domingo, 6 de julio de 2014

Viaje soñado al mar de los olivos (Parte II)

Como dije ya habíamos llegado a esa ciudad señorial como es Úbeda, con sus palacios de piedra amarillenta, sus balcones de hierro forjado, sus iglesias monumentales, sus plazas con sus fuentes ornamentales, sus estatuas de personajes ilustres; sin embargo todavía no habíamos llegado a casa de nuestro amigo Ángel, que por las horas que ya eran, ya nos debería estar echando en falta. Nos costó dar con la calle que conducía a casa de su familia, pero tras haber recorrido de arriba abajo la calle principal de Úbeda un par de veces como mínimo, y tras haber fracasado a la hora de localizar la casa con los móviles que tenían GPS (el mío desde luego no, en el tema de la tecnología móvil siempre he ido algo retrasado voluntariamente, siempre me ha parecido pretencioso cambiar de móvil cada vez que saliera al mercado uno nuevo) nos tuvimos que fíar de la memoria fotográfica de Juan Carlos, que como ya había estado allí el año anterior sabía – o eso se suponía – llegar hasta la casa de Ángel. Al final dimos con la calle que teníamos que coger, tan estrecha que no hubieran cabido dos coches a la vez si se hubiera dado el caso. Esa calle nos condujo hasta una plaza no excesivamente grande con una fuente en su centro y unos árboles que a esa hora apenas daban más sombra que la que proporcionaban sus copas alrededor de sus delgados troncos. Saliendo de esa plaza por otra calle esta vez algo más ancha, pero no mucho más, es donde estaba la casa de Ángel.

La casa del abuelo de nuestro anfitrión en Úbeda, es una típica casona andaluza de dos plantas, la baja donde se suele hacer la vida social y la primera donde se encuentran las estancias más privadas de la familia; creo recordar también que la casa tenía buhardilla usada como trastero para objetos viejos y recuerdos, pero esto ya no lo puedo concretar porque no recuerdo haberlo visto ni haber preguntado por ello. La fachada que da a la calle estaba encalada en la planta baja y con la piedra vista en la primera; las ventanas de la planta baja ocupaba la práctica totalidad de la altura de la planta, y en la primera planta había cuatro balcones con sus rejas de hierro y sus persianas de lamas verdes. La imagen de la casa de primeras ya se salía de toda suposición e imagen que podía llevar yo hecha en mi mente, lo que la noche anterior soñé que podía ser se quedaba más que corto con lo que mis ojos estaban viendo en aquel presente ya pasado. A parte del cuerpo principal de la casa había adosado a la misma un pequeño garaje, bueno lo que hoy día llamamos garaje pero que estoy seguro que en su día fue simplemente el lugar destinada a los carros y carretas que hubiera en la casa. Para que Juan Carlos aparcara el coche, lo primero que hicimos fue bajarnos todos de él y vaciar el maletero de nuestras pertenencias y equipaje. Una vez aparcado el coche y cada cual con su maleta o bolsa de viaje nos dirigimos a la entrada de la casa. Aquí vienen a mi mente imágenes bastante claras. La puerta que daba a la calle, de madera, daba paso a un zaguán de azulejos destinado a servir de salita de espera recogida de la intemperie de la calle y a salvo de ojos indiscretos, donde las visitas pueden esperar a que los moradores de la casa les abrieran la puerta y recibieran bienvenida. Como digo el zaguán de espera estaba forrado de azulejos, ¿o eran simples baldosas hasta media pared? Eso no lo tengo muy claro. A parte de ello, delante nuestro estaba la puerta que ya sí daba acceso a la casa propiamente dicha, una puerta cuya presencia por sí sólo hacía pensar en que lo que había detrás iba a ser imponente. En el zaguán también había colgado del techo, si n recuerdo mal, un farol que iluminaría esta estancia de espera durante la oscuridad de las noches andaluzas. Llamamos al timbre, o al picaporte cuyo ruido siempre es más contundente de un “ring” de un timbre convencional. A los pocos minutos de espera la perra de Ángel, Duquesa creo recordar que se llama, fue a darnos la bienvenida perruna a base de ladridos y gruñidos, hasta que sus dueños llegaros. No sé si fue Ángel en persona, su madre o su abuelo, pero da igual porque una vez dentro si sé que estuvieron todas las personas que he nombrado para darnos su más cordial bienvenida a la ciudad de Úbeda y a su casa.

