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(Viene de la entrada anterior.)
Aprovechando el aturdimiento que su rival sentía el verse casi sujetado
por dicho camarero, él se fue a por él y una vez este estuvo de nuevo erguido
le soltó un nuevo puñetazo que esta vez sí dio en el blanco, o más o menos,
porque el objetivo era la nariz, reventarla para que la sangre y el dolor le
hicieran reconsiderar el seguir atacando o no Sin embargo dio un poco más abajo
y en vez de alcanzar de lleno la nariz, alcanzó también la boca y su dentadura
produciéndose un doble efecto: por un lado el joven alto y rubio cayó hacia
atrás llevándose las manos a la cara y profiriendo un grito más propio de un
niño pequeño que se ha hecho daño jugando con sus amigos en el parque y que
llama a su mamá para que le cure una herida; por otro lado él también sintió
dolor, un dolor muy agudo que se intensificó rápidamente como si le estuvieran
clavando a sangre fría una aguja larga y fría. Sus nudillos se habían llevado
por delante parte de uno de los dientes de joven atractivo, que desde ese
momento sería algo menos apuesto y su sonrisa quedaría quebrada hasta que un
dentista la arreglara.
Dándose cuenta de que había sido humillado sin esperarlo. Sintiendo en su
propia carne la humillación que unos segundos antes había imaginado infligir a
su rival sin misericordia alguna para afirmarse ante todos los presentes pero
sobre todo ante sus compadres de juerga, se levantó del suelo. Él esperaba que
aquello terminara ya; Anna le pedía por favor que no siguiera con la disputa
que acabaría mal mientras seguía gritando para que alguien ayudara.
Nadie se percató de que en el salón habían entrado varias personas que se
dirigían hacia donde estaba toda la multitud mirando como discurría la pelea.
Eran el subdirector del hotel junto con el camarero que había ido en su
búsqueda, que casualmente o no era el mismo que había estado sirviendo en la
mesa de él y de Anna, y tres policías de la gendarmería austríaca ataviados con
sus gorras reglamentarias. Ni él ni su rival veían a quienes se acercaban a
ellos. Por esta razón y lleno de ira y odio hacia quien le había roto un diente
y probablemente también la nariz porque ésta sangraba abundantemente volvió a
intentar lanzarse contra él esta vez sin intentar lanzarle un puñetazo sino a
la vieja usanza con todo el cuerpo dispuesto a derribarlo e hincharle a ostias.
Pero no terminó de acercarse a él que se había ido acercando a Anna descuidando
su retaguardia, porque en ese instante cuando ya había empezado el joven de
ojos azules y pelo rubio a dirigirse hacia quien le había humillado dos de los
policía se abalanzaron sobre él y lo derribaron. Estaba detenido. Como buenos
palmeros de un líder, sus compañeros de mesa, noche y fiesta se largaron
silenciosamente para no ser detenidos también como incitadores. No lo lograron,
también fueron llamados por la policía.
La pelea acabó. Anna estaba hecha un manojo de nervios. Después de
haberse dejado la voz gritando pidiendo ayuda y tras haber llorado bastante
tanto por miedo como por la angustia de ver a quien la estaba defendiendo
siendo atacado por alguien que en un principio se podría haber pensado que le
daba mil y una vueltas en los artes de la lucha callejera, se abalanzó sobre él
quien todavía dolorido por el golpe en el pómulo, que también había alcanzado
al labio, y las heridas en el puño que había usado para golpear la cara de su
rival, se vio rodeado por los brazos de ella y apabullado a besos.
Todo pareció terminar. Él estaba en brazos de Anna. El hombre con quien
se había batido casi en duelo medieval por una dama, estaba a su vez en brazos
de la policía que se lo llevaba hacia fuera del salón comedor al mismo tiempo
que no dejaba de soltar indignadas voces exigiendo que le soltaran y que
detuvieran a quien le había roto la nariz y los dientes, exagerando su
verdadero estado físico al menos en lo que a la nariz correspondía ya que ésta
no había sufrido más que una ligera magulladura. El camarero que les había
estado sirviendo durante toda la noche se acercó hacia donde Anna seguía
abrazada a él y hablándole al oído preguntándole si estaba bien y le dolía
algo. Iba acompañado del subdirector del hotel que tenía cara de haber sido
fastidiado en la que se suponía iba a ser una noche de fiesta y de preocupación
porque uno de sus clientes hubiera sido agredido por otro de manera burda y
maleducada, molestando al mismo tiempo al resto de personas que estaban
disfrutando de la última cena del año.
– ¿Se encuentra usted bien caballero? – Le preguntó el subdirector algo
azorado y nervioso.
