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Si
esa mañana estaba allí, delante del rascacielos más alto de la Capital, era
porque un par de meses atrás se había inscrito en una oferta de trabajo, o
mejor dicho en una oferta para obtener una beca en una gran Multinacional. La
torre era la sede de la Multinacional. Y allí estaba él a la sombre de la
torre, haciendo tiempo para entrar y acercarse al control de entrada donde
tendría que preguntar por una mujer.
La
mañana estaba fresca pero lucía un sol radiante que arrojaba la sombra de la
gran torre sobre el suelo y sobre otras torres semejantes, aunque no tan altas,
construidas en los momentos álgidos del boom del ladrillo, antes de que la
burbuja inmobiliaria terminara de explotar y de llevarse por delante el empleo
de muchas personas y el futuro de otras muchas que estaba por venir. Antes de
entrar en la torre nuestro joven aspirante se dijo que tenía tiempo de sobra
como para rodear toda la torre y así lo hizo. Había mucho movimiento a su alrededor,
ésa era una zona financiera, donde muchas empresas importantes tenían su sede,
donde se movía parte de la economía del país. Todo el mundo iba con traje y
parecía tener prisa. Él estaba tranquilo, todavía tenía como cuarenta minutos
para que llegara la hora en que había sido citado.
Era
su tercer proceso de selección serio. Había acabado la carrera hacía seis meses
y aunque todavía no había pasado demasiado tiempo y encontrarse en paro era
algo más que normal, él estaba ansioso por empezar a trabajar. Pero por muchos
currículos que enviara a empresas, nunca recibía respuesta. Era desesperante:
se sentía inútil y perdido.
Miró
el reloj y vio cómo la hora de la cita se estaba acercando. Decidió dejar de
deambular por los alrededores de la torre y pasó al gran atrio de la misma. Las
puertas giratorias de cristal le condujeron lentamente a un gran espacio
luminoso, de una altura considerable, donde había dos mostradores, uno a la
izquierda vacío, y otro a la derecha con tres mujeres jóvenes que atendían a
mucha gente. Se acercó a este último y esperó su turno. Le atendió una joven
muy guapa con acento insular, le pidió su documentación y le preguntó a qué
iba. Él contestó que tenía una entrevista de trabajo. La joven le dijo que
pasara por el control de seguridad y que después esperara en unos sillones
colocados en mitad de todo el espacio diáfano del atrio de la torre hasta que
alguien viniera a por ellos.
Ellos
eran otros jóvenes más o menos de su edad que estaban dispersos por varios
sillones esperando como él. En el fondo para lo que estaban todos allí no era
una entrevista de trabajo clásica de toda la vida, sino una dinámica de grupo:
una invención moderna que se supone demuestra mejor quién vale para un
determinado puesto de trabajo o no. Él ya había hecho una prueba de ese tipo en
otra gran empresa, el problema es que no sabía muy bien si le había salido bien
o no. Ese tipo de pruebas no tienen un resultado único y por tanto quienes se
someten a ellas quedan a disposición de lo que quienes dirijan la prueba
decidan. A él desde luego no le habían vuelto a llamar de la empresa donde hizo
dicha prueba.
Ya
sentado en el sofá empezó a ponerse un poco más nervioso. Estaba un tanto
alejado del resto de candidatos, y por tanto rivales. La palabra rivales nunca
le gustó y prefería evitarla si podía, lo que pasa es que la realidad siempre
vence y supera cualquier principio personal y a pesar de todo, esos jóvenes
candidatos eran sus rivales esa mañana. A pesar de la distancia a la que se
encontraba les escuchaba hablar y relacionarse, parecía que algunos se conocían
de antes, otros simplemente se presentaban y charlaban un poco para mitigar
nervios y quizá también como técnica de guerra: para conocer, aunque fuera
ligeramente, a sus rivales. Él prefirió esperar un tanto apartado, tranquilo y
respirando profundamente.
Justo
en el momento en que las agujas de su reloj daban las once y media, hora a la
que había sido citado en la torre de la Multinacional, apareció por uno de los
extremos de atrio una chica, también bastante joven y también con acento
insular. Él tuvo la impresión de que todas las chicas que trabajaban en la
torre eran insulares. Dejó pasar ese sentimiento. El grupo de candidatos, ocho
en total, siguieron a la chica que les había bajado a buscar. Les condujo hacia
la zona de ascensores. Una zona oscura y brillante, futurista, casi galáctica pensó
él. Poco esperaron hasta que uno de los cuatro ascensores apareció y abrió sus
puertas para que subieran. Y subieron.
El
ascensor les condujo hasta la planta 18, más o menos hasta la mitad de la
torre, como posteriormente él pudo comprobar al terminar la dinámica de grupo.
