miércoles, 26 de agosto de 2015

Europa: a punto de fracasar

Podría perfectamente seguir callado, no escribir este artículo. No pasaría nada. Nada cambiaría. Pero mi conciencia no puede no hacer nada. No puedo seguir callado por más tiempo viendo cómo Europa (entiéndase como Europa de ahora en adelante en este artículo a la Unión Europea) desprecia con odio a aquello que lanzados a la desesperada huyen de sus países en busca, no de trabajo, de una vida mejor, o del sueño europeo si alguna vez existió dicho sueño, sino de simplemente poder tener un futuro, poder vivir y ver crecer a sus hijos y sus nietos en paz. No puedo callarme como hace todo el mundo. No puedo ver en las noticias en la televisión las imágenes del horror, o leer en la prensa las desgracias que estos seres humanos están viviendo, sin manifestarme. No voy a conseguir nada con este artículo; lo leeréis cuatro, menos de los que habitualmente os metéis en el blog. Pero me da igual, debo hablar y no callarme porque soy un ser humano más en este planeta, en Europa; y Europa ya ha vivido durante muchas décadas en su historia pasada del silencio de sus ciudadanos.

Europa está fracasando, y eso me duele. Me duele ver cómo el ideal con que Europa fue fundada hace más de medio siglo se está viniendo abajo. Me duele ver cómo la cuna de la civilización occidental, del progreso, de la ciencia y la cultura, del estado del bienestar, se está convirtiendo en un ente egoísta y cínico. Europa surgió como hermandad de pueblos que durante toda su historia habían estado guerreando, luchando entre ellos por territorios, por recursos naturales, por ganar unas montañas o el curso de un río, por ser reyes de una montaña llena de abetos o emperadores de una vasta planicie. El continente europeo, sus ciudadanos, sus diversos pueblos, necesitaban paz y por esa paz surgió Europa. Pero ahora nos hemos olvidado de todo esto. Todos hemos olvidado esto. Europa se desangra; sus pilares fundacionales se hunden; sus pueblos se vuelven a separar, a verse como gente diferente, gente rara.

Hace ya años, no es de ahora ni mucho menos, que Europa perdió sus valores humanísticos por los económicos. El dinero todo lo pudre y destruye, a nada ayuda, todo lo hunde bajo el peso del metal con el que están hechas las monedas, de los lingotes y del papel de los billetes. Europa lleva demasiado tiempo pensando única y exclusivamente en enriquecerse económicamente. Ya no hay pensadores que ideen Europa y la lideren hacia esos ideales. Pero un día sí que los hubo. De esto hace mucho tiempo ya. Pero las dos guerras mundiales que desolaron esta también acabaron con cualquier ánimo para crear nada que mereciera la pena conservar. Quizá en el propio genoma de los europeos esté el destruirnos cada cierto tiempo, ya sea con guerras de manera física: matándonos, bombardeando hasta el polvo ciudades, masacrando razas enteras y cometiendo genocidios; ya sea de manera ideal socavando la posibilidad de avanzar mediante el intelecto y el ejemplo ante el mundo.

Mozart, Beethoven, Van Gogh, Da Vinci, Goya, Fleming, Bernini, Erasmo de Rotterdam, Kant, Descartes, Lorca, Dalí, Picasso, Agatha Christie, Alejandro Dumas, Ramón y Cajal, Marie Curie, Newton, Einstein. Todas estas personalidades son europeas, y todos muestran lo mejor que el ser humano puede dar. Europa no existiría sin estos hombres y mujeres, sin estos pensadores, médicos, pintores, músicos, artistas, científicos. Pero ahora Europa ya es otra cosa. Sigue habiendo este espíritu de crear cosas grandes, de darlas al mundo para su mayor desarrollo, pero nadie conoce a los actuales grandes europeos. Ahora la sociedad europea solo está preocupada por su bolsillo. El capitalismo más radical, más inhumano, más cruel, se ha aposentado entre nosotros. Todos somos cómplices de este sistema que está destruyendo desde dentro habiéndonos comido las cabezas, habiendo minado nuestra conciencia para que no pensemos en otra cosa que en comprar, consumir, y seguir comprando. Ya nadie crea por sí mismo; sólo unos pocos siguen empujando porque algún día de vuelva a la senda del ideal europeo.