– Sí. Un tanto magullado, pero creo que he salido mejor parado que ese
miserable. – Dijo él separándose momentáneamente de Anna pero sin soltarla la
mano y lanzando una mirada aún de odio a quien le había hecho por primera vez
en su vida pegar a alguien.
– ¿Y usted señorita? – Inquirió ahora el subdirector en dirección a Anna.
– Sí. Nerviosa, pero creo que es normal. – Dijo Anna con la voz todavía
alterada y afectada, al borde de nuevo del llanto, tartamudeando como quien
sale de un momento de shock.
– Traiga una tila a la señorita por favor. – Dijo el camarero a un
compañero suyo que estaba cotilleando más que otra cosa.
– Gracias. – Dijo Anna.
– Lamento profundamente lo sucedido. – Se disculpó el subdirector del
Sacher de manera solícita. – Me pongo a su disposición para todo lo que puedan
necesitar.
– Muchas gracias. Muy amable por su parte. – Dijo él todavía serio, sin
creerse lo que había vivido.
En ese momento se acercó uno de los policías que se habían llevado al
joven treintañero.
– Buenas noches. Soy inspector de la policía de Viena. – Dijo seriamente
dirigiéndose principalmente a él y a Anna.
– Hola. – Dijo él.
– El camarero me ha relatado someramente qué es lo que ha ocurrido.
¿Podría resumirme qué es lo que ha ocurrido? – Continuó el policía en un inglés
bastante malo y cargado de un fuerte acento alemán.
– Estábamos mi pareja y yo cenando tranquilamente y cuando ya habíamos
acabado se ha acercado este joven y ha empezado a dirigirse a mi acompañante
insultándola gravemente. Yo le he pedido que se marchara en varias ocasiones y
que no nos molestara, pero no ha hecho caso. Como seguía importunándonos me he
levantado y le he cogido del brazo para alejarle de la mesa. En ese momento se
ha puesto violento y las cosas han acabado como usted puede ver. – Intentó
resumir lo máximo posible él.
– ¿Va usted a querer interponer algún tipo de denuncia? – Quiso saber el
policía.
– No. – Dijo firmemente él
– ¿Y usted señorita?
– No, tampoco. – Añadió ella mirándole a él y no al policía como para que
fuera él quien diera fe de lo que estaba diciendo.
– De acuerdo. No les voy a molestar más. Espero que lo que queda de noche
sea más calmada. Si me disculpan tengo que ocuparme de esta gente contra la que
el hotel creo que sí que va a interponer una denuncia. – Concluyó el policía.
– Gracias. – Respondieron al unísono tanto él como Anna.
Vieron como el policía se alejaba de ellos volviendo a colocarse sobre la
cabeza la gorra reglamentaria que cuando se había acercado a ellos se había
quitado y colocado bajo su brazo derecho en señal de respeto. Tras él iba el
subdirector del hotel que sin darse cuenta se marchaba sin despedirse de sus
huéspedes para solventar, de una vez por todas, ese incómodo incidente con
inspector de policía y el grupo de jóvenes italianos y españoles exaltados por
la fiesta, el alcohol y alguna que otra sustancia más prohibida, que estaban
ahora muy callados, sin proferir voces improcedentes y mostrándose muy amables
y solícitos con la policía que les acompañaba fuera del gran salo de gala del
Sacher. Tanto él como Anna se quedaron mirando cómo se marchaban. El resto de
comedor había vuelto a una relativa calma en la que cada comensal estaba en su
mesa de nuevo terminando de cenar los más rezagados o lentos comiendo,
comentando probablemente lo ocurrido aquellos que habiendo ya terminado de dar
debida cuenta de la cena de fin de año estaban ya disfrutando de los
respectivos cafés, tés o copas de licor.
– Debería ponerse hielo en la mano señor. – Dijo el camarero que no se
había movido y seguía junto a él y Anna.
– Sí debería. – Dijo él sin mucha ilusión, sin muchas ganas de nada.
– Se lo traigo en seguida señor. – Dijo el camarero marchándose camino de
las cocinas para traer algo de hielo probablemente envuelto en alguna
servilleta o paño de tela.
– ¿Te duele? – Preguntó Anna acercándose de nuevo a él y cogiéndole la
mano.
– Ahora sí. Me arde la mano. Y también la cara. – Respondió él.
– Sí. En la cara tienes un rasguño que no parece serio pero que te va a
dejar un buen color para mañana. – Dijo Anna retomando un poco el sentido del
humor.
– Eso me da igual. ¿Cómo estás tú? – Preguntó él volviendo a mirarla a
los ojos después de varios minutos con la mirada perdida por el salón. Los ojos
de ella no le perdían de vista aún cuando lo del él no se pararan en los suyos,
femeninos y escrutadores en muchas ocasiones, pero ahora maternales, llenos de
preocupación y todavía con algo de miedo.
