Mi primera opción
no era ir por Suiza. Para qué engañarnos. Hubiese preferido ir por Francia,
pasando por Alsacia y el centro del país galo, pero el final por una serie de
consideraciones de tiempo y de alojamiento se decidió emprender la vuelta desde
Múnich a España por Suiza. Cómo hubiese sido la experiencia por Francia nadie
lo puede decir, pero lo que sucedió en Suiza no lo hubiera imaginado por nada
del mundo. Las vivencias que tuvimos en apenas 24 horas que pasamos en el país
helvético, creo que no las hubiese imaginado a priori. Experiencias buenas, y
quizá no tan buenas, pero sin duda inolvidables (aunque estoy seguro que antes
se me olvidan las experiencias buenas que la experiencia de dudosa reputación
que tuvimos).
El día que se
supone íbamos a dormir en suelo suizo empezó más tarde de lo que debería, al
menos para mí gusto. Pero no podía pedir madrugar a nadie teniendo en cuenta
que la noche anterior estuvimos de barbacoa y fiesta hasta las tantas de la
madrugada. Nos despedíamos ya de Alemania, decíamos adiós a Múnich, pero nos
traíamos de vuelta a España a Ángel que había pasado todo un curso estudiando
en alemán una carrera de por sí ya complicada. Para despedirnos de los amigos y
compañeros de Ángel en Múnich organizamos en los jardines de la residencia
estudiantil una barbacoa la noche antes de partir. La verdad es que lo pasamos
bien en la barbacoa, aunque hoy no es el momento de hablar de ello. Debido a la
barbacoa y a la cantidad de cerveza que bebieron mis queridísimos amigos y
compañeros de viaje la noche se fue poco a poco alargando, y por tanto la
partida de por la mañana también se alargaría irremediablemente.
Antes de dejar
atrás la capital bávara, tuvimos que adecentar un poco las habitaciones que
habíamos ocupado durante los días que duró nuestra estancia allí. Además había
que terminar de hacer las maletas y meterlas en el coche que por llevar a una
persona más que a la ida fue una tarea algo más complicada de lo esperado
(tarea que hubiera sido más fácil si el coche tan fantástico de Juan Carlos, en
vez de ser tan guay y correr tanto como él dice, tuviera mayor capacidad de
maletero). Además, antes de irnos tuvimos que solventar un problema técnico con
el coche, bueno más que técnico de chapa y pintura, por un incidente que
tuvimos la tarde de la víspera con un elemento urbano; de este incidente
también habrá tiempo para escribir más adelante, a no ser que me quede manco y
mudo y por tanto no pueda contar de ninguna manera dicho incidente de mal
recuerdo para mi amigo Juan Carlos. Una vez solventados todos los problemas
técnicos del coche y habiendo acrecentado la horrenda estética del mismo (si es
que esto es posible), nos pusimos en marcha.
Yo fui el
encargado de empezar el viaje de vuelta desde Múnich a Madrid. Supongo que fui
el elegido, primero porque yo mismo dije el día anterior que no me importaba
ser el primer en conducir el coche, y segundo porque dicho ofrecimiento
obedecía a que sabía que el resto de la banda del Honda Cívic no estaría en muy
buenas condiciones después de una merecida noche de dispersión mental e ingesta
vía oral (¿por dónde si no iba a ser?) de enorme cantidades de cerveza bávara.
Yo al no beber, aunque he de reconocer que aquella noche sí bebí un poco aunque
no creo que llegara a tomarme una cerveza con alcohol entera, no tenía riesgo
de seguir teniendo un alto contenido de alcohol en sangre, aún pasadas varias
horas después de que la última gota del preciado líquido dorado se deslizase
con gusto y deleite por las gargantas, como muy probablemente les sucediera a
mis compañeros de viaje.
Mientras tuve que
ir fijándome bien en las carreteras que tenía que ir levando y en los desvíos
que debía coger, Juan Carlos, que actuó de copiloto, me iba ayudando a seguir
la ruta fijada. Una vez cogimos la autopista que nos llevaría hasta la propia
frontera Alemana y por tanto sólo había que seguirla y tener cuidado de que los
alemanes, con sus potentes bólidos, pasaran sin problemas por nuestra izquierda
a tal velocidad que parecía que llegaban tarde a ver a su suegra, mis amigos se
durmieron. En ese momento me sentí el dueño del coche, el amo de la carretera,
con kilómetros y kilómetros de asfalto por delante, conduciendo a mis camaradas
hasta la siguiente aventura que viviríamos. También podría haberme sentido como
el conductor del autobús noctámbulo de los libros de Harry Potter, pero
prefiero lo otro.
Los minutos iban
pasando y el sol seguía subiendo por el cielo haciendo su paseo diario por el
firmamento. Mis compañero seguían en silencio, y la música que llevábamos, ya
bastante mejorada por el MP3 de Ángel, estaba a poco volumen, el suficiente
para que no molestara los dulces sueños (o quizá húmedos, según cada uno en su
subconsciente) de mis amigo y pudieran seguir durmiendo, o al menos descansando
después de tantas emociones que ya llevábamos vividas en todos los días que
llevábamos fuera de nuestras casas. Días que por desgracia empezaban a llegar a
su fin. Ya no nos alejábamos cada día más de Madrid, sino que empezábamos a
acercarnos de nuevo. Durante el tiempo que duró aquel trayecto sonámbulo, pude
recogerme en mis propios pensamientos y darle vueltas a todo lo que estaba
viviendo en aquel viaje. En esos minutos en los que aunque yendo acompañado
parecía que iba solo, me di cuenta de que lo que ya llevaba vivido en ese viaje
(y lo que todavía me quedaba por vivir, que no fue ni mucho menos que lo que ya
había pasado) era lo más grande que me había pasado en mi vida. En esos
momentos me sentí feliz, era feliz y ningún problema de los que me llevaban
acosando durante los últimos años estaba presente, incluso me parecían
nimiedades, muy lejanos también (quizá por eso de que estaba a miles de
kilómetros de ellos) y no me preocupaban. Momentos así, en los que estás
rodeado de compañeros y amigos, sirven para ver que con las cosas más simples y
sencillas uno puede estar a gusto consigo mismo.