La casa donde íbamos a pasar unos días, era una señora casa. Su planta se podría resumir diciendo que tenía forma de letra “T”. La fachada y el cuerpo principal de la casa, la que da a la calle sería la barra horizontal que corona la “T”, mientras que el cuerpo vertical de la letra quedaría perpendicular a la calle. La parcela donde se asentaba la casa era de forma irregular pero más o menos rectangular, por lo que aquellos espacios no ocupados por la construcción estaban destinados al patio ajardinado, la piscina y una pequeña zona de porche cubierto. Desde la entrada principal de la casa en línea recta se accedía a través de una puerta ventana al jardín. Este jardín a pesar de no ser como los típicos patios andaluces por no estar rodeado por sus cuatro costados por la vivienda, sí daba la sensación de paz, tranquilidad y frescor típicos de los patios tradicionales. Se podía decir que el patio estaba dividido como en dos partes diferenciadas, una primera llena de vegetación, con sus flores, árboles y arbustos que daban sensación de cerrazón al patio y proporcionaban un frescor muy agradable al mismo. Esta primera zona del patio en su centro tenía una pequeña fuente, o eso al menos me parece recordar, pero de la que no salía ningún sonido que hiciera recordar el agua, junto a la fuente si mis recuerdos no están demasiado difuminados por el paso del tiempo también había unos bancos destinados al reposo tranquilo de los moradores de aquella casa. La segunda zona diferenciada del patio no tenía ya tanta vegetación, simplemente algunos rosales u otro tipo de plantas florares y una parra u otro tipo de árbol que cubría el cielo e impedía que los rayos de sol y su consiguiente calor golpearan dicha zona haciéndola muy agradable, pero lo que sí tenía era algún que otro instrumento antiguo de labranza, como los que en casi todos los pueblos adornan las diversas estancias de las casas de nuestros abuelos y que sin ellos quererlo, o quizá sí queriéndolo, dan un aire de nostalgia a esas viejas casas que podrían contar miles de historias antiguas. Al final de esta zona de patio, protegida por la derecha por el cuerpo vertical de la “T” que forma la casa y por la izquierda por una tapia y la casa de los vecinos, se gira a la derecha para pasar a través de una zona de “porche” donde había una mesa de hierro y cristal redonda donde en los días sucesivos que pasamos allí gastamos muchas horas jugando a las cartas y charlando muy a gusto protegidos del sol de justicia que azota aquellas tierras. Justo encima de esta zona cubierta se situaba la habitación de Ángel, nuestro anfitrión. Este pequeño porche daba acceso a otra zona de patio en la que ya apenas si había vegetación, salvo un árbol cuyas flores, de un morado intenso, adornaban todos los rincones. En este segundo patio es donde se encontraba la piscina, lugar tan deseado por nosotros después de aquel viaje tan largo en coche que empezó tan temprano por la mañana en Madrid. A este segundo patio se podía acceder también por la zona de la cocina a través de una puerta de madera antigua, típica de las casas de pueblo que daba a otro patio, aunque quizá la palabra más adecuada no sería patio ya que era simplemente otra zona de la casa usada para almacenar trastos viejos de gran tamaño que no cabrían en otro lugar. A la zona de la piscina también daba una pequeña estancia, una especie de trastero o cuarto de objetos viejos y antiguos; pequeña no por tamaño sino por estar tan abarrotada de estos trastos que apenas había espacio para que varias personas estuvieran dentro a la vez. En dicha estancia había una mesa de ping-pong que también usamos bastante siempre que otro de los compañeros que estuvo allí también de Villaverde dejaba hueco y no la acaparaba para él, aunque no era muy cómodo jugar por la falta de espacio.

Volviendo al interior de la que iba a ser nuestra casa aquellos días, como dije nada más entrar en la misma pasamos a un gran recibidor alargado con paredes de azulejo hasta media altura, con un techo de altura considerable, y adornado con arcones y cofres antiguos que sabe dios qué recuerdos guardarían además de con diversos cuadros y objetos antiguos de pueblo. A este gran recibidor, con el que quedé completamente sombrado, daban varias estancias: a la izquierda de la entrada desde la calle había un baño, bastante útil si estabas en la planta baja para no tener que subir a la planta de arriba donde había otros dos baños más; además del baño a este gran recibidor también daba una habitación amplia en el lado de la calle que tenía dos grandes ventanales de los que se veían desde el exterior de la casa, fue en esta habitación donde se acomodaron Chema, Juan Carlos y Miguel en tres camas dispuestas para la ocasión. En el otro lado del recibidor había una salar de estar donde había una televisión, que se usó poco durante aquellos días, con su Play Station, una mesa camilla redonda que me recordó a la que tengo yo en mi casa en Madrid, y a la que suele tener todo el mundo en sus casas; esta sala también contaba con un par de sofás y sillones y un par de muebles aparador con cajones. Esta sala de estar formaba parte ya de ese trazo vertical de la “T” por lo que tenía forma alargada y por cuya ventana se veía el patio ajardinado. Al final de este gran recibidor en el que estábamos siendo bienvenidos estaba la escalera que daba acceso a la planta superior, a la zona más privada de la casa; a la izquierda de la escalera había una zona que en mi memoria no está tan claramente delimitada, que daba acceso a la cocina y a una serie de estancias muy en bruto conservadas que hacían las veces de alhacena, almacén de alimentos, despensa y posteriormente la cocina; esta era una zona con muchas puertas que conectaban varías partes de la casa y el patio.

