Podría
perfectamente seguir callado, no escribir este artículo. No pasaría nada. Nada
cambiaría. Pero mi conciencia no puede no hacer nada. No puedo seguir callado
por más tiempo viendo cómo Europa (entiéndase como Europa de ahora en adelante
en este artículo a la Unión Europea) desprecia con odio a aquello que lanzados
a la desesperada huyen de sus países en busca, no de trabajo, de una vida
mejor, o del sueño europeo si alguna vez existió dicho sueño, sino de
simplemente poder tener un futuro, poder vivir y ver crecer a sus hijos y sus
nietos en paz. No puedo callarme como hace todo el mundo. No puedo ver en las
noticias en la televisión las imágenes del horror, o leer en la prensa las
desgracias que estos seres humanos están viviendo, sin manifestarme. No voy a
conseguir nada con este artículo; lo leeréis cuatro, menos de los que
habitualmente os metéis en el blog. Pero me da igual, debo hablar y no callarme
porque soy un ser humano más en este planeta, en Europa; y Europa ya ha vivido
durante muchas décadas en su historia pasada del silencio de sus ciudadanos.
Europa está
fracasando, y eso me duele. Me duele ver cómo el ideal con que Europa fue
fundada hace más de medio siglo se está viniendo abajo. Me duele ver cómo la
cuna de la civilización occidental, del progreso, de la ciencia y la cultura,
del estado del bienestar, se está convirtiendo en un ente egoísta y cínico.
Europa surgió como hermandad de pueblos que durante toda su historia habían
estado guerreando, luchando entre ellos por territorios, por recursos
naturales, por ganar unas montañas o el curso de un río, por ser reyes de una
montaña llena de abetos o emperadores de una vasta planicie. El continente
europeo, sus ciudadanos, sus diversos pueblos, necesitaban paz y por esa paz
surgió Europa. Pero ahora nos hemos olvidado de todo esto. Todos hemos olvidado
esto. Europa se desangra; sus pilares fundacionales se hunden; sus pueblos se
vuelven a separar, a verse como gente diferente, gente rara.
Hace ya años, no
es de ahora ni mucho menos, que Europa perdió sus valores humanísticos por los
económicos. El dinero todo lo pudre y destruye, a nada ayuda, todo lo hunde
bajo el peso del metal con el que están hechas las monedas, de los lingotes y
del papel de los billetes. Europa lleva demasiado tiempo pensando única y
exclusivamente en enriquecerse económicamente. Ya no hay pensadores que ideen
Europa y la lideren hacia esos ideales. Pero un día sí que los hubo. De esto
hace mucho tiempo ya. Pero las dos guerras mundiales que desolaron esta también
acabaron con cualquier ánimo para crear nada que mereciera la pena conservar.
Quizá en el propio genoma de los europeos esté el destruirnos cada cierto
tiempo, ya sea con guerras de manera física: matándonos, bombardeando hasta el polvo
ciudades, masacrando razas enteras y cometiendo genocidios; ya sea de manera
ideal socavando la posibilidad de avanzar mediante el intelecto y el ejemplo
ante el mundo.
Mozart, Beethoven,
Van Gogh, Da Vinci, Goya, Fleming, Bernini, Erasmo de Rotterdam, Kant,
Descartes, Lorca, Dalí, Picasso, Agatha Christie, Alejandro Dumas, Ramón y
Cajal, Marie Curie, Newton, Einstein. Todas estas personalidades son europeas,
y todos muestran lo mejor que el ser humano puede dar. Europa no existiría sin
estos hombres y mujeres, sin estos pensadores, médicos, pintores, músicos,
artistas, científicos. Pero ahora Europa ya es otra cosa. Sigue habiendo este
espíritu de crear cosas grandes, de darlas al mundo para su mayor desarrollo,
pero nadie conoce a los actuales grandes europeos. Ahora la sociedad europea
solo está preocupada por su bolsillo. El capitalismo más radical, más inhumano,
más cruel, se ha aposentado entre nosotros. Todos somos cómplices de este
sistema que está destruyendo desde dentro habiéndonos comido las cabezas,
habiendo minado nuestra conciencia para que no pensemos en otra cosa que en
comprar, consumir, y seguir comprando. Ya nadie crea por sí mismo; sólo unos
pocos siguen empujando porque algún día de vuelva a la senda del ideal europeo.
