miércoles, 20 de agosto de 2014

¿Y si no sé escribir?

He de reconocer una cosa: no sé escribir. Lo sé, es duro aceptarlo, pero es así. Por más que lo intento lo único que soy capaz de escribir son pequeños artículos, o bueno, quizá no tan pequeños sobre cosas que se me pasan por la cabeza. Pero escribir lo que se dice escribir, no sé. Soy incapaz de articular una historia con un principio, una trama y un desenlace. Por mucho que me pongo no me sale nada. Pero bueno me consuela saber que en su día tampoco sabía montar en bicicleta, y aunque me costó mis años aprender, al final lo hice a pesar de que no soy ningún Induráin hoy en día sí sé montar en bicicleta. Tampoco hace cinco años cuando empecé la universidad tampoco sabía cómo diseñar y construir una carretera, un puente, una presa o un puerto, y ahora después de cinco años y a falta del último curso…..bueno creo que tampoco sé hacer nada de esto. Vaya este argumento no me vale para la justificación que estoy haciendo. Ya me he vuelto a colar, pero bueno escrito está y no lo voy a borrar, de algo servirá.

Me gusta escribir. Es algo que he descubierto este último año. Algo que en el fondo rondaba dentro de mí, y yo lo sabía pero que no terminaba de materializar en nada. Hasta que la pasada Navidad, en una pantomima general que hago con unos compañeros y algún que otro amigo llamada “Amigo invisible”, mi amiga invisible me regaló un libro y un marco con una frase muy bonita de Francisco Umbral – el de “Mercedes yo he venido aquí a hablar de mi libro, y no estoy hablando de mi libro”- que dice: “Escribir es la manera más profunda de leer la vida”. Quizá fue ese el punto de inflexión que tuve y que me decidió a ponerme a escribir y a empezar un blog. O puede que aquello que terminó por cambiarme el chip y descubrirme de verdad aquello que más me gusta, como son las letras fuera mi propia carrera, esa que nos sumerge sin mirar atrás en un mundo muy cerrado casi sin posibilidad alguna de escapar de él si no quieres ser visto como un bicho raro por todos aquellos que te rodean. Quizá ese mundo que si nada lo remedia, o mejor dicho, si no lo termino remediando me espera en el futuro y al que me he dado cuenta que no quiero pertenecer haya hecho que las letras volvieran a cruzárseme en mi camino y yo terminara por cogerlas.

Pero aún así no sé escribir, o al menos eso pienso yo. Bueno escribir sé, lo que no sé, para ser más claro y explícito es narrar en condiciones. Puede que haya escrito alguna vez algo que mereciera la pena ser escrito, pero por regla general lo único que soy capaz de narrar son cosas que he vivido, o sentido, o que se me crucen por la cabeza. Nada más. No digo con esto que eso no se me dé bien, aunque sé que solo unos pocos artículos del blog merecen la pena, el resto son para rellenar. Sé que todavía me queda mucho, todo un mundo, para poder considerar que sé escribir, o narrar, como queráis. Y también sé que es probable que nunca pueda considerarme escritor como tal. Admiro mucho a esos grandes escritores como Javier Marías, Eduardo Mendoza, Mario Vargas Llosa, o Arturo Pérez Reverte, por citar simplemente algunos escritores en lengua castellana que están vivos, y sé que nunca podré ser como ellos por mucho que quiera, o por mucho esfuerzo que le ponga. Tampoco sé si en el fondo quiero ser como ellos, no sé si tengo madera de escritor, porque lo que sí tengo claro es que el escritor nace. No se puede hacer un escritor de la nada; un escritor lo es desde el primer segundo de su vida fuera del útero materno y desde ese momento en adelante siempre será escritor. Pero también es posible que haya escritores que no lo sepan, que nacieran siéndolo pero que nunca lo descubriesen. Esa es otra cuestión también interesante.