Todo esto que estoy diciendo y que obviamente puede parecer y de hecho parece utópico, es también la pura realidad. Duele escribirlo, supongo que dolerá leerlo a quiénes tengan algo de conciencia común todavía. Pero duele más darse cuenta de que lo que tenía por Europa, lo que creía que existía y se estaba construyendo para el bien común de los ciudadanos y su hermandad, es una absoluta farsa. Y si no farsa algo parecido. Europa está fracasando y no veo que nadie que pueda arreglarlo de verdad en ningún país esté haciendo algo por parar el desastre. Pero todo lo que llevo dicho no es más que un pequeño trasfondo.

No sólo Europa está fracasando. Todo el mundo parece que se va al garete en una locura colectiva que parece no tener fin y que nos acabará arrastrando a todos a la más absoluta de las destrucciones. Europa no está al margen de esta vorágine autodestructiva. No volverá a haber una Guerra que llevará a los cimientos el pensamiento europeo. No volverá a haber una Guerra que reduzca al polvo las ciudades. No volverá a haber una Guerra que se cobre la vida de más de 40 millones de personas. Pero Europa se acerca a algo peor: a convertirse en un lugar egoísta, insolidario, de piedra, que no reaccionará para salvaguardar la vida en el mundo ni para ayudar a los pueblos hermanos a tener un futuro mejor.

Quien más quien menos ha visto en el último año la continua desgracia que se está produciendo en el Mediterráneo, que ha pasado de ser el mar de todos los europeos, ese mar azul de Ulises, de Grecia y Roma, de Cartago, de leyenda y mitología, ese mar en mitad del mundo conocido; a ser un cementerio de seres humanos que huyen despavoridos de sus países para simplemente poder vivir en paz. Me niego a considerar las personas que están llegando en masa a Europa como inmigrantes. Alguien que emigra de su país natal lo hace porque quiere buscar un mejor futuro del que puede encontrar allí. Todas estas personas, mujeres, niños, adolescentes, jóvenes, bebés, ancianos, no vienen a Europa en busca de trabajo, o de una vida mejor. Todos estos seres humanos están huyendo de la muerte. Sólo quieren vivir, aunque sea malviviendo al raso en tiendas de campañas hechas con lonas de plástico, durmiendo en un puñado de cartones apilados. No quieren más que poder ver nacer y crecer a sus hijos y sus nietos. No son maleantes, ni delincuentes, ni terroristas, ni asesinos, ni violadores, ni ladrones, ni nada parecido. Son personas que han tenido que dejar sus lugares de nacimiento no porque quieran, ni porque prefieran vivir en Alemania, España u Holanda, sino porque en sus países de origen les matan sin más; violan a las mujeres y a las niñas sin más; hacen guerrear a niños imberbes sin más.

El Mediterráneo, antaño tierra común de prosperidad para ambas orillas del mismo, la africana-asiática y la europea, es a día de hoy un enorme cementerio. Sus aguas aunque todavía azules, claras y turquesa a veces, pronto cogerán el color de la sangra. Sangre de inocentes, de seres humanos desesperados que buscan vivir en paz y tranquilidad en Europa, que huyen de su vida de guerra y terror. Vienen a Europa porque para muchas sociedades todavía escuchar este viejo nombre hace evocar un lugar de paz, de tranquilidad y prosperidad, una tierra de oportunidades y bienestar que solía abrazar a todos los que venían porque durante siglos había sido el centro del mundo que también vio como sus propios hijos, sus propios ciudadanos marchaban lejos de casa, muy lejos de Europa.

