domingo, 17 de agosto de 2014

Tarde de verbena

En Madrid en agosto la población se reduce al mínimo. No queda prácticamente nadie. Las calles y avenidas de la capital, que durante todo el año sufren un tráfico incesante y agobiante, durante los días que dura el mes de agosto recobran una paz ya casi olvidada por las gentes de la ciudad, propia de otra época perdida ya en la memoria de los más viejos y que no volverá por mucho que la prefiramos. Esta paz que se adueña de la Gran Vía, de los Paseos de la Castellana, el Prado y Recoletos, permite a los pocos que quedamos en la ciudad poder disfrutar de ella de manera más tranquila, de una forma diferente.

Este despoblamiento de la ciudad en estas semanas es debido fundamentalmente a las vacaciones y al calor, que hace que la gente busque olvidarse de la gran ciudad y de los problemas que ella origina, alejarse de sus lugares de trabajo para coger fuerzas para volver de nuevo en septiembre con las pilar cargadas y poder aguantar al jefe durante los siguiente once meses, y huir del calor sofocante buscando lugares más frescos donde pasar estos días tan largos en los que la rutina de no hacer nada se impone en nuestras vidas. Este despoblamiento le da a Madrid un aire diferente y la deja casi en cuarentena. También Madrid tiene que descansar de sus habitantes, recuperarse después de aguantar en sus calles interminables atascos en las horas punta de la mañana, el mediodía y la tarde, de gente apelotonándose en las aceras de las grandes avenidas comerciales de sol a sol sin dar una sola tregua durante todo el año. Sólo el verano y en especial el mes de agosto permiten que Madrid se recupere un poco y pueda volver en septiembre a recibir a todos los madrileños errantes para mostrarles de nuevo su mejor cara.

Sin embargo no todo en Madrid en agosto es calma, ni calles desiertas de gente, ni comercios cerrados, ni bares sin su clientela habitual. Hay una zona en Madrid que es en agosto cuando vive su mayor esplendor, cuando más vida tiene y cuando mejor cara muestra para los habitantes de la ciudad, o los que queden. Es en agosto cuando en Madrid, y más concretamente en sus barrios más castizos y antiguos cuando se desarrollan las verbenas, que por este orden son las de San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma, siendo esta última la más famosa y célebre de todas quizá por celebrarse alrededor del 15 de agosto día festivo por excelencia en toda España. Estas tres verbenas, o fiestas patronales de varios distritos de la capital de España, constituyen el último reducto del folklore popular que queda en este Madrid tan a la última, tan ultramoderno y tan globalizado como lo están convirtiendo el turismo de masas (y manadas de japoneses, americanos, sudamericanos adinerados y rusos; y digo manadas porque serían grupos si fueran de cómo mucho diez personas pero como cada vez que voy a la Puerta del Sol o a la Plaza Mayor me cruzo, o mejor dicho me engulle, una manada guiada por un líder que sostiene un paraguas cerrado apuntando hacia el cielo o cualquier artilugio alargado y lo más visible posible para que el resto de la manada pueda seguirle hacia el siguiente punto de interés). Estas verbenas constituyen los últimos signos y señales de vida de un Madrid cada vez más olvidado y por tanto moribundo que quizá si no fuera por los que nos quedamos en agosto en esta ciudad terminaría por morir de soledad.

Este mes de agosto es un mes de fiestas en media España, todos los pueblos al llenarse de gente tienen que hacer algo para divertir a sus moradores temporales antes de que vuelvan a sus hogares permanentes en alguna bulliciosa ciudad y vuelvan a dejar en silencio mortecino las calles sus calles llenas de recuerdos e imágenes de otra época. Nunca me han gustado estas fiestas patronales de verano en los pueblos donde el desenfreno es el sentimiento reinante, no hay mesura ni término medio a la hora de beber, comer, reír, oír música o salir de fiesta hasta que despuntan los primeros rayos de luz de un nuevo día. Estas fiestas de verano me hacen pensar en el nivel cultural español, más concretamente en lo bajo que es. Pero esto es lo que a día de hoy me toca vivir, aunque no suelo participar mucho de estos eventos simplemente por puros principios personales de no ser partícipe de este desenfreno festivo lleno de excesos totalmente censurables. Pero en Madrid estas verbenas patronales también tienen algo que las diferencia del resto de verbenas rurales, y este elemente distintivo no tiene nada que ver con que se haga en Madrid.