En apenas unos segundos se habían elevado desde el nivel del suelo hasta más de
cien metros de altura y lo habían visto gracias a que el ascensor era de
cristal y proporcionaba unas vistas inmejorables. Salieron del ascensor y
siguiendo a la chica llegaron hasta las oficinas propiamente dichas. Entraron
en una sala más o menos amplia con una mesa alargada y rectangular, con cuatro
sillas por lado, situada en medio de la sala, preparada con papeles, unos
bolígrafos, un vaso y una botella de agua mineral para cada candidato.
Dentro
de la sala había dos mujeres de pie recibiéndoles. Una de ellas era una
responsable del departamento de recursos humanos de la Multinacional y la otra
era compañera de la chica que había bajado a por los candidatos. Los ochos se
sentaron como quisieron, al libre albedrío. Él lo hizo en el segundo sillón
contando desde el extremo de la mesa donde estaban las mujeres que iban a
llevar y dirigir el proceso de selección. En su lado de la mesa había otros
tres chicos. En el lado opuesto había dos chicos más y dos chicas. Allí la
igualdad brillaba por su ausencia, salvo en el equipo de selección que estaba
compuesto en su totalidad por mujeres. Ese desequilibrio de sexos le pareció
muy curioso a nuestro joven candidato, lo que le hizo sentirse un poco extraño,
ligeramente intimidado por quedar en manos de la decisión de tres mujeres,
siendo tantos hombres en liza.
Sentados
todos ya en unos sillones giratorios bastante cómodos, la mujer responsable de
recursos humanos de la Multinacional se presentó ella misma y a las otras dos
mujeres, algo más jóvenes, que serían las verdaderas encargadas de la
selección. La mujer habló sobre la Multinacional y explicó un poco a qué se
dedicaba y en qué consistía la beca a la que estaban optando y cómo seguiría el
proceso de selección y el futuro que podrían tener los que al final
consiguieran dicha beca. Nada de lo que escuchó en esa exposición y en un vídeo
que les pusieron a continuación le entusiasmó mucho a nuestro joven candidato.
Él se esperaba otra cosa y ante todo no aspirada a trabajar toda su vida en una
empresa cuya actividad principal distaba tanto de lo que había estudiado.
Tras
la explicación de la mujer, una de las chicas más jóvenes que se encargarían de
la dinámica de grupo les pidió que si se sentían cómodos, formalismo más que
absurdo en esa situación, que realizaran una pequeña y breve introducción o
presentación de ellos mismos al resto de aspirantes para que se conocieran
mejor, pero en inglés. La petición, aunque a él no le pillaba por sorpresa, le
trastocó sus planes e ideas sobre cómo iba a ser la prueba. Pero había que
asumirlo y lo hizo.
Fue
el segundo en hablar de entre todos los candidatos y tras escuchar al rival o
compañero de prueba que tenía sentado a su izquierda fue él quien se presentó:
–
Hola, buenos días. Me llamo... Soy de la Capital y he estudiado Ingeniería
de... Terminé la carrera hace seis meses y desde entonces estoy buscando
trabajo. No he realizado ni realizo ninguna práctica en ninguna empresa ni
ninguna beca. Estoy interesado en trabajar para la Multinacional porque creo
que es una gran oportunidad para ampliar mis conocimientos en un campo técnico
que durante mi carrera no he tocado mucho. Además creo que la beca que se nos
ofrece es una buena oportunidad para empezar a trabajar en el ámbito
internacional y desarrollarme personalmente.
No
dijo nada más porque no sabía qué mas decir. De hecho tampoco había mucho más
que decir. Pasado el trance de hablar por primera vez y después de constatar
que no se había puesto tan nervioso como esperaba y que lo había hecho mejor de
lo que pensaba, se relajó ligeramente y escuchó al resto de los candidatos y
compañeros de prueba. Así pudo comprobar cómo de los ocho que eran en esa
prueba de selección cuatro eran del norte del país, las dos chicas y dos chicos
más, y sólo uno más de la Capital como él. Todos habían estudiado carreras
técnicas e ingenierías relacionadas con la principal actividad de la
Multinacional y hablaban de su interés en diferentes campos de los que él nunca
había oído hablar. Varios habían ya estado de becarios en algunas empresas,
otros estaban en esos momentos trabajando y casi todos habían hecho alguna
estancia en el extranjero, ya fuera para mejorar su inglés o para estudiar
algún máster.
Al
ir oyendo a sus rivales, ahora ya sí que no había dudas de que eran sus rivales
por ese puesto, se fue dando cuenta de que él estaba fuera de lugar y que se
había quedado muy atrás en cuanto a formación. Había estudiado una carrera que
se suponía que simplemente por el mero hecho de nombrarla, o así se lo habían
hecho creer, todo el mundo debería genuflexionarse a su paso. Allí vio que eso
no era así. Había vivido una mentira. Aunque para ser justos tampoco se puede
hablar de mentira cuando él mismo hacía tiempo, hacia la mitad de la carrera,
se había dado cuenta del castillo de cartón en el que estaba. Ahora sólo
quedaba aceptarlo. No podía hacer otra cosa.