Mi tiempo
conduciendo terminó en algún punto no sé si de Alemania o de Austria, ya que
hubo un momento en que las fronteras no estaban muy claras. Lo que sí recuerdo
es que cambiamos de conductor en una gasolinera al principio de un pueblo, que
a lo mejor incluso pudo ser suizo. En esta zona de Europa los límites de los
países son muy imprecisos y las carreteras los atraviesan sin miedo alguno.
Múnich ya estaba bastante atrás junto con todos los momentos allí vividos, y
toda la gente que allí conocimos y que dejaron muy buena impronta en nuestra
memoria, al menos en la mía. La jornada seguía avanzando a buen ritmo y nuestro
siguiente objetivo era llegar a Liechtenstein para repostar más barato que en
Suiza, donde si te descuidas te sacan un riñón, medio hígado y el apéndice por
echar gasolina.
Liechtenstein es
una mierdecita de país, perdónenme los habitantes de tan histórico y diminuto
trozo de terreno. No es por ofender pero en un mapa europeo Liechtenstein
apenas sale ni se distingue y si no se agudiza la visión ni uno se acerca mucho
puede pasar desapercibido. Pues bueno a pesar de ser apenas un trozo pequeño de
tierra, más pequeño aún que algunas fincas de la Casa de Alba, conocido en
España práctica, única y exclusivamente porque en alguna que otra ocasión la
Selección Española de Fútbol se ha enfrentado a la de Liechtenstein, pues nos
costó encontrar una dichosa gasolinera.
Al desviarnos para
entrar en Vaduz, la capital del pequeño país, por encima de todos los tejados,
en plena montaña alpina y rodeado de un espeso bosque, pudimos contemplar
aunque fuera desde lejos y desde dentro del coche la Fortaleza de Vaduz, sede
de los señores, príncipes, duques o lo que se hicieran llamar los gobernantes
de esta minúscula porción del territorio europeo. Tres o cuatro veces nos
recorrimos la entrada principal a Vaduz con el coche buscando alguna señal que
nos indicara donde había una gasolinera para llenar el depósito ahorrándonos
algún que otro céntimo. Pero supongo que no teníamos el día. Aunque más bien me
pareció a mí que estaba poco indicado donde había una gasolinera, donde además
teníamos que comprar el pan para comer aquel mismo día. Por fin dimos con la
maldita y escondida gasolinera.
Una cosa que me
resultó bastante chocante de Vaduz fue el silencio reinante. La verdad es que
en Centroeuropa los habitantes de dichas tierras no hablan muy alto ni hacen
mucho ruido, pero en aquella gasolinera, que por cierto no fue tan barata como
nos las deseábamos y que por una barra de pan nos cobraron dos euros o algo
así, el silencio me pareció aún mayor. Supongo que al intentar hacer alguna
comparación con España todo parece mejor fuera en lo relacionado a ruido y tono
de voz. Una vez repostado en Vaduz continuamos camino ya sí por plena Suiza. Me
gustaría añadir aquí que tras haber pasado por Liechtenstein y yendo ya camino
de Suiza completé la visita, aunque fuera por unos minutos y sin conocer de
verdad el país, el último de los paraísos fiscales situados en tierras europeas
(a saber Andorra, Luxemburgo, el propio Liechtenstein y la propia Suiza); esos
lugares donde el común de los mortales sólo irá a hacer turismo, si es que
alguna vez pisa sus dominios, pero que los políticos y corruptos españoles (si
es que no es lo mismo), como Bárcenas, los Puyol, Arantxa Sánchez Vicario,
Montserrat Caballé o Fernando Alonso pisan con asiduidad para ocultar el dinero
ganado (no sé yo si ganar es el verbo adecuado para definir el modo de
obtención de dicho dinero) con el sudor de su frente y el esfuerzo de nueve o
diez horas diarias de trabajo.
Fue Juan Carlos
quien condujo desde ese momento si no recuerdo mal, o quizá Álex. Lo que sí sé
es que Ángel no lo hizo, todavía le dejamos descansar durante aquel día y que
recuperara todas las fuerzas que en los últimos meses había tenido que invertir
en sacarse la carrera en alemán en Múnich. Bastante esfuerzo debe requerir
dicha tarea, creo sinceramente que yo no sería capaz, ni en mil vidas que
viviera, de hacer lo que Ángel hizo el año pasado y seguirá haciendo este curso
en Alemania. Lo dicho seguimos camino por carreteras de la Confederación
Helvética. Eso sí nos arriesgamos a no llevar puesta la “viñeta” que nos
acreditaba como usuarios de las carreteras, lo que nos podía haber acarreado
una multa bastante curiosa y graciosa también si algún guardia suizo de tráfico
(no los que visten trajes de vivos colores y se encargan de la seguridad de Su
Santidad el Papa en Roma) nos hubiera parado.
Caronte.
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