– Ahora ya bien. Pero he pasado algo de miedo. – Dijo Anna acercándose un
poco más a él para abrazarle.
– Ya ha pasado todo. – Dijo él para intentar calmarla al notarla todavía
muy nerviosa, casi temblando todavía de la impresión.
– Al final tenías razón con lo de que ese hombre me estaba mirando. –
Dijo ella sin separarse de él.
– Por desgracia sí. – Añadió él de manera escueta. No dejaba de pensar en
lo que acababa de suceder, de darle vueltas a la cabeza y no entender nada.
– Ya vuelve el camarero. – Dijo Anna separándose de él y sentándose en
una silla cercana.
– Disculpe la tardanza caballero, pero una noche así es muy complicada. –
Dijo el camarero al tiempo que le entregaba un trapo que envolvía unos hielos.
– No se preocupe. Muchas gracias. – Dijo él intentando sonreír y sonar
amable, pero no logrando ninguna de las dos cosas. Seguía con un semblante
perdido, aturdido por la realidad; y su tono de voz sonaba lejano, distante,
apagado incluso por momentos.
– Gracias por haber ido a llamar al subdirector y a la policía. Si no es
por usted quizá en vez de hielo lo que necesitaríamos sería una ambulancia. –
Dijo Anna levantándose de la silla donde se había sentado y acercándose al
camarero al que le tendió la mano.
– Hacía mi trabajo. Como uno de los camareros encargados del salón no
sólo tengo que servir a los clientes sino intentar que todo vaya normal. En
cuanto he visto que ese joven, ese hombre, se acercaba a ustedes de esa manera
me he esperado lo peor; y cuando lo peor se ha confirmado he ido corriendo a
avisar a las autoridades del hotel. – Dijo el camarero como si fuera algo
normal que hacía todos los días.
– Le estamos muy agradecidos de todas formas. – Volvió a insistir Anna.
– Si no me necesitan para nada más, ruego que me disculpen, todavía tenemos
trabajo que realizar y el tiempo se nos echa encima. – Dijo el camarero.
– No se preocupe. Gracias. – Correspondió Anna sonriendo amablemente.
– Gracias. – Dijo él de manera algo más seca.
Viendo como el camarero se alejaba de donde estaban se dieron cuenta que
la noche seguía. Faltaba menos de una hora para que el año se terminara y diera
comienzo uno nuevo. Mucha gente ya se había levantado de sus mesas, algunas
motivadas por el incidente que él había tenido con ese hombre, pero la mayoría
por haber terminado de cenar hacía tiempo. Los camareros acompañaban a los que
se levantaban hacia un salón contiguo preparado para que los comensales que
fuera terminando esperaran tomándose alguna copa o incluso fumando en un
recinto preparado para ello, ya que en ninguna de las estancias del hotel se
permitía fumar. Mientras tanto los camareros se ocupaban ahora de preparar el
salón donde se había servido la cena en sala de fiestas. Retiraban las mesas
con una diligencia militar, sin estorbar para nada a los comensales que
todavía, algo retrasados, estaban cenando. Anna y él miraban todo aquella
actividad sin ser muy conscientes todavía de ello. Él seguía en una especie de
trance, pensando en la disputa que había tenido con ese treintañero apuesto,
alto, rubio y de ojos profundamente azules como pudo comprobar cuando estuvo
cerca. Ella por su parte sólo era capaz de mirarle a él y pensar que todo
aquello que había sucedido era en parte culpa suya, aunque en cierto sentido
ella sabía y se decía que en ningún momento hubiera podido evitarlo.
– ¿De verdad que estás bien? – Le preguntó ella cogiéndole de las manos y
besándole en la boca.
– Sí. Sí. Estoy bien. – Dijo él intentando sonar convincente pero
sabiendo que no lo estaba consiguiendo. Es más se dio cuenta de que Anna le
estaba escrutando con sus ojos castaños de tal manera que iba a ser muy difícil
ocultarla la verdad.
– ¿Quieres que salgamos del salón? – Dijo ella.
– Quizá debería ir a cambiarme la camisa. – Dijo él cambiando
relativamente de tema y dando una excusa más que plausible, ya que llevaba la
camisa totalmente destrozada y descolocada. Además había un par de gotas de
sangre quizá no de él sino de su adversario.
– ¿Subimos a la habitación entonces? – Preguntó ella inocentemente.
– Pues a menos que en el bolso que llevas hayas guardado una camisa creo
que es lo más normal. – Dijo intentando fingir buen humor haciendo esa broma.
– Podría mirar, pero creo que no es el bolso de Mary Poppins. – Dijo Anna
siguiéndole la broma aun sabiendo que él no tenía muchas ganas de bromear.
Caronte.
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