Oficialmente la
carrera la acabé el pasado día uno de julio, hace ya más de diez meses. Pasado
un tiempo ya más que prudencial entre aquella fecha casi vacacional en la que
muchos españoles piensan ya más en sus destinos de sol y playa, o montaña, que
en cualquier otra cosa, creo que ya es hora de graduarse. ¿Graduarse? Sí,
graduarse; porque aunque pueda parecer mentira, o al menos una broma, todavía
diez meses después no se ha celebrado esa ceremonia más impostada que otra cosa
a la que todos los universitarios desde el inicio de los tiempos y las
universidades han llamado graduación. Una ceremonia en la que hay más actuación
que otra cosa y que en el fondo no implica nada de manera oficial, ya que en
muchos casos, al menos en España, con la graduación no viene la obtención
física del título que acredita a un universitario como diplomado o licenciado,
ahora graduado, en tal o cual materia. La graduación es más un acto sentimental
al que acuden los estudiantes llenos de ilusión no tanto por ellos sino por sus
familias, sobre todo aquellas que ven a su primer miembro obtener un título
superior.
Bien, pues más de
diez meses después de hacer el último acto académico oficial en mi Escuela,
llega mi graduación, bueno la mía y la del resto de mis compañeros de
promoción. Y alguien con dos dedos de frente, o al menos con sentido común se
podrá preguntar, muy acertadamente por cierto: ¿cómo es posible que la
graduación se haga casi un año después de que se acabara toda actividad
académica? Pues bueno esto supongo que tiene la explicación de que la
incompetencia humana no tiene límites conocidos, más bien incluso me atrevería
a decir que cada día que pasa los límites hasta el momento conocidos de dicha
incompetencia se incrementan, proceso que probablemente no tenga fin.
Como en este país
por suerte y hasta que se demuestre lo contrario (aunque recientemente ha
habido ejemplos lamentables de coacción a la libertad) hay libertad de
expresión yo voy a decir lo que pienso sin cortarme ni un solo pelo, sin
autocensurarme y sin dejarme nada ni a nadie en el tintero de mi crítica. Si la
ceremonia de graduación de mi promoción tiene lugar más de diez meses después
es por culpa del director de mi Escuela; éste por su puesto dirá que no, que se
ha tenido que ir atrasando porque ha habido elecciones a Rector en la
Universidad, y también en el Colegio de Ingenieros, y tal y tal y tal. Mentira
podrida. Se hace ahora porque hasta el último minuto se ha buscado la presencia
de la Ministra de Fomento en la ceremonia de graduación simple y llanamente
porque así lo querían desde el Claustro Gubernativo de la Escuela para poder
salir en la agenda oficial de Ministerio y poder tener una bonita foto con la
ministra al lado para mayor honra del ego personal de algunos.
Puede que eta
inquina personal que me ha salido venga por el hecho de que concibo todo esto
de manera muy diferente. Puede que para la casta de mi carrera, para la clase
alta, a nobleza de la ingeniería de caminos, es decir todas esas familias para
las que esta carrera no es más que una elección inevitable, algo por tradición,
la graduación sea como una especie de presentación en sociedad, como el Baile
de la Ópera de Viena en el que las jóvenes casaderas se presentan en público
por primera vez para pasear su vanidad en un baile y para que el mejor postor
se quede con ellas. Pero para aquellas familias cuyos hijos han elegido esta
carrera porque sí, ya sea por equivocación o por simple vocación, esos hijos
que quizá sean los primero ingenieros de sus familias, familias por lo normal
muy humildes cuyas generaciones anteriores vienen de no tener carrera y
probablemente de trabajar el campo sus abuelos, la graduación es un acto
familiar de alegría y emoción. Esto es para mí.
Yo no provengo de
una familia de rancio abolengo en el que el árbol genealógico se adorna con
títulos universitarios firmados por Su Majestad el Rey o el Infame
Generalísimo. Mi familia es humilde: ni mis padres, ni mis abuelos tienen
carrera; sólo uno de mis tíos tiene carrera. Es más, mis padres no tienen
siquiera ningún título de educación superior, dejaron los estudios siendo
jóvenes y llevan trabajando para ahorrar unos míseros miles de euros toda la
vida, desde los dieciocho años. Mis abuelos todos vinieron del campo a la
ciudad y sólo mis abuelos trabajaron, mis abuelas se quedaron cuidando la casa
y a sus hijos, hijos que posteriormente se convirtieron en nuevos y siguieron
cuidándolos. Esa es mi familia, eso es lo que tengo detrás. Y no siento no
pertenecer a una de esas ilustres familias de ingenieros; y tampoco sentiría no
iniciar conmigo una nueva estirpe de ingenieros, básicamente porque no dejaría
que así fuera.
Por esto además no
me callo, y tampoco debo hacerlo. No creo que sea normal celebrar una ceremonia
de graduación diez meses después de haber acabado una carrera. Sé que quienes
llevan tomando estas decisiones desde hace años en mi Escuela arguyen excusas
como que la graduación no puede hacerse en el mes de julio porque todavía hay
gente que no sabe si va a acabar la cerrera ese año o al siguiente, que hay que
esperar a que pasen las convocatorias de septiembre, y cómo no también la de
diciembre. Total lo de siempre, lo que siempre se ha argumentado para realizar
las graduaciones en mi Escuela muchos meses después de cuando cualquier mente
normal supondría como algo correcto.