Nunca hasta este fin de semana había ido a darme una vuelta por el Madrid de las verbenas, aunque siempre haya tenido ganas de hacerlo. Este año como en el fondo no tenía nada mejor que hacer, ni nadie con quien quedar, me fui con mis padres a dar una vuelta y conocer (tampoco mis padres aunque llevan viviendo toda la vida en Madrid habían ido nunca a las verbenas) un poco cómo es el ambiente en la Verbena de La Paloma, la más conocida de las tres fiestas patronales seguidas que se celebrar en los barrios más castizos de Madrid. Todo madrileño ha oído hablar aunque haya sido de pasada de La Paloma, la patrona extraoficial de Madrid (sin desmerecer a la Virgen de La Almudena), y de su verbena. Además, al ser yo un apasionado de la música clásica, la Verbena de La Paloma no me sonaba simplemente por ser una de las fiestas populares más típicas de Madrid, sino por ser el nombre de una de las más famosas y queridas zarzuelas del repertorio lírico español, del que en los últimos años siempre voy a ver alguna ya sea en temporada al Teatro de la Zarzuela, o fuera de la misma a los Jardines de Sabatini con el Palacio Real como inmejorable fondo de escena.

Siempre había escuchado a mi abuela hablar de la Verbena de Virgen de la Paloma, de cuando alguna vez cuando era joven venía con sus hermanas a Madrid desde el pueblo para pasar una tarde tomándose unos churros o unos barquillos al lado de la iglesia de La Paloma. Este año mis padres y yo hemos emulado aquello que mi abuela nos ha contado tantas veces y hemos ido a dar una vuelta y echar un vistazo al ambiente que se respira en el Madrid más puro, castizo y tradicional que todavía se puede vivir aunque sea por unos pocos días bajo el sol de justicia que golpea Madrid. A pesar de que más de medio Madrid esté de vacaciones lejos de la villa y corte, los pocos que quedamos aquí parece que nos ponemos de acuerdo para ir a los mismo lugares a la vez, y es que por mucho que dé gusto conducir por Madrid por estas fechas y que debido a la nefasta administración del metro de Madrid por parte del incompetente gobierno de derechas que por desgracia desde hace casi dos décadas nos gobierna sea el coche lo mejor para moverse por la ciudad este mes, el tema aparcar cerca de la Verbena fue una tarea harto complicada, los pocos coches que quedábamos por Madrid nos pusimos de acuerdo para ir a la Verbena.

Una vez conseguimos aparcar y desandamos el camino realizado para encontrar dicho sitio hasta alcanzar la Gran Vía de San Francisco, nos metimos de lleno en plena Verbena de La Paloma. Poco se diferencia esta verbena en su parte más superficial de cualquier fiesta de pueblo de España o de barrio periférico de Madrid. Puestos de tómbola, feriantes con sus juegos trucados que atraen la vista de los visitantes con vistosos premios en forma de peluches enormes que son los tesoros más codiciados por los niños pequeños que obligan a sus padres a participar de dichos juegos para intentar conseguir esos tesoros, y por las chicas que incitan a sus parejas siempre dispuestas a complacerlas a que les consigan uno de esos mega-peluches para ponerlo en sus camas atestadas ya de por sí por otros muchos muñecos. Además de estos típicos juegos y puestos, también se alternan otros en los que se venden las típicas boinas de chulapo madrileño junto con otros tipos de sombreros. Pero lo que más me llamó la atención de la verbena fueron los numerosos puestos de manjares grasientos y calóricos que hacen las delicias de los estómagos más hambrientos y por supuesto también hacen temblar al bolsillo del dueño de dicho estómago. Calamares, rabas, patatas fritas con diversas salsas, carnes asadas y a la parrilla, paellas de todo tipo, también alguna que otra parrillada de verduras, tortillas de patatas y también los muy típicamente madrileños entresijos y gallinejas. Todos los aromas y olores se mezclaban en la calle que va desde la Basílica de San Francisco el Grande hasta la parte de atrás del mercado de La Cebada.

Una vez ya en pleno corazón del barrio de La Latina, empezamos a callejear buscando las zonas donde se veía ambiente de verbena, en esta caso algo más moderna que lo que la tradición impone que sea, o de fiesta en la calle que para el caso es lo mismo. Todos los bares de la zona cambian durante unos días sus sempiternas terrazas por barras donde sirven todo tipo de bebidas, en su mayor parte alcohólicas, a todo aquel que decide rascarse el bolsillo y participar de la verbena. Es curioso como lo que hace ya unos años hubiera sido normal pedir durante la Verbena de La Paloma, un vermut, ha sido sustituido por los populares y caribeños mojitos que todo lo invaden y que poco o nada tienen que ver con esta fiesta popular madrileña. Pero los tiempos son los que mandan y la gente ahora pide mojitos en vez de un vermut. En todos los puestos y bares eso sí, siempre está el omnipresente zumo de cebada, dorado líquido casi elemento que conforma la bebida más consumida en verano en España, la cerveza, servida en todos los soportes posibles ya sea caña, pinta o mini. Junto a las bebidas siempre están también presentes sus compañeros más inseparables como son los panchitos de cacahuete o las patatas fritas.

