Desde que sé que
me voy a marchar a trabajar a casi 5.000 km de distancia de mi casa, de mi vida
en el fondo, hay una cosa que he ido observando con una mezcla de sentimientos:
incredulidad y tristeza. No ha sido fácil tomar la decisión de marcharme.
También es cierto que al no tener muchas otras opciones de trabajar como
ingeniero en una obra de magnitud relevante, ya fuera a pie de obra manchándome
los bajos de las vaqueros y las botas de campaña de barro, o en oficina a salvo
de las inclemencias caprichosas del tiempo, no he tenido muchas alternativas al
“sí, me voy”. Aun así ha sido muy complicado tomar la decisión, no tanto por el
tema económico o laboral, ya que la oferta es muy buena, de las que en España
no hay, sino sobre todo debido al ámbito personal.
Ya hablé hace unos
días en el blog del hecho de marcharme donde no se me ha perdido absolutamente
nada. No voy a repetir hoy lo mismo que entonces. Sí voy a hablar, sin embargo,
de una cosa que he notado cada vez que le decía a alguien ya fuera amigo o no,
conocido, vecino, compañero de trabajo o estudios, o que tuviera cualquier otra
relación conmigo. Absolutamente ninguna persona a la que he dicho que me voy a
trabajar al extranjero que me haya preguntado cómo me sentía. Nadie se ha
preguntado qué se me pasaba por la cabeza, qué pensaba, qué notaba a nivel
personal. Todo el mundo se decía como si fueran ellos los afectados que esa
oferta de trabajo era una grandísima oportunidad laboral para coger
experiencia, ganar dinero y aprender. ¿Y qué? ¿Eso es todo? ¿Eso es lo que de
verdad importa en la vida? Es muy triste.
Parece que la
parte personal de la vida se ha desechado desde el principio. No me puedo creer
que hayamos llegado al punto de obviar por sistema todo lo que afecta al lado
personal de la vida. Si me voy a miles de kilómetros de mi casa no es porque
vaya a ser una grandísima experiencia personal, porque la oferta laboral es muy
buena, porque la experiencia laboral que voy a ganar estando allí el tiempo que
esté será incalculable, que la experiencia laboral que voy a ganar también será
invalorable porque me permitirá probar mis límites, porque hará que vea cómo
será a partir de ahora mi vida de manera independiente. Nada de eso. Si me voy
a marchar tan lejos es porque en el fondo sé que no puedo pasar esta
oportunidad, porque mi cabeza me dice que me tengo que ir, que es lo que debo
hacer. Sin embargo no es lo que quiero hacer.
Si hiciera caso a
mi corazón no me marcharía. No sé qué puedo ganar marchándome, solo una vez lo
haya hecho lo descubriré; sin embargo sí sé qué puedo perder yéndome. Y lo que
puedo perder es todo personal. Nunca antes me he sentido tan a gusto como hoy.
Mi vida está tranquila, se ha estabilizado después de unos años en la
universidad de crisis personales y existencias, de dudas ante mi vida y mi
futuro. Tengo personas a las que quiero y a las que no deseo perder por nada
del mundo. Por eso no me quiero marchar. Pero por esto no pregunta nadie. A
nadie le importa lo que pueda perder marchándome sino todo lo que puedo ganar
haciéndolo, cuando eso son meras suposiciones. Será una experiencia nueva, de
choque, brutal, que hará que todo mi planteamiento vital se vea modificado.
Pero me da igual.
Durante estas
semanas me he dado cuenta que la sociedad está totalmente perdida, que el
factor humano de la vida, el elemento personal, el de los sentimientos que
atañen a las personas, los que emanan directamente del corazón, no se tienen en
cuenta. Por eso la sociedad en su inmensa mayoría es infeliz. La felicidad no
existe, no importa. Solo importan el dinero, lo materia, la experiencias
personal. Solo importa el mañana, el vivir bien en el futuro, cómodamente, con
tranquilidad. ¿Y el hoy? ¿Y el mañana? ¿Dónde queda el vivir todos los días
como lo que son, un regalo que nos da la existencia para vivir y disfrutar de
lo que nos llene de verdad? No está por ningún lado, y lo que es peor, no
importa nada.