Todo esto que
estoy diciendo y que obviamente puede parecer y de hecho parece utópico, es
también la pura realidad. Duele escribirlo, supongo que dolerá leerlo a quiénes
tengan algo de conciencia común todavía. Pero duele más darse cuenta de que lo
que tenía por Europa, lo que creía que existía y se estaba construyendo para el
bien común de los ciudadanos y su hermandad, es una absoluta farsa. Y si no
farsa algo parecido. Europa está fracasando y no veo que nadie que pueda
arreglarlo de verdad en ningún país esté haciendo algo por parar el desastre.
Pero todo lo que llevo dicho no es más que un pequeño trasfondo.
No sólo Europa
está fracasando. Todo el mundo parece que se va al garete en una locura
colectiva que parece no tener fin y que nos acabará arrastrando a todos a la
más absoluta de las destrucciones. Europa no está al margen de esta vorágine
autodestructiva. No volverá a haber una Guerra que llevará a los cimientos el
pensamiento europeo. No volverá a haber una Guerra que reduzca al polvo las
ciudades. No volverá a haber una Guerra que se cobre la vida de más de 40
millones de personas. Pero Europa se acerca a algo peor: a convertirse en un
lugar egoísta, insolidario, de piedra, que no reaccionará para salvaguardar la
vida en el mundo ni para ayudar a los pueblos hermanos a tener un futuro mejor.
Quien más quien
menos ha visto en el último año la continua desgracia que se está produciendo
en el Mediterráneo, que ha pasado de ser el mar de todos los europeos, ese mar
azul de Ulises, de Grecia y Roma, de Cartago, de leyenda y mitología, ese mar
en mitad del mundo conocido; a ser un cementerio de seres humanos que huyen
despavoridos de sus países para simplemente poder vivir en paz. Me niego a
considerar las personas que están llegando en masa a Europa como inmigrantes.
Alguien que emigra de su país natal lo hace porque quiere buscar un mejor
futuro del que puede encontrar allí. Todas estas personas, mujeres, niños,
adolescentes, jóvenes, bebés, ancianos, no vienen a Europa en busca de trabajo,
o de una vida mejor. Todos estos seres humanos están huyendo de la muerte. Sólo
quieren vivir, aunque sea malviviendo al raso en tiendas de campañas hechas con
lonas de plástico, durmiendo en un puñado de cartones apilados. No quieren más
que poder ver nacer y crecer a sus hijos y sus nietos. No son maleantes, ni
delincuentes, ni terroristas, ni asesinos, ni violadores, ni ladrones, ni nada
parecido. Son personas que han tenido que dejar sus lugares de nacimiento no
porque quieran, ni porque prefieran vivir en Alemania, España u Holanda, sino
porque en sus países de origen les matan sin más; violan a las mujeres y a las
niñas sin más; hacen guerrear a niños imberbes sin más.
El Mediterráneo,
antaño tierra común de prosperidad para ambas orillas del mismo, la
africana-asiática y la europea, es a día de hoy un enorme cementerio. Sus aguas
aunque todavía azules, claras y turquesa a veces, pronto cogerán el color de la
sangra. Sangre de inocentes, de seres humanos desesperados que buscan vivir en
paz y tranquilidad en Europa, que huyen de su vida de guerra y terror. Vienen a
Europa porque para muchas sociedades todavía escuchar este viejo nombre hace
evocar un lugar de paz, de tranquilidad y prosperidad, una tierra de
oportunidades y bienestar que solía abrazar a todos los que venían porque
durante siglos había sido el centro del mundo que también vio como sus propios
hijos, sus propios ciudadanos marchaban lejos de casa, muy lejos de Europa.
