Tengo una noticia
que a la vez puede ser buena y mala. Buena para algunos que se verán liberados
de seguir leyendo patrañas y podrán volver a leer carnaza en el blog. Mala para
aquellos que hasta la fecha seguían con expectación – iluso de mí – las entradas
que desde hace ya varios, muchos diría yo mejor, meses. La noticia es la que
sigue: no va a haber más entradas de El Vals del Emperador. No me importa por
donde dejé la historia, de hecho ni lo sé; tampoco me importa que esto que
estoy haciendo sea poco ético y profesional, pero en España la ética y la
profesionalidad hace años que brillan por su ausencia, luego algo se me habrá
pegado de estos malos hábitos.
Y ahora supongo
que tengo que dar una explicación a este cese en la publicación de lo que se
supone iba a ser una serie mucho más larga. La razón es sencilla: he terminado
la novela. Sí, “El Vals del Emperador”,
nació en su día como proyecto de novela, lo que pasa es que con el tiempo este
pequeño proyecto – porque aunque no se pueda creer en un primer momento tenía
pensado escribir una novela no demasiado extensa ni compleja – fue engordando
hasta convertirse en una novela que en formato Word, que es como la he escrito,
ocupa una extensión de más de trescientas páginas (concretamente tiene 361
páginas) y más de doscientas treinta mil palabras (no voy a poner el número
exacto porque tampoco creo que sea relevante). Vamos que lo que empecé con
humildad, lo fui convirtiendo poco a poco en una utopía inmensa que a veces me
generaba muchos más problemas que otra cosa.
No soy escritor.
Mejor dicho: no me considero escritor. Supongo que escritor seré por el mero
hecho de haber inventado una historia tan descomunal como la que creo que he
inventado. Escritor es toda aquella persona que escribe, ya sea un proyecto
para presentar en una empresa – aunque la mayoría esté copiado y pegado
utilizando la más antigua de las herramientas profesionales que un ser humano
tiene a su alcance en el mundo académico –, un artículo para la revista de su
barrio o la lista de la compra para que el marido vaya al supermercado y no se
pierda por los pasillos buscando un mísero cepillo de dientes. Yo no me
considero escritor. De hecho a pesar de haber creado “El Vals del Emperador” sigo estando tan lejos como antes de
escribirlo de ser un escritor.
¿He escrito un
libro? Técnicamente sí y no. Sí, porque he escrito una historia con una
presentación, un nudo y un desenlace. No, porque no está publicado de ninguna
manera, ahora ya ni tan siquiera en un blog al acceso de cualquiera. ¿Soy
escritor? Definitivamente no. No porque no he hecho absolutamente nada
extraordinario. Solo he ido escribiendo desde el pasado 21 de abril una
historia, inventándomela sobre el camino aunque estuviera en mi cabeza más o
menos estructurada, poco a poco y día a día. Unos días he sido capaz de
escribir casi tres mil palabras y otros no era capaz ni tan siquiera de poder
seguir la historia por no saber cómo llevarla. Esto no es ser escritor. Aunque
supongo que no existe una única manera de ser escritor.
Lo que sí tengo
claro es que “El Vals del Emperador”
es una de las mejores cosas que me han pasado en mi vida. Es quizá el proyecto
más ambicioso e importante que he realizado nunca y sin duda de lo que más
orgulloso me siento. Nunca pensé que llegaría el día en el que terminaría la
historia. Ha habido épocas en las que pensé en dejarlo porque notaba que se me
estaba yendo de las manos, que era algo absurdo, una pérdida de tiempo. Pero he
terminado. Todavía no me lo creo. De hecho aún cuando estoy escribiendo estas
mismas líneas tengo la sensación de que no he terminado. De hecho si tengo que
ser sincero y si tengo que empezar a comportarme como escritor – cosa que
repito no soy – tengo que decir que no he terminado el libro. He terminado de
escribir, sí, pero la novela no está acabada. Ahora toca un trabajo lento y
quizá más meticuloso si cabe como es la revisión y corrección. Tarea ardua y
pesada donde las haya.