A mí sí que me
importa. De qué me puede servir una gran experiencia profesional, laboral, una
gran oportunidad económica para hacer dinero y ahorrar y todo lo demás si luego
todo eso no lo puedo compartir con nadie más que con mi propia sombra. ¿De
verdad que hemos llegado ya al punto en el que nos hemos terminado de
deshumanizar e ignoramos por completo nuestros sentimientos? Por desgracia creo
que así ha sido. Lo personal no es más que anecdótico, es eso que puedes hacer
en tu tiempo libre. Es una pena. Ya no se quiere a nadie. No importan ni pareja
ni amigos, no importa nada que tenga reminiscencias personales. ¿Si tuviera
pareja a día de hoy todo el mundo me seguiría diciendo que el marcharme es una
grandísima oportunidad, o cambiarían las cosas? Para esto no tengo respuesta.
Es cierto que no
tengo pareja. Nunca la he tenido y sinceramente, aunque suene derrotista y
deprimente, no creo que vaya a tener pareja en mucho tiempo por como soy. Es
una realidad. Quizá por eso a todo el mundo se le ha olvidado preguntarme si
dejo a alguien atrás, si dejo a alguien aquí en España, que aparte de mis
padres y mi familia, me vaya a echar de menos o a quien vaya a echar de menos.
En sentido estricto no dejo a nadie atrás. Como he dicho no tengo pareja que me
ate y de la que me cueste separarme. Quizá si la hubiera tenido no hubiera
tomado la decisión de marcharme. Pero sí que hay gente que dejo atrás aparte de
mis padres. Dejo a un amigo al que quiero mucho, y a su novia a la que también
quiero y aprecio. Dejo atrás una vida que he terminado por conseguir después de
mucho tiempo; una vida a la que no quiero renunciar y que no quiero perder.
Pero el tiempo y la distancia para esto son dos elementos muy traicioneros de
los que uno no puede fiarse nunca.
Pero a nadie
importa esto. En el fondo sólo a estas dos personas de las que hablo les ha
importado, y sin preguntarme directamente cómo me estoy sintiendo en todo este
proceso de marcharme, saben de mis miedos y temores. Desde que empecé a
comunicar que me marchaba fuera a trabajar, y no a un país fácil que se diga,
todos los comentarios han ido dirigidos al ámbito profesional, nada al
personal. Nadie ha preguntado por eso, al menos no a mí directamente. Bueno, de
hecho sí que ha habido una persona que me ha preguntado algo que no estuviera
relacionado con la parte material de toda esta aventura/locura que estoy
viviendo desde hace unos meses. La persona en cuestión fue un compañero de
francés, un hombre de la edad de mis padres con un puesto más o menos
importante en una gran multinacional que desde que le conozco, y ya han pasado
varios meses de eso, ha viajado por medio mundo, desde Sudáfrica a Viena,
pasando por Oriente Próximo y Nueva York. Esta persona es la única que nada más
comentar yo que me marchaba fuera a trabajar me preguntó directamente que qué
pensaba de ello, que qué sentía. Es el único que me preguntó también si dejaba
algo atrás.
Quiero pensar que
el que haya dado con gente que no me preguntase nunca cómo me sentía yo, que
qué me decía el corazón es algo anecdótico y no generalizado. Quiero pensar que
en el fondo a la gente todavía le importan los sentimientos y valoran el ámbito
personal de las relaciones. Quiero pensar que quien ha sido una minoría en mi
caso es mayoría en la vida real. Pero para qué me voy a engañar, he hablado de
todo esto con mucha gente, mucha gente ha ido sabiendo que me marcho lejos a trabajar,
gente de todo tipo y condición, muy diversa, de creencias y formas de vida muy
dispares, y ninguna me ha preguntado tan directamente como mi compañero de
francés. Me preocupa que la sociedad esté tan deshumanizada. Me da pena que
nadie se preocupe por la felicidad, por ser feliz. Quizá es que la felicidad no
exista, que en un mundo desarrollado, en un país medianamente rico la felicidad
no exista. Quizá la felicidad solo se puede encontrar siendo un desheredado de
la tierra, cuando no se tiene nada y se sabe que nada se va a tener.
Puede que este sea
el futuro que nos espera en unos años: una sociedad sin sentimientos,
deshumanizada del todo, en la que lo material sea lo único y lo más importante
y que todo lo demás sean accesorio. Yo no me resigno a eso. Quiero tener una
vida adulta en el que lo importante sea vivir, sin más. Vivir todo lo que me
pase como si fuera algo único, como lo que realmente es. Vivir intensamente
todo, y sólo se puede vivir intensamente si se tiene a alguien con quien vivir.