Si la planta baja de la casa me dejó con la boca abierta por lo bonita y típica que me parecía la primera planta ya terminó por rematar dicha impresión y me dejó aún más impresionado. Ahora ya sí que todo aquello que me había imaginado la noche anterior, lo que hubiera soñado encontrarme en Úbeda quedaba completamente volatilizado por la realidad brutal y aplastante que estaban viendo mis ojos. La escalera estaba compuesta por dos tramos y estaba jalonada en las paredes por cuadros pintados por un familiar de Ángel que ahora mismo no recuerdo quien era; también recuerdo que en descansillo entre los dos tramos de escalera había un enorme arcón de madera y del techo colgaba un farol también bastante grande, además en la pared final de la casa se abría un gran ojo de buey decorado con un vitral de colores (o era blanco) que dejaba pasar la luz natural tan hermosa de aquella tierra. La escalera terminaba en una puerta acristalada con marcos de madera y tiradores sobredorados que daba acceso a la planta superior. Atravesada dicha puerta mis ojos se encontraron en otro mundo, en otra época, una gran estancia alargada llena de muebles antiguos y vitrinas de cristal llenas de pequeños objetos, platos, adornos de porcelana y cristal, recuerdos de toda una vida seguro. El recuerdo más vivo de esa sala era el color amarillo del suelo de baldosas de loza con formas geométricas si no me engañan mis recuerdos, sus sillones orejeros que perfectamente podrían haber estado decorando alguna estancia de alguna mansión o casa señorial, o incluso algún palacio real. Que sala tan extraordinaria. Mirando desde la escalera a lo largo de la pared izquierda de dicha sala se abrían varias puertas que daban a diversos dormitorios, el primero el de la madre de Ángel, posteriormente una puerta de un baño, y luego la puerta de la habitación del abuelo de nuestro anfitrión, que en verdad era nuestro anfitrión real. Al final de la “gran sala” estaba la que sería mi habitación. Esta habitación, que tuve que compartir con otro de los compañeros con los que iba y de cuyo nombre, parafraseando a Cervantes nuestro gran escritor patrio, no es que no pueda sino que no quiero acordarme (aunque todo el mundo sabe lógicamente quién es, prefiero no incluirle para no distorsionar mis buenos recuerdos de aquellos días); esta habitación como digo estaba atestada de libros, películas y juegos antiguos de cuando Ángel y su hermana eran pequeños y muy probablemente dormían en esa habitación. Mi cama estaba cerca del ventanal que iba desde el suelo hasta el techo, y la de mi compañero de habitación estaba cercana al baño, porque aunque parezca mentira teníamos baño “propio” en nuestra habitación y además con vistas ya que daba al patio que he descrito anteriormente. Volviendo a la gran sala, justo nada más acabar la escalera y pasar la puerta acristalada, a la derecha se había una pequeña puerta, casi secreta que comunicaba con la planta baja, con la zona de la cocina, por una escalera oscura. Pero todavía quedaba otra estancia más en aquella magnífica casona andaluza en que íbamos a vivir. De la gran sala amarilla salía otra gran sala en perpendicular para formar el cuerpo de la “T”, formada por dos habitación, un gran comedor y al fondo del mismo otro cuarto conquistado por Ángel y transformado en su habitación por, según él, ser la más fresquita de toda la casa, cuya única ventana daba además a la piscina, si quisiera podrían saltar desde ella y caer dentro de ella para refrescarse.

