martes, 26 de enero de 2016

Fin del Vals

Tengo una noticia que a la vez puede ser buena y mala. Buena para algunos que se verán liberados de seguir leyendo patrañas y podrán volver a leer carnaza en el blog. Mala para aquellos que hasta la fecha seguían con expectación – iluso de mí – las entradas que desde hace ya varios, muchos diría yo mejor, meses. La noticia es la que sigue: no va a haber más entradas de El Vals del Emperador. No me importa por donde dejé la historia, de hecho ni lo sé; tampoco me importa que esto que estoy haciendo sea poco ético y profesional, pero en España la ética y la profesionalidad hace años que brillan por su ausencia, luego algo se me habrá pegado de estos malos hábitos.

Y ahora supongo que tengo que dar una explicación a este cese en la publicación de lo que se supone iba a ser una serie mucho más larga. La razón es sencilla: he terminado la novela. Sí, “El Vals del Emperador”, nació en su día como proyecto de novela, lo que pasa es que con el tiempo este pequeño proyecto – porque aunque no se pueda creer en un primer momento tenía pensado escribir una novela no demasiado extensa ni compleja – fue engordando hasta convertirse en una novela que en formato Word, que es como la he escrito, ocupa una extensión de más de trescientas páginas (concretamente tiene 361 páginas) y más de doscientas treinta mil palabras (no voy a poner el número exacto porque tampoco creo que sea relevante). Vamos que lo que empecé con humildad, lo fui convirtiendo poco a poco en una utopía inmensa que a veces me generaba muchos más problemas que otra cosa.

No soy escritor. Mejor dicho: no me considero escritor. Supongo que escritor seré por el mero hecho de haber inventado una historia tan descomunal como la que creo que he inventado. Escritor es toda aquella persona que escribe, ya sea un proyecto para presentar en una empresa – aunque la mayoría esté copiado y pegado utilizando la más antigua de las herramientas profesionales que un ser humano tiene a su alcance en el mundo académico –, un artículo para la revista de su barrio o la lista de la compra para que el marido vaya al supermercado y no se pierda por los pasillos buscando un mísero cepillo de dientes. Yo no me considero escritor. De hecho a pesar de haber creado “El Vals del Emperador” sigo estando tan lejos como antes de escribirlo de ser un escritor.

¿He escrito un libro? Técnicamente sí y no. Sí, porque he escrito una historia con una presentación, un nudo y un desenlace. No, porque no está publicado de ninguna manera, ahora ya ni tan siquiera en un blog al acceso de cualquiera. ¿Soy escritor? Definitivamente no. No porque no he hecho absolutamente nada extraordinario. Solo he ido escribiendo desde el pasado 21 de abril una historia, inventándomela sobre el camino aunque estuviera en mi cabeza más o menos estructurada, poco a poco y día a día. Unos días he sido capaz de escribir casi tres mil palabras y otros no era capaz ni tan siquiera de poder seguir la historia por no saber cómo llevarla. Esto no es ser escritor. Aunque supongo que no existe una única manera de ser escritor.

Lo que sí tengo claro es que “El Vals del Emperador” es una de las mejores cosas que me han pasado en mi vida. Es quizá el proyecto más ambicioso e importante que he realizado nunca y sin duda de lo que más orgulloso me siento. Nunca pensé que llegaría el día en el que terminaría la historia. Ha habido épocas en las que pensé en dejarlo porque notaba que se me estaba yendo de las manos, que era algo absurdo, una pérdida de tiempo. Pero he terminado. Todavía no me lo creo. De hecho aún cuando estoy escribiendo estas mismas líneas tengo la sensación de que no he terminado. De hecho si tengo que ser sincero y si tengo que empezar a comportarme como escritor – cosa que repito no soy – tengo que decir que no he terminado el libro. He terminado de escribir, sí, pero la novela no está acabada. Ahora toca un trabajo lento y quizá más meticuloso si cabe como es la revisión y corrección. Tarea ardua y pesada donde las haya.

Aún así “El Vals del Emperador” es algo que me ha dado la vida. Cuando me puse a escribirlo ni tan siquiera imaginé que sería algo a lo que se podría llamar en algún momento libro. Solo después de pasar las primeras semanas escribiendo y viendo que la historia que tenía en la cabeza estaba empezando a echar a andar, me fui dando cuenta de que a lo mejor estaba empezando una novela. Ya cuando llevé más de cincuenta páginas escritas me dije a mí mismo que sí que tenía una novela delante de mis narices literalmente ya que escribo con el ordenador y la pantalla da justo delante de mis orificios nasales. El problema vino, como ya he dicho cuando la novela empezó a engordar. Al mismo tiempo que esto ocurría tuve miedo, ya que era incapaz de ver el final, de idear un día en el que escribiera los últimos párrafos de la historia, que por cierto estuvieron claros prácticamente desde el principio. Temí verme sobrepasado por este proyecto.

Pese a todo esto el domingo pasado, hace dos días como quien dice, terminé. Ahora estoy vacío. Me siento raro. Ya no tengo la obligación diaria de sentarme con el portátil en mi habitación durante un par de horas todos los días a escribir. Tampoco es que haya tenido nunca obligación, sobre todo al principio cuando “El Vals del Emperador” no era más que un divertimento, una vía de escape a una vida en la universidad, a unos estudios que no me llamaban la atención ni me motivaban para nada. Lo que pasa es que con el tiempo, sobre todo después del verano, y sobre todo también por estar parado y no encontrar sentido alguno a mi vida, decidí obligarme aunque no quisiera, aunque no me sintiera motivado ni inspirado, a escribir todos los días aunque fuera un poco. Una vez tomé el hábito de escribir todos los días – salvo quizá los fines de semana durante los cuales, y no eran todos, descansaba de la novela – me fui poniendo poco a poco retos en cuanto al número de palabras. Esta decisión la tomé porque veía que si no la tomaba no iba a acabar nunca.