Si ya de por sí este barrio es espectacular y está ornamentado en sus calles por bellísimos edificios típicos de la construcción más tradicional de Madrid y con iglesias que podrían competir perfectamente por belleza y grandiosidad con las de la mismísima Roma, durante la Verbena de La Paloma, su esplendor es aún mayor recordando viejos tiempos. Las calles donde se desarrolla la verbena quedan adornadas por guirnaldas que van de una edificio a otro y farolillos y bombillas de colores, que dan un toque de color diferente a este barrio. La Plaza de la Paja, uno de los rincones más bellos de esta ciudad, queda engalanada como si fuera una novia lista para la boda vestida con sus mejores galas, y el ambiente bullicioso es aún mayor que en un día normal. He de incorporar aquí un descubrimiento casi casual que el destino siempre guarda a los aventureros, un secreto que esta bella ciudad de Madrid guarda, como es el Jardín del Duque de Anglona, en el extremo norte de la Plaza de la Paja, uno de los pocos ejemplos que quedan en Madrid de jardín señorial del siglo XVIII, y desde el cual, en la paz y silencio que transmite a sus visitantes, se tiene una vista que ayer me dejó sin habla de la parte vieja de Madrid.

Sin embargo el centro neurálgico de la Verbena más típica y tradicional, la zona donde se hace presente lo más castizo que todavía le queda a esta fiesta veraniega de Madrid se hace presente en las calles que rodean la Iglesia de La Paloma, que por cierto es de una factura muy hermosa con una fachada de ladrillo de barro rojizo, que ayer por la tarde tocada por los últimos rayos del sol parecía estar ardiendo debido a la anaranjada luz que la acariciaba. Las calles de La Paloma, Tabernillas, el Águila, Calatrava o del Humilladero, todas ellas arraigadas en la memoria del Madrid más típico y antiguo, ese Madrid casi olvidado, recobran durante los días que dura la Verbena de La Paloma su aire castizo de siempre. La música en la calle, que es homogénea, es decir, que todos los locales tienen la misma pinchada por una misma persona para que la calle no se convierta en un criadero de grillos y se pueda pasear escuchando como escuché a Sabina, Loquillo o a otros muchos cantantes de verdad cuya música no molesta en los tímpanos, esta música como digo hace que el ambiente sea si cabe aún más agradable.

Pero aún quedaba un plato fuerte por conocer de la Verbena de la Paloma, pero esta vez tuvimos que movernos un poco y dejar momentáneamente La Latina para dirigirnos hasta Las Vistillas. Esta plaza que se oculta a los visitantes que no la conocen o que nunca se han topado por curiosidad con ella, tiene uno de los paisajes en sus alrededores más espectaculares de la ciudad de Madrid, con la sierra de fondo, la Catedral de La Almudena y el viaducto de Segovia. Es en esta plaza donde de verdad se siente el Madrid castizo, ya que es en esta plaza donde se desarrollan las actuaciones más importantes de las fiestas en el escenario para ello dispuesto. Aquí también están las típicas casetas de los partidos políticos, y he de decir que la que mejor ambiente tenía, la que mejor rollo desprendía y mejor música tenía para mi gusto era la de Izquierda Unida (sin que esto se pueda interpretar como gustos políticos). En esta plaza, que era la primera vez que pisaba, se cruzaban chulapos y chulapas vestidos con sus mejores galas y haciendo uso de sus mejores poses, junto con los madrileños de a pie que durante el mes de agosto nos quedamos en la ciudad, así como turistas y demás curiosos. También en Las Vistillas olía sobre todo a comida, a asados y parrilladas, y calamares y churros, ese olor del Madrid más tradicional y que tanto me gusta, y que sólo aquí se da por suerte. Ese olor y ese ambiente que me hace sentir en casa, en mi Madrid.

Aquí se terminó mi tarde en la Verbena de La Paloma con mis padres, tarde que quizá debería haber tenido mucho más a menudo en años anteriores habiendo venido más de una vez ya a dar un paseo por las fiestas más castizas de Madrid pero que el desconocimiento y quizá el no tener de manera habitual con quien venir a estos saraos han retrasado mi iniciación en las verbenas madrileñas. Esto sólo se da en Madrid y los turistas que tienen la suerte de vivirlo mientras conocen la ciudad deben quedarse alucinados del ambiente que se vive en las calles, los olores y sonidos y la cantidad de gente que a veces hace casi imposible avanzar. Esto es Madrid y esto espero que siga siendo Madrid por muchos años para poder disfrutar de ello a pesar de que no soy un gato puro y duro ya que apenas soy madrileño de segunda generación por parte de padre y de primera por parte de madre, pero me siento madrileño de toda la vida si hago caso a mi corazón que ama y amará siempre esta ciudad y siempre querrá pasearla y verla y vivirla y descubrirla. Las Verbenas ya se despiden hasta el año que viene, y la próxima vez allí estaré, el primero para disfrutarlas.

Caronte.

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