Y somos los
europeos los que estamos permitiendo que se produzcan estas tragedias
inhumanas. Si lo comparo con el holocausto nazi, habrá quiénes me digan que soy
un exagerado que soy incluso antisemita por comparar a los judíos con todos los
seres humanos que mueren ahogados llenos de miedo y terror al ver que su sueño
se convierte en pesadilla. Pero Europa se está convirtiendo en un ente sin
corazón, sin sensibilidad alguna. Italia, Malta, Grecia, Chipre y España, son
Europa, incluso con más derechos históricos que países como Estonia, Dinamarca
o Irlanda; pero además somos (y me incluyo como español) también guardianes del
Mediterráneo, puertas de entrada y bienvenida a este maravilloso continente.
Por desgracia ahora también somos los encargados de ir a salvar, a ayudar y
cuidar de todas aquellas personas que arriesgan su vida para venir a Europa
atravesando decenas de millas náuticas en muchos casos huyendo de las guerras
en sus lugares de origen. Somos el sur de Europa, países hermanos unidos por un
vínculo que no tienen otros países europeos: el Mediterráneo. También ahora,
sobre todo Italia y Grecia, demuestran su extensa generosidad y hospitalidad ayudando a todas estas miles de
personas que intentan vivir sin miedo a ser matadas, asesinadas o violadas
porque sí. Pero Europa mira hacia otro lado.
Ya he dicho que
hace tiempo Europa decidió abrazar otros ideales que nada tenían que ver con
ese espíritu europeo que forjó la hermandad entre países y pueblos que durante
siglos siempre habían vivido en guerra. Ahora es el dinero lo que mueve a
Europa y sus dirigentes. Solo el dinero, esa enfermedad crónica que convierte
en miserable hasta al más honorable de los hombres. El dinero ha corrompido
todos los estamentos de Europa, este virus capitalista ha contagiado todos los
círculos europeos. Ahora sólo importa el dinero, y en tiempos de crisis más.
Hemos visto como este año Grecia, democráticamente, elegía un gobierno que
plantó cara al ahogamiento al que estaba siendo sometido el pueblo griego. Hemos
visto como casi sin excepción toda Europa se ha alineado contra los griegos, y
que nadie me diga que ha sido contra un gobierno de radicales extremistas
porque me estaría mintiendo como un vil bellaco. Europa, encabezada por la
desmemoriada Alemania, pero seguida por sus perritos falderos (España, Holanda,
Finlandia, Eslovaquia, etc.), han apretado la soga del pueblo griego sometiéndoles
como si fueran los derrotados en una guerra cruenta. Y todo por el dinero.
No faltaron ganas,
ni motivos, ni voluntad para convocar cuantas cumbres europeas fueron necesarias
para alcanzar un acuerdo de sumisión del pueblo griego, que luego llamaron
rescate solidario con Grecia en un ejemplo de bajeza moral e intelectual digna
únicamente de los pasados fantasmas nazis. Cumbres que duraban hasta bien
entrada la madrugada, los líderes incluso se implicaron ellos mismos en vez de
sus ministros de economía. Todo por el dinero, para que los mercados, ese ente
sin cuerpo, sin alma y sin escrúpulos, sin corazón ni conciencia, estuvieran a
gusto. Es aquí donde quiero llegar. Europa solo mira por el dinero, se ha
perdido la solidaridad. Se tachó de crisis histórica para Europa, como bomba en
sus cimientos la posibilidad de que Grecia y los griegos pudieran respirar, de
que decidieran su propio futuro. Pero aquello no era una crisis de Europa. La
crisis la tenemos ahora encima.