Lo primero que un escritor, o alguien que sienta en su interior que las letras bullen en su corazón, y corren por sus venas, es leer. Devorar libro tras libro como si la vida se fuera a acabar mañana y el tiempo se acabara. Leer es el principal trabajo obligatorio de todos aquellos que amamos las letras y que sentimos que tenemos más que ver con su mundo que con cualquier otro. Pero la única obligación que un escritor tiene que tener, lo único que debería hacer es vivir. Porque de vivencias se nutren las historias que se cuentan en los libros. Quien lee y siente ese torrente de letras dentro de sí mismo, sabe que los libros por muy de ficción que sean siempre son reales, y las historias que se cuentas por muy fantásticas que sean, siempre tienen un punto de verdad, siempre tienen lugares a los que recuerda y que existen, y personajes inspirados en personas de carne y hueso que alguna vez se han cruzado en la vida del escritor, ya sea de manera íntima o simplemente de paso. Todo lo que aparece en los libros tiene su contrapunto en la realidad, en el día a día, en el momento presente. Es posible que un libro esté ambientado en la Baja Edad Media, que su autor se haya documentado perfectamente sobre los modos de vida de la época y que aparezcan personajes históricos que existieron en la realidad, pero todo lo demás sigue siendo presente. Por eso el escritor debe vivir, y debe leer. Vivir porque sin vivencias no hay historias que contar y menos que sean creíbles; lo que no se vive no se puede describir ni narrar, sólo amando se podrá escribir sobre el amor, sólo sangrando se podrá describir el dolor. Pero también hay que leer, mucho, porque no se aprende a escribir sin imitar a otros escritores que antes que tú ya descubrieron su alma de letra.

No siempre que me pongo delante del ordenador – por desgracia eso de ponerse delante de un folio en blanco con un bolígrafo, o con una máquina de escribir pasó a mejor vida hace tiempo, aunque siga habiendo escritores que lo hacen así – me sale lo que quiero expresar en un artículo. Hace tiempo que dejé de intentar crear de momento nada más largo o ambicioso, porque sé de a día de hoy soy incapaz. Me basta con los artículos del blog, aunque también sé que pueden ser una mierda. Como digo no siempre que se me pasa una idea que creo que puede ser buena soy capaz de materializarla en un artículo. En más de una ocasión cuando me he visto totalmente obligado a dejar un artículo sin acabar porque sabía que lo que estaba haciendo rozaba lo miserable, casi como los artículos de opinión de La Razón. Esto puede llegar a ser frustrante, y lo ha sido muchas veces. Ver que tengo una buena idea en la cabeza, que incluso soy capaz de enlazar un par de argumentaciones y frases a su alrededor y cuando pretendo llevarlas al papel ver que no me sale nada más, es duro de aceptar. Es por eso que pienso que por mucho que quiera pensar que tengo dentro muchas letras que quieres salir, en el fondo no hay ninguna, que todo son sueños que se desvaneces en momentos de bloqueo. También es cierto que los buenos artículos que he escrito, o los que yo considero por encima de la media de los que he escrito los he hecho en varios empujones. Como a la hora de estudiar, al escribir no puedo estar mucho tiempo seguido haciéndolo, es como si las palabras a las que quiero dar salida a veces me impongan ratos de espera. Por esto ha habido artículos que he escrito en un par de días, mientras al mismo tiempo también escribía algún otro de bastante menor nivel.

No siempre que quiero puedo escribir lo que siento, pero también hay veces que sin querer con mucha fuerza escribir, sin sentir esa necesidad de poner por escrito alguna idea, o alguna vivencia personal, me pongo delante del ordenador casi sin ninguna esperanza y termino por escribir algo que luego miro y digo: “pues no está nada mal”. Es en estos momentos en los que la frustración que a veces siento al no poder escribir se convierte en ilusión por ver que en el fondo sí que tengo dentro palabras y letras, y que a lo mejor un día sin yo mismo querer, sin darme ni si quiera cuenta, me pongo delante del ordenador y me sale todo aquello que siempre he anhelado y que sé que debo guardar en algún lado. Incluso a veces, cuando sé que es lo que quiero escribir y cómo hacerlo, soy incapaz de llevarlo a la práctica; esto me pasó con el artículo “El bohemio burgués del cúter”, un artículo que prometí a un muy buen amigo y que me estuvo reclamando durante meses. No es que no quisiera aceptar el reto, o el encargo, todo lo contrario, me parecía buena idea y además había mucho y muy bueno que contar en el artículo. Lo que pasaba es que cada vez que intentaba empezarlo, no sabía cómo hilarlo, cómo contar lo que quería contar. Lo empecé tres veces, y casi lo acabo las tres veces, pero cuando llegaba casi al final del artículo me daba cuenta de que le faltaba algo, no sé el qué, pero algo le faltaba. Supongo que la propia presión que aunque no la quisiera admitir, sé que la sentía y me la autoimponía, hizo mucho a favor de esa imposibilidad de terminar el artículo, de verme incapaz de escribirlo. Supongo también que el querer quedar lo mejor posible con mi amigo, que el artículo le hiciera reír y le pareciera divertido me llevaba a exigirme mucho y quizá esa exigencia tan brutal no es buena para escribir. Al final logré escribir el artículo, una sola tarde y de manera bastante más rápida de lo que mis artículos más personales me habían llevado. Me sorprendí de ello, y por eso ahora no me exijo escribir nada nunca. El día en que tenga que salir algo de mi interior saldrá, y mis manos lo llevarán al teclado del ordenador.