No se puede vivir en soledad, no se puede vivir sin querer, sin amar. Marcharme
a trabajar a un país tan diametralmente opuesto al mío me traerá lo que me
tenga que traer en el futo, pero lo que de momento me ha traído es miedo de
perder a esas personas a las que tanto quiero, a ese amigo al que tanto me ha
costado tener.
Si en algún
momento de mi existencia logro formar una familia y tener hijos, y hablo en
plural ya que no quiero tener solo uno y que sea hijo único como lo he sido yo,
jamás les permitiré que miren algo que no sea su bienestar personal, su
felicidad. No permitiré que antepongan su futuro económico y material al su
futuro sentimental. Jamás permitiré que sólo piensen con la cabeza porque así
se termina por dejar de sentir con el corazón.
También es posible
que el raro sea yo. Que el hecho de ver que nadie me ha preguntado nada
relativo a mis sentimientos en el ámbito personal en las últimas semanas no es
nada raro, sino más bien todo lo contrario, que sea lo más normal del mundo.
Pues yo me planto. La oferta de trabajo es muy buena, no creo que haya
posibilidad de que en España fuera a tener una oferta semejante ni de lejos no
ya este año sino en varios años vista. ¿Y qué? Nada. Todo es una mierda. El
mundo se está viviendo abajo arrastrado por el liberalismo económico, por el
capitalismo más voraz que fagocita cualquier tipo de sensación personal donde
los sentimientos tengan algo que ver. Ya no hay cabida para el corazón, para
las personas. No somos más que máquinas de hacer dinero para vivir bien en el
futuro. ¿Pero de qué vale el futuro si no tienes a nadie, si no se es más que
un miserable que no sabe mantener una relación personal, ya sea de amistad o de
pareja con nadie?
A mí un futuro así
no me servirá de nada. Ojalá no tenga nunca ese futuro. Pero lo veo negro. He
sacado a colación la política y las ideologías económicas. He citado al
capitalismo y al liberalismo. No soy comunista ni lo voy a ser jamás. Creo en
la libertad personal por encima de todo y en todos los ámbitos. En lo que no
creo es en el tipo de individualismo que nos ha impuesto ese capitalismo, ese
liberalismo radical que tanto han fomentado esta sociedad de consumo sin alma
si sentimientos. Vivimos para trabajar, ganar dinero, gastarlo y ganar más aún.
¿Dónde está la gente? ¿Dónde están los sentimientos? Perdidos. Algunos acusarán
al comunismo de haber causado miles de muertes en el mundo, no lo niego es más
lo corroboro; pero yo añado algo más, el capitalismo y el liberalismo han
matado aún a más personas, porque han matado la felicidad, o la han
transformado en algo que no es felicidad y nos han vendido como tal.
Me marcho lejos a
trabajar por mi cabeza, porque sé que al final puede ser una gran aventura más
allá de lo laboral y profesional. Me quedaría aquí si de verdad hiciera caso a
mi corazón que me dice que no quiere alejarse de esas personas a las que tanto
quiero: mis padres, mi familia, mi gran amigo y su novia, y el resto de
personas de la universidad con las que sigo manteniendo algo de contacto.
Espero que a la vuelta todo siga igual porque de lo contrario nada habrá
merecido la pena. Nada habré conseguido marchándome, si una vez de nuevo en
España lo único que importa es el dinero que haya podido ganar y ahorrar y la
experiencia profesional que haya podido adquirir para poder tener aquí una
trabajo más valorado (no hay que marcharse a tomar por culo a la izquierda para
eso, simplemente si en vez de tantos enchufes y contactos se valorara más las
cualidades personales individuales de cada cual todo sería muy diferente).
Ojalá el mundo se
moviera simplemente por la felicidad, pero por la felicidad real no la
impostada y disfrazada de bienestar y comodidad diaria. Ojalá todo fuera
diferente y las decisiones se tomaran más por cuestiones personales que por
elementos materiales. Ojalá todo esto fuera así, pero si el mundo y la sociedad
funcionaran así, simplemente buscando la felicidad y el desarrollo personal, el
capitalismo de amiguetes y el liberalismo radical que preconiza que solo el más
fuerte y listo es el que puede tener éxito estarían en riesgo de extinción, no
habría guerras y por tanto la industria de la muerte gratuita tendría sus días
contados, no habría conflictos y por tanto la política no existiría mandando al
par miles de personas inútiles que no tienes ni oficio ni beneficio. Ojalá un
día la primera cuestión preguntada a alguien a quien se le ofrece un trabajo
como el que empezaré en unas semanas sea la que nadie me ha preguntado hasta la
fecha.
Caronte.
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