martes, 4 de agosto de 2015

Prefiero morirme de calor que de aburrimiento

El aire quema. No es broma. Y tampoco estoy en el infierno, o a bordo de la barca de Caronte atravesando la Laguna Estigia camino del Hades donde el dios del Inframundo me espera para el castigo eterno. Sólo estoy de vuelta en Madrid. Pero el Madrid de este verano es el Infierno en la tierra. Desde el pasado mes de junio, más concretamente desde la semana del día 26, lo recuerdo porque fue ese día cuando se celebró la cena de graduación de mi Escuela en la que con el disfraz de persona respetable que llevaba no paraba de sudar y pasarlo mal del calor que hacía. Solo era junio y aquello simplemente parecía una simple ola de calor temprana de esas que suelen atizar Madrid durante los meses de verano. Julio no fue mucho mejor y durante todo el mes prácticamente hemos sufrido una ola de calor que más que ola era un tsunami de proporciones bíblicas. No hubo quien aguantara en la capital.

Buscando algo de frescor y alivio mis padres se fueron al sur, en concreto a Huelva a la Playa de Isla Canela durante unos diez días, dejándome en casa solo, algo que me apetecía desde hace mucho tiempo. Sin embargo en parte porque me apetecía también y en parte por presión de mis padres yo también me fui unos días a Praga. Esos días que pasé en la capital de la República Checa coincidieron con los últimos que mis padres pasaban en la playa. Apenas estuve cuatro días, completos para visitar la ciudad dos, y del alivio del calor que iba buscando al centro de Europa no tuve noticia alguna tampoco. También hizo mucho calor, quizá más agobiante que en Madrid por la presencia del río Moldova, un río de verdad, inmenso en su caudal y amplitud, que abraza a la ciudad de Praga y que cobra especial importancia por la presencia sobre sus aguas del célebre y fotografiado Puente de Carlos. Por suerte sólo me hizo sol dos de los cuatro días, y no los centrales de mi visita a la ciudad. Sin embargo pese a que los dos días completos que estuve en Praga estuvieron mayormente nublados el calor no fue mucho menor, y el bochorno sustituyó al fuego abrasador.

De vuelta a Madrid volvió el calor seco, ese que se pega a la piel, la quema, o la enrojece según la persona. Yo soy de los que no se ponen muy morenos por mucho que pasen al sol, sino más bien que cojo una tonalidad rojo carabinero en la piel, tipo guiri inglés borracho en las playas de Denia o Salou. Menos mal que una vez volví a reencontrarme con mis padres a mi vuelta de Praga nos fuimos al País Vasco, de donde acabo de volver. Este viaje ya ha sido otro cantar. Tenía muchas ganas de ir al País Vasco, conocer sus ciudades, pueblos, playas y gastronomía, sin embargo me ha pillado en una época en la que a nivel personal no lo estoy pasando demasiado bien, aunque intente disimularlo tanto delante de mis padres, para no darles ya más preocupaciones ni para cargarles con más culpas, como delante de mis amigos a los que casi siempre les digo que estoy bien cuando me preguntan, cuando quizá no lo estoy tanto.

No es que lo haya pasado mal en el País Vasco, o las Vascongadas, como me gusta llamar a esta zona de España en privado aunque este nombre ya no se use y recuerde más bien a momentos históricos de este país en el que la incultura, el miedo, la censura y la oscuridad intelectual se cernían sobre los hombros de la sociedad. He disfrutado, el problema es que no a mi manera, no cómo a mí me hubiera gustado disfrutar de verdad: con amigos, pero especialmente con pareja. Pero vuelvo a lo de siempre, a lamentarme por algo que no tiene solución a corto plazo ni mucho menos de manera inmediata. Me tengo que aguantar con mi situación personal y solo depende de mí cambiarla. Pero esto no me impide haber estado en Praga y haberme sentido por momentos, aunque pocos y contados, bastante solo y quizá algo raro por viajar sin compañía; ni tampoco haber estado por el País Vasco fijándome en la cantidad de parejas de mi edad y quizá más jóvenes también que visitaban los mismos lugares que yo visitaba con mis padres. Nadie me puede impedir sentir envidia de esas personas que puede hacer esos viajes acompañados por personas a las que quieren y con las que están a gusto. Yo quiero y estoy a gusto con mis padres pero con 24 años ni quiero ni me siento ya cómodo viajando con ellos.

