En Madrid en
agosto la población se reduce al mínimo. No queda prácticamente nadie. Las
calles y avenidas de la capital, que durante todo el año sufren un tráfico
incesante y agobiante, durante los días que dura el mes de agosto recobran una
paz ya casi olvidada por las gentes de la ciudad, propia de otra época perdida
ya en la memoria de los más viejos y que no volverá por mucho que la
prefiramos. Esta paz que se adueña de la Gran Vía, de los Paseos de la
Castellana, el Prado y Recoletos, permite a los pocos que quedamos en la ciudad
poder disfrutar de ella de manera más tranquila, de una forma diferente.
Este
despoblamiento de la ciudad en estas semanas es debido fundamentalmente a las
vacaciones y al calor, que hace que la gente busque olvidarse de la gran ciudad
y de los problemas que ella origina, alejarse de sus lugares de trabajo para
coger fuerzas para volver de nuevo en septiembre con las pilar cargadas y poder
aguantar al jefe durante los siguiente once meses, y huir del calor sofocante
buscando lugares más frescos donde pasar estos días tan largos en los que la
rutina de no hacer nada se impone en nuestras vidas. Este despoblamiento le da
a Madrid un aire diferente y la deja casi en cuarentena. También Madrid tiene
que descansar de sus habitantes, recuperarse después de aguantar en sus calles
interminables atascos en las horas punta de la mañana, el mediodía y la tarde,
de gente apelotonándose en las aceras de las grandes avenidas comerciales de
sol a sol sin dar una sola tregua durante todo el año. Sólo el verano y en
especial el mes de agosto permiten que Madrid se recupere un poco y pueda
volver en septiembre a recibir a todos los madrileños errantes para mostrarles
de nuevo su mejor cara.
Sin embargo no
todo en Madrid en agosto es calma, ni calles desiertas de gente, ni comercios
cerrados, ni bares sin su clientela habitual. Hay una zona en Madrid que es en
agosto cuando vive su mayor esplendor, cuando más vida tiene y cuando mejor
cara muestra para los habitantes de la ciudad, o los que queden. Es en agosto
cuando en Madrid, y más concretamente en sus barrios más castizos y antiguos
cuando se desarrollan las verbenas, que por este orden son las de San Cayetano,
San Lorenzo y La Paloma, siendo esta última la más famosa y célebre de todas
quizá por celebrarse alrededor del 15 de agosto día festivo por excelencia en
toda España. Estas tres verbenas, o fiestas patronales de varios distritos de
la capital de España, constituyen el último reducto del folklore popular que
queda en este Madrid tan a la última, tan ultramoderno y tan globalizado como
lo están convirtiendo el turismo de masas (y manadas de japoneses, americanos,
sudamericanos adinerados y rusos; y digo manadas porque serían grupos si fueran
de cómo mucho diez personas pero como cada vez que voy a la Puerta del Sol o a
la Plaza Mayor me cruzo, o mejor dicho me engulle, una manada guiada por un
líder que sostiene un paraguas cerrado apuntando hacia el cielo o cualquier
artilugio alargado y lo más visible posible para que el resto de la manada pueda
seguirle hacia el siguiente punto de interés). Estas verbenas constituyen los
últimos signos y señales de vida de un Madrid cada vez más olvidado y por tanto
moribundo que quizá si no fuera por los que nos quedamos en agosto en esta
ciudad terminaría por morir de soledad.
Este mes de agosto
es un mes de fiestas en media España, todos los pueblos al llenarse de gente
tienen que hacer algo para divertir a sus moradores temporales antes de que
vuelvan a sus hogares permanentes en alguna bulliciosa ciudad y vuelvan a dejar
en silencio mortecino las calles sus calles llenas de recuerdos e imágenes de
otra época. Nunca me han gustado estas fiestas patronales de verano en los
pueblos donde el desenfreno es el sentimiento reinante, no hay mesura ni
término medio a la hora de beber, comer, reír, oír música o salir de fiesta
hasta que despuntan los primeros rayos de luz de un nuevo día. Estas fiestas de
verano me hacen pensar en el nivel cultural español, más concretamente en lo
bajo que es. Pero esto es lo que a día de hoy me toca vivir, aunque no suelo
participar mucho de estos eventos simplemente por puros principios personales
de no ser partícipe de este desenfreno festivo lleno de excesos totalmente
censurables. Pero en Madrid estas verbenas patronales también tienen algo que
las diferencia del resto de verbenas rurales, y este elemente distintivo no
tiene nada que ver con que se haga en Madrid.
