jueves, 9 de enero de 2014

Decisiones

¿Si pudiésemos elegir, decidiríamos nacer? ¿Y una vez que hemos nacido, podemos decidir sobre el destino de nuestra vida? Las decisiones son una parte esencial de nuestro desarrollo personal. Tenemos que decidir desde el momento en el que somos conscientes de nuestros actos; desde que podemos optar por diferentes opciones. Sin tomar decisiones no podemos vivir, es algo intrínseco al ser humano. Las decisiones traen consigo el acierto o el error; y sólo acertando y errando aprendemos a distinguir qué decisiones son buenas, o malas, a priori.

No estoy hablando de decisiones como qué desayuno hoy, si churros o tostadas; o qué me pongo para ir al teatro, o qué película voy a ver al cine. No. Las decisiones de las que estoy hablando son aquellas que van a modificar de manera sustancial nuestra vida y nuestra forma de ser; aquéllas que nos van a llevar por caminos largos, que pueden acabar o no en éxito; aquéllas que no se toman en unos minutos, sino que llevan un largo período de reflexión. Estas decisiones son aquellas que tienen que ver con nuestro futuro profesional, con la familia, con tu pareja, con tu futuro personal. Son decisiones que no son fáciles de tomar, y de las que nunca, hasta pasado mucho tiempo, vamos a estar seguros. A pesar de esto, si acertamos con ellas y nos llevan por buen camino, nos harán felices.

Saber tomar una decisión, y acertar con ella, es una combinación que muy pocas personas logran a lo largo de su vida. La mayoría de las personas, incluyéndome yo mismo, solo tomamos unas pocas decisiones acertadas a lo largo de nuestra existencia. La mayor parte de las decisiones que tomamos las personas durante nuestra vida no se pueden calificar de éxito completo, y lo más seguro es que una decisión que califiquemos de acertada en un principio, con el tiempo se convierta en fallida. De esto no nos damos cuenta hasta que la decisión que hemos tomado produce un fruto, a la vista del cual juzgamos.

Los seres humanos somos además muy inseguros casi siempre, sí es cierto que hay personas que están muy seguras y confían en sí mismas, o que se lo hacen. Nunca sabemos si la decisión que tomamos nos va a llevar por el buen camino. Yo por ejemplo, desde que acabé la enseñanza obligatoria tenía claro qué carrera universitaria quería estudiar, Ingeniería de Caminos, y todos mis profesores y personas que me conocían y sabían cómo era me animaban a ello diciéndome que podía hacer cualquier cosa. Terminado el bachillerato así lo hice, decidí meterme a estudiar "Caminos". El primer año fue tedioso, horrible; tuve que dedicar más horas a estudiar que las que había dedicado hasta entonces. Viendo que algunas asignaturas me iba a ser imposible aprobarlas sin ayuda, decidí apuntarme a una academia para que me enseñaran a aprobar esas asignaturas. Y las aprobé. La academia me ayudó a aprobar todo primero en septiembre, lo que implicó que casi no tuviese verano/vacaciones. Segundo fue casi igual de duro que primero, salvo por el echo de que no iba de nuevas y ya conocía como se las gastaban los profesores; también decidí apuntarme a la academia para sacar algunas asignaturas y, como pasó en primero, esto me ayudó a terminar de aprobar todo segundo en septiembre. Por segundo verano consecutivo tuve que estudiar gran parte de las vacaciones.

A medida que iban pasando los cursos, desde primero, me fui dando cuenta de que algo estaba fallando. Es cierto que aprobar la carrera, la aprobaba, con ayuda de academia pero aprobaba, luego el problema no estaba en que yo no pudiese con la carrera. No saber por qué no terminaba de ilusionarme con la carrera, sabiendo que la iba sacando aceptablemente bien; el ver cómo todas las personas que me conocían se asombraban de que llevara la carrera a "curso por año", y que eso a mi no me produjera orgullo alguno (sabiendo que a algunos amigos a los que quiero les estaba costando bastante sacar algunas asignaturas), hacía que me comiera mucho la cabeza.

Llegado cuarto curso, ya supe perfectamente qué me pasaba. Sinceramente, creo que lo he sabido desde siempre. En bachillerato, aunque se me daban bien todas las asignaturas, siempre destacaba en las de letras (Historia, Literatura y Filosofía), y éstas eran las que más me gustaban. Creo que siempre he sabido, aunque tuvieron que pasar cuatro años de universidad, que era alguien de letras, de humanidades, aunque los números siempre se me dieron bien. Me equivoqué a la hora de decidir qué carrera estudiar. Tomé una decisión fallida. Si pudiera volver al pasado, al momento de elegir qué carrera estudiar, las únicas dudas que tendría serían si estudiar Historia, Periodismo, o Ciencias Políticas.

Sin embargo, aunque la decisión que tomé fue errónea, y me ha llevado a pasar algunos momentos muy malos en la universidad (hay días que siguen siendo muy malos), no me arrepiento de ella. Gracias a mi error, si algún día tengo hijos, sabré decirles que tomen las decisiones que su corazón les diga; que aunque su razón les diga que quizá un camino sea mejor para su futuro, puede que la alternativa que propone el corazón les lleve a ser felices, y a encontrarse a gusto consigo mismos.

En mi caso, esta es una de las decisiones erróneas que he tomado en mi vida, no es la única pero creo que es bastante ilustrativa de cómo durante toda nuestra vida debemos enfrentarnos a la elección de un camino u otro. Las decisiones que tomamos nos llevan por caminos largos que parecen acertados, pero pueden acabar fallando (como ha sido mi caso). Sin embargo puede que la decisión que tomemos nos lleve a la felicidad. Sería bueno que todas las decisiones que tomáramos fueran acertadas, pero pensar esto sería de ilusos. De las decisiones, de si son acertadas o erróneas se aprende, y en el fondo esto es la vida: un largo camino de aprendizaje.

Caronte

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