Algunos amigos me dicen que los artículos que escribo muestran un pesimismo supremo. Es verdad, para qué voy a engañar, si algunos son pesimistas, casi todos. Pero es que soy incapaz de escribir nada que no sienta. Todos y cada uno de mis artículos muestran mi punto de vista sobre un tema, y en todos plasmo mi estado de ánimo en el momento en que los escribo. No puedo escribir sobre lo que no siento porque si no, a pesar de que ya mis artículos son bastante mierdas, saldrían cosas que no tendrían alma alguna. No le vería el sentido a escribir fingiendo un estado de ánimo que no tengo, me convertiría en un hipócrita, y en la escritura la hipocresía hay que dejarla a un lado. Obviamente sé que no soy gracioso escribiendo, si lo fuera pues escribiría un tratado sobre flatulencias humanas en sus diversas maneras de presentarse y salir al mundo, al estilo Camilo José Cela. Pero es que por muy gracioso que me pueda parecer el tema, sería incapaz de llevarlo al papel. No pretendo que mis artículos gusten más que a mí mismo. Esto puede sonar algo egoísta, pero de momento es así, el día que sea escritor y me dedique profesionalmente a esto pues entonces miraré que lo que escriba le guste a un público más amplio; pero como sé que ese día, por mucho que lo deseé, no dejará de ser un sueño, y los sueños pertenecen a Morfeo y su reino de la noche.

Si escribo de manera pesimista, con una visión del mundo dura, y mostrando mi vida en ese ámbito es porque es lo que a día de hoy domina mi día a día. Por eso quizá mis artículos no son muy leídos en el blog. Sólo aquellos que, como dice otro amigo mío, tienen carnaza parece que interesan a más gente o tienen más visitas. Son aquellos artículos en los que hablo mal de mi Escuela, o de mis problemas personales con una persona a la que un día consideré un verdadero gran amigo y con la que a día de hoy no me hablo (o sí me hablo pero no es buenos términos), o de mis propios sentimientos pesimistas son los que más tirón e interés suscitan. La excepción fue el artículo de “El bohemio burgués del cúter” que recibió aplausos de crítica y público como se suele decir con las películas y los libros. Que tenía que seguir en esa línea en mis artículos, me decían; a lo que yo respondo que todos son artículos míos y que por tanto todos muestran mis sentimientos. Si critico a mi Escuela por algo será, no soy objetivo por supuesto, pero porque no lo pretendo tampoco. Si cuento cosas que viví con quien un día fue mi amigo y ya no lo es, y resulta que se convierten ataques a su persona, pues mala suerte, es lo que viví y lo que siento, y no puedo fingir no sentirlo, sería cínico e hipócrita como lo son algunos compañeros de mi escuela con los que tengo que convivir. Toma carnaza. Los tiburones vendrán a ella como las moscas a la mierda, o las abejas a la miel (hágase las comparaciones cada uno con el ser vivo que prefiera). Me gustaría no tener que incluir ese tipo de carnaza en mis artículos pero si es lo que tira… No os preocupéis habrá carnaza, ya contaré las mujeres que en el último mes me han llevado a su cama…….[cri, cri, cri, cri]…… Bueno mejor me ciño a la realidad que la ciencia ficción todavía no es lo mío.