Nunca hasta este
fin de semana había ido a darme una vuelta por el Madrid de las verbenas,
aunque siempre haya tenido ganas de hacerlo. Este año como en el fondo no tenía
nada mejor que hacer, ni nadie con quien quedar, me fui con mis padres a dar
una vuelta y conocer (tampoco mis padres aunque llevan viviendo toda la vida en
Madrid habían ido nunca a las verbenas) un poco cómo es el ambiente en la
Verbena de La Paloma, la más conocida de las tres fiestas patronales seguidas
que se celebrar en los barrios más castizos de Madrid. Todo madrileño ha oído
hablar aunque haya sido de pasada de La Paloma, la patrona extraoficial de
Madrid (sin desmerecer a la Virgen de La Almudena), y de su verbena. Además, al
ser yo un apasionado de la música clásica, la Verbena de La Paloma no me sonaba
simplemente por ser una de las fiestas populares más típicas de Madrid, sino
por ser el nombre de una de las más famosas y queridas zarzuelas del repertorio
lírico español, del que en los últimos años siempre voy a ver alguna ya sea en temporada
al Teatro de la Zarzuela, o fuera de la misma a los Jardines de Sabatini con el
Palacio Real como inmejorable fondo de escena.
Siempre había escuchado
a mi abuela hablar de la Verbena de Virgen de la Paloma, de cuando alguna vez
cuando era joven venía con sus hermanas a Madrid desde el pueblo para pasar una
tarde tomándose unos churros o unos barquillos al lado de la iglesia de La
Paloma. Este año mis padres y yo hemos emulado aquello que mi abuela nos ha
contado tantas veces y hemos ido a dar una vuelta y echar un vistazo al
ambiente que se respira en el Madrid más puro, castizo y tradicional que
todavía se puede vivir aunque sea por unos pocos días bajo el sol de justicia
que golpea Madrid. A pesar de que más de medio Madrid esté de vacaciones lejos
de la villa y corte, los pocos que quedamos aquí parece que nos ponemos de acuerdo
para ir a los mismo lugares a la vez, y es que por mucho que dé gusto conducir
por Madrid por estas fechas y que debido a la nefasta administración del metro
de Madrid por parte del incompetente gobierno de derechas que por desgracia
desde hace casi dos décadas nos gobierna sea el coche lo mejor para moverse por
la ciudad este mes, el tema aparcar cerca de la Verbena fue una tarea harto
complicada, los pocos coches que quedábamos por Madrid nos pusimos de acuerdo
para ir a la Verbena.
Una vez
conseguimos aparcar y desandamos el camino realizado para encontrar dicho sitio
hasta alcanzar la Gran Vía de San Francisco, nos metimos de lleno en plena
Verbena de La Paloma. Poco se diferencia esta verbena en su parte más superficial
de cualquier fiesta de pueblo de España o de barrio periférico de Madrid.
Puestos de tómbola, feriantes con sus juegos trucados que atraen la vista de
los visitantes con vistosos premios en forma de peluches enormes que son los
tesoros más codiciados por los niños pequeños que obligan a sus padres a
participar de dichos juegos para intentar conseguir esos tesoros, y por las
chicas que incitan a sus parejas siempre dispuestas a complacerlas a que les consigan
uno de esos mega-peluches para ponerlo en sus camas atestadas ya de por sí por
otros muchos muñecos. Además de estos típicos juegos y puestos, también se
alternan otros en los que se venden las típicas boinas de chulapo madrileño
junto con otros tipos de sombreros. Pero lo que más me llamó la atención de la
verbena fueron los numerosos puestos de manjares grasientos y calóricos que
hacen las delicias de los estómagos más hambrientos y por supuesto también hacen
temblar al bolsillo del dueño de dicho estómago. Calamares, rabas, patatas
fritas con diversas salsas, carnes asadas y a la parrilla, paellas de todo
tipo, también alguna que otra parrillada de verduras, tortillas de patatas y también
los muy típicamente madrileños entresijos y gallinejas. Todos los aromas y
olores se mezclaban en la calle que va desde la Basílica de San Francisco el
Grande hasta la parte de atrás del mercado de La Cebada.
Una vez ya en
pleno corazón del barrio de La Latina, empezamos a callejear buscando las zonas
donde se veía ambiente de verbena, en esta caso algo más moderna que lo que la
tradición impone que sea, o de fiesta en la calle que para el caso es lo mismo.
Todos los bares de la zona cambian durante unos días sus sempiternas terrazas
por barras donde sirven todo tipo de bebidas, en su mayor parte alcohólicas, a
todo aquel que decide rascarse el bolsillo y participar de la verbena. Es
curioso como lo que hace ya unos años hubiera sido normal pedir durante la
Verbena de La Paloma, un vermut, ha sido sustituido por los populares y
caribeños mojitos que todo lo invaden y que poco o nada tienen que ver con esta
fiesta popular madrileña. Pero los tiempos son los que mandan y la gente ahora
pide mojitos en vez de un vermut. En todos los puestos y bares eso sí, siempre
está el omnipresente zumo de cebada, dorado líquido casi elemento que conforma
la bebida más consumida en verano en España, la cerveza, servida en todos los
soportes posibles ya sea caña, pinta o mini. Junto a las bebidas siempre están también
presentes sus compañeros más inseparables como son los panchitos de cacahuete o
las patatas fritas.
