domingo, 30 de noviembre de 2014

Suiza: el ying y el yang (Parte I)

Mi primera opción no era ir por Suiza. Para qué engañarnos. Hubiese preferido ir por Francia, pasando por Alsacia y el centro del país galo, pero el final por una serie de consideraciones de tiempo y de alojamiento se decidió emprender la vuelta desde Múnich a España por Suiza. Cómo hubiese sido la experiencia por Francia nadie lo puede decir, pero lo que sucedió en Suiza no lo hubiera imaginado por nada del mundo. Las vivencias que tuvimos en apenas 24 horas que pasamos en el país helvético, creo que no las hubiese imaginado a priori. Experiencias buenas, y quizá no tan buenas, pero sin duda inolvidables (aunque estoy seguro que antes se me olvidan las experiencias buenas que la experiencia de dudosa reputación que tuvimos).

El día que se supone íbamos a dormir en suelo suizo empezó más tarde de lo que debería, al menos para mí gusto. Pero no podía pedir madrugar a nadie teniendo en cuenta que la noche anterior estuvimos de barbacoa y fiesta hasta las tantas de la madrugada. Nos despedíamos ya de Alemania, decíamos adiós a Múnich, pero nos traíamos de vuelta a España a Ángel que había pasado todo un curso estudiando en alemán una carrera de por sí ya complicada. Para despedirnos de los amigos y compañeros de Ángel en Múnich organizamos en los jardines de la residencia estudiantil una barbacoa la noche antes de partir. La verdad es que lo pasamos bien en la barbacoa, aunque hoy no es el momento de hablar de ello. Debido a la barbacoa y a la cantidad de cerveza que bebieron mis queridísimos amigos y compañeros de viaje la noche se fue poco a poco alargando, y por tanto la partida de por la mañana también se alargaría irremediablemente.

Antes de dejar atrás la capital bávara, tuvimos que adecentar un poco las habitaciones que habíamos ocupado durante los días que duró nuestra estancia allí. Además había que terminar de hacer las maletas y meterlas en el coche que por llevar a una persona más que a la ida fue una tarea algo más complicada de lo esperado (tarea que hubiera sido más fácil si el coche tan fantástico de Juan Carlos, en vez de ser tan guay y correr tanto como él dice, tuviera mayor capacidad de maletero). Además, antes de irnos tuvimos que solventar un problema técnico con el coche, bueno más que técnico de chapa y pintura, por un incidente que tuvimos la tarde de la víspera con un elemento urbano; de este incidente también habrá tiempo para escribir más adelante, a no ser que me quede manco y mudo y por tanto no pueda contar de ninguna manera dicho incidente de mal recuerdo para mi amigo Juan Carlos. Una vez solventados todos los problemas técnicos del coche y habiendo acrecentado la horrenda estética del mismo (si es que esto es posible), nos pusimos en marcha.

Yo fui el encargado de empezar el viaje de vuelta desde Múnich a Madrid. Supongo que fui el elegido, primero porque yo mismo dije el día anterior que no me importaba ser el primer en conducir el coche, y segundo porque dicho ofrecimiento obedecía a que sabía que el resto de la banda del Honda Cívic no estaría en muy buenas condiciones después de una merecida noche de dispersión mental e ingesta vía oral (¿por dónde si no iba a ser?) de enorme cantidades de cerveza bávara. Yo al no beber, aunque he de reconocer que aquella noche sí bebí un poco aunque no creo que llegara a tomarme una cerveza con alcohol entera, no tenía riesgo de seguir teniendo un alto contenido de alcohol en sangre, aún pasadas varias horas después de que la última gota del preciado líquido dorado se deslizase con gusto y deleite por las gargantas, como muy probablemente les sucediera a mis compañeros de viaje.

Mientras tuve que ir fijándome bien en las carreteras que tenía que ir levando y en los desvíos que debía coger, Juan Carlos, que actuó de copiloto, me iba ayudando a seguir la ruta fijada. Una vez cogimos la autopista que nos llevaría hasta la propia frontera Alemana y por tanto sólo había que seguirla y tener cuidado de que los alemanes, con sus potentes bólidos, pasaran sin problemas por nuestra izquierda a tal velocidad que parecía que llegaban tarde a ver a su suegra, mis amigos se durmieron. En ese momento me sentí el dueño del coche, el amo de la carretera, con kilómetros y kilómetros de asfalto por delante, conduciendo a mis camaradas hasta la siguiente aventura que viviríamos. También podría haberme sentido como el conductor del autobús noctámbulo de los libros de Harry Potter, pero prefiero lo otro.

Los minutos iban pasando y el sol seguía subiendo por el cielo haciendo su paseo diario por el firmamento. Mis compañero seguían en silencio, y la música que llevábamos, ya bastante mejorada por el MP3 de Ángel, estaba a poco volumen, el suficiente para que no molestara los dulces sueños (o quizá húmedos, según cada uno en su subconsciente) de mis amigo y pudieran seguir durmiendo, o al menos descansando después de tantas emociones que ya llevábamos vividas en todos los días que llevábamos fuera de nuestras casas. Días que por desgracia empezaban a llegar a su fin. Ya no nos alejábamos cada día más de Madrid, sino que empezábamos a acercarnos de nuevo. Durante el tiempo que duró aquel trayecto sonámbulo, pude recogerme en mis propios pensamientos y darle vueltas a todo lo que estaba viviendo en aquel viaje. En esos minutos en los que aunque yendo acompañado parecía que iba solo, me di cuenta de que lo que ya llevaba vivido en ese viaje (y lo que todavía me quedaba por vivir, que no fue ni mucho menos que lo que ya había pasado) era lo más grande que me había pasado en mi vida. En esos momentos me sentí feliz, era feliz y ningún problema de los que me llevaban acosando durante los últimos años estaba presente, incluso me parecían nimiedades, muy lejanos también (quizá por eso de que estaba a miles de kilómetros de ellos) y no me preocupaban. Momentos así, en los que estás rodeado de compañeros y amigos, sirven para ver que con las cosas más simples y sencillas uno puede estar a gusto consigo mismo.