Ni puedo, ni quiero, ni debo escribir sobre aquello que no vivo o siento, y por eso escribo lo que escribo. Que no gusta, pues nada, que se le va a hacer, sé que no sé escribir todavía lo suficientemente bien como para formar buenos relatos. Creo que poco a poco, artículo tras artículo, me voy dando cuenta de que cada vez soy capaz de escribir más, y siguiente cierto orden. Me sorprendo a mí mimo muchas veces al recordar cosas que he vivido única y exclusivamente cuando pretendo contarlas en un artículo. Esto me ha pasado cada vez que he querido narrar algún que otro viaje con amigos; me cuesta ponerme a escribirlo porque pienso que no voy a ser capaz de recordar nada de esos viajes que tuvieron lugar hace algún que otro año, pero cuando me pongo con ellos poco a poco los recuerdo guardados en lo más profundo de mi mente van saliendo poco a poco a la luz. La mente humana es increíble y apenas las conocemos. Es capaz de guardar emociones, vivencias y sentimientos que hemos vivido hace mucho tiempo y pensamos que hemos olvidado, hasta que cuando menos lo esperamos salen a la luz uno tras otro para conformar una historia completa. Lo que vivimos no lo podemos olvidar y de ello se valen los escritores, de lo que viven. No se puede escribir sobre aquello que no se vive, o eso pienso yo. Yo no puedo escribir sobre aquello que no vivo.

Muchas veces he pensado ‘por qué no habré empezado antes a escribir, aunque sea mal’. Desde que escribo, si a lo que hago se le puede llamar escritura o algo similar, me siento mejor. Es como si una parte de mí hay despertado después de estar varios años dormida, en un largo letargo obligado por el camino que elegí metiéndome en la carrera que me metí. Y esa parta que siento poco a poco crecer dentro de mí, va poco a poco, arrinconando a ese otro yo que también desde hace unos años lleva metido en un pozo de paredes lisas por las cuales es muy complicado escalar para salir de él, en un túnel muy largo del que ahora estoy empezando a ver la luz, pero del que sé todavía me queda un largo trecho que recorrer, un trecho que aunque lo parezca no creo que vaya a ser fácil. Pero nada de lo que merece la pena es fácil, o eso suelen decir todos aquellos a los que les van las cosas bien. Nada se consigue sin esfuerzo y sin penurias. Supongo que es cierto. Escribir me ha permitido este último año poder expresarme como he querido, y poder desahogarme en los momentos en que más lo he necesitado. Quizá por eso algunos artículos muestran pesimismo, y ganas de no seguir viviendo. Nada más lejos de la realidad. Desde que escribo en el blog, aunque sé que mal, estoy viviendo más que nunca y aprendiendo a vivir, captando cada detalle de los días que van pasando. Todo importa y todo, lo bueno y lo malo que me pasa es vida, aunque para no ser cínico, algunas cosas no las hubiera querido vivir. No creo que vaya a ser nunca escritor, ni que vaya a tener que reservar en mi agenda en el futuro tres fines de semana seguidos entre mayo y junio para ir a firmar mi obra al Paseo de Coches de Parque del Retiro durante la Feria del Libro. Sé que tengo mucho camino por delante y que tengo todavía que vivir mucho, apenas he empezado a hacerlo, y leer aún más, en este tema sí llevo más ventaja, para poder considera que sé escribir. Seguiré haciéndolo, y seguiré usando el tono que crea más adecuado según mi estado de ánimo en cada momento, y escribiré sobre lo que vivo y he vivido, y sobre las personas que tengo a mi alrededor, aunque alguno me haya dicho que no escriba más en mi blog de él y el pasado (otra vez un poco más de carnaza). Nadie me dirá nunca sobre qué o quién puedo o no puedo escribir, porque escribiré siempre de mí, y desde mi punto de vista.

Sólo practicando se puede aprender a montar en bici, y para saber montar bien hay que caerse unas cuantas veces y hacerse unos cuantos rasguños; al igual que para nadar hay que mojarse mucho y tragar mucha agua con sabor a cloro y pasar miedo y agobio pensando que uno se queda sin aire. Pero tanto montar en bici, como nadar una vez se aprende no se olvida por muchos años que pasen sin tocar una bici o meterte en una piscina. El ser humano y su cerebro son sabios. El problema está en que para escribir no vale sólo con hacerlo a menudo, y escribir artículos, y vivir, y leer mucho. Para saber escribir hay que llevar las letras muy dentro de uno mismo y eso es lo que no sé si tengo. No sé si tengo alma de letra o de número. Pero también es posible que ambas cosas puedan ser lo mismo, ya que sin estar en el mundo de número en el que estoy metido no habría visto en mi interior un atisbo de ese mundo de letras al que siempre he pensado que tendría que haber pertenecido. De momento sólo puedo conformarme con escribir estos artículos en el blog, y esperar que la gente que quiera los lea, ya sea buscando carnaza, o simplemente porque sí. Yo intentaré que no sean una mierda como de momento parecen ser, y seguiré buscándome intentando no preguntarme: ¿Y si no sé escribir?

Caronte.

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