El ratio que me puse como objetivo fue primero de más de quinientas páginas por sesión de escritura. Con el tiempo y al comprobar que eso era bastante poco a veces, pasé a mil. Con esa cantidad estuve hasta hace mes y pico cuando empecé a pisar el acelerador, no solo porque quería terminarla sino porque la historia cada vez estaba más clara en mi cabeza y cuando eso pasa las palabras salen solas. Cuando empecé a ver el final me empecé a sentir inquieto. Al terminar la historia, al escribir la última palabra y poner el último punto sin embargo me sentí extraño. Antes de llegar al final pensaba que me sentiría mal por acabar, sin ganas de volver a escribir, vacío de inspiración. Pero no ha pasado esto.

Al haber terminado la novela me sentí bien, orgulloso. Miré hacia atrás y vi todo lo que había pasado. Empecé “El Vals del Emperador” estando redactando mi proyecto fin de carrera (me rio yo ahora del PFC de la universidad, menuda basura era aquello, apenas un juego de niños: sin importancia, valor ni dificultad), y lo he terminado buscando trabajo, estando parado y sin ganas de seguir echando currículos en empresas de un sector en el que prima más el enchufe, los contactos y tener padrino que el mérito y el valor. Palabra estas dos últimas que hace tiempo se perdieron en el mundo profesional laboral español, puede haber excepciones pero generalizo porque me da la gana y porque puedo hacerlo.

He acabado una novela. Sigo escribiéndolo y no me lo creo. Pero es así. Una novela que quizá recibió su mayor empujón en León, cuando sentado en un sofá de la cafetería del bellísimo Parador Nacional Hostal San Marcos mientras me tomaba un cappuccino junto con dos amigos, éstos me preguntaron por la novela y se interesaron de verdad por ella, cosa que otros no han hecho nunca, y me animaron a seguir escribiéndola y a seguir escribiendo en general. No sé si aquel día fue cuando decidí terminar con fuerza la novela, lo que sí sé es que aquella tarde en León fue definitiva y decisiva para que me animara a seguir escribiendo fuera lo que fuera, estuviera bien o mal, interesara o no, gustara o fuera absoluta basura literaria. Por eso si esta novela ha llegado a buen puerto, aunque bastante más cargada de lo que en un primer momento ideé, es gracias a aquella tarde en León, tarde que alguna vez incluiré en alguna novela y honraré a los amigos que la pasaron conmigo bebiendo café en el parador.

Y esto es como todo, ya he terminado la novela ahora queda publicarla. Menudo fantasma estoy hecho. Publicarla digo. Con la basura que es. No voy a dármelas de importante creyéndome que he escrito la gran novela en español de la década. Sé que es un coñazo, casi un folletín de maruja de peluquería diaria y rulos los domingos. Pero bueno es mi novela, y así como unos padres nunca reconocerán que tienen un bebé feo de narices, pelón, de ojos saltones y más arrugado que el culo de un viejo; yo tampoco puedo renegar de mi retoño aunque sepa que no vale para nada, ni tan siquiera apara colgar de un gancho en un baño público de Bangladesh. De hecho sé que no es una novela buena por el hecho de que en el blog las entradas de “El Vals del Emperador” no tenían apenas visitas, apenas unos pocos infelices, a los que agradezco el interés, que se metían a leer las entras y probablemente a dejarlas a mitad por no aguantarlas. Los buitres carroñeros que hay por internet y que de vez en cuando daban con mi blog siempre han preferido los artículos llenos de carnaza en los que despotricaba contra todo ser viviente y contaba mierdas y demás sobre terceras personas.

Y esta es en el fondo otra de las razones por las que dejo de publicar en el blog “El Vals del Emperador” porque nadie lo va a echar de menos. Probablemente ni tan siquiera yo que lo encontraba muy pesado y monótono. De todas maneras si alguien estuviera muy, muy interesado en saber cómo acaba todo, aunque por previsible creo que no hay persona que hubiera empezado a leer las entradas que no supiera más o menos cómo iba a acabar, a lo mejor he matado a todos los protagonistas en un atentado con coche bomba porque no sabía muy bien cómo continuar; o a lo mejor acaba bien y todos son felices y comen perdices al horno; como digo si hay alguien muy interesado por saber cómo sigue la novela que me la pida, y previo pago de una especie de canon por derechos de autor, la tendrá incluso dedicada.

En cierto modo me siento liberado tras haber acabado de escribir mi libro, porque ya siempre “El Vals del Emperador” será mi libro, una de esas cosas que todo ser humano tiene que hacer en su vida, junto con plantar un árbol (los pinos que todas la mañanas puntualmente plantáis no valen panda de agonías) y tener un hijo (supongo que puede sustituirse hijo por perro, para el caro dan lo mismo por culo sobre todo cuando son cachorros/bebés que es cuando importan y molan). Yo le libro ya lo he escrito y no sé si ponerlo en el CV, a lo mejor sirve para lo mismo que decir que hablo tres idiomas y me he sacado en los años correspondientes, ni uno más, una carrera dura de narices (o eso nos tenían dicho), es decir para absolutamente nada. Aunque esto último me da igual, es más una ironía. Yo me quedo con que he terminado un libro, que he escrito una novela, que he concluido el proyecto más importante de lo que llevo de vida y estoy orgulloso por ello. Adiós y buenas tardes; hasta el próximo artículo (volveré a la carnaza, o no).

Caronte.

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