Necesito mi espacio. Necesito tener mi propia vida separada ya de la de mis padres. Necesito sentirme independiente aunque ello implique muchas cosas y responsabilidades. Estando solo mientras mis padres estaban en la playa estaba cómodo, tranquilo y a gusto, sin echar mucho de menos a mis padres. Puede parecer egoísta por mi parte, incluso cruel y duro, pero creo que es algo normal. En la vida de toda persona llega siempre un momento en el que hay que dejar atrás la vida que se ha tenido con la familia de sangre, para empezar a crear una vida propia. Creo que yo necesito eso. Pero mis padres no terminan de darse cuenta de esto y siempre están organizando cosas para hacer los tres. Yo no me niego, a ellos les hace ilusión y quizá si soy sincero les puedo hacer daño y eso no es algo que quiera hacer. Pero cada vez lo noto más acentuadamente, cada vez veo cómo no disfruto como disfrutaba con mis padres. Creo que esto también es dañino, tanto para mí, como para ellos porque puede terminar por distanciarme mucho más de ellos el día en que me vaya de casa.

Supongo que este viaje al País Vasco será el último que haga con mis padres. No creo que aguante otro más. Y creo que será lo mejor para todos. El problema será decírselo. Ya encontraré una manera. Hasta entonces me queda pasar lo que queda de verano en el infierno de Madrid, aguantando el calor sofocante, el sol inclemente y abrasador y las noches tropicales que impiden dormir con normalidad y que hacen que por las mañanas uno se levante ya sudando sin haber hecho absolutamente nada. No lo quiero casi ni pensar, pero me espera un mes de agosto que no se lo deseo a nadie. Entre la presión constante, aunque absurda por otro lado, de encontrar trabajo en una profesión que durante seis años de carrera no me ha llenado, ni ilusionado, ni siquiera gustado, se suman las ganas de hacer cosas interesantes y la imposibilidad de hacerlas porque no tengo con quien, y en este caso ya no hablo solo de no tener pareja.

Como ya he dicho ya estoy de vuelta en Madrid, o mejor dicho en el Infierno, de nuevo. Con lo bien que se estaba en las Vascongadas donde de los seis días que hemos pasado allí, solo ha hecho calor de verdad el primero y el último. No sabéis lo agradable que es estar a veinte grados como mucho, con el cielo nublado, con alguna que otra llovizna, pasando más fresco que calor y buscando los interiores de los bares porque en la calle uno se puede terminar quedando frío. Un gustazo ha sido huir del calor y encontrar ese frescor, esa lluvia que llevaba meses sin encontrar por Madrid. Ha sido como volver a marzo, o quizá febrero. Pero el retorno a Madrid me ha devuelto a la realidad, al fuego del asfalto, a la ausencia de nubles, pero también de cielos claros, caniculados como se quedan en Madrid los días en los que no se baja de los veinticinco grados y se pueden alcanzar los cuarenta a la sombra con facilidad. Volver a mi casa, a mi prisión, ha sido un palo duro. Reencontrarme con la pura realidad de mi celda de libertad, mi habitación, donde paso horas, muchas de las cuales viendo pasar el tiempo sin nada que hacer, intentando llenar las horas muertas de estos largos días de verano, pensando hacer cosas pero dándome de bruces con la realidad de no poder hacerlas con nadie.

El calor en Madrid impide salir a la calle antes de las ocho de la tarde. La ciudad guarda el calor como si fuera un preciado tesoro encontrado por unos piratas en una isla desierta en medio del Mar Caribe tras unas jornadas de búsqueda infernal azotados por inclemente temporales a bordo de barcos de madera a punto de irse a pique. Madrid arde en verano y este año más. Hares ha decidido situar su trono en la capital de España, en la Villa y Corte de Madrid y parece que le ha gustado porque no se va. Ni en la sombra uno está a gusto. Nada refresca los cuerpos, ni los espíritus de los habitantes de la ciudad. Los turistas deben aguantar ya que no les queda más remedio que salir de sus hoteles para conocer la ciudad o lo que quede de ella tras las olas de calor. Pero a pesar del calor Madrid sigue ofreciendo su mejor cara, aunque pueda estar llena de sudor, cansado y agotada por el aire que es fuego que a veces corre por algunas calles.