Esta iba a ser nuestra casa durante aquellos tres días que íbamos a pasar en Úbeda todos juntos. Una vez cada cual nos acomodamos en nuestra habitación correspondiente, bajamos a comer a la cocina donde nos estaba esperando toda la familia de Ángel para comer juntos. Ya había hambre. La primera comida que hicimos allí fue pasta con calamares, gambas, alguna verdurita y quizá también algún que otro mejillón. La verdad es que estaba muy buena, nunca había comido un plato de pasta de ese estilo. La cocina donde dimos cuenta de la pasta era típicamente de pueblo, casi una cueva con una ventana que daba a la piscina en un extremo, donde estaba también la mesa rodeada de sillas por un lado y de un banco corrido por el otro. Todo estaba ya dispuesto cuando nos sentamos a la misma para comer, y todos comimos a gusto empezando a tomar contacto con la familia de Ángel, su abuelo, su madre y su hermana. Una vez que comimos el postre, entre todos quitamos la mesa para volver a dejar la cocina como si allí no hubiera pasado nada. Tras haber comido volvimos a nuestras habitaciones para terminar de tomar contacto con las mismas y deshacer relativamente las maletas para poner nuestra ropa en los armarios que nos habían dejado para esa misión. En mi habitación entre mi cama y la de mi compañero había una cómoda con cajones que usamos tanto él como yo para dejar nuestra ropa, pantalones cortos, camisetas, polos y ropa interior. Sinceramente me alegré en un primer momento al saber que iba a compartir cuarto con quien me tocó, ya que era con quien mejor me llevaba y más tiempo pasaba en la universidad, sin embargo pocas palabras cruzamos durante aquel viaje y las que cruzamos al final no fueron como me imaginaba que iban a ser. Supongo que el reparto de habitaciones se hizo de acuerdo a la afinidad que teníamos entre nosotros, Ángel por ser el anfitrión tenía habitación para él solo en la planta de arriba, mientras que Miguel, Chema y Juan Carlos como ya he dicho compartían una habitación de la planta baja supongo que porque ente ellos se llevaban muy bien al haber compartido todo el año juntos en clase en la universidad. Supongo que el reparto fue por afinidad aunque tiempo después cuando le pregunté por este hecho a mi compañero de habitación me dijo que él pensaba que no era por eso sino simplemente por casualidad, así veía él las cosas. Sea como fuere, ya estábamos todos acoplados a aquella casona ubetense.

Una vez descansamos un rato después de comer, en una especie de siesta sin sueño ni dormir, decidimos probar la piscina, a ver qué tal estaba el agua. La verdad es que aquello era el paraíso, el calor que hacía desapareció en cuanto nos metimos en el agua y nos pusimos a hacer el payaso, al menos yo que a la mínima que veo una piscina en lo único que pienso es en tirarme “a bomba” e intentar salpicar todo lo que pueda. Eso hice en numerables ocasiones aquella tarde, entrar y salir constantemente del agua para volver a meterme de manera estrepitosa y violenta intentando saltar lo más alto posible para poder tener tiempo de encerrarme sobre mí mismo como un armadillo y caer hecho una bola al agua para poder desplazar hacia el exterior la mayor cantidad de la misma con la intención, siempre ilusoria, de vaciar la piscina. Hubo un par de ocasiones en que hice una bomba conjunta con Miguel y Ángel, tirándonos cada uno desde un lado de la piscina para poder hacer un pequeño tsunami. Y casi se consiguió, la violencia con la que nos metimos en el agua provocó unas olas en la piscina que se precipitaban hacia el exterior. Fue alucinante. Para haberlo grabado. Vaya grupo de bestias. Pero sin duda lo que más recuerdo yo, y estoy seguro que también todos los que estuvimos allí es ver a Miguel bañarse con sus gafas de sol, como un mafioso descansando después de haber recibido un gran alijo de contrabando y estando seguro de que las policía no lo iba ni a oler durante mucho tiempo. Allí metidos estuvimos un buen rato disfrutando de esa luz tan blanca que manda el sol en aquellas tierras andaluzas, descansando en remojo, charlando entre amigos, pensando en qué íbamos a hacer aquella noche, cuáles eran los planes para la barbacoa de bienvenida que íbamos a tener en ese mismo patio al lado de la piscina y a la que aparte de todos nosotros también iban a venir varios amigos de Ángel de Úbeda.

Aquellas primeras horas en casa de la familia de Ángel se me pasaron como en una nube, todo lo que siempre había soñado en mi vida estaba pasando: estaba con amigos pasando unos días de vacaciones en verano, disfrutando con ellos en este caso en Úbeda, en una piscina en la casa de un amigo. Todo era perfecto, todo era emoción y alegría. Pero también estaba nervioso por la barbacoa que íbamos a celebrar, algo temeroso en cierta medida por no saber comportarme entre personas de mi edad como se supone que alguien de mi edad debería actuar en situaciones parecidas a las que iba a vivir en unas horas allí. Los nervios que había tenido por la mañana a la hora de partir de Madrid, y que una vez llegamos a Úbeda desaparecieron, volvían. No es que no quisiera que llegase aquello, todo lo contrario, pero lo que a lo mejor para mis amigos era algo normal y habitual el quedar y organizar una especie de fiesta/guateque para pasarlo bien entre amigos, para mí no era tan normal, no era para nada normal, sino más bien todo lo contrario, aquello era extraordinario y excepcional por ser infrecuente en mi vida. Pero allí estaba, y es donde quería estar pero a veces por muchas ganas que se le ponga a algo no quita los nervios y el miedo que se puede tener a lo desconocido por no ser habitual, miedo a quizá no estar a la altura de las circunstancias. Mi sueño se estaba cumpliendo y eso era lo que intentaba hacer que prevaleciera en mis pensamientos, eso era lo bueno, lo único que importaba. Pero todo lo que pasó después deberá esperar a la siguiente entrega.

Caronte.

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