Si ya de por sí
este barrio es espectacular y está ornamentado en sus calles por bellísimos
edificios típicos de la construcción más tradicional de Madrid y con iglesias
que podrían competir perfectamente por belleza y grandiosidad con las de la
mismísima Roma, durante la Verbena de La Paloma, su esplendor es aún mayor
recordando viejos tiempos. Las calles donde se desarrolla la verbena quedan
adornadas por guirnaldas que van de una edificio a otro y farolillos y
bombillas de colores, que dan un toque de color diferente a este barrio. La
Plaza de la Paja, uno de los rincones más bellos de esta ciudad, queda
engalanada como si fuera una novia lista para la boda vestida con sus mejores
galas, y el ambiente bullicioso es aún mayor que en un día normal. He de
incorporar aquí un descubrimiento casi casual que el destino siempre guarda a
los aventureros, un secreto que esta bella ciudad de Madrid guarda, como es el
Jardín del Duque de Anglona, en el extremo norte de la Plaza de la Paja, uno de
los pocos ejemplos que quedan en Madrid de jardín señorial del siglo XVIII, y desde
el cual, en la paz y silencio que transmite a sus visitantes, se tiene una
vista que ayer me dejó sin habla de la parte vieja de Madrid.
Sin embargo el
centro neurálgico de la Verbena más típica y tradicional, la zona donde se hace
presente lo más castizo que todavía le queda a esta fiesta veraniega de Madrid se
hace presente en las calles que rodean la Iglesia de La Paloma, que por cierto
es de una factura muy hermosa con una fachada de ladrillo de barro rojizo, que
ayer por la tarde tocada por los últimos rayos del sol parecía estar ardiendo
debido a la anaranjada luz que la acariciaba. Las calles de La Paloma,
Tabernillas, el Águila, Calatrava o del Humilladero, todas ellas arraigadas en
la memoria del Madrid más típico y antiguo, ese Madrid casi olvidado, recobran
durante los días que dura la Verbena de La Paloma su aire castizo de siempre.
La música en la calle, que es homogénea, es decir, que todos los locales tienen
la misma pinchada por una misma persona para que la calle no se convierta en un
criadero de grillos y se pueda pasear escuchando como escuché a Sabina,
Loquillo o a otros muchos cantantes de verdad cuya música no molesta en los
tímpanos, esta música como digo hace que el ambiente sea si cabe aún más
agradable.
Pero aún quedaba
un plato fuerte por conocer de la Verbena de la Paloma, pero esta vez tuvimos
que movernos un poco y dejar momentáneamente La Latina para dirigirnos hasta
Las Vistillas. Esta plaza que se oculta a los visitantes que no la conocen o
que nunca se han topado por curiosidad con ella, tiene uno de los paisajes en
sus alrededores más espectaculares de la ciudad de Madrid, con la sierra de
fondo, la Catedral de La Almudena y el viaducto de Segovia. Es en esta plaza
donde de verdad se siente el Madrid castizo, ya que es en esta plaza donde se
desarrollan las actuaciones más importantes de las fiestas en el escenario para
ello dispuesto. Aquí también están las típicas casetas de los partidos
políticos, y he de decir que la que mejor ambiente tenía, la que mejor rollo
desprendía y mejor música tenía para mi gusto era la de Izquierda Unida (sin
que esto se pueda interpretar como gustos políticos). En esta plaza, que era la
primera vez que pisaba, se cruzaban chulapos y chulapas vestidos con sus
mejores galas y haciendo uso de sus mejores poses, junto con los madrileños de
a pie que durante el mes de agosto nos quedamos en la ciudad, así como turistas
y demás curiosos. También en Las Vistillas olía sobre todo a comida, a asados y
parrilladas, y calamares y churros, ese olor del Madrid más tradicional y que
tanto me gusta, y que sólo aquí se da por suerte. Ese olor y ese ambiente que
me hace sentir en casa, en mi Madrid.
Aquí se terminó mi
tarde en la Verbena de La Paloma con mis padres, tarde que quizá debería haber
tenido mucho más a menudo en años anteriores habiendo venido más de una vez ya
a dar un paseo por las fiestas más castizas de Madrid pero que el
desconocimiento y quizá el no tener de manera habitual con quien venir a estos
saraos han retrasado mi iniciación en las verbenas madrileñas. Esto sólo se da
en Madrid y los turistas que tienen la suerte de vivirlo mientras conocen la
ciudad deben quedarse alucinados del ambiente que se vive en las calles, los
olores y sonidos y la cantidad de gente que a veces hace casi imposible
avanzar. Esto es Madrid y esto espero que siga siendo Madrid por muchos años
para poder disfrutar de ello a pesar de que no soy un gato puro y duro ya que
apenas soy madrileño de segunda generación por parte de padre y de primera por
parte de madre, pero me siento madrileño de toda la vida si hago caso a mi
corazón que ama y amará siempre esta ciudad y siempre querrá pasearla y verla y
vivirla y descubrirla. Las Verbenas ya se despiden hasta el año que viene, y la
próxima vez allí estaré, el primero para disfrutarlas.
Caronte.
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