Crisis no es que
un país haya elegido a sus gobernantes democráticamente y que ese mismo pueblo
exigiera a entes a los que nadie ha pedido opinión que les dejaran de apretar
la soga del cuello. Crisis es que lleguen todas las semanas a las costas
europeas miles de seres humanos huyendo de la desesperación que vivían en sus
países de origen, dejando atrás recuerdos y su vida, para simplemente poder
vivir sin temer ser asesinados. Crisis es que hayan muertos en el Mediterráneo,
ese mar mitad europeo, miles de seres humanos que sólo querían llegar a Europa
para vivir en paz. Esa es la verdadera crisis que Europa debería haber
afrontado, por la que los líderes europeos deberían haberse quedado sin
vacaciones por intentar encontrar una solución. Pero unos miles de inmigrantes
no dan dinero, sino que lo quitan. Unos miles de seres humanos desesperados no
valen absolutamente nada. Esa es la Europa en la que por desgracia vivo,
vivimos todos.
Pero sí se ha
hecho algo; algo muy típicamente europeo. Se ha hablado. Europa siempre que no
quiere tocar un problema, siempre que prefiere que una cuestión se demore en el
tiempo y se diluya entre la opinión pública, habla. Habla sin parar, negocia,
dialoga, tira de diplomacia, en reuniones interminables, absurdas, vacías e
inocuas. Y eso han hecho los líderes europeos más alejados del Mediterráneo:
hablar. A todos se les llena la boca diciendo que lo que está pasando en el
Mediterráneo en una catástrofe migratoria, una avalancha de refugiados frente a
la cual no se puede hacer frente. Mentira. No es una crisis migratoria. Es una
crisis humanitaria. Y tampoco es verdad que no se pueda hacer frente a tal
cantidad de seres humanos que buscan paz. Es ruin y miserable decir esto. Pero
qué se puede esperar de gente como Merkel, o de otros líderes muchas veces
apoyados para gobernar en partidos xenófobos que mucho se parecen a aquellos
partidos que aparecieron en Europa antes de la IIGM.
Y para mayor
gloria de las brillantes mentes de la gobernanza europea se ha logrado una
solución: repartir a los inmigrantes por toda Europa. ¿Repartir? ¿Qué son estas
personas, todos estos niños, ancianos, mujeres y jóvenes que vienen a Europa
arriesgando su vida? ¿Mercancías; polos de Lacoste; lavadoras Balay? Europa no
solo se ha vendido al capital deshumanizándose y perdiendo todos los valores
que un día la hicieron grande; sino que también se ha convertido en un ente
vil, ruin, miserable, amoral y sin ética alguna. Me da asco ver la pasividad de
Europa y la bajeza intelectual y moral de sus líderes, a esos a los que
votamos. Pero también me da asco ver cómo los europeos no hacemos absolutamente
nada. Claro estamos de vacaciones, en la playa con un helado, en la montaña,
haciendo el amor con nuestra pareja, no nos importa nada. Y además, qué narices,
a nosotros no nos afecta, mientras que esos negros no vengan a la playa en la
que yo esté qué más da. Esto es lo que piensa mucha gente.
He llegado a
pensar que si Europa es así quizá también los europeos seamos de esta calaña.
Recuerdo que cuando en París hubo un atentado contra la libertad de expresión
todos salimos a la calle, líderes y ciudadanos para mostrarnos juntos
defendiendo uno de los pilares de Europa. He visto manifestaciones contra el
maltrato animal en España; contra los despidos injustificados de Coca-Cola; a
favor de la sanidad o la educación pública. Todo tipo de manifestaciones
masivas a favor o en contra de motivos totalmente legítimos. Pero no he visto
ninguna manifestación masiva en ningún país, en ninguna ciudad, exigiendo a
Europa que haga algo para ayudar a esos seres humanos que mueres por centenares
intentando llegar a Europa huyendo de unas guerras que hace tiempo en esta
tierra no vivimos y por tanto no sabemos qué son. Somos unos cínicos y si esto
sigue así también seremos culpables de todas estas muertes, de este trato
animal que se da a seres humanos que solo buscan la paz, esa paz que todos
buscaríamos, no ya para nosotros mismos sino para nuestros seres más queridos.
Europa está a punto de fracasar y no sólo por sus gobernantes sino también
porque sus ciudadanos, nosotros, no hacemos nada evitarlo.
Caronte.
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