En
mitad de esos pensamientos la ronda de presentaciones en inglés acabó. La mujer
de recursos humanos de la Multinacional se despidió de los candidatos y dejó al
mando de la selección a las otras dos mujeres jóvenes. Éstas una vez solas en
la sala frente a sus posibles víctimas explicaron en qué iba a consistir la
dinámica de grupo que iban a realizar los ocho.
–
En una primera etapa os vais a dividir en dos grupos de cuatro. Un grupo seréis
un lado de la mesa y el otro, otro. Como veis en las pantallas – dijo la chica
que había bajado a por ellos a la recepción de la torre señalando dos monitores
colgados de las paredes – tenéis un caso práctico explicado.
Dejó
unos segundos para que todos asumieran las primeras palabras y consignas para
proseguir con su explicación a continuación:
–
Os pongo en situación. Formáis parte de la tripulación de una nave espacial que
está en la Luna. Habéis sufrido un accidente y habéis tenido que alunizar muy
lejos de la base. Y ahí llega el problema que debéis resolver bajo consenso.
Debéis llegar hasta la base en la luna y para ello podéis llevar con vosotros
únicamente cinco elementos de los que podéis ver en la lista en las pantallas. Cada
grupo debe acordar qué lleva y el orden en que escoge los objetos.
Hubo
otro silencio de asimilación entre los ocho candidatos que alternaban sus
miradas entre las dos pantallas, y la chica que les estaba explicando la
situación.
–
Tenéis en primer lugar cinco minutos para echar un vistazo y apuntar lo que
queráis en el folio en blanco que tenéis delante. Esto de momento lo hacéis de
manera individual. ¿Alguna pregunta al respecto?
No
hubo preguntas. La chica dio inicio a la prueba y a los cinco primeros minutos
de la misma. Todos los aspirantes se dispusieron a leer el caso práctico en las
pantallas y los diferentes objetos entre los que debían escoger cinco. Como
punto de ventaja para nuestro joven aspirante hay que señalar que el caso que
tenía delante no era del todo extraño para él ya que cuando realizó la primera
prueba de esas características para otra gran empresa había investigado un poco
y había dado con un caso, si no igual muy parecido. Sabía lo que tenía que
hacer. No perdió la calma y se puso a leer los objetos entre los que había que
escoger: oxígeno, leche en polvo, alimentos concentrados, agua, lona, cuerda,
linternas, brújulas, mapa celeste, bengalas, pistola, hornillo, emisor/receptor
de FM, etc.
Con
mucha calma y cabeza fue apuntando en el folio en blanco los objetos que
podrían ser de alguna utilidad: oxígeno, agua, cuerda, alimento concentrado,
leche en polvo, radio FM, mapa celeste. Entre esos primeros seleccionados
señaló aquéllos sobre los que no admitiría duda alguna: oxígeno, agua y mapa
celeste. Una vez hechos los apuntes correspondientes miró a sus rivales y vio
que algunos miraban a la pantalla y otros apuntaban y subrayaban cosas. Él
estaba tranquilo y se sentía seguro de lo que había hecho.
El
tiempo pasó y la joven insular que dirigía la prueba volvió a hablar:
–
Ahora tenéis diez minutos para discutir y consensuar con vuestros compañeros de
grupo qué cinco objetos escogéis. Si no tenéis preguntas el tiempo empieza a correr.
Volvió
a no haber preguntas y el tiempo comenzó. Para hacer la discusión algo más
cómoda nuestro candidato decidió mover su sillón hacia atrás de tal manera que
quedara un hueco entre él y la mesa para que uno de sus compañeros momentáneos
de grupo se colocara allí y formaran entre los cuatro una especie de círculo
asambleario. Empezaron a discutir. Pronto uno de los cuatro aspirantes, un
norteño, pareció tomar la iniciativa e intentó dominar al resto. No lo
consiguió del todo.
Lo
primero que hicieron en el grupo de nuestro aspirante fue nombrar cuáles eran
los objetos que cada uno de manera individual habían elegido. Coincidieron
todos en tres elementos: el oxígeno, el agua y el mapa estelar. Los otros dos
objetos levantaban más dudas. Discutieron más o menos técnicamente sobre
algunos objetos entre ellos el alimento y la leche, la brújula magnética que
uno de ellos había escogido en una primera selección sin caer en la cuenta de
que en la Luna las brújulas terrestres no funcionan, y también la radio.
A
pesar de que todos intervenían en la discusión, nuestro candidato se dio cuenta
pronto de que le estaban comiendo mucho terreno y no le dejaban casi exponer
sus ideas. No hizo nada para remediarlo. Apuntaba algo de vez en cuando, pero
se vio superado por los demás sin saber muy bien cómo reaccionar. No estaba
cómodo a pesar de que había elegido todos los objetos que sus compañeros tenían
y había logrado también anular al norteño que había empezado con mucha fuerza
pero que poco a poco se fue desinflando debido a la elección que hizo de varios
objetos más que absurdos e inútiles en la Luna.
Caronte.
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