Pero como he dicho a Madrid hay pocas cosas que la venzan en ningún campo y el calor no iba a ser una de ellas. En verano aunque Madrid se vacía de madrileños que intentamos huir del calor infernal y del sol abrasador para buscar el frescor del norte en algunos casos o las costas españolas en cualquier punto cardinal del país en otros, siguen quedando cosas que hacer en la ciudad. Muchas son las exposiciones en los museos, visitas guiadas, excursiones, lugares por descubrir, cafés en los que tomarse algo, jardines en los que intentar huir durante unas horas de las calles, los edificios y los coches, y miles de actividades culturales más en muchos lugares repartidos por todo el centro de la capital. Hay quien nunca aceptará esto, y dirá que Madrid es una ciudad de tercera división, sin nada que hacer, horrorosa y que da asco, otros dirán que en cuanto puedan se irán lejos de esta ciudad y este país que tanto les ha dado aunque por orgullo o analfabetismo intelectual no lo quieran admitir. Es una pena que haya gente así, pero es mejor que cumplan lo que prometen y se vayan pronto de la ciudad para que no molesten a los que sí la amamos. Yo la amo, primero porque es mi ciudad natal y segundo porque he viajado creo que algo por ahí fuera y nada me reconforta tanto como volver a mi casa, a mi ciudad después de haber pasado unos días lejos de ella.

Hace calor, pero eso es algo que los madrileños sabemos que debemos soportar en verano. Hay quien puede y tiene casa en la sierra, después de haber robado algo supongo, y otros en el sur de la comunidad, en las vegas de los ríos sureños donde el calor es quizá más apremiante, aunque no tan angustioso. Yo no. Me quedo en Madrid, ahora ya sí que supongo que todo lo que resta de verano. Intentaré buscar trabajo como he dicho antes, aunque no creo que lo haga con ahínco hasta septiembre. No tengo la ansiedad de otros, ni las agonías de otros, por conseguir un trabajo, aunque en el fondo me gustaría empezar a trabajar cuanto antes para poder tener esa vida propia que tanto ansío. No tengo más remedio que aguantar este calor como sea y pienso disfrutar Madrid también como sea. Solo o acompañado, aunque preveo que será más lo primero que lo segundo, pero saldré de mi celda de libertad, de mi prisión sin vigilancia y me aventuraré a vivir Madrid bajo el sol de justicia del verano y atravesando las masas de aire abrasador que se abatirán sobre la ciudad.

Estoy dispuesto a no morirme de aburrimiento en mi casa sin absolutamente nada que hacer, cansado de leer, cansado de escribir, cansado de simplemente ver pasar el tiempo y de hacer siempre las mismas cosas desde por la mañana hasta por la tarde. Estoy harto de la rutina, de la monotonía de mi vida, aunque temo caer en otra monotonía aunque esta vez sea solo: la de salir por Madrid a dar una vuelta, a sentarme en una terraza de un café o de un bar pedir algo para beber y sentirme observado por la gente que pase o que esté en ese local acompañada pensando qué hará un chaval joven solo en una terraza. Si pudiera contestaría a esos pensamientos inventados que si estoy solo no es porque quiera sino porque no tengo más opción de momento, y que no es que me guste pero tengo que asumirlo tal y como es ya que prefiero morirme de calor por las calles de Madrid que de aburrimiento en mi casa, aunque para ello no cuente más que conmigo mismo la mayoría de las veces.

Planes hay muchos en Madrid solo falta ver cuales decido cumplir y llevar a cabo solo. Hay cines de verano en varios lugares, terrazas nocturnas, cafés en lugares insospechados, y a tiro de piedra de Madrid hay también varios sitios que pueden servir de escapada algún día. Sólo falta que me atreva a hacer esos planes que en principio me parecen perfectos y me hacen ilusión pero que si los pienso algo más terminan desinflándose como un neumático pinchado. Aún así algo debo de hacer porque si no el mes de agosto que se avecina en Madrid puede ser histórico por el aburrimiento, el calor, la ansiedad que mi celda termina por generarme y todo lo demás. Así que como dije antes prefiero morirme de calor que de aburrimiento.

Caronte.

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