hay cines
de verano en varios lugares, terrazas nocturnas, cafés en lugares
insospechados, y a tiro de piedra de Madrid hay también varios sitios que
pueden servir de escapada algún día. Sólo falta que me atreva a hacer esos
planes que en principio me parecen perfectos y me hacen ilusión pero que si los
pienso algo más terminan desinflándose como un neumático pinchado. Aún así algo
debo de hacer porque si no el mes de agosto que se avecina en Madrid puede ser
histórico por el aburrimiento, el calor, la ansiedad que mi celda termina por
generarme y todo lo demás. Así que como dije antes prefiero morirme de calor
que de aburrimiento.
Caronte.
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