Aún así “El Vals del Emperador” es algo
que me ha dado la vida. Cuando me puse a escribirlo ni tan siquiera imaginé que
sería algo a lo que se podría llamar en algún momento libro. Solo después de
pasar las primeras semanas escribiendo y viendo que la historia que tenía en la
cabeza estaba empezando a echar a andar, me fui dando cuenta de que a lo mejor
estaba empezando una novela. Ya cuando llevé más de cincuenta páginas escritas
me dije a mí mismo que sí que tenía una novela delante de mis narices
literalmente ya que escribo con el ordenador y la pantalla da justo delante de
mis orificios nasales. El problema vino, como ya he dicho cuando la novela
empezó a engordar. Al mismo tiempo que esto ocurría tuve miedo, ya que era
incapaz de ver el final, de idear un día en el que escribiera los últimos
párrafos de la historia, que por cierto estuvieron claros prácticamente desde
el principio. Temí verme sobrepasado por este proyecto.
Pese a todo esto
el domingo pasado, hace dos días como quien dice, terminé. Ahora estoy vacío.
Me siento raro. Ya no tengo la obligación diaria de sentarme con el portátil en
mi habitación durante un par de horas todos los días a escribir. Tampoco es que
haya tenido nunca obligación, sobre todo al principio cuando “El Vals del Emperador” no era más
que un divertimento, una vía de escape a una vida en la universidad, a unos estudios
que no me llamaban la atención ni me motivaban para nada. Lo que pasa es que
con el tiempo, sobre todo después del verano, y sobre todo también por estar
parado y no encontrar sentido alguno a mi vida, decidí obligarme aunque no
quisiera, aunque no me sintiera motivado ni inspirado, a escribir todos los
días aunque fuera un poco. Una vez tomé el hábito de escribir todos los días –
salvo quizá los fines de semana durante los cuales, y no eran todos, descansaba
de la novela – me fui poniendo poco a poco retos en cuanto al número de
palabras. Esta decisión la tomé porque veía que si no la tomaba no iba a acabar
nunca.
El ratio que me
puse como objetivo fue primero de más de quinientas páginas por sesión de
escritura. Con el tiempo y al comprobar que eso era bastante poco a veces, pasé
a mil. Con esa cantidad estuve hasta hace mes y pico cuando empecé a pisar el
acelerador, no solo porque quería terminarla sino porque la historia cada vez
estaba más clara en mi cabeza y cuando eso pasa las palabras salen solas.
Cuando empecé a ver el final me empecé a sentir inquieto. Al terminar la
historia, al escribir la última palabra y poner el último punto sin embargo me
sentí extraño. Antes de llegar al final pensaba que me sentiría mal por acabar,
sin ganas de volver a escribir, vacío de inspiración. Pero no ha pasado esto.
Al haber terminado
la novela me sentí bien, orgulloso. Miré hacia atrás y vi todo lo que había
pasado. Empecé “El Vals del Emperador”
estando redactando mi proyecto fin de carrera (me rio yo ahora del PFC de la universidad,
menuda basura era aquello, apenas un juego de niños: sin importancia, valor ni
dificultad), y lo he terminado buscando trabajo, estando parado y sin ganas de
seguir echando currículos en empresas de un sector en el que prima más el
enchufe, los contactos y tener padrino que el mérito y el valor. Palabra estas
dos últimas que hace tiempo se perdieron en el mundo profesional laboral
español, puede haber excepciones pero generalizo porque me da la gana y porque
puedo hacerlo.