Mi tiempo conduciendo terminó en algún punto no sé si de Alemania o de Austria, ya que hubo un momento en que las fronteras no estaban muy claras. Lo que sí recuerdo es que cambiamos de conductor en una gasolinera al principio de un pueblo, que a lo mejor incluso pudo ser suizo. En esta zona de Europa los límites de los países son muy imprecisos y las carreteras los atraviesan sin miedo alguno. Múnich ya estaba bastante atrás junto con todos los momentos allí vividos, y toda la gente que allí conocimos y que dejaron muy buena impronta en nuestra memoria, al menos en la mía. La jornada seguía avanzando a buen ritmo y nuestro siguiente objetivo era llegar a Liechtenstein para repostar más barato que en Suiza, donde si te descuidas te sacan un riñón, medio hígado y el apéndice por echar gasolina.

Liechtenstein es una mierdecita de país, perdónenme los habitantes de tan histórico y diminuto trozo de terreno. No es por ofender pero en un mapa europeo Liechtenstein apenas sale ni se distingue y si no se agudiza la visión ni uno se acerca mucho puede pasar desapercibido. Pues bueno a pesar de ser apenas un trozo pequeño de tierra, más pequeño aún que algunas fincas de la Casa de Alba, conocido en España práctica, única y exclusivamente porque en alguna que otra ocasión la Selección Española de Fútbol se ha enfrentado a la de Liechtenstein, pues nos costó encontrar una dichosa gasolinera.


Al desviarnos para entrar en Vaduz, la capital del pequeño país, por encima de todos los tejados, en plena montaña alpina y rodeado de un espeso bosque, pudimos contemplar aunque fuera desde lejos y desde dentro del coche la Fortaleza de Vaduz, sede de los señores, príncipes, duques o lo que se hicieran llamar los gobernantes de esta minúscula porción del territorio europeo. Tres o cuatro veces nos recorrimos la entrada principal a Vaduz con el coche buscando alguna señal que nos indicara donde había una gasolinera para llenar el depósito ahorrándonos algún que otro céntimo. Pero supongo que no teníamos el día. Aunque más bien me pareció a mí que estaba poco indicado donde había una gasolinera, donde además teníamos que comprar el pan para comer aquel mismo día. Por fin dimos con la maldita y escondida gasolinera.

Una cosa que me resultó bastante chocante de Vaduz fue el silencio reinante. La verdad es que en Centroeuropa los habitantes de dichas tierras no hablan muy alto ni hacen mucho ruido, pero en aquella gasolinera, que por cierto no fue tan barata como nos las deseábamos y que por una barra de pan nos cobraron dos euros o algo así, el silencio me pareció aún mayor. Supongo que al intentar hacer alguna comparación con España todo parece mejor fuera en lo relacionado a ruido y tono de voz. Una vez repostado en Vaduz continuamos camino ya sí por plena Suiza. Me gustaría añadir aquí que tras haber pasado por Liechtenstein y yendo ya camino de Suiza completé la visita, aunque fuera por unos minutos y sin conocer de verdad el país, el último de los paraísos fiscales situados en tierras europeas (a saber Andorra, Luxemburgo, el propio Liechtenstein y la propia Suiza); esos lugares donde el común de los mortales sólo irá a hacer turismo, si es que alguna vez pisa sus dominios, pero que los políticos y corruptos españoles (si es que no es lo mismo), como Bárcenas, los Puyol, Arantxa Sánchez Vicario, Montserrat Caballé o Fernando Alonso pisan con asiduidad para ocultar el dinero ganado (no sé yo si ganar es el verbo adecuado para definir el modo de obtención de dicho dinero) con el sudor de su frente y el esfuerzo de nueve o diez horas diarias de trabajo.

Fue Juan Carlos quien condujo desde ese momento si no recuerdo mal, o quizá Álex. Lo que sí sé es que Ángel no lo hizo, todavía le dejamos descansar durante aquel día y que recuperara todas las fuerzas que en los últimos meses había tenido que invertir en sacarse la carrera en alemán en Múnich. Bastante esfuerzo debe requerir dicha tarea, creo sinceramente que yo no sería capaz, ni en mil vidas que viviera, de hacer lo que Ángel hizo el año pasado y seguirá haciendo este curso en Alemania. Lo dicho seguimos camino por carreteras de la Confederación Helvética. Eso sí nos arriesgamos a no llevar puesta la “viñeta” que nos acreditaba como usuarios de las carreteras, lo que nos podía haber acarreado una multa bastante curiosa y graciosa también si algún guardia suizo de tráfico (no los que visten trajes de vivos colores y se encargan de la seguridad de Su Santidad el Papa en Roma) nos hubiera parado.

Caronte.

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