Aun me armo de más
argumentos para defender mi postura, ya que la cena de graduación sí que se
hace aún antes incluso de hacer las presentaciones del PFC. Sin ir más lejos el
año pasado las presentaciones del Proyecto tuvieron lugar durante los tres
primeros días de julio, y la cena y fiesta de graduación fue el 26 de junio, un
día de infame recuerdo por los disfraces que todos llevábamos puestos, y que
repetiremos para la graduación, y por supuesto por el terrible calor que hizo
aquel día. Eso es lo que hubiera sido normal hacer también con la graduación,
así podríamos ir una inmensa mayoría de los compañeros que nos graduamos esta
promoción. Pero claro las agendas de la universidad, es decir director de la
Escuela y rector de la Universidad, y de la Ministra no suelen coincidir, y no
podemos privar a las autoridades de la Escuela de su consabida fotografía y
mención oficial en algún medio de información.
Pero es que a mí
la Ministra, en este caso de Fomento, me da exactamente igual. Bueno no, es
cierto, me importa que venga lo mismo que me importaría que lo hiciera Kim
Yon-Un, es decir un pimiento morrón. Nada, absolutamente nada. Esa señora, o
señor en otras ocasiones, no es nada mío, y los estudiantes de una promoción de
una de las muchas Escuelas de Ingenieros que hay en España le importan un
pepino. Pero a nuestro director no, ni a él ni a su equipo de gobierno. Y lo
peor de todo es que después de haberle enviado una carta al director de mi
Escuela en la que le expresaba la desconsideración absoluta que han tenido para
con los estudiantes al haber postergado la fecha de la graduación hasta que los
astros se alinearan y la Ministra pudiera hacernos el honor (que más bien es al
revés) de asistir al acto académico de entrega de diplomas, así como mi
malestar, aunque esto a nivel personal, de la manera más educada posible sin
perder la contundencia y firmeza, lo que el muy honorable director de mi
Escuela me contesta es que si se ha buscado que venga la Ministra es para darle
al acto mayor solemnidad. ¿Mayor solemnidad que que estén nuestros familiares
que son los que en algunos casos han hecho el esfuerzo enorme para pagar las
matrículas curso tras curso y que nos han ido apoyando diariamente durante los
seis años que ha durado en el mejor de los casos nuestro paso por la Escuela?
Es increíble.
No se puede hacer
una graduación casi un año después de que la mayoría acabe la carrera porque al
final esa graduación acaba siendo un acto descafeinado. Yo voy a poder asistir
al acto, con mis padres, no me he planteado en ningún momento llevar a nadie
más de mi familia, aunque probablemente a mis abuelos les haría mucha ilusión,
porque no creo que vaya a haber hueco en el salón de actos para nadie más que
para los probables alumnos de las diferentes promociones que se han juntado
para graduarse. Pero hay muchos compañeros que no van a poder hacerlo porque
como cualquier mente con dos dedos de frente comprenderá, aunque siempre hay
excepciones como se ha comprobado, ya estén trabajando y un miércoles laboral a
las seis y media de la tarde, o se es muy afortunado con el horario que se ha
tenido, o es más que difícil que nadie pueda asistir. Pero las grandes e
ilustres mentes que gobiernan nuestra Escuela no han tenido en cuenta,
probablemente por descuido porque no quiero ser malpensado, este “pequeño”
detalle, y ¿por qué? Pues según mi modesta opinión por una Ministra.
Como reza el tango
de Gardel aunque adaptado a este menester, todo lo que rodea a la graduación de
la bicentésima sexta promoción de ingenieros se ha hecho por una Ministra. O al
menos esa es la impresión que se ha dado, o la que yo he tenido y sé que otra
mucha gente comparte. Por un Ministra, aunque fuera en funciones, de un Gobierno
que pasa de todo y que considera que los jóvenes han mejorado mucho en cuanto a
“movilidad exterior”. Por una Ministra se ha ido retrasando la graduación, para
que su presencia llamara a los grandes empresarios del sector a la Escuela para
asistir casi como padrinos a un acto que, de nuevo según mi modesta opinión,
debería estar enfocado únicamente a las familias que son las que de verdad han
hecho posible que todos los que nos graduamos lo hagamos sin habernos perdido
por el camino. Textualmente en la respuesta a la que carta que le envié que me
dio el director de la Escuela me dice que si se ha buscado la presencia de la
Ministra ha sido para que así los grandes empresarios de este país, dueños de
las más importantes constructoras, vinieran también al acto y dar a conocer la
Escuela. ¡Cómo si la Escuela de Ingenieros más antigua de España donde han
estudiado los grandes dueños de las empresas constructoras necesitara
promoción!
Todo por una
Ministra. Así es como se han hecho las cosas. Pero no se puede pedir más a un
equipo de gobierno encabezado por egos más que por profesionales de la gestión
que mirasen no sólo por el bien discurrir y prestigio de la Escuela sino
también por sus alumnos. La incompetencia ha salido a relucir con toda la
gestión de la graduación. La incompetencia y la falta de respeto por los
estudiantes, su ignorancia hacia nosotros. Mañana, más de diez meses después de
haber acabado la carrera un porcentaje muy alto de los graduados, se celebrará
la ceremonia institucional y protocolaria de la graduación a la que asistirá la
Ministra de Fomento del Gobierno en Funciones de España para mayor gloria del
director de la Escuela y su equipo directivo. Ojalá, y lo digo sabiendo lo que
digo, que a partir de este año este tipo de ceremonias en mi Escuela se hagan
enfocadas única y exclusivamente hacia los estudiantes, contando únicamente con
ellos e invitando más por el honor ajeno que el propio a la Ministra o a los
grandes empresarios de este país (aunque a título personal intentaría invitar a
las grandes figuras de la profesión). Ojalá esto no se vuelva a repetir y las
cosas se hagan por los estudiantes y no por una ministra.
Caronte.
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