Y somos los europeos los que estamos permitiendo que se produzcan estas tragedias inhumanas. Si lo comparo con el holocausto nazi, habrá quiénes me digan que soy un exagerado que soy incluso antisemita por comparar a los judíos con todos los seres humanos que mueren ahogados llenos de miedo y terror al ver que su sueño se convierte en pesadilla. Pero Europa se está convirtiendo en un ente sin corazón, sin sensibilidad alguna. Italia, Malta, Grecia, Chipre y España, son Europa, incluso con más derechos históricos que países como Estonia, Dinamarca o Irlanda; pero además somos (y me incluyo como español) también guardianes del Mediterráneo, puertas de entrada y bienvenida a este maravilloso continente. Por desgracia ahora también somos los encargados de ir a salvar, a ayudar y cuidar de todas aquellas personas que arriesgan su vida para venir a Europa atravesando decenas de millas náuticas en muchos casos huyendo de las guerras en sus lugares de origen. Somos el sur de Europa, países hermanos unidos por un vínculo que no tienen otros países europeos: el Mediterráneo. También ahora, sobre todo Italia y Grecia, demuestran su extensa generosidad y  hospitalidad ayudando a todas estas miles de personas que intentan vivir sin miedo a ser matadas, asesinadas o violadas porque sí. Pero Europa mira hacia otro lado.

Ya he dicho que hace tiempo Europa decidió abrazar otros ideales que nada tenían que ver con ese espíritu europeo que forjó la hermandad entre países y pueblos que durante siglos siempre habían vivido en guerra. Ahora es el dinero lo que mueve a Europa y sus dirigentes. Solo el dinero, esa enfermedad crónica que convierte en miserable hasta al más honorable de los hombres. El dinero ha corrompido todos los estamentos de Europa, este virus capitalista ha contagiado todos los círculos europeos. Ahora sólo importa el dinero, y en tiempos de crisis más. Hemos visto como este año Grecia, democráticamente, elegía un gobierno que plantó cara al ahogamiento al que estaba siendo sometido el pueblo griego. Hemos visto como casi sin excepción toda Europa se ha alineado contra los griegos, y que nadie me diga que ha sido contra un gobierno de radicales extremistas porque me estaría mintiendo como un vil bellaco. Europa, encabezada por la desmemoriada Alemania, pero seguida por sus perritos falderos (España, Holanda, Finlandia, Eslovaquia, etc.), han apretado la soga del pueblo griego sometiéndoles como si fueran los derrotados en una guerra cruenta. Y todo por el dinero.

No faltaron ganas, ni motivos, ni voluntad para convocar cuantas cumbres europeas fueron necesarias para alcanzar un acuerdo de sumisión del pueblo griego, que luego llamaron rescate solidario con Grecia en un ejemplo de bajeza moral e intelectual digna únicamente de los pasados fantasmas nazis. Cumbres que duraban hasta bien entrada la madrugada, los líderes incluso se implicaron ellos mismos en vez de sus ministros de economía. Todo por el dinero, para que los mercados, ese ente sin cuerpo, sin alma y sin escrúpulos, sin corazón ni conciencia, estuvieran a gusto. Es aquí donde quiero llegar. Europa solo mira por el dinero, se ha perdido la solidaridad. Se tachó de crisis histórica para Europa, como bomba en sus cimientos la posibilidad de que Grecia y los griegos pudieran respirar, de que decidieran su propio futuro. Pero aquello no era una crisis de Europa. La crisis la tenemos ahora encima.

