Hoy voy a concluir
este viaje particular y especial por Toledo, guiado por mis recuerdos de todas
las visitas que he realizado a esta histórica ciudad. No por ser la última
parte de este viaje, es la menos importante, porque si me pedís mi opinión los
lugares de los que me toca hablar hoy son para mí los que más me gustan de
Toledo porque es ellos vamos a hacer un viaje por el tiempo y recorreremos las
tres culturas que en su día convivieron en esta magnífica parte de la geografía
española.
Recuerdo que nos
quedamos en la Puerta del Cambrón, en el oeste de la ciudad, muy lejos ya de la
Catedral, el Alcázar, o Zocodover, en lo que
hace siglo sería una periferia, alejada de los centros de poder, un
suburbio podríamos decir. Pero no todos los suburbios tienen al lado uno de los
mejores ejemplos de arquitectura gótica isabelina de España. Me refiero al Monasterio de San Juan de los Reyes,
mandado construir por los Reyes Católicos en el año 1477. Entrando por la
Puerta del Cambrón, el Monasterio se yergue ante nosotros con toda
majestuosidad, y muestra su gran esplendor como si hubiera sido acabado ayer;
si bien es cierto que su imagen exterior podría llegar a pasar desapercibida,
sobre todo desde dentro de las murallas, no pasa lo mismo si se admira desde
fuera de las mismas. Desde la otra orilla del río, fuera de las murallas, la
nave de su iglesia resalta por encima de cualquier otro edificio con sus
pináculos y parece que llama nuestra atención y nos anima a entrar y visitarla.
Pero la verdadera belleza de San Juan de los Reyes reside en su interior: desde
el mismo momento en que ponemos un pie en su iglesia, nuestra vista se dirige
hacia el techo a admirar su altura, sus columnas y la blancura de la piedra con
la que está construida; pero no es San Juan no es solo su iglesia, también es
su magnífico claustro de dos pisos. Un último apunte antes de seguir nuestro
camino, en la fachada de la iglesia que da a la Puerta del Cambrón, se puede
admirar unas cadenas colgadas que en su día pertenecieron a presos liberados
por los Reyes Católicos.
Hacemos un pequeño
alto en nuestro recorrido normal por la ciudad, para ir a ver uno de los
monumentos más importantes de Toledo, desde el que se tiene una visión
diferente de la ciudad. Aconsejo al visitante curioso que descienda hacia el
río Tajo por unas escaleras que hay detrás de San Juan y se deje llevar por su intuición
hasta alcanzar el Puente de San Martín,
antaño una de las vías de salida y acceso a la ciudad, uno de los dos únicos
pasos medievales que había sobre el Tajo. Desde este magnífico puente, hoy en
día usado únicamente por peatones, se tiene una vista inmejorable del abrazo
apasionado que el Tajo da a Toledo. El puente está jalonado por dos grandes
torres que lo enmarcan y le dan su carácter. Para los amantes de la fotografía,
en este puente se obtiene una de las fotografías más típicas de Toledo, con San
Juan al fondo.
Volviendo sobre
nuestros pasos hasta San Juan y dejando atrás este Monasterio, el más bonito de
Toledo para mí, y encaminamos nuestro pasos siguiendo la fachada del mismo,
pasando por el ábside y las dependencias monásticas, y enfilamos la calle de
los Reyes Católicos. Cada vez que he caminado por esta calle, de casas bajas y
muy bien conservadas y jardines tapiados, siempre ha invadido mi alma una
especie de calma, de tranquilidad, inducida quizá por la cantidad de tesoros
que guarda. El primero que nos encontramos al poco de dejar atrás San Juan, es
un lugar algo escondido a primera vista: la Sinagoga de Santa María la Blanca. Como ya dije en esta ciudad
convivieron en paz durante siglos cristianos, musulmanes y judíos, y todos
ellos tenían sus lugares de vida y culto religioso, y esta sinagoga es ejemplo
de esto último. Para poder admirar este magnífico templo hay que atravesar una
tapia, tras la cual tenemos un pequeño jardín con unos árboles tan altos que
parece que quieren ocultar este tesoro y guardarlo para sí. Santa María la
Blanca fue construida en 1180 y sirvió a los judíos hasta 1390 cuando se les
expropió y pasó a manos de la Iglesia Católica, otra muestra más de la
intolerancia religiosa y supremacía que ha tenido siempre la Iglesia en este
país. Recuerdo que la primera vez que pasé a Santa María la Blanca, tuve la
sensación de cambiar de país, de viajar lejos, a oriente, a otra cultura, a
otro momento de la historia; sus arcos de herradura son una de las cosas más
bellas que se pueden ver en Toledo.
Una vez admirada
la belleza de esta sinagoga, nuestro paso deben continuar por la calle de los
Reyes Católicos hasta llegar a su final, donde nos recibe un amplio parque con
vistas al desfiladero del Tajo. En este parque uno puede hacer descansar a sus
pies, cosa que éstos agradecerán porque a partir de aquí la ciudad vuelve a
subir; pero también debemos hacer descansar a nuestra alma después de tanta
belleza e intentar hacer hueco a todo lo que nos queda. Lo primero es otro
edificio vestigio de los judíos, como es la Sinagoga del Tránsito, situada justo al final o al principio, como
se quiera mirar, de la calle de los Reyes Católicos. Si Santa María la Blanca
nos dejó estupefactos, esta no puede más que ser admirada con tremenda humildad
por sus visitantes, cuyos cuellos sufrirán para admirar el magnífico artesonado
mudéjar del techo, y el trabajo de yesería de sus paredes. Esta sinagoga
alberga el Museo Sefardí de Toledo,
en el que se puede intentar comprender el modo de vida de los judíos españoles.