He acabado una
novela. Sigo escribiéndolo y no me lo creo. Pero es así. Una novela que quizá
recibió su mayor empujón en León, cuando sentado en un sofá de la cafetería del
bellísimo Parador Nacional Hostal San Marcos mientras me tomaba un cappuccino
junto con dos amigos, éstos me preguntaron por la novela y se interesaron de
verdad por ella, cosa que otros no han hecho nunca, y me animaron a seguir escribiéndola
y a seguir escribiendo en general. No sé si aquel día fue cuando decidí
terminar con fuerza la novela, lo que sí sé es que aquella tarde en León fue definitiva
y decisiva para que me animara a seguir escribiendo fuera lo que fuera, estuviera
bien o mal, interesara o no, gustara o fuera absoluta basura literaria. Por eso
si esta novela ha llegado a buen puerto, aunque bastante más cargada de lo que
en un primer momento ideé, es gracias a aquella tarde en León, tarde que alguna
vez incluiré en alguna novela y honraré a los amigos que la pasaron conmigo
bebiendo café en el parador.
Y esto es como
todo, ya he terminado la novela ahora queda publicarla. Menudo fantasma estoy hecho.
Publicarla digo. Con la basura que es. No voy a dármelas de importante creyéndome
que he escrito la gran novela en español de la década. Sé que es un coñazo,
casi un folletín de maruja de peluquería diaria y rulos los domingos. Pero
bueno es mi novela, y así como unos padres nunca reconocerán que tienen un bebé
feo de narices, pelón, de ojos saltones y más arrugado que el culo de un viejo;
yo tampoco puedo renegar de mi retoño aunque sepa que no vale para nada, ni tan
siquiera apara colgar de un gancho en un baño público de Bangladesh. De hecho
sé que no es una novela buena por el hecho de que en el blog las entradas de “El Vals del Emperador” no tenían
apenas visitas, apenas unos pocos infelices, a los que agradezco el interés,
que se metían a leer las entras y probablemente a dejarlas a mitad por no
aguantarlas. Los buitres carroñeros que hay por internet y que de vez en cuando
daban con mi blog siempre han preferido los artículos llenos de carnaza en los
que despotricaba contra todo ser viviente y contaba mierdas y demás sobre
terceras personas.
Y esta es en el
fondo otra de las razones por las que dejo de publicar en el blog “El Vals del Emperador” porque
nadie lo va a echar de menos. Probablemente ni tan siquiera yo que lo
encontraba muy pesado y monótono. De todas maneras si alguien estuviera muy,
muy interesado en saber cómo acaba todo, aunque por previsible creo que no hay
persona que hubiera empezado a leer las entradas que no supiera más o menos
cómo iba a acabar, a lo mejor he matado a todos los protagonistas en un
atentado con coche bomba porque no sabía muy bien cómo continuar; o a lo mejor
acaba bien y todos son felices y comen perdices al horno; como digo si hay
alguien muy interesado por saber cómo sigue la novela que me la pida, y previo
pago de una especie de canon por derechos de autor, la tendrá incluso dedicada.
En cierto modo me
siento liberado tras haber acabado de escribir mi libro, porque ya siempre “El Vals del Emperador” será mi
libro, una de esas cosas que todo ser humano tiene que hacer en su vida, junto
con plantar un árbol (los pinos que todas la mañanas puntualmente plantáis no
valen panda de agonías) y tener un hijo (supongo que puede sustituirse hijo por
perro, para el caro dan lo mismo por culo sobre todo cuando son cachorros/bebés
que es cuando importan y molan). Yo le libro ya lo he escrito y no sé si
ponerlo en el CV, a lo mejor sirve para lo mismo que decir que hablo tres
idiomas y me he sacado en los años correspondientes, ni uno más, una carrera
dura de narices (o eso nos tenían dicho), es decir para absolutamente nada. Aunque
esto último me da igual, es más una ironía. Yo me quedo con que he terminado un
libro, que he escrito una novela, que he concluido el proyecto más importante
de lo que llevo de vida y estoy orgulloso por ello. Adiós y buenas tardes;
hasta el próximo artículo (volveré a la carnaza, o no).
Caronte.
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