Crisis no es que un país haya elegido a sus gobernantes democráticamente y que ese mismo pueblo exigiera a entes a los que nadie ha pedido opinión que les dejaran de apretar la soga del cuello. Crisis es que lleguen todas las semanas a las costas europeas miles de seres humanos huyendo de la desesperación que vivían en sus países de origen, dejando atrás recuerdos y su vida, para simplemente poder vivir sin temer ser asesinados. Crisis es que hayan muertos en el Mediterráneo, ese mar mitad europeo, miles de seres humanos que sólo querían llegar a Europa para vivir en paz. Esa es la verdadera crisis que Europa debería haber afrontado, por la que los líderes europeos deberían haberse quedado sin vacaciones por intentar encontrar una solución. Pero unos miles de inmigrantes no dan dinero, sino que lo quitan. Unos miles de seres humanos desesperados no valen absolutamente nada. Esa es la Europa en la que por desgracia vivo, vivimos todos.

Pero sí se ha hecho algo; algo muy típicamente europeo. Se ha hablado. Europa siempre que no quiere tocar un problema, siempre que prefiere que una cuestión se demore en el tiempo y se diluya entre la opinión pública, habla. Habla sin parar, negocia, dialoga, tira de diplomacia, en reuniones interminables, absurdas, vacías e inocuas. Y eso han hecho los líderes europeos más alejados del Mediterráneo: hablar. A todos se les llena la boca diciendo que lo que está pasando en el Mediterráneo en una catástrofe migratoria, una avalancha de refugiados frente a la cual no se puede hacer frente. Mentira. No es una crisis migratoria. Es una crisis humanitaria. Y tampoco es verdad que no se pueda hacer frente a tal cantidad de seres humanos que buscan paz. Es ruin y miserable decir esto. Pero qué se puede esperar de gente como Merkel, o de otros líderes muchas veces apoyados para gobernar en partidos xenófobos que mucho se parecen a aquellos partidos que aparecieron en Europa antes de la IIGM.

Y para mayor gloria de las brillantes mentes de la gobernanza europea se ha logrado una solución: repartir a los inmigrantes por toda Europa. ¿Repartir? ¿Qué son estas personas, todos estos niños, ancianos, mujeres y jóvenes que vienen a Europa arriesgando su vida? ¿Mercancías; polos de Lacoste; lavadoras Balay? Europa no solo se ha vendido al capital deshumanizándose y perdiendo todos los valores que un día la hicieron grande; sino que también se ha convertido en un ente vil, ruin, miserable, amoral y sin ética alguna. Me da asco ver la pasividad de Europa y la bajeza intelectual y moral de sus líderes, a esos a los que votamos. Pero también me da asco ver cómo los europeos no hacemos absolutamente nada. Claro estamos de vacaciones, en la playa con un helado, en la montaña, haciendo el amor con nuestra pareja, no nos importa nada. Y además, qué narices, a nosotros no nos afecta, mientras que esos negros no vengan a la playa en la que yo esté qué más da. Esto es lo que piensa mucha gente.

He llegado a pensar que si Europa es así quizá también los europeos seamos de esta calaña. Recuerdo que cuando en París hubo un atentado contra la libertad de expresión todos salimos a la calle, líderes y ciudadanos para mostrarnos juntos defendiendo uno de los pilares de Europa. He visto manifestaciones contra el maltrato animal en España; contra los despidos injustificados de Coca-Cola; a favor de la sanidad o la educación pública. Todo tipo de manifestaciones masivas a favor o en contra de motivos totalmente legítimos. Pero no he visto ninguna manifestación masiva en ningún país, en ninguna ciudad, exigiendo a Europa que haga algo para ayudar a esos seres humanos que mueres por centenares intentando llegar a Europa huyendo de unas guerras que hace tiempo en esta tierra no vivimos y por tanto no sabemos qué son. Somos unos cínicos y si esto sigue así también seremos culpables de todas estas muertes, de este trato animal que se da a seres humanos que solo buscan la paz, esa paz que todos buscaríamos, no ya para nosotros mismos sino para nuestros seres más queridos. Europa está a punto de fracasar y no sólo por sus gobernantes sino también porque sus ciudadanos, nosotros, no hacemos nada evitarlo.

Caronte.

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