Justo al lado de
la Sinagoga del Tránsito está la Casa-Museo
del Greco, uno de los pintores más importantes de la historia de la
pintura, cuyos cuadros han inspirado a muchas generaciones de pintores, y son
reconocibles a simple vista. En todas las ocasiones que he estado a la Ciudad
Imperial, este museo siempre ha estado en obras, pero éstas ya se han acabado,
y este año 2014, con motivo del cuarto centenario de la muerte de este
magnífico toledano de adopción, el museo vuelve a abrir sus puertas, así que
vuelvo a tener un motivo más que justificado para volver. Toledo aparte de ser
el Alcázar, la Catedral y el Tajo, es el Greco; y a su vez El Greco es Toledo. Cerca de su casa-museo, en la parroquia de
Santo Tomé, se encuentra una de sus obras más importantes, famosas y conocidas
en el mundo: El entierro del Conde de Orgaz. Este cuadro es
de gran tamaño y es una de las obras pictóricas más complejas realizadas por El
Greco, llena de detalles algunos de ellos muy complejos de ejecutar, y
simbolismo. Es muy recomendable entrar al menos una vez a admirar esta obra
maestra de la pintura universal.
Tras haber visto este cuadro, parte de la
historia de la pintura, entramos en la calle de Santo Tome, llena de tiendas de
todo tipo de recuerdos de esta ciudad, en especial de espadas, mazapanes, y
objetos de damasquinado, objetos y productos, resultado de las más antiguas
tradiciones y oficios de esta ciudad. Es fácil imaginarse esta calle hace
siglos, llena de vida, de voces y olores precedentes de las diversas tiendas y
puestos, casi como ahora, pero sin turistas orientales que caminan en manadas. Ya
estamos acabando nuestro periplo por Toledo, por su historia, por sus calles. Pero
antes de terminar, me gustaría hablar de otro edificio muy singular como es la Mezquita
del Cristo de la Luz. Es muy posible que el simple nombre de este edificio
cause confusión, ¿cómo se puede llamar una mezquita, lugar de culto musulmán,
con el nombre cristiano de Cristo? La respuesta se obtiene simplemente pensando
dónde nos encontramos, Toledo, en esta ciudad vivieron las tres principales
culturas monoteístas durante siglos, como ya he indicado, y las tres dejaron su
legado en forma de edificios, cultura, comidas y tradiciones, aunque al final
se impusiera el cristianismo. Este pequeño pero magnífico edificio data del año
999. Hace más de mil años que fue construido, y es de los pocos vestigios
musulmanes que quedan en esta ciudad. Gracias a varias fundaciones ha sido
recientemente restaurado y hoy en día se puede volver a admirar su belleza. Para
llegar a este edificio desde donde estábamos hay que cruzarse prácticamente toda
la ciudad, debemos pasar por delante de la Iglesia de San Ildefonso, y
continuar callejeando por calles no más anchas que una abertura de brazos,
hasta casi salirse de la ciudad, ya que la mezquita se encuentra pegada al
segundo nivel de murallas, muy cerca de la Puerta del Sol.
Aquí podría acabar nuestra visita a esta
pequeña y a la vez enorme ciudad como es Toledo. Sin embargo hay algo que quien
de verdad se haya quedado prendado de esta ciudad debe hacer antes de
abandonarla, como es admirarla una vez más desde la distancia, con una
perspectiva general de su conjunto histórico-artístico monumental. Un amante de
la belleza en todas sus representaciones debe llevar sus pasos hasta el mirador
de la ciudad, para ello lo más cómodo es coger un coche, seguir la carretera
que bordea al Tajo, e ir admirando el perfil de esta ciudad. Cualquier punto de
esta carretera es bueno para obtener una vista general de la ciudad, pero el
mejor es cuando Alcázar, Catedral e Iglesia de San Ildefonso nos miren
directamente desde la otra orilla. Desde este mirador se puede contemplar toda
la magnanimidad y plenitud de esta ciudad, se puede ver su historia, imaginar
el poder que guardó en un tiempo ya lejano, pretérito. Contemplar de esta vista
al atardecer es doblemente hermoso: una vez hermoso por la propia ciudad de
Toledo, y dos veces hermoso por el sol, por los últimos rayos de luz del día,
aquellos que pueden hacernos temer que no vuelvan a salir, aquellos que nos
hacen desear que vuelva a amanecer para vivir. Desde este mirador Toledo se
alza ante nosotros como una Reina antigua, como una corona de tres puntas: la
Catedral, el Alcázar y San Ildefonso.
Aquí me despido de Toledo, bueno en realidad
nunca me he despedido porque siempre sé que voy a volver. Volveré seguro para
poder seguir contemplando su belleza, para poder seguir sintiendo que camino
por calles que han vivido mucha historia. Volveré, con mis amigos y algún día
seguro que también con mi pareja. Volveré y seguiré disfrutando de esta ciudad,
de Toledo y de su gente. Espero que no haya sido muy pesado en estos tres
capítulos sobre Toledo, y mis impresiones sobre la ciudad. Yo siempre que he
estado he disfrutado mucho de esta ciudad, y tengo muy buenos recuerdos de ella
y de la mayoría de la gente con la que la he visitado en estos años; aunque también
hay recuerdos amargos, recuerdos que en su día fueron muy dulces pero que el
tiempo y la vida han cambiado su sabor.
Solo deseo que todo el mundo que vaya a Toledo
se quede con las ganas de volver, o que al menos siempre le quede un recuerdo
grato de esta parte de España y su historia. Desde aquí doy las gracias a todas
las personas que alguna vez han estado conmigo en Toledo, y que han hecho
posible que pueda recordar tan bien cada rincón de